sa tarde de marzo, en un lugar de la ciudad.
Se echa contra la pared. Mira hacia atrás a ver si viene. Compañeros de clase pasan a su lado, también otros que conoce de vista y algunos chicos en los que nunca se ha fijado. Uno de los mayores, un repetidor de segundo, casi tropieza con ella.
Se le queda mirando, se disculpa y sonríe. Mmm…, interesante. Cuando se marcha, no puede evitar echar un vistazo a sus vaqueros azules. «No está mal, nada mal». En eso Diana no ha cambiado.
Siguen saliendo del instituto más y más estudiantes, alumnos que deseaban que sonara cuanto antes el timbre que diera por finalizada la última clase, un sonido que no tiene precio y que, por arte de magia, despierta a los dormidos, que recuperan toda la energía para escapar los primeros de aquel lugar en el que les retienen todas las mañanas.
Diana no ha ido a última hora: una falta más para su currículum, pero esta vez ha sido por una buena causa. Tenía cosas importantes que hacer en la sala de ordenadores.
Inquieta, continúa observando. Está nerviosa. Busca con la mirada al chico que la ha acompañado en el camino de vuelta a casa durante toda esta semana. Pero Mario todavía no aparece.
Vienen Miriam y Cris. Las acompañan dos chicos de segundo con los que dialogan animadamente. Están bastante buenos. Los cuatro sonríen y al llegar a la puerta del instituto se despiden. Diana también los saluda cuando pasan por delante de ella. Miradita a los jeans.
—¡Que se te van los ojos, amiga! —suelta Miriam, dándole una palmadita en el hombro.
—Capulla. Bueno, ¿qué han dicho? ¿Vienen? —pregunta a sus amigas.
—Sí, estos dos sí. Manu no lo sabe y Sergio tampoco. Tienen mucho que estudiar —contesta la mayor de las Sugus—. ¿Tú has mandado los e-mails?
—Sí, ya están avisados.
—Muy bien. Entonces todo está bajo control ya. Esta tarde iremos Cris y yo al hotel a reservar la habitación.
—Vale.
Las tres Sugus sonríen. Al principio no se decidían por el hotel al que invitarían a Paula a pasar la noche con Ángel. Tenía que ser un sitio apropiado para su primera vez. Finalmente, y aunque su precio está un poco por encima del presupuesto pensado, encontraron el lugar perfecto.
—¿Y a la farmacia? ¿Vas tú o los compramos nosotras?
—Pues…
El profesor de Gimnasia sale en esos instantes del edificio. Pasa por su lado y las saluda con seriedad. Las chicas le corresponden con una sonrisa fría y un leve gesto con la mano.
—No sé si en casa tendré alguno —continúa diciendo Diana, cuando el de Gimnasia se ha alejado lo suficiente para no oír de lo que hablan—. Compraré una por si acaso.
—¿Y no es mejor que de eso se encarguen ellos? —interviene Cristina.
—Sí, pero con los nervios del momento igual hasta se les pasa. Así que mejor que seamos previsoras. No vaya a ser que por no tener condones se les fastidie el plan.
Unas alumnas de segundo de la ESO escuchan lo que Miriam dice y esbozan una sonrisilla.
—Qué crías —protesta Diana, que sigue mirando hacia el interior del instituto.
—Déjalas. Con esa edad… Bueno, nosotras nos vamos. ¿Te vienes?
—No. Id vosotras. Yo iré ahora.
—¿Esperas a mí hermano? —pregunta Miriam, sin poder ocultar una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Qué va! A… uno que me tiene que dar una cosa —miente.
—¿A quién?
—No lo conocéis.
—¿Que no lo conocemos?
Miriam y Cris sueltan una carcajada. Diana se sonroja enojada.
—Bueno. ¡Idos ya! Sois unas pesadas.
—Vale, vale. No te mosquees, ya nos vamos. Esta noche te llamo para contarte cómo nos ha ido —indica Miriam—. Ah, y no te preocupes: mi hermano viene enseguida. Estaba hablando con Paula y estará a punto de salir.
Diana intenta golpear a su amiga con la mochila, pero ella la esquiva y sale corriendo con Cris agarrada del brazo. La Sugus de manzana grita un par de insultos mientras sus compañeras se alejan.
«Son un coñazo cuando se lo proponen».
La chica resopla. Paula y Mario. Juntos. Chasquea la lengua contra los dientes. Esos dos… De nuevo, regresan aquellas imágenes a su cabeza. La de ayer en el pasillo: estaban demasiado cerca. Sí, demasiado. La de hoy, abrazados. Son amigos. ¿Acaso no pueden abrazarse dos amigos? Pero había algo en ellos que… Concretamente, en él. ¡Qué paranoias! Ve cosas donde no las hay. Si Paula tiene novio…
«Bah, no merece la pena esperarlo más».
