sa mañana de marzo, en un lugar alejado de la ciudad.
Lo recuerda todo perfectamente, como si lo estuviera viviendo en ese instante. Su aroma, ese ligero y dulce olor a vainilla, su tacto, sus ojos… Álex tiene memorizado en su mente, segundo a segundo, lo que pasó anoche. Su piel, su voz, su abrazo. Un abrazo de significados e intenciones ¿inocentes? Sí. No hay por qué pensar otra cosa.
Descorre la cortina y mira por la ventana. Observa cómo la lluvia cae con fuerza, arañando el suelo, furiosa. Sonríe.
Coge el móvil y escribe a Paula: «Hola de nuevo. Sí, adoro que llueva. Me inspira. Pero lo que más me inspira en estos momentos es pensar en ti. Me encantas. Un beso y espero verte cuanto antes». Enviar.
Álex deja la cortina recogida y enciende la luz de su dormitorio. Está contento, más de lo habitual. El encuentro de ayer fue como si le hubieran inyectado nuevas ilusiones. Sabe que no va a ser fácil: Paula tiene novio y no está enamorada de él, pero hay una esperanza, una oportunidad por la que va a pelear. Y a eso se tiene que aferrar.
¿Por qué no va a conseguirlo?
Sin embargo, no todo es optimismo. Hay un asunto que debe resolver. Pero ahora no. Paciencia.
El escritor sale de la habitación. No se ha vestido; baja la escalera con un pantalón corto por encima de las rodillas y una camiseta de tirantes que ha usado para dormir. Entra en la cocina. Allí está Irene, soplándole a una taza de café humeante. No va tan seductora como de costumbre, aunque la camiseta blanca que lleva se ajusta muchísimo al pecho.
Cuando la chica lo ve, lo examina de arriba abajo. Contempla con devoción los músculos de los brazos y de las piernas de su hermanastro, mucho más desarrollados que en el tiempo en el que vivían juntos. Está bueno. Le vienen muchas cosas a la cabeza, pero ninguna es posible. De momento.
—Buenos días.
—Buenos días. ¿Aún no te has vestido? Se nos hace tarde —responde Irene, tratando de disimular el deseo que le provoca Álex.
—Hoy no voy contigo. Me quedaré todo el día en casa. Luego llamaré para anular las clases.
—Ah, ¿y eso? ¿Es por la lluvia?
—Más o menos. Además, tengo cosas que hacer aquí.
Álex se sirve una taza de café con leche y lo calienta en el microondas. Irene no pierde detalle y se muerde los labios. Es una tentación enorme vivir bajo el mismo techo que él y una pena no poder disfrutarlo todo lo que quisiera. Poco a poco. Algún día.
—¿Fue todo bien anoche con tu amigo?
El chico tarda en comprender a lo que se refiere su hermanastra, pero reacciona a tiempo.
—Sí, muy bien. Todo perfecto.
—¿Y el coche? ¿Te dio muchos problemas?
—Ninguno. Es muy sencillo de conducir. Gracias por dejármelo.
—No tienes por qué dármelas. Hay confianza. Aunque, si te soy sincera, temí que te estrellaras por ahí.
—Pues ya ves que no. Estoy de una pieza.
«¡Y qué pieza!», piensa la chica. Está buenísimo. Con esa camiseta de tirantes que se le pega al cuerpo no puede ser más sexy.
—Te esperé un rato, pero, al ver que no llegabas, me fui a dormir. Estaba cansada.
—No tenías que esperarme. Pero gracias.
El café está listo. Álex lo saca del microondas y da un primer sorbo. Excesivamente caliente.
—Bueno, yo me voy ya —comenta la chica echando una última ojeada a la parte trasera del pantalón corto de su hermanastro.
—Vale. Que tengas un buen día.
—Seguro que sí.
—Seguro.
—Además, hoy no tengo clases por la tarde, así que vendré a comer. ¿Estarás?
—No lo sé. Posiblemente.
—¿Comemos juntos?
—No sé a la hora que comeré.
—Vale, vale. No insisto más —protesta, sin perder el buen humor con el que se ha despertado—. Me voy, que llego tarde.
—Adiós, Irene.
La chica sonríe y sale de la cocina.
Instantes más tarde, Álex oye cómo arranca el motor del Ford Focus y luego se aleja. Se ha quedado solo en casa.
Esa misma mañana de marzo, en un lugar de la ciudad.
Otra noche sin dormir. ¿Cuántas van? Muchas. Pero al menos, gracias a su insomnio, ha terminado lo que se propuso hace unos días.
Mario camina por la calle bajo un pequeño paraguas marrón oscuro; va despacio, reflexivo, solo. Su figura se refleja en los innumerables charcos que se han ido formando a lo largo de la madrugada y con los que se ha encontrado la ciudad al amanecer.
Es muy extraño cómo se han ido desarrollando los acontecimientos. Ésta iba a ser la semana de la verdad, en la que de una vez por todas le confesaría sus sentimientos a la chica que lleva tanto tiempo amando, y ya es jueves y aún nada de nada. Es más: han surgido otros asuntos que no entraban entre sus planes, hechos imprevistos, desconcertantes. Una circunstancia tras otra se ha ido interponiendo en su camino. Por ejemplo, el enfrentamiento con aquella metomentodo tozuda y descarada.
Dana, en realidad y a su pesar, ha ocupado su mente casi toda la noche. Más que Paula. No se siente muy bien con lo que le dijo y le ha dado muchas vueltas a su comportamiento y al de la chica. ¿Conclusiones? Ninguna fiable.
La lluvia arrecia ahora y el chico tiene que encorvarse un poco para que no se le moje la mochila que lleva colgada en la espalda. Acelera el paso. El instituto está cerca, pero, si no se da prisa, se calará.
¿Y si Diana se ha enamorado de él?
Lo que le soltó ayer en su habitación fue producto de la presión a la que lo estaba sometiendo. Fue un calentón, no pensaba lo que decía, pero ¿y si fuera verdad? ¿Y si Diana estuviera decepcionada porque quien le gusta es Paula y no ella?
No sabe si quiere averiguarlo.
En cualquier caso, tiene que pedirle perdón y arreglar aquel problema cuanto antes para poder volver a centrarse en Paula y en la manera de mostrarle que es de ella de quien está enamorado.