sa mañana de marzo, en un lugar de la ciudad.
«Cerrada». Ésa fue la primera palabra que Ángel escuchó cuando llegó hace un rato a la redacción de la revista. Luego su jefe le besó en la frente y lo abrazó como si fuera su propio hijo. Jaime Suárez está muy satisfecho con el número que saldrá en abril y que de madrugada se encargó de finiquitar. Hoy no durmió en casa, ni en casa ni en ninguna parte, porque ni tan siquiera durmió: era una tradición que cumplía a rajatabla el último día antes de mandar la publicación a imprenta.
—¡Será un éxito sin precedentes! ¡Que tiemblen los de la Rolling y los de los Cuarenta! —gritaba enloquecido, triunfante, caminando nervioso de un lado para otro. La entrevista y la magnífica portada de Katia garantizaban muchas ventas; Jaime calculaba que más del doble que las que habitualmente tenían. El esfuerzo y el trabajo de la pequeña redacción de su revista sin duda tendrían su recompensa. Y quién sabe si con aquel número la publicación despegaría y se haría un sitio importante entre las revistas musicales del mercado.
Ángel, sin embargo, no se muestra tan entusiasmado. Sonríe cuando su jefe se le acerca y le piropea. Hasta ha chocado los cinco con él. Pero algo en su interior no le permite estar todo lo feliz que debiera.
Durante la noche le ha dado muchas vueltas al regalo de Paula. ¿Ha hecho bien pidiéndole a Katia que le dedicara la canción a su novia?
No está seguro. A ratos se arrepiente de haber sido tan atrevido, pero en otros imagina lo contenta que su chica se pondrá cuando escuche Ilusionas mi corazón exclusivamente para ella.
—Ángel, ¿estás haciendo algo?
Jaime Suárez está a su lado con una sonrisa de oreja a oreja. No lo ha visto llegar.
—No, don Jaime. Miraba el planillo del mes de mayo —contesta el chico, intentando aparentar tranquilidad.
Es lo que tiene el mundo del periodismo: no se ha terminado con una cosa cuando ya se está empezando con otra. Y en una revista mensual se trabaja a contrarreloj. Por eso en el mes de marzo ya se prepara lo que va a salir en el de mayo.
—Así me gusta. Llegarás lejos. Esto te queda muy pequeño ya.
—Estoy muy a gusto aquí.
—Bueno, bueno, eso es porque también te tratamos muy bien, ¿no?
Ángel sonríe y asiente con la cabeza.
—Claro, don Jaime.
—Bien, bien —dice el hombre, que prepara el terreno para soltarle una noticia impactante a su joven pupilo—. Entonces estás contento aquí con nosotros, ¿no?
—Mucho.
—Bien, bien.
El hombre se frota la barbilla dándose importancia. Ángel se da cuenta y le sigue el juego.
—¿Tiene algo que contarme, don Jaime?
—¡Oh! Tienes un gran sexto sentido —reconoce, como si se sorprendiera de que el joven periodista haya descubierto que tiene algo que decirle—. Eso es muy importante en nuestra profesión. Fundamental. Pues sí, quería decirte algo. Has hecho un trabajo excelente en este mes y, como recompensa, si todo va como esperamos con el número de abril, quiero aumentarte el sueldo.
Ángel lo mira incrédulo. No esperaba algo así.
—¿Ah, sí?
—Sí. Estás haciendo una labor extraordinaria, trabajando muchísimo y haciendo horas extras que ni te corresponden. Te lo mereces. Y además…
Jaime Suárez se inclina y teclea en el ordenador de Ángel una dirección electrónica. Da al enter y luego anota una contraseña en un barrita que está en blanco, y señala algo con la mano en la pantalla.
—¿Ves? Es la página web de la revista. Solo cuenta con un par de meses de existencia y no recibe demasiadas visitas. Pero el director piensa potenciarla a partir de abril.
—¿El qué, don Jaime?
—Esta columna que ahora está llena de publicidad. La borramos y… ¡ya está! En este espacio libre quiero que escribas una columna de opinión.
—¿Quiere que escriba una columna de opinión en la página web?
—Sí. Siempre que tú quieras, claro. Por supuesto que se te remunerará como es debido. Aquí no se hacen las cosas gratis. Y si alguien tiene que llevarse más dinero, ese vas a ser tú. ¿Bueno, qué me dices?
Ángel está en blanco. Una subida de sueldo y una columna de opinión en Internet. No esperaba nada de esto.
—Vaya. Me siento halagado. No sé cómo agradecérselo.
—Pues con que sigas escribiendo como hasta ahora, me vale. Además, esto te puede abrir puertas y que gente importante se fije en ti.
—Gracias, don Jaime. No le defraudaré.
—Claro que no. Sé que lo harás muy bien. Solo espero que te acuerdes de este viejo director cuando seas un tipo famoso.
