Capítulo 65

sa tarde de marzo, en un lugar de la ciudad.

Está delante de la puerta. No quiere parecer ansioso, pero lo está. Ansioso y nervioso y deseoso y no sabe cuántos estados de ánimos diferentes que terminan en -oso. Respira hondo. Sí, otra.

Desde que sonó el timbre habrá respirado hondo unas siete veces. Inspira, espira. Inspira, espira. Le faltan las contracciones para asemejarse a una embarazada a punto de dar a luz. Además de unos cuantos kilos y del bebé dentro. Instintivamente, se mira la ropa, la encoge y se alisa la camiseta, una negra que no se pone mucho y que le hace más delgado y fibroso. Bueno, delgado está. Fibroso… Manos al pelo, último repaso. Todo en orden.

Sonrisa de muchos dientes. Ya. Listo.

El timbre vuelve a sonar.

¡Qué susto! No lo esperaba.

Mario se precipita sobre el pomo y abre. En la maniobra pierde la sonrisa ensayada anteriormente, pero enseguida la recupera al verla. No es la que había preparado. Ésta es más sincera, menos exagerada, más tímida, menos estudiada. Es la sonrisa de quien ve a la chica de sus sueños frente a frente, la sonrisa del enamorado.

—Hola, Mario —dice Paula, que también sonríe aunque su sonrisa es diferente.

—Hola.

¿Dos besos? ¿Qué se hace en esos casos? Los dos dudan un instante, pero finalmente ella se decide y acerca su rostro al de él.

Dos besos.

—Menos mal que has abierto, ya empezaba a pensar que nos quedábamos otro día sin estudiar.

Estudiar, ¿estudiar…? Sí, es verdad. Está allí para eso. No es una cita de esas románticas.

—Perdona, es que mis padres y mi hermana no están. He tenido que bajar desde mi habitación.

¡Uff! Le sudan las manos. Espera que solo sean las manos. Está tenso ¿Por qué? Conoce a Paula desde hace muchísimo tiempo. Llevan yendo varios años a la misma clase y ella ha estado en su casa en multitud de ocasiones con Miriam y las otras dos Sugus. No hay motivos para sentirse así. Siendo realistas, sí los hay. Y es que por primera vez en su vida está a solas con la chica que ama. Pero tiene que tranquilizarse.

—¿Puedo pasar? —pregunta Paula.

¡Qué gilipollas! Ni siquiera la ha invitado a entrar. Nervios, ansiedad, dolor de estómago. ¿Son eso contracciones? Inspira, espira. Inspira, espira.

—Claro, claro. Perdona.

El chico se aparta, dejando paso a su invitada. Ella entra en la casa tranquilamente, con un caminar sereno, pero seductor, Mario la sigue con la mirada. Sus ojos se van a sus pantalones vaqueros. Vaya, no quería. Se promete a sí mismo que no quería mirar ahí. ¿Qué está haciendo? «¡Joder! Pero es que Paula no solo es guapa sino que está buenísima».

No, no. ¡Basta! Su amor es puro. Y cristalino. Y ahora no es el momento de fijarse en eso.

—¿Tu hermana está con Cris y Diana? —pregunta la chica girándose.

—Sí, creo que sí. Casi nunca está en casa.

—Qué tía. Debería estudiar un poco si no quiere repetir otra vez.

—Ya, pero tú sabes cómo es. No hace nada.

—Qué mal.

—Es tonta.

—Pues espero que no repita. La echaría muchísimo de menos en clase el año que viene.

«¡Pues yo no!», es lo que Mario desea gritar, pero se contiene. Aquella pequeña conversación sobre Miriam le ha calmado un poco. Menos mal. ¿Quién iba a pensar que hablar sobre la pesada de su hermana le iba a ayudar algún día?

—¿Subimos?

—¿Vamos a estudiar en tu habitación?

Claro, ¿no? Quizá aquello la intimida. Vaya, no lo había pensado… Daba por hecho que estudiarían allí.

—Sí, pero como tú quieras. Si prefieres, nos bajamos al salón.

—No, no. En tu cuarto está bien.

Paula sonríe. No había preguntado lo de estudiar en su habitación de manera que diera a entender «me da miedo quedarme contigo a solas en tu dormitorio». Simplemente, preguntaba por el lugar en el que iban a estar.

El silencio en la casa es absoluto. Solo se oyen las pisadas de Mario y Paula subiendo la escalera hasta la primera planta. El chico ha decidido ir delante. Mejor, no es el momento de pensar en otras cosas. Sin embargo, cuando llegan a la habitación, deja pasar primero a la chica. Paula sonríe y entra después de un «gracias» que a Mario le parece encantador.

