la mañana siguiente, un jueves de marzo, en un lugar de la ciudad.
El sonido del móvil la despierta. Es un SMS. Enciende la luz de su cuarto y lee con los ojos medio cerrados: «Buenos días, princesa. ¿Cómo has dormido? Tengo ganas de verte. ¿Quieres quedar para comer? ¿Puedes? Me apetece mucho saborear tus labios. Espero tu respuesta. Te quiero».
Paula sonríe sentada en la cama. Da gusto despertarse de esa manera, aunque aún queden cuatro minutos para que suene la alarma del despertador. Ángel es un encanto. Es afortunada por tener un novio así.
Se despereza y resopla. Luego inspira el aroma del café recién hecho que llega hasta su habitación. Su madre lleva un buen rato levantada.
¿Qué ha soñado? No lo recuerda.
¿Lo de Álex de ayer fue un sueño? No, pasó de verdad, y sus confesiones también.
Cuando se despidió de ella prometió que lucharía por una oportunidad. No la presionaría con sus sentimientos, pero tampoco iba a darse por vencido.
¡Qué cosas pasan! Lleva un montón de tiempo sin novio, sin que nadie la llamase la atención, y ahora, a la vez, aparecen dos chicos, sueño de cualquier chica, que afirman estar enamorados de ella. ¿Esto no pasa solo en las películas y libros?
Pues no. En la vida real también surgen historias de este tipo, y ahora le está sucediendo a ella. ¡Quién se lo iba a decir! Es nada menos que la protagonista de un triángulo amoroso.
¿Triángulo amoroso? Mueve la cabeza de un lado para el otro. Alocada, alborotando su pelo suelto despeinado. Y se deja caer hacia atrás en la cama.
No hay triángulos ni cuadrados ni nada. Está con Ángel. Su novio es Ángel. Y no hay más discusión. Pero es que Álex… No. Álex es su amigo. Solamente eso. Sin embargo, no puede negar que le gusta.
¿Y si logra enamorarla como dijo anoche?
Uff.
Mira al techo, pensativa. Realmente, tiene un problema.
¿Ángel o Álex?
El despertador le da un gran susto. Ya han pasado los cuatro minutos. Se gira y lo apaga maldiciendo la hora que es. Debe de ponerse las pilas si no quiere llegar tarde una vez más. Pero antes debe de responder el mensaje de Ángel. Coge el móvil y escribe: «Buenos días, cariño. Gracias por sacarme una sonrisa desde el amanecer. Sí, puedo ir a comer contigo, aunque a las cinco he quedado para estudiar. ¿Me recoges después de clase? Un beso. ¡Te quiero!».
Enviar.
Será muy bueno para reafirmar y garantizar sus sentimientos. Espera no meter la pata. No quiere hacerle daño y que piense que tiene dudas acerca de su relación. No, no hay dudas. Su novio es Ángel: Ángel.
Deja el teléfono en la mesita de noche y, por fin, se pone en pie.
Mira por la ventana y se sorprende al comprobar cómo una gran tromba de agua cae sobre la ciudad. El cielo está oscuro y los coches vuelan bajo la lluvia, con las luces encendidas. Los charcos se amontonan en la calzada y los paraguas desfilan por las aceras.
El clima es muy caprichoso. Hace tres días estaban soportando un calor impropio de marzo y hoy el invierno ha regresado en toda su plenitud.
Otro SMS. Ángel ha contestado muy deprisa.
Sonriente, coge de nuevo el móvil y abre el mensaje recen recibido.
«Buenos días. ¿Estás despierta? Evidentemente, sí. Si no, no estarías leyendo el SMS. ¿Sabes una cosa? Me he despertado pensando en ti. Disfruta el día. No me rindo. Un beso preciosa».
Paula se sienta en la cama, cierra los ojos y suspira profundamente. Ha sentido un escalofrío al leer el mensaje que Álex le ha mandado. ¡Qué bonito!
Pero su novio es Ángel. Ángel. Ángel. Ángel.
¿Contesta? Claro. No puede ser maleducada. Debe hacerlo.
«Buenos días. ¿Has visto cómo llueve? Igual te sirve para inspirarte. ¿No preferías la lluvia al sol para escribir? Yo me voy ya a clase, que llego tarde, como siempre. Espero que tú también disfrutes el día. Un beso, escritor».
Lo relee un par de veces antes de mandarlo. ¡Qué sosa! Pero no es conveniente actuar de otra forma. Tampoco puede darle demasiadas esperanzas. ¡Tiene novio! Así está bien.
Enviar.
Qué lío. Nunca imaginó encontrarse en una situación como esta.
—Paula, ¿estás despierta? —pregunta su madre, que entra de repente en la habitación, sin llamar.
La chica esconde el móvil debajo de la almohada y se dirige hasta el armario.
—Sí, ¿no lo ves? Ya bajo.
—Vamos, date prisa, que te lleva tu padre a clase.
—¿Ah, sí? ¿Y eso?
—¿No has visto lo que está cayendo? Dice que se queda más tranquilo si te lleva él al instituto.
—Vale. Enseguida bajo.
Sin prestar atención a su madre, Paula abre el armario y comienza a examinar los percheros, uno por uno. Está indecisa.
—Paula…
Mercedes cierra la puerta, pero no se va de la habitación. Hay un asunto que le preocupa.
—Dime, mamá.
—Respecto a lo de anoche…, al chico que vino a verte.
—¿Sí, qué pasa?
—¿No nos vas a contar lo que quería?
—Ya os dije, mamá. Es una migo que tenía que decirme una cosa. Ya está.
Después de que Álex se marchara, Paula entró en su casa bastante desconcertada. Lo que menos le apetecía era tener una conversación con sus padres. Sin embargo, curiosamente, no la estaban esperando. Pero diez minutos más tarde, cuando se acaba de acostar, Mercedes y Paco entraron en su habitación para preguntarle sobre aquella misteriosa visita. La chica solo les contó que era un amigo que tenía que hablar con ella de asuntos personales. Sin detalles. A pesar de que sus padres querían saber más, era tan tarde que no insistieron.
—¿Y no vas a decirnos nada más?
No hay más que decir sobre el asunto.
La mujer se sienta en la cama y observa a la chica mientras esta elige que se va a poner. Es sorprendente lo mucho que ha cambiado en tan poco tiempo. No le extraña que vuelva loco a los chicos. Se ha convertido en una chica preciosa.
—Pero no es tu novio.
—No, mamá. Mi lo es. Mi novio es Ángel. Ya lo sabes.
—Entonces…
Paula se gira y mira a su madre. Lleva en las manos unos pantalones vaqueros marrón y un jersey de cuello alto blanco.
—Entonces, se hace tarde. Y todavía me tengo que vestir. Y no quieres que llegue tarde, ¿a que no?
—No.
—¿Me dejas entonces que me vista? Por favor —ruega con una sonrisa.
Su tono de voz es amable, simpático. No quiere ser borde con su madre, pero a veces se pone muy pesada.
—Te dejo. Ya me voy. No tardes mucho.
—Tranquila, mamá.
Mercedes se levanta de la cama, le da un beso y sale del dormitorio con la sensación de que cada vez conoce menos a Paula. Se está transformando. Ya no es una niña y, por tanto, su vida privada tampoco es la de una cría. ¡Va a cumplir diecisiete años!
Debe de confiar en ella, aunque tiene miedo de que, en esos cambios que está experimentando, alguien pueda hacerle daño.
Pero lo que no imagina Mercedes es que su hija también es capaz de hacer daño a otras personas. Los acontecimientos que se producirán en las siguientes cuarenta y ocho horas van a dar fe de ello.