Capítulo 59

sa mañana de marzo, un poco más tarde, en un lugar de la ciudad.

Tal y como pensaba, el profesor no le ha recriminado por faltar a la primera clase. Se ha limitado a sonreír, darle la bienvenida y repasarla de arriba abajo. No esperaba menos. Ese escote y las medias negras siempre dan resultado.

Irene cruza las piernas y simula que atiende a las explicaciones de este hombre que se muere por llevársela a la cama.

El chico con quien fue a cenar también la observa. Está decepcionado. Nada más verla, se ha acercado y ha intentado establecer una conversación con ella. Quería salir otra vez por la noche, quizá para algo más que para cenar. Irene se ha negado otra vez. Un polvo, un buen polvo, sí le apetece, pero ahora tiene cosas más importantes en las que pensar.

El desayuno con Álex no ha ido mal. Su hermanastro aún es poco amable y simpático con ella, pero nota cómo la mira nervioso, inquieto. Tal vez, a través del deseo llegue hasta él.

Siempre logra lo que se propone. Siempre.

Entre palabras y palabras aburridas del profesor cincuentón, un ruido inesperado interrumpe la clase: es un móvil, el de Irene. Se ha olvidado de ponerlo en silencio. Es un SMS.

Todos los ojos se centran en la chica del vestido morado que, azorada, pide disculpas sonriendo. Un murmullo invade el aula y, sin embargo, nadie la reprende.

Irene saca el teléfono del bolso y lee rápidamente el mensaje. Por fin lo que estaba esperando desde anoche: ¡Paula!

«Hola, Álex. Perdona por tardar en responder. Lo siento, esta tarde tengo que estudiar a las cinco, ya he quedado con un amigo. Pero si quieres podemos vernos a las siete y media u ocho en el mismo sitio. ¿Qué te parece? Tengo curiosidad por saber qué eso tan urgente que tienes que decirme. Contesta cuando puedas. Un beso».

Picó el anzuelo.

—Profesor, ¿puedo salir un momento? Es mi madre, que me quiere decir no sé qué cosa muy importante.

—Claro, claro, pero no tarde en volver.

La chica se levanta con el móvil en la mano sin dejar de esbozar una pícara sonrisa. Ninguno de sus compañeros pierde detalle. El profesor también contempla la escena.

Irene camina hasta la puerta, coqueta, con el vestido ligeramente subido y andares de modelo. Su contoneo eleva la temperatura corporal de los asistentes masculinos.

¡Qué sencillo es contentar a un hombre…! Seguro que cualquiera de esos estaría dispuesto a lo que fuera por ella. Se vanagloria de su poder y sale.

No hay nadie en el pasillo. Se apoya contra la pared y lee otra vez el mensaje que le ha mandado Paula. A las siete y media a las ocho… Mejor, así no tendrá que faltar a más clases. Tampoco hay que abusar. Piensa lo que tiene que poner y comienza a escribir. Mientras teclea, algo le pasa por la cabeza. ¿Y si Álex desde su móvil le llama o le envía SMS? Espera que no. Al menos hoy no.

Esa misma mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad, instantes después.

—¿Qué murmuráis?

La hora del recreo. Paula llega hasta el escalón en el que sus amigas están sentadas comiendo chucherías y patatas. Cuchichean sobre alguna cosa. Tienen un plan, un nuevo plan, pero ella no puede saber nada.

—Hablamos de ti —indica Miriam, soltándose el pelo para recogerlo de nuevo en una coleta.

—¿De mí?

La recién llegada no se sienta junto a las otras tres. Ahora llamará a Ángel, a quien tiene que contarle lo de sus padres. ¿Cómo se lo tomara?

—Claro, ¿de quién si no? Eres la estrella del momento. Tienes un novio que te envía rosas rojas a clase y te «secuestra» en horas de instituto, un amigo escritor que está buenísimo, sales en la tele, conoces a famosos, todos los chicos están pendientes de ti, tu cumpleaños es el sábado… La palabra popular ya te queda corta.