—¿Dónde me pongo? —dice Paula, que se ha descolgado la mochila que llevaba en la espalda.

—Donde quieras.

La chica mira a su alrededor y finalmente se sienta en la cama. Pone la mochila sobre sus piernas y saca de ella el libro de Matemáticas, un cuaderno y un estuche. Mario la observa atentamente. Es preciosa. De nuevo le sudan las manos.

—No he traído calculadora. ¿Me va a hacer falta?

—No te preocupes, tengo yo.

Mario se gira y en un cajón del escritorio busca la suya. No tiene problemas para localizarla bajo un folio lleno de operaciones Matemáticas que el otro día usó como borrador.

Cuando se vuelve a girar, Paula está quitándose el jersey. La camiseta que lleva debajo se le sube un poco, dejando al descubierto su perfecto vientre plano y el ombligo. Mario traga saliva.

«¡Uff!».

—Fuera hace un poquito de frío, pero aquí se está bien —comenta la chica, mientras dobla el jersey y lo deja a un lado en la cama.

Se ha quedado con una camiseta verde de manga corta en la que se puede leer «Blue» en grandes letras rosas con un signo de admiración al final.

—Sí, hace frío fuera. Aquí no.

Mario no sabe lo que dice. Al menos, no lo piensa. Sus ojos permanecen fijos en Paula, que ahora se ha soltado el pelo para volvérselo a recoger en una coleta alta.

—Bueno, lista. ¿Por dónde empezamos?

«Podemos empezar diciéndote todo lo que te quiero. O mejor aún, empieza por mi cuello. Bésame y, mientras, te susurro al oído lo mucho que te amo, los años que llevo esperando este momento para estar a solas contigo».

—Pues por el principio, ¿no?

La chica se levanta de la cama con el libro de Matemáticas y el cuaderno en las manos. Lleva un lápiz en la boca que ha sacado del estuche. Deja las cosas sobre el escritorio y mira a su amigo con una divertida sonrisa.

—¿Y cuál es el principio?

Inesperadamente, el timbre de la casa suena. Los dos al unísono miran hacia la puerta de la habitación.

—¿Quién será? —dice Mario, frunciendo el ceño.

—¿Tu hermana?

—No, tiene llaves. No creo que sea ella.

—Pues baja y averígualo, ¿no?

Era demasiado bonito para ser cierto.

El chico resopla y sale de la habitación maldiciendo a quien se ha atrevido a interrumpir el mejor momento de su vida. El timbre suena otra vez.

—¡Ya va, ya va! —grita cuando baja el último escalón. Atropellado, llega hasta la puerta. Otra vez el timbre.

«¡Joder, qué pesado!».

Abre y… ante él aparece la persona que menos esperaba ver.

—Hola, Mario. ¿Ha llegado ya Paula?

Diana le da dos besos y entra en la casa antes de ser invitada. Lleva su mochila colgada en la espalda y sonríe nerviosamente.

—Eh… Hola… Sí, sí.

—Ah, ¡qué bien! Donde caben dos, caben tres, ¿no?

—Eh…

—Es que estaba en mi casa aburrida y me he puesto a pensar. Ya sé que tú crees que yo no sé hacer eso. Pensar, digo. Pero sí, yo a veces pienso. Pues eso, he pensado que ya era hora de ponerme en serio con eso de los estudios. Entonces he recordado, bueno, me ha venido de pronto a la cabeza… que vosotros habíais quedado hoy para estudiar eso de las derivadas, ¿no?

Diana habla deprisa. Casi comiéndose palabras, montando una frase encima de la otra. Mario la observa callado, incrédulo y sin entender absolutamente nada.

—Sí…

—Pues eso. A ver si entonces, entre tú y Paula, que es mi amiga, me echáis una mano y consigo enterarme de qué va el examen del viernes.

La chica suspira como si se hubiese quitado un gran peso de encima al decir todo aquello.

—¡Diana! —se oye desde la planta de arriba.

Paula se ha asomado para ver si Mario subía y su sorpresa ha sido mayúscula al ver a su amiga allí. Baja deprisa la escalera y se abrazan.

Mario las observa en silencio. No sabe qué pensar ni qué decir, si reír o llorar. No va a quedarse a solas con Paula. Una vez más. Suspira. Podía haber sido peor, como el lunes y el martes. Ahora, al fin y al cabo, está con dos chicas como aquellas en su casa. Suspira y sonríe débilmente.

Diana y Paula se acercan hasta él, lo toman cada una de un brazo y lo empujan hacia la escalera. El chico no opone resistencia. Sólo piensa en lo que podía haber sido y no será, y en que ahora, realmente, le tocará explicar de verdad el examen de Matemáticas del viernes.