Capítulo 85

sa lluviosa de un jueves de marzo, en un lugar de la ciudad.

Fin de la tercera hora, de la clase de Historia. El profesor se ha pasado la hora entera hablando sobre algunas de las circunstancias que tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial. Parecía entusiasmado, enardecido, como si él hubiera estado allí, viviendo el desembarco de Normandía o la batalla de El Alamein. Aunque, en realidad, pocos han sido los que han atendido pues la mayoría de alumnos lo que deseaba era que el recreo llegara cuanto antes. Son minutos que se hacen eternos: parecen de ciento veinte segundos o de ciento ochenta, una pesadilla… Hasta que, por fin, suena el timbre salvador y se desata la euforia colectiva con un alboroto ensordecedor y ruido de mesas arrastrándose.

Mario se levanta de la silla y se dirige a la esquina del otro extremo del aula. Allí, tres cuartas partes de las Sugus celebran la media hora de respiro.

Paula es la primera que ve a su amigo.

—Ahora la voy a llamar otra vez —le dice, cuando llega junto a ellas.

—Vale.

La chica saca el teléfono de la mochila de las Supernenas y marca el último número al que llamó hace menos de una hora.

Mario está inquieto. Diana no ha ido a clase en toda la mañana, así que no se ha podido disculpar. Lo más extraño es que su móvil está apagado. Sus amigas la llamaron en el descanso entre la primera y la segunda clase y en el de la segunda a la tercera. Pero nada: seguía desconectado. En esos minutos, Miriam le contó a Paula y a Cris que ayer por la tarde Diana había discutido con su hermano y se había marchado de su casa casi llorando aunque ella no sabía el motivo. Preocupadas, antes de la clase de Historia, las chicas fueron hasta la mesa de Mario a preguntarle qué había pasado. Él no les explicó las razones del enfado, pero sí les dijo que, si la localizaban, lo avisaran.

—«El número al que llama está apagado o fuera de cobertura» —repite Paula, imitando la voz femenina que oye al otro lado de la línea.

—Vaya… ¿Qué le ha podido pasar? —pregunta Miriam mientras coge el almuerzo que tiene en una pequeña bolsita blanca: un zumo de piña sin azúcar y una barrita de cereales.

—Ni idea. Pero seguro que no es nada importante. Ya aparecerá —añade Paula sonriéndole a Mario.

El chico no las tiene todas consigo. Espera no ser el culpable de la ausencia de Diana. Quizá anoche debió llamarla y disculparse.

—Bueno, yo os dejo. Si sabéis algo, luego me lo decís.

—Vale. Si nos enteramos de algo, te avisaremos.

Mario da las gracias y sale de la clase caminando serio y pensativo hacia el patio. Ha parado de llover, aunque el cielo continúa amenazador.

Las tres chicas también abandonan el aula, pero en dirección opuesta. Los primeros escalones de la escalera que conduce hasta las clases de segundo de Bachiller están libres. Allí se sientan.

—Vaya, parece muy afectado —comenta Cris.

—Sí. No sé por qué se enfadaron ayer. Es muy raro. Tú estabas con ellos, ¿no notaste nada raro? —pregunta Miriam a Paula.

—No, nada fuera de lo normal. Tu hermano nos explicó lo de las derivadas y Diana se quejó de que no se enteraba de nada. Se enzarzaron un par de veces, pero no para que se fuera como nos has contado.

—Sigo pensando que todo esto es rarísimo. Y me siento algo culpable. Quizá se pelearon por algo relacionado con lo que le dijimos a Diana —insinúa Miriam, que es la que más preocupada parece.

—¿Que se gustaban?

—Sí. Tal vez Diana se lanzó y no salió bien. O algo así.

Las tres reflexionan sobre el asunto unos segundos.

—Puede ser. La machacamos mucho con el tema. Pero no me puedo imaginar qué pudo pasar en esa habitación después de que yo me marchara para que la cosa terminara de esa forma. Creía que, al dejarlos solos, se liarían o hablarían de lo que sentían el uno por el otro.

—Y es posible que eso fuera lo que pasará: que Diana le dijera algo a mi hermano y que este le diera calabazas. Aunque yo era la primera convencida de que a Mario le gustaba Diana.

—Yo también lo creía —señala Cris.

—¿Pero creéis que por eso iba Diana a faltar a clase y a desconectar el móvil? —pregunta la mayor de las Sugus.

