sa noche de marzo, instantes después, en esa parte de la ciudad.
Hace frío, diez grados o tal vez menos. No se ven las estrellas ni la luna. No es una noche de enamorados sino una noche para estar en casa, arropado con mantas y alrededor de la chimenea. Una noche de abrazos calientes que cobijen y protejan. Es una noche sin magia, oscura, de sombras alargadas persiguiéndose unas a otras, de silencio. Es una de las últimas noches invernales en la antesala de la primavera.
Álex y Paula caminan juntos. Él está tenso y no sabe por dónde empezar; ella, nerviosa con la manos unidas en el vientre, abrazándose. Tiembla.
—¿Nos sentamos allí? —pregunta el chico, señalando un banco al lado de una fuente que esta noche no funciona.
—Vale.
Álex tiene miedo de que Paula salga corriendo en cualquier momento y se encierre en su casa. Sería lógico. Irene la puso entre la espada y la pared. Ahora le toca a él ser convincente para solucionarlo todo. Le tiene que creer, no puede dejar dudas.
Se sienta en el banco, Álex en el lado izquierdo, Paula en el centro.
La mira y sonríe, pero ella no le responde. No le apetece sonreír. Piensa que aquella es un error, que se está entrometiendo en una relación y en cualquier instante esa chica histérica aparecerá de alguna parte con un cuchillo en las manos para asesinarla.
—Diana me lo ha explicado todo —dice Álex, rompiendo el hielo.
Directo al grano. Aparta la mirada y fija sus ojos en la fuente que no hecha agua.
—Ah.
Así que su amiga no ha sido capaz de guardar el secreto. No la culpa por ello, pero sí la fastidia. A partir de ahora tendrá que tener cuidado con lo que cuenta y a quién se lo cuenta.
—Y quiero decirte que es mentira. Irene se lo ha inventado todo.
—Ya.
—Tienes que creerme Paula. Todo lo que te dijo es falso.
Paula mira entonces al chico a los ojos, esos ojos castaños embrujadores. No son tan llamativos como los de Ángel y sin embargo transmiten lo mismo. Su madre siempre dice que la belleza de unos ojos no reside en el color, sino en lo que expresan. Y los de Álex son tanto o más expresivos que los de su novio.
—¿Y por qué tu novia me soltó todo aquello?
—Irene no es mi novia, es mi hermanastra.
La chica se queda con la boca abierta. ¡Su hermanastra! ¿De verdad? De todo lo que podía poner como excusa, nunca pensó que llegaría a tanto.
—¿Tu hermanastra? ¿Me estás tomando el pelo?
—No. Te lo juro. Es la hija de la mujer de mi padre. Ha venido tres meses para hacer un curso. Se queda en mi casa porque no tiene otro sitio adonde ir en la ciudad.
—Qué lío.
—Y por supuesto no tengo una relación con ella.
—¿No está embarazada?
Álex sonríe.
—No. Al menos de mí, claro. Nunca me he acostado con ella y nunca podría hacerlo.
—Pues es preciosa.
—¿Y qué? Es un miembro más de mi familia. Aunque no tengamos la misma sangre, ella no deja de ser la hijastra de mi difunto padre.
—¿Tu padre ha muerto? Lo siento.
—No te preocupes. Hace tiempo ya de eso y he aprendido a vivir sin mis padres. Es doloroso, pero cuando terminas aceptándolo porque ellos ya no van a volver y la vida sigue.
Paula sienta admiración por Álex. Le encanta cómo habla y cómo es capaz de expresar sus emociones.
—Debió ser duro.
—Sí, pero es pasado. Y ahora no me va mal del todo. Aunque este asunto me está afectando mucho.
—¿De verdad?
—Claro. Sí no, no estaría aquí. Además me siento responsable de que todo esto haya pasado.
—Tú no tienes la culpa.
—En parte sí. No sé como mi hermanastra averiguó tu teléfono ni cómo consiguió engañarnos a los dos. A ti para que fueras a verla y a mí para no enterarme de nada.
—Si está viviendo contigo, tiene acceso a tu ordenador y a tu móvil.
—Sí, pero de todas formas ha sido muy hábil para que no me diera cuenta de lo que estaba tramando.
—Lo que no entiendo es el motivo. ¿Por qué me dijo todo eso? ¿Por qué quería apartarme de ti?
Álex suspira.
—Paula, no todo lo que te dijo Irene es falso.
—¿Ah, no?
