sa misma tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.
—¿Y dónde os conocisteis?
La pregunta de Andrea Alfaro coge desprevenidos a Paula y a Ángel. Paula está en el asiento de copiloto y se gira para mirar a su novio en busca de una respuesta. Él se encoge de hombros, sonriente.
Los tres viajan en el BMW de la actriz. Han accedido a acompañarla a los estudios de grabación en los que rueda la serie y luego a tomar un café.
Están en plena autovía, en el cinturón que rodea la ciudad. Andrea conduce deprisa, segura de sí misma y de los muchos caballos de su coche.
—En Internet —termina contestando el periodista.
—¿Sí? ¿De verdad? —pregunta la joven, apartando al vista de la carretera un segundo para mirar sorprendida, primero a Paula y después a Ángel.
—Pues sí —lo confirma Paula.
—He oído hablar mucho de las relaciones que se dan a través de Internet. Pero nunca me había encontrado a ninguna pareja que se hubiera conocido así. Al menos, que fuera verdad.
—¿A qué te refieres? —pregunta la chica, intrigada.
Andrea sonríe, recordando sus principios.
—Pues a esos chicos y chicas que cuentan que se han enamorado por Internet, aunque no se han visto nunca en persona, y que van a determinados programas de televisión. Luego allí, voilá, se abre una puerta y aparece uno con un ramo de flores o una declaración de amor en una carta escrita a mano ante la sorpresa del otro.
—¡Ah! He visto algo así en Youtube —indica Paula—. ¿Y qué pasa con ellos?
—Teatro. Ficción. No digo todos, pero sí que hay muchos actores metidos en ese tipo de programas. Yo misma salí hace tiempo en uno diciendo que mi novio me había puesto los cuernos con mi mejor amiga.
—¿Tú? ¿Y no era verdad?
—¡No tenía ni novio!
—¿No me digas que actuaste?
—Sí. Aún no era conocida. Estaba en la escuela de actores. Pagaban unos euros y acepté.
—¡Anda!
—No os creáis todo lo que veáis en la tele. Tú, que eres periodista, lo debes saber.
Ángel ratifica con un gesto con la cabeza las palabras de Andrea.
En ese instante, se oye un sonido procedente del abrigo del chico, que Paula lleva en su regazo.
—Es mi móvil. ¿Me lo pasas, cariño?
La chica accede y mete la mano en el bolsillo del que proviene la melodía. La pantalla se ilumina intermitentemente. Quien llama es…
—¡Katia! ¡No me lo puedo creer! ¡Te está llamando la cantante Katia! —grita Paula emocionada.
Pero para Ángel no es tan buena noticia. ¿Qué querrá ahora? ¡Uff!, no es el mejor momento para hablar con ella. El beso en la sesión de fotos, la noche de la borrachera donde casi comete un error imperdonable, la mentira a su novia omitiendo que se quedó a pasar la noche en el hospital a su lado con el posterior beso… Todo surca por su mente en menos de dos segundos. Trata de no alterarse, de permanecer impasible. Disimula cuanto puede y piensa rápido.
Paula le entrega el móvil entre gritos de entusiasmo. Andrea sonríe divertida. Imagina que con ella, cuando se conocieron por la mañana, habrá sido igual. Parece la típica chica que ve a un famoso y pierde la cabeza. Sin embargo, le cae muy bien esa Paula.
Ángel sonríe también. Se está convirtiendo en un buen actor. Ahora le toca interpretar de nuevo.
—¿Sí?… ¡Ah, hola!… ¿Cómo estás?
Paula se ha girado completamente en su asiento y contempla con admiración a su chico. Andrea también lo observa por el retrovisor del BMW. Ella es muy simpática, pero se queda con él… Es realmente atractivo. Muy guapo. Guapísimo.
—¿La revista? Pues la primera semana de abril… Claro. Os mandaremos unas cuantas copias.
Tiene unos ojos preciosos. Azules. Podría ser perfectamente actor o modelo. Sí, verdaderamente esa jovencita tiene mucha suerte.
—Bueno, Katia, ya te llamaré más adelante… Ahora estoy en una reunión… Sí, cuídate tú también… besos.
Ángel cuelga. Conserva la calma, pero no le devuelve el teléfono a Paula para que lo guarde en su chaqueta sino que, tras apretar algunas teclas, se lo mete en el bolsillo de su pantalón.
—¡Era Katia! ¿Qué te ha dicho? ¿Sois amigos?
Paula aún no puede creer que una de las personas más famosas del momento llame al móvil de su novio. ¡Qué suerte!
—No somos amigos —contesta con sequedad Ángel—. Simplemente quería saber si la revista podía enviarle algunos ejemplares del número en el que saldrá ella como portada el mes que viene.
—¿Y te llama ella? ¿No tiene agente? —pregunta sorprendida Andrea Alfaro.
Ángel traga saliva. A ver cómo sale de esta…
—Sí, lo tiene, pero se ha puesto ella. No sé por qué.
Aquella explicación no convence demasiado a la actriz, que, sin embargo, no dice nada. Tal vez sea solo una falsa apreciación, pero algo falla.
Paula, por su parte, hace una pregunta tras otra sobre la cantante. Ángel insiste en que no son amigos y que tan solo se trata de algo profesional.
—¡Me encantaría conocerla! ¡Parece una chica tan increíble! ¡Tan auténtica! ¡Y te llevó en su coche el día que nos conocimos porque llegabas tarde…! Eso indica lo buena persona que es.
—Bueno…
—¡Cómo me gustaría conocerla! Algún día me la presentarás, ¿verdad, amor?
—Bueno, yo…
—¡Y canta fenomenal!
Paula entonces comienza a tararear Ilusionas mi corazón. Es feliz, muchísimo. Está en un coche con Andrea Alfaro y su novio, el mejor novio del mundo, que además es amigo de Katia, la mejor cantante del país. ¡Qué más puede pedir!
Lo que no sabe Paula es que Ángel no ha contestado la llamada. Cuando le ha pasado el teléfono, él ha pulsado la tecla que desconecta el móvil y ha fingido que hablaba con ella. Luego lo ha vuelto a encender y lo ha puesto en silencio por si Katia volvía a llamarle, algo que ocurre en tres ocasiones más. Y es que la chica del pelo rosa ha llegado al campo de golf y, desesperadamente, ha intentado localizar al periodista, del que ya no solo está enamorada: Ángel está empezando a convertirse en una obsesión.