—¿Cómo podría olvidarle, jefe? Eso es imposible.
El hombre trata de no emocionarse con las palabras del chico. Su imagen de tipo duro y malhumorado podría quedar en entredicho.
—Vale, vale. Menos peloteo. Mira, he pensado que para empezar podrías escribir sobre Katia.
—¿Sobre Katia?
La sorpresa de Ángel es mayúscula. Parece que una vez tras otra su camino y el de la cantante del pelo rosa se entrelazan.
—Sí, así aprovecharíamos el tirón y la revista se beneficiaría.
—¿Y qué escribo sobre ella que no haya escrito ya?
—No lo sé, eso es cosa tuya. Pero creo que la has conocido bastante en estos días, ¿me equivoco?
—Bueno…
El periodista se pone un poco nervioso. No cree que su jefe esté refiriendo a nada sexual a pesar de guiñarle un ojo y emitir una estúpida tosecilla. ¿O tal vez sí?
—Podrías hablar de cómo es como persona, qué te ha transmitido, alguna anécdota. No sé, algo personal, que parezca que ella y tú sois íntimos.
—¿Íntimos? ¿A qué se refiere?
—¡Joder!, no seas malpensado. No estoy hablando de que dé la impresión de que os acostáis juntos sino de que sois colegas, amigos desde hace tiempo.
—Pero si solo la conozco desde hace una semana.
¡Solo una semana y la de cosas que han pasado en ella! Si su jefe supiera…
—Ángel, una de las misiones del periodista es que las cosas que sean ciertas, se vean como ciertas, y las que no lo son, lo parezcan. No hablo de que mientas, sino de que adaptes la realidad. ¿Comprendes?
—Más o menos.
—Estoy seguro de que te saldrá muy bien.
El hombre le da dos palmaditas en el hombro y se aleja canturreando, feliz por haber dado otra lección periodística.
Ángel lo observa. Es todo un personaje. Su jefe es capaz de dirigir él solo la revista y además sabe cómo enganchar a sus trabajadores e incentivarlos. Es un periodista de la vieja guardia y gracias a él puede aprender muchos secretos de la profesión.
Bien, no ha comenzado mal la mañana: mejora de sueldo y nueva sección. No está mal. Aunque ahora y de improviso tiene una nueva tarea: escribir una columna de opinión sobre Katia. No será sencillo mezclar información, realidad y subjetividad. ¿Por dónde empieza? Pero, como si el destino estuviera esperando el momento adecuado, su teléfono móvil suena. Evidentemente, no podía ser otra.
—Hola, Katia. Buenos días.
—¡Buenos días, Ángel!
Parece feliz. ¿Eso es bueno o malo? Algo le dice al periodista que habrá de todo.
—¿Cómo estás?
—Muy bien. Tengo buenas noticias. Acabo de hablar con Mauricio y me ha conseguido una cabina en un estudio para esta tarde a las seis.
—¿En un estudio? ¿Cómo lo ha hecho?
—Una cadena de favores, como la película. Es mejor no preguntar demasiado.
—Muchas gracias, pero no quería ocasionarte tantas molestias.
—No sido nada del otro mundo, no te preocupes. Eso sí… —La chica duda un segundo en cómo continuar, pero enseguida se lanza—, me encantaría que vinieras conmigo.
«Uff, la cadena de favores sigue en funcionamiento», piensa Ángel.
—Pero ¿qué pinto yo allí, Katia?
—Bueno, el CD es para tu novia. Si no pintas tú, ya me dirás…
La cantante parece algo ofendida. Y tiene razón. Es normal que acuda al estudio durante la grabación del tema y no solo a recoger el CD una vez que esté terminado.
—Está bien, iré.
—¡Genial! ¿Te recojo en tu casa o en la redacción?
El chico suspira. Mejor en casa. Si vuelven a ver a Katia en la revista los rumores se dispararían hasta quién sabe dónde.
—En casa.
—Perfecto. Entre las cinco y cuarto y las cinco y media estaré en tu piso.
—Vale.
—Será divertido.
Silencio.
Ángel vuelve a suspirar. ¿Por qué no se le ocurriría otro regalo? Aquello lo hace por Paula y por ver la cara que se le queda cuando escuche Ilusionas mi corazón con su propio nombre. Pero hay cierto riesgo.
—Katia, perdona. No puedo hablar mucho más. Estoy en la redacción, con un artículo entre manos. Ya nos vemos esta tarde.
—Muy bien. Entre cinco y cuarto y cinco y media me pasaré por ti. Que te sea leve el trabajo. Un beso.
—Un beso.
Cuelgan.
Ángel se levanta de su silla y camina hasta la ventana. Sigue lloviendo.
En su rostro se refleja la preocupación y la incertidumbre. Solo espera no meter la pata y que no sucedan hechos como los que en días anteriores han pasado. ¿Estará haciendo lo correcto?
En unas horas tendrá la respuesta.