—No. No soy su novio ni la he dejado embarazada. Pero si es cierto que… estoy empezado a sentir algo. Me estoy enamorando de ti Paula.
Una sensación indescriptible recorre por dentro de Paula, de abajo a arriba. Un escalofrío lleno de sentimientos contrapuestos.
—Álex, no creo que sea así.
—Sí lo es. Estoy seguro de ello.
—Pero si apenas sabes cómo soy. No hemos pasado el suficiente tiempo juntos ni…
—¡Ya! No me importa. Sé lo que siento Paula.
—¡Sí nos conocimos el jueves! ¡No hace ni una semana!
—¿Y qué? No me hacen faltan semanas, meses o años para darme cuenta que me gustas. ¿Tú no crees en el amor a primera vista? ¿En los flechazos?
—Sí, pero…
—Pues eso me ha pasado contigo. Pienso en ti en todo el tiempo, no me concentro cuando escribo ni cuando toco el saxo… Y es por ti.
Los ojos de Álex lucen en la oscuridad. Brillan vidriosos por la emoción, por la confesión de sus sentimientos, por estar viviendo los minutos más importantes en toda su vida.
—Pero Álex… Yo… no puedo… Estoy con alguien.
—Ya, tienes novio.
—Sí, tengo novio.
—Me da igual.
—¿Cómo que te da igual? —El chico se pone de pie y mira a Paula directamente a los ojos.
—No me da igual, pero no voy a huir de lo que siento. No puedo hacerlo.
—Álex, tengo novio.
—Ya, pero no puedo renunciar a lo que mi corazón está sintiendo. Y menos sin pelear. Voy a luchar por ti y, si no te enamoras de mí, si no te consigo, pues procuraré alejarme. Pero quiero tener otra oportunidad.
El chico vuelve a sentarse en el banco, esta vez en el lado derecho. Los dos permanecen un rato en silencio, mirándose unas veces y esquivando las miradas, otras; pensativos.
—De verdad que no sé qué decir. Esto me ha cogido totalmente desprevenida.
—Perdona, pero tenía que decírtelo.
—Uff… No me creo que esto esté pasando.
—¿Tan malo es? ¿Te molesta tanto que este enamorado de ti?
—No es eso, Álex. Me siento halagada, pero ponte en mi situación. Es muy complicado saber que sientes eso por mí.
—¿Por qué es tan complicado? Tú no pierdes nada, solo ganas. Tienes a tu chico y a mí. No debes escoger, sólo dejarte llevar por lo que vas sintiendo. Y si no soy yo con la persona que quieres estar, me retiraré. Pero ahora mismo, por ti y por mí, tengo que buscar mi oportunidad.
—¿Y qué harás? No sé de qué manera actuaremos a partir de ahora.
—Pues de la misma forma que hasta hora. Siendo yo mismo y tratando de conocerte cada día un poco más.
—¿Y qué pasa con Ángel? ¿No le digo nada?
—Eso es cosa tuya, Paula. Pero no tiene por qué saber que hay alguien que siente por ti lo mismo que él. No es necesario.
—¡Uff!
Paula agacha la cabeza y se inclina. Tiene las manos en la cabeza y repentinamente se echa el pelo hacia atrás. Está hecho un lío.
Por una parte tiene a Ángel, al que quiere, está segura de eso, ama a su novio y sus sentimientos irán a más porque su relación acaba de empezar. Pero por otra parte está Álex: es simpático, muy guapo, romántico como nadie. El chico perfecto. Y dice que la quiere. Y ella… no puede negar que se siente atraída por él. No es amor, o eso cree, pero está a gusto a su lado y, cuando lo mira y sonríe, se para el mundo.
Álex se acerca a Paula. Sus piernas se tocan. La chica lo mira confusa.
—No tengas miedo —dice calmado.
Cree que no sabe. No quiere estar tan pegada a él, pero se deja llevar. Sus ojos contactan con la penumbra.
—Álex… no puedo. De verdad.
—¿Qué no puedes?
—Besarte.
El chico sonríe. No se aparta. Y extiende los brazos.
—Aunque me muero por besarte, sólo quiero que me des un abrazo.
La chica sonríe también. Y lo abraza.
Los dos cierran los ojos. Sienten sus cuerpos juntos, su calor bajo el frío de la noche. Un abrazo de sentimientos por definir, aunque inocente sin más.
O eso era lo que ellos creían en ese momento.