Diana mira por última vez. Vaya, ahí están. La parejita. Paula y Mario caminan juntos. Están hablando, sonrientes. Ella, radiante, como siempre. Él…, él es mono, tirando a guapo. Sí, sí que es guapo. ¿Por qué no se había fijado antes en Mario?
¿De qué hablarán? ¿Por qué parecen tan felices juntos?
Paula se da cuenta de que su amiga los observa y la saluda con la mano. Mario también advierte su presencia y la imita. Diana sonríe forzosamente y saluda tímida. Entonces no lo soporta más y comienza a andar. Sola. ¿Por qué le duele verlos así? Él no es nadie en su vida. Es el hermano de Miriam, nada más. Ella es una de sus mejores amigas y tiene novio. Entre ellos no hay nada. No, no hay nada. Y si hubiera, ¿qué?
Hace frío. Estúpido viento que la despeina. Estúpido semáforo que la detiene. Estúpida ella por no saber lo que siente. ¿Qué le pasa? No lo entiende.
«Puto semáforo. ¡Cuánto tarda!».
—Hey, ¿por qué no me has esperado?
Una voz la sorprende en su espalda. Una voz inesperada, pero cálida, conocida. Una voz con la que anoche soñó y que ella escucha constantemente. Una voz que la está cambiando, volviendo loca, llevando por un camino hasta ahora desconocido para ella.
Diana se gira y ve a Mario. Está agitado, ligeramente agachado. Apoya las manos sobre las rodillas y respira con dificultad, después de la carrera que se ha dado para alcanzarla.
—¡Ah! Eres tú. Pues no te he esperado porque no sabía que habíamos quedado —responde, intentando mostrar indiferencia.
—Y no habíamos quedado.
—Pues eso. Entonces ¿por qué tenía que esperarte?
—No lo sé. Quizá tengas razón.
El semáforo se pone en verde. Cruzan uno al lado del otro sin hablar y caminan por la calle, en silencio. Diana no tiene ganas de decir nada y Mario no sabe qué decir. Un nuevo semáforo en rojo. Paran. El viento cada vez sopla más frío, con más violencia.
—¡Joder, que frío! —exclama por fin la chica, que se frota los brazos con las manos.
—Sí. Parece mentira, con el calor que hacía estos días. Son cosas de la época del año en la que estamos. Ya se sabe que en primavera…
—La sangre se altera.
Mario sonríe. Sí, la sangre se altera, pero no quería decir eso. Iba por otro lado.
—¿Qué pasa? ¿Te ríes de mí? —refunfuña la chica, que se ha dado cuenta de aquella sonrisa.
—No —responde escueto, sin abandonar su sonrisa.
—¡Ah, bueno! Más te vale. Ahora Diana también sonríe. No sabe el motivo. Se siente mejor, reconfortada.
El semáforo cambia de nuevo de color y la pareja atraviesa el paso de cebra.
—¿Cómo llevas el examen del viernes? —pregunta Mario.
—¿El examen? ¿El de Mates?
—Claro. No hay otro el viernes, ¿no?
¿Se burla de ella? Pues claro que no hay otro. O eso cree.
—Pues… no se me dan muy bien las Matemáticas. Eso de mezclar los números y las letras no es lo mío.
—Solo consiste en poner atención. Las derivadas no son muy difíciles si les coges bien el truco.
—¡Ah! ¿Estamos con derivadas? Mario ríe.
—Ya veo que has estudiado mucho y que en clase estás atentísima.
—Tengo cosas más importantes en las que pensar.
—¿Sí? ¿Como por ejemplo?
«Pues en ti, capullo. Aunque no sé por qué ni para qué».
—No sé. Mil cosas. Las clases me aburren. Y las Mates más toda vía. No entiendo nada.
—Bueno, eso es porque pasas mucho de todo.
—¿Tú crees? —pregunta con ironía.
—Sí, eso creo.
—Ah.
—No te tomas nada en serio. Por eso no te enteras de nada.
Diana se molesta. ¿Quién es él para decirle esas cosas?
—Quizá necesite un profesor particular que me dé clases aparte. Podrías ser tú, ¿no? ¡Ah, no! Que tú ya eres el profesor particular de Paula.
—¿Qué? Bueno, yo…
Sin darse cuenta llegan al lugar en el que deben separarse. Ambos se detienen.
—No te preocupes, ya encontraré a otro que me enseñe. Tres son multitud —indica Diana, con la voz quebrada. Intenta sonreír, pero su expresión no miente.
—Pero…
—Adiós, Mario. Pásalo bien con tus Matemáticas y con Paula esta tarde.
Y con los ojos enrojecidos huye de su lado.
Mario no comprende nada. No entiende la reacción de la chica. Se rasca la cabeza y pensativo se dirige a su casa, donde finalmente esta tarde tendrá «su cita» con Paula.