Capítulo 64

sa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

Entra en el Starbucks y espera en la cola. No hay demasiada gente. Una pareja inglesa, con menos ropa de la que hoy el tiempo requiere, y dos quinceañeras que discuten en voz baja sobre lo que van a pedir. Una bebida para dos. Una no está de acuerdo con lo que quiere la otra y suben ligeramente el tono de la conversación. Finalmente, la más alta se deja convencer por su amiga y se deciden por un frapuccino grande de caramelo.

Los ingleses suben a la planta de arriba con sus bebidas humeantes en las manos. Las quinceañeras siguen hablando bajito a la espera de que les sirvan lo que han pedido. Sin embargo, ahora los comentarios van referidos al chico guapo que ha entrado detrás de ellas. No está nada mal, un poco mayor quizá.

Álex se da cuenta de que es el motivo de aquella charla, pero no hace demasiado caso. Hay cosas más importantes que le preocupan. Va a escribir un poco antes de las clases de saxofón con el señor Mendizábal y sus amigos. Aunque, para ser sincero, apenas tiene ganas de sentarse frente a la pantalla del ordenador. Está reciente en su mente lo que ha visto hace un rato: cómo aquella chica lanzó desde su coche a una papelera el cuadernillo de Tras la pared, sin tan siquiera leerlo. No lo entiende. Su trabajo, su dedicación, su sueño…, todo a la basura. Se pregunta si merece la pena continuar. ¿Cómo lo harían Dan Brown, Tolkien, Meyer, Rowling o Ruiz Zafón para que les tomaran en serio y lanzar al mercado aquellos éxitos? Es difícil conseguir lo querían logrado ellos. ¿Difícil? Más bien imposible.

Su turno. La chica que está en el mostrador le sonríe amablemente. Es gordita, más bien baja, con gafas, veintipocos años. Parece inteligente. Seguramente se esté pagando la universidad trabajando allí.

—Buenas tardes, señor. —Hola, buenas tardes. Quería…

—¿Un caramel macchiato pequeño?

Álex se sorprende. ¡Sí, exacto! ¿Cómo lo sabe? Siempre pide un caramel macchiato pequeño, pero no recuerda haberla visto antes. Y si ella sabe lo que va a pedir es que le ha atendido alguna vez más. Entonces se lamenta por no haberle prestado atención en anteriores visitas. No es guapa, ni delgada y tiene una cara fácilmente olvidable. Posiblemente, por eso no se fijó. Y se lamenta de ello, de su propia frivolidad.

—Sí, eso es. Muchas gracias… —En un pequeño letrerito que lleva colgando encima del delantal lee su nombre—, …Rosa.

—De nada, señor. Y usted es Álex, ¿cierto? —dice con una sonrisa que ilumina su rostro grande y rojizo.

¡Vaya! Así que también recuerda cómo se llama. De repente, siente una extraña culpabilidad.

—Cierto.

La chica lo apunta en uno de los laterales del vaso verde y blanco con el logotipo de la empresa, como es costumbre en Starbucks. Luego le cobra y, como no hay nadie más esperando, ella misma prepara el caramel macchiato. Un par de minutos más tarde aparece de detrás de aquella inmensa máquina de café.

—Aquí tiene. Rosa le entrega a Álex su bebida sin dejar de sonreír.

—Muchas gracias, Rosa. Por cierto, ¿me podrías decir la clave del Wi-Fi para conectarme a Internet?

Sí precisamente a Álex le gustaba aquella cafetería era porque podía disponer de un cómodo asiento, un café distinto al que toma habitualmente, música relajante y conexión a Internet.

—Se la he anotado en el papelito de la cuenta. Está junto a la clave para entrar al cuarto de baño.

El chico se mete la mano en el bolsillo y saca el papel arrugado. Allí está: 031108. Sí que es eficiente aquella camarera.

—Oh, muchas gracias. Estás en todo.

—Es mi deber. Como llevaba el portátil, pensé que quizá se quisiera conectar.

—Eres muy intuitiva. ¿Periodista?

—Criminóloga. Bueno, me quedan algunas asignaturas todavía para acabar la carrera —indica, haciendo una graciosa mueca torciendo el labio—. Y usted, ¿periodista?

—No, ahí te has equivocado —responde él—: aspirante a escritor.

Cuatro chicas norteamericanas entran en el Starbucks.

—Ah, debí haberlo adivinado… —dice, chasqueando los dedos—. Bueno, discúlpeme. Tengo que seguir trabajando. Espero que escriba mucho y bien.

—Se hará lo que se pueda.

Rosa sonríe y, moviéndose con dificultad, llega de nuevo hasta el mostrador donde en un perfecto inglés pregunta a las recién llegadas qué desean.

Álex se echa azúcar en el café, lo mueve y coge una servilleta de papel. A continuación, sube la escalera hacia la planta de arriba. Mira hacia donde está la chica que le ha atendido y la saluda con la mano. Ésta se da cuenta y le corresponde mientras anota «Cindy» en un vaso de Starbucks.

Ya arriba, el salón está bastante lleno, con solo dos mesas libres. Las quinceañeras de antes están al lado de una de ellas y Álex la descarta. Elige la de más al fondo. Se sienta en el sillón y saca el portátil del maletín. Lo abre e inicia la sesión.

Qué simpática la camarera. Sin darse cuenta, se ha olvidado por unos minutos de sus problemas. Definitivamente, en el mundo hay toda clase de personas. Seguro que si Rosa hubiese encontrado el cuadernillo de Tras la pared no lo habría tirado. Es más, está convencido de que se pondría en contacto con él.

Así que no puede darse por vencido. Hay gente que merece la pena, que está dispuesta a darle una oportunidad, que por lo menos leerá su historia.