Capítulo 56

sa mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.

Es raro llegar la primera a clase. Paula no está acostumbrada. Normalmente, es la última cuando suena el timbre, y eso con un poco de suerte. Otras veces aparece cuando el profesor de turno ya ha cerrado la puerta.

Desde su asiento en una de las esquinas del aula observa cómo van llegando sus compañeros, uno a uno. La saludan sorprendidos al verla allí tan temprano. Algunos se acercan y le preguntan: hay sonrisas pícaras e incluso un par de atrevidos le dan dos besos de buenos días. Buen trofeo matinal para esos chichos que se mueren por salir con ella. Nuevo intento. No hay nada que hacer: Paula se niega, siempre con buenos modos, cariñosa. Pero con el «no» por delante y una excusa convincente.

Cris y Diana llegan juntas. Se han encontrado en la entrada del instituto y conversan animadamente. También se sorprenden muchísimo cuando ven a su amiga, que les grita desde el fondo de la clase.

—¡Qué sorpresa! ¿Y tú qué haces aquí tan temprano? —pregunta extrañada Diana.

Besos y miradas. Siempre se examinan, todas a todas. Sigilosas, pero cómplices; exigentes. Es importante fijarse en cómo van vestidas las otras, si se repite alguna prenda usada hace poco, cómo les queda la ropa, si han engordado o si les han crecido las tetas… Todas tienen en mente lo que se han puesto las demás a lo largo de la semana, y todas tienen una opinión al respecto. Unas veces se comenta, otras no.

Paula tiene buen gusto. Viste muy bien, a la última o casi. Combina los colores perfectamente, Incluso confeccionó una tabla de colores para saber qué pega con qué. Hoy lleva una camiseta amarilla con estrellitas negras bastante escotada que ha sido el centro de atención de los chicos de antes, una chaqueta oscura ajustada que ya no está abrochada y unos vaqueros exactamente el mismo color.

—Pues porque no podía dormir. Hasta he desayunado en condiciones. Y nada, he salido a la calle y, justo en ese momento, pasaba el bus. ¡He llegado la primera!

—Apúntalo en tu agenda porque debe ser la única vez que ha pasado en cinco años.

—Que yo recuerde…, sí. Y vosotras, ¿de qué habláis, que venís tan animadas?

Cris y Diana se miran. Cuéntaselo tú. No, díselo tú. Va, tú. Que no, mejor tú.

—Pues hablábamos de ti —dice por fin Cristina.

—¿Ah, sí…? ¿Y eso?

—Te vi ayer en la tele. En las noticias.

—¡Anda! ¿Tú también?

—Pues sí. Estabas con Ángel, ¿no?

—Sí. Cuando vino al instituto ayer a recogerme era para llevarme a un torneo benéfico de golf. Él tenía que cubrirlo para la revista.

—¡Joder, tía! ¡Estás en todas!

—¿Y viste a muchos famosos?

En ese instante entra Miriam. Arquea las cejas cuando ve a Paula por el asombro de que su amiga ya esté en clase. Detrás camina lentamente su hermano con las manos metidas en los bolsillos. Mario también la ve. Está con las otras Sugus. Saluda con la mano hacia la esquina, serio, sin decir nada, y se marcha a su asiento en el otro lado del aula. Las chicas le corresponden, especialmente Diana, que lo sigue con la mirada hasta que llega a su mesa. Lo nota raro. Seguro que algo le pasa. Siente la tentación de acudir a su lado a preguntárselo, pero se resiste. Quizá son imaginaciones suyas.

—¿Pero tú qué haces aquí tan pronto? La fama te hace madrugar.

Más besos. Más miradas.

—No me digas que tú también me viste.

—No, yo no. Me lo dijo Cris.

—Yo fui la única que te vio. Te llamé, pero no tenías el teléfono conectado.

—Ya. He visto vuestras llamadas perdidas esta mañana. Lo siento. Tuve que apagarlo porque mis padres también me vieron en la tele y me dieron una charla. No era plan tenerlo encendido y que sonara. Luego subí a mi cuarto y se me pasó conectarlo.

—¿Qué dices? ¿Te pillaron tus padres? —pregunta Miriam. Paula asiente con la cabeza y resopla.

—¡Qué fuerte! —exclama la mayor de las Sugus.

—¿Y qué les dijiste?

—Pues que tenía novio.

—¿¿¿Qué???

—¡Yo qué sé! Me hice un lío. Me abordaron después de cenar y, mientras me interrogaban sobre si estaba saliendo con alguien, va y dan las imágenes del torneo de golf en las noticias. Fue una coincidencia. Así que al final le conté todo.

—¿Todo?

—Casi todo. La edad de Ángel, que es periodista, que lo conocí por Internet…

—¡Qué fuerte!

—¡Qué fuerte!

—¿Y cómo se lo han tomado? —pregunta preocupada Miriam.

—Mi madre bien. Bueno, más o menos bien. No le hace mucha gracia que Ángel tenga veintidós años, pero bueno, lo acepta. Pero mi padre… ¡uff! Ha vuelto a fumar y todo, Después de dos años sin hacerlo.

—¡Joder! Pero sí que se lo ha tomado mal… —interviene Diana.

—Ya ves. No entiende que yo pueda tener novio. Me ve como a una niña pequeña aún. Parece mentira que el sábado vaya a cumplir diecisiete años.

Cris y Diana se vuelven a mirar. En esta ocasión, también es partícipe Miriam. Anoche hablaron de algo respecto a lo del sábado en una conversación múltiple por MSN. Paula no se tiene que enterar.

—Ya se le pasará —intenta tranquilizarla Cristina.

—Eso espero. No me gusta estar así con él.

El timbre suena en esos momentos.

—Vaya. Al final no nos has contado a qué famosos viste.

—Es verdad. Luego, en el recreo, os lo cuento. Es muy fuerte.

Las cuatro Sugus ocupan sus respectivos asientos. Siguen cuchicheando en voz baja hasta que alguien les llama la atención para que paren de hablar.

El profesor de Matemáticas deja pasar a los alumnos que están en el pasillo y cierra la puerta tras de sí.

Coge una tiza y escribe en la pizarra: «El viernes, examen final. Estudiad o rezad lo que sepáis».

¡Uff, el examen del viernes! Paula se lamenta de no haber estudiado hasta ahora. Se juega el trimestre y no quiere imaginarse qué pasaría si suspendiera. Si ya están mal las cosas en casa, un insuficiente en Mates podría ser el Apocalipsis. De esta tarde no pasa. Mira hacia Mario. Quizá ayer debería haber ido a su casa y no estar toda la tarde con Andrea Alfaro, su novio y Ángel. Además, le mintió a su amigo. ¡Ups…! Si Miriam sabe lo del torneo de golf, ¿Mario también? ¿Y que le mintió? ¡Mierda!

La chica traga saliva. Empieza a sentirse realmente mal. No oye las explicaciones del profesor de Matemáticas, que está entusiasmado con la idea de que más de la mitad de la clase seguro que suspenderá el examen del viernes.

Debe hablar con él en cuanto termine la hora de Matemáticas. Recuerda que también tiene que mandarle un SMS a Álex, que le pidió que se vieran por la tarde. ¿Qué hace? ¿Queda con él?

Y llamar a Ángel. Se lo escribió en el mensaje de esta mañana. Estará ocupado.

Paula se agobia. ¿No dicen que «a quien madruga, Dios le ayuda»? Sí, pero también hay un refrán que afirma que «no por mucho madrugar amanece más temprano».