sa tarde de marzo, en un lugar alejado de la ciudad.
Una ardilla de cola roja examina inquieta si puede cruzar al otro lado de la calle. Finalmente, se decide y, a toda prisa, atraviesa el campo hasta trepar a la copa de una joven acacia.
Paula y Ángel la observan divertidos. Están en el césped, bajo las ramas de un roble que les da sombra. Ella, sentada entre las piernas de él, rodeada por sus brazos. Caricias. Besos. Roces. Solo el cielo, completamente azul, es testigo de su amor.
—Me quedaría aquí contigo toda la vida —le susurra Ángel al oído.
Paula se estremece. Un escalofrío recorre su cuerpo. Tiembla. Se da la vuelta y lo mira a los ojos. Está nerviosa.
—Me haces tan feliz. Te quiero.
—Te quiero.
Cierran los ojos y se besan en los labios lentamente, pausados. Un beso eterno que, si por ellos fuera, duraría infinito. Sin horizontes. Sin huellas. Sin límites.
Minutos más tarde se detienen, agitados. Les cuesta respirar e incluso hablar. Pero sonríen con sonrisas dibujadas de felicidad.
Una ligera brisa alborota el pelo de la chica. Él, cariñosamente, la peina con sus manos. Paula se deja hacer. Quizá ese es el momento que estaba esperando. Sí, tiene que contarle algo.
—Cariño.
—Dime, amor.
Ángel pone las manos en la cintura de Paula. Ella coloca las suyas sobre los hombros de él.
—Ya sabes que el sábado cumplo diecisiete años.
—¿Ah, sí? Menos mal que me lo has recordado. Lo había olvidado por completo —bromea.
—¡Qué tonto eres! ¡Ya te vale! —exclama ella, aunque sin ocultar una bonita sonrisa.
Fingen que se enfadan unos instantes para reconciliarse con un nuevo beso.
Aunque Ángel sabe perfectamente que el sábado es el cumpleaños de su novia, todavía no se le ha ocurrido nada que pueda regalarle.
—No me vas a extorsionar para que te diga qué te voy a regalar, ¿no?
—Podría, pero no, no es eso.
—Menos mal.
—El caso es que mis amigas me van a organizar una fiesta sorpresa.
—¡Pues menuda sorpresa es, si ya lo sabes!
—Ya. Se le escapó a Diana. Es que son incapaces de guardar un secreto.
—Lo tendré en cuenta.
Paula ríe. Un cosquilleo le invade de pies a cabeza. ¿Cómo o dice?
—Sí. Mis amigas son así. Pero son buenas chicas.
—Es verdad. Me caen muy bien.
Ángel sonríe, pero nota algo extraño en Paula. Inseguridad. Tal vez le quiera contar algo y no sepa la manera de hacerlo. O no se atreva.
—Por supuesto, a esa fiesta sorpresa estás invitado. Es en la casa de Miriam.
—¿El sábado? Consultaré mi agenda para comprobar que estoy libre —indica, dubitativo.
La chica aparta las manos de sus hombros y lo mira muy seria.
—Como no vayas…
Ángel sonríe y le coge las manos.
—Pues claro que iré, amor. ¿No ves que estaba bromeando? No me perdería tu cumpleaños por nada del mundo.
La chica cambia su semblante. Vuelve a sonreír, aunque los nervios la devoran. El corazón le late muy deprisa.
—Eso no es todo. Hay más.
—¿Más?
—Sí —suspira—. Las chicas quieren hacerme un regalo. Y tú estás implicado en él.
Ángel arquea las cejas. No tiene ni idea de a qué se está refiriendo.
—¿Yo? ¿De qué se trata? —pregunta intrigado.
—Pues… Como tú y yo nos queremos… Quiero decir que como tú y yo… lo cierto es que, si tú quieres…, pero solo si quieres, ¿eh?, que si no quieres, pues… eso, que si no quieres, pues no quieres.
—¿Qué si yo quiero o no quiero qué? —la interrumpe.
—¡No te enteras!
—¿Cómo me voy a enterar de algo si no terminas las frases?
Paula agacha la cabeza, luego la alza nuevamente. Busca valor en ninguna parte y lo mira. Le brillan los ojos. Acerca los labios a su rostro y, dulcemente, le cuenta todo al oído.
Ángel escucha atento una palabra tras otra, frase tras frase. Poco a poco va comprendiendo. Traga saliva.
La chica concluye con su explicación y, tímida, se echa hacia atrás, sin dejar de mirarlo.
—Eso es todo —termina, ya en voz alta.
—¿Estás segura?
—Sí, completamente.
Ahora es a Ángel a quien el corazón le late a toda velocidad, aunque enseguida retoma su compostura habitual. Sus ojos azules lucen como nunca.
—Entonces estás convencida de que quieres que yo sea el primero. Y el sábado.
—Sí, es lo que quiero. ¿Tú quieres?
En la mirada de Paula se unen la incertidumbre, los nervios, la ternura, la esperanza y la pasión. Es la mirada de una adolescente insegura que está a punto de saltar la barrera de la inocencia, de dar un paso inolvidable en la vida.
Ángel lo sabe: comprende su responsabilidad, su importante papel.
—Sí, quiero ser el primero. Y te prometo que todo será perfecto.
La chica suspira profundamente. Siente algo por dentro inexplicable, de una intensidad desbordada. Hasta le entran ganas pe llorar. Ángel se da cuenta y la abraza con fuerza. Acomoda la cara de Paula en su pecho y, una vez más, su corazón se acelera. También su mente va a toda velocidad. Millones de pensamientos por segundo. Todos relacionados con lo mismo. También los de ella coinciden. Iguales, paralelos. Son dos almas en una.
Y es que en sus vidas, en esos instantes, solamente existe el uno para el otro. No hay nada más. Ninguno sabe que en ese camino hasta el sábado deberán superar distintas pruebas para seguir reafirmando el amor que sienten mutuamente.