—Cuando anoche hablé con ella, no me contó nada y no parecía que estuviera tan mal.

Miriam y Cris miran a su amiga sorprendidas.

—¿Hablaste con Diana anoche por teléfono?

—No, por el Messenger. ¿No os había dicho nada?

—¡No! —responden casi al unísono las dos.

Paula entonces duda si explicarles a sus amigas lo que sucedió la noche anterior. Álex ha estado rondando en su cabeza toda la mañana, pero no estaba segura si debía contárselo todo a las chicas. Éste podría ser un buen momento para hacerlo.

—Pues sí, hablé con ella. Es que ayer fue un día muy movidito.

Y comienza a relatarles la historia. Durante varios minutos Miriam y Cristina escuchan incrédulas lo que Paula les narra como si de un cuento de los Hermanos Grimm se tratase: los mensajes falsos de Álex, el encuentro con Irene, la conversación con Diana y, finalmente, la visita de noche del escritor a su casa, en la que le declaró lo que sentía.

—Tendrían que escribir una novela con tu vida —comenta Cris cuando Paula termina de hablar.

—Tampoco es para tanto.

—Yo creo que si alguien leyera esa novela, pensaría que esas cosas no pasan en la vida real y que el escritor tiene demasiada imaginación —insiste Miriam.

—La realidad siempre supera a la ficción —añade Cristina, que se ha puesto de pie para dejar pasar a uno de los chicos mayores que regresa a clase. Falta muy poco para que el timbre vuelva a sonar.

—Dejadlo ya, ¿no? No sé para qué os cuento nada.

Miriam sonríe y abraza a su amiga. Luego la besa en la mejilla.

—Si es que eres una rompecorazones. Todos los tíos van detrás de ti. Y no me extraña, con lo buena que estás.

Y vuelve a besarla, esta vez con achuchón incluido.

—¡Qué dices! ¡Anda, cállate!

Otros dos chicos de segundo pasan por su lado y se quedan mirándolas como si pensaran: «¡Cómo están las de primero!». Paula y Miriam se dan cuenta y se sonrojan. Cris, que sigue de pie, ríe y saluda tímida a los chicos que continúan subiendo la escalera.

—Bueno, ¿y qué vas a hacer? —pregunta Miriam, que se levanta del suelo.

—¿Con Álex?

Paula también se incorpora. Se encoge de hombros y suspira.

—Lo mejor va a ser cuando se junten los dos en tu fiesta de cumpleaños y los presentes.

—Uff, calla.

—Pero tú quieres a Ángel, ¿no? —interviene Cristina.

—Claro. Estoy enamorada de él, es mi novio. Álex es solo un amigo al que ni siquiera conozco bien. Pero…

—¿Pero?

—No sé. Esto no es nada fácil para mí. Álex es muy agradable, guapo, muy romántico, inteligente. Vamos, el chico perfecto.

—¡Joder! ¡Preséntanoslo ya! —grita Miriam.

Paula arruga la frente, aunque sonríe. Si Álex saliera con una de sus amigas, sería el fin del problema. O tal vez este se incrementara todavía más.

—En mi cumpleaños os lo presentaré.

—Bien. Si tú no lo quieres, para una de nosotras.

—¡Qué loba eres, Miriam! Te pareces cada vez más a Diana.

—Capulla.

Miriam intenta golpear con el pie el culo de Paula, pero esta la esquiva.

—No, en serio. Es un tema complicado. Y no sé qué pasará.

—Te entendemos —dice Cristina.

—Y lo que más me inquieta de todo es que Álex parece convencido de que tendrá su oportunidad.

—Y eso te está haciendo dudar entre ambos.

—No lo sé. Si piensa eso es que cree que puede llegar a conquistarme. Y aunque yo quiera a Ángel, y mucho, esta situación me supera. Estoy hecha un lío.

—Pero si tú quieres a Ángel cien por cien, no deberías tener ese lío hecho, ¿no?

—No lo sé, Miriam, no lo sé. Sé que lo quiero. Pero Álex se ha cruzado en el camino y no sé si me gusta.

El timbre suena indicando que el recreo se ha acabado. Las chicas lo oyen y guardan silencio hasta que para. Ha sido como el punto final de la conversación.

Las tres entran en clase y comprueban que Diana sigue sin aparecer. Tampoco sabrán de ella en lo que queda de mañana.