Paula se sonroja al oír a su amiga hablar. Es cierto que todo eso está pasando, pero ella es la de siempre. La misma. Y no le da tanta importancia a su situación actual, por más que esta sea dulce, muy dulce. Pero no se considera especial por ello.

—¡Bah, exagerada! Eso le puede pasar a cualquiera. Es una racha buena, nada más.

—No seas modesta. Eres una Sugus. Así nosotras podemos presumir de ti, de que te conocemos —bromea Cris.

—Qué tontas estáis, ¿eh?

—Yo creo que deberíamos hacer camisetas con tu foto y el nombre del grupo para venderlas. Nos sacarían un pastón —propone la mayor de las chicas.

—Se te va a la cabeza. Cada vez te pareces más a Diana, ¿verdad?

Pero la aludida, no está prestando atención.

—¿Diana?

—¡Diana, despierta!

Entonces la chica, que oye su nombre y siente el zarandeo de Cristina en el hombro, se da cuenta de que es con ella. Lleva unos segundos ausente, sin prestar atención al resto.

—¿Qué decíais de mí?

—Pero, chica, ¿dónde tienes la cabeza? ¿En qué piensas?

—En mi hermano, está claro —dice Miriam, guiñando un ojo.

—Pero ¿qué dices, loca? ¡Ya estamos con lo mismo!

—No te preocupes, si todas hemos estado enamoradas alguna vez… Ya es hora de que te tocara.

—No estoy enamorada.

¿O sí? Si no lo está, aquellas sensaciones se parecen mucho a lo que describen como amor. Y sí, estaba pensando en Mario. En Mario y en Paula. En aquel abrazo que hace un rato vio, en la punzada que sintió en su interior. ¿Un abrazo de amigos? Sí, seguro que era eso. Además, qué más da: ella no es su novia y Paula tampoco lo es. Entonces, ¿por qué se siente tan mal?

—Ya, seguro. ¡Dame un beso, cuñada!

Miriam se lanza encima de Diana, pasando por encima de Cris. Trata de esquivarla, pero finalmente los labios de una contactan con la mejilla de la otra.

—¡Cuando quieres, eres insoportable! —exclama Diana, que sonríe mientras se frota el rostro.

Las demás Sugus también ríen.

El móvil de Paula suena entonces. Acaban de enviarle un SMS. Saca el teléfono del bolsillo y lee el mensaje que acaba de recibir. Es de Álex, desde ese número nuevo:

«Vale. Perfecto. Entonces de siete y media a ocho te espero. Ya te lo contaré todo. Un beso, Paula».

La chica sonríe. Siente curiosidad, quizá demasiada. Y le apetece verlo.

Mira el reloj. Solo faltan diez minutos para que termine el recreo.

—Chicas, os veo en clase.

—¿Te vas?

—Sí, tengo que llamar a Ángel.

—¿Su correo es johnforever@hotmail.com? —suelta Miriam, de repente.

—Sí, ¿cómo lo sabes y por qué me lo preguntas? —responde Paula desconcertada y sorprendida.

—Lo sé porque soy muy lista y lo pregunto para confirmarlo. Te importa que lo agregue.

En realidad ha cotilleado entre las cosas de Paula mientras esta hablaba con Mario en el descanso de la primera y segunda clase. Necesitaba el móvil o el correo de Ángel, y en su agenda estaba apuntado.

—No, claro. Pero…

—¿Puedo agregarlo yo también? —Interviene Cris.

—Esto…, chicas…

—Ya que estamos, me uno, no voy a ser menos —señala Diana.

Paula mira a sus amigas, ¿qué traman? No tiene ni idea, pero le resulta extraño que se comporten así. Hay gato encerrado, pero no tiene tiempo de pararse a investigar.

—Vale. Agregadlo. Pero él es mío, que lo sepáis.

Y sin decir nada más, se da la vuelta y busca un lugar tranquilo desde el que hablar con su novio.