sa misma mañana de marzo, en un lugar de la ciudad.
¿Dónde habrá ido?
El profesor de Filosofía ha preguntado por ellas. Es el segundo día consecutivo que falta de su clase. Una tercera y no podrá presentarse la semana que viene al examen del trimestre. Diana ha dicho que Paula se encontraba mal y se ha ido a casa. Por supuesto, Mario no la ha creído. La hora de filo ha pasado lentamente para él, casi rozando la desesperación. Cada minuto se ha hecho eterno porque el reloj parecía que no avanzaba.
No ha parado de mirar una y otra vez hacia el rincón de las Sugus, a la mesa libre en la que debería de estar sentada Paula. No tiene ni idea de lo que le ha podido pasar.
Sin embargo, a Mario no solo le preocupa el paradero de su querida amiga. Durante aquella hora no ha dejado de darle vueltas y más vueltas al momento que han vivido en el pasillo. Tan cerca el uno del otro, en silencio, sin penas distancia entre ambos. Aún podía sentir sus propios latidos a toda velocidad y respiración entrecortada de ella. ¿Qué hubiera pasada si Diana no interviene? Posiblemente, nada. Pero ese instante hace que sus esperanzas con Paula hayan aumentado. Esta tarde, cuando vaya a su casa, volverá a intentar decirle lo que se siente.
Esa misma mañana de marzo, en la misma clase en la que Mario piensa y piensa.
Ha estado toda la hora mirando hacia su esquina. Se siente halagada y también un poco emocionada. Incluso se han sonreído tres veces. No, han sido cuatro. La hora de filosofía para Diana ha pasado volando. Ni siquiera ha cruzado palabras con sus amigas.
Miriam y Cris le han preguntado si estaba enferma. Quizá, o tal vez esté empezando a estarlo. Pero su enfermedad no es de las que se curan con fármacos ni antibióticos. Es la primera vez en su vida que se siente así.
Pero aun tiene dudas. Por mucho que lo intenta, no se le va de la cabeza la imagen de Mario y Paula en el pasillo con sus rostros excesivamente cerca. ¡Qué tonta! ¿Cómo puede tener celos de una de sus mejores amigas? Paula en una Sugus y, además, tiene de novio. Y al escritor. Y él…, él va hacia ella en esos momentos. ¡Uff! No entiende por qué le sudan las manos. ¿Estás nerviosa? No, nunca se poner nerviosas, y menos por un chico. Pero ahora es distinto. ¿Lo es?
—¿Qué le ha pasado a Paula? ¿Se ha puesto enferma?
—Pues…
Le cuesta hablar. Está temblorosa. Le mira a los ojos. Son marrones. Dicen que los ojos marrones son demasiado corrientes, y sin embargo, a ella le parecen unos ojos increíbles, especiales.
—¿Qué le ha ocurrido a la señorita García? Como salido de ninguna parte, el profesor de matemáticas ha llegado para dar su clase y sigilosamente se ha deslizado hasta ellos. Diana no puede contarle a Mario que Paula se ha ido con su novio a quién sabe dónde.
—Se ha puesto enferma y se ha tenido que marchar a casa —miente.
—Esa chica es frágil como el cristal de Bohemia. En fin, no sé si podré soportar su ausencia —señala irónico—. Dele recuerdos de mi parte y dígale que, aunque no le mande flores como otros, le deseo una pronta recuperación. Especialmente para el examen de viernes.
—Se lo diré de su parte. —El profesor de Matemáticas hace una especie de reverencia y luego mira a Mario, que escucha atento la conversación entre ambos.
—Puede volver a su asiento, señor Parra. El maravilloso mundo de las derivadas, capítulo 37, está a punto de comenzar.
El chico sonríe débilmente y regresa al otro lado de la clase. Así que puede que sea verdad que Paula se haya puesto enferma.
¿Afectará eso a su «cita» de la tarde?
Esa misma mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.
—Quizá debería de haber ido.
Mauricio Torres está sentado en la enorme silla de su despacho revisando unos contratos publicitarios que le han ofrecido a su representada. Ella lo observa seria desde un sofá de tres piezas.
—No sé jugar al golfo —responde Katia sin ningún tipo de expresividad.
—No hacía falta que supieras. Con estar allí habría bastado.
—No me apetece hacer nada, Mauricio. Y menos aprender a jugar al golf.
—Si yo te entiendo. Acabas de salir del hospital y aún estás convaleciente. No es sencillo superar tan deprisa un accidente de coche como el que tuviste. Pero cuanto antes nos pongamos las pilas, mejor. Y este acto benéfico hubiera sido una buena oportunidad para dejarte ver.
Katia no dice nada. Está triste, desganada. El accidente de coche influye un poco, pero lo que realmente la tiene así es otra cuestión. Está intentando por todos los medios olvidarse de Ángel. Pero cuanto más trata de no pensar en él, más lo hace. Es agobiante.
—¡Katia! ¡Vamos! ¡Anímate! —exclamo su representante, que se ha levantado de su sillón y se ha sentado junto a ella.
La chica sonríe sin ganas.
—Ya, tranquilo. No te preocupes.
—Aún estamos a tiempo de llegar al torneo, ¿quieres que vayamos a ver si así te animas?
—Pero si no tengo ni coche.
En el accidente, el Audi rosa descapotable quedó seriamente dañado. Los mecánicos le han dicho que hasta la semana que viene no estará disponible.
—Vamos en el mío.
—Déjalo, Mauricio. En serio. Prefiero irme a casa y descansar. ¿Me pides un taxi?
El hombre suspira. Está seriamente preocupado por ella. Ha perdido toda su vitalidad. El accidente la ha dejado maltrecha psicológicamente.
Katia tiene ganas de llorar. No entiende nada. ¿Cómo puede estar así por un tío que conoce desde hace tan poco tiempo? Quiere irse a casa, meter la cabeza debajo de la almohada y olvidarlo de una vez por todas. Tiene que hacerlo. O eso o se volverá loca. Ángel se terminó. Se terminó. Nunca más.
Nada más lejos de la realidad. No sospecha que el reencuentro con el joven periodista está cerca.
Esa misma mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.
¡Fantástico! ¡Qué sorpresa!
No lo esperaba, sinceramente. Pero cuando ha abierto su correo electrónico, Álex se ha encontrado con dos e-mails que le están alegrando la mañana.
Es increíble. Caminaba tranquilamente con una amiga y se nos ocurrió metemos a hacer el tonto en un fotomatón y allí encontramos tu historia. Tras la pared es genial. Me encanta el protagonista. Y también Larry.
Eres buenísimo. Pero seguro que eso te lo han dicho un montón de veces y no soy nada original.
Te deseamos muchísima suerte mi amiga y yo. Y ya tienes dos compradoras de tu libro para cuando lo publiques, porque no tengo ninguna duda de que alguna editorial se fijará en ti y publicarás Tras la pared.
Tendrás noticias nuestras.
Muchos besos de Nerea y Susana.
Hola.
Me llamo Lucía, tengo 17 años y estoy flipando aún con tu historia. Me encanta leer y te aseguro que lo que haces vale muchísimo. Estoy segura de que algún día iré a la librería y allí encontraré Tras la pared en alguna de las estanterías.
Además, sí que tienes imaginación para promocionar así tu libro. Es una idea genial. Hablaré a todos mis amigos de tu novela y haré Unas cuantas copias para dejarlas por ahí, como has hecho tú, sino te importa, claro.
No me alargo más.
Encantada de conocerte y espero hacerlo un poco más con el tiempo.
Mucha suerte y un besazo.
Sonríe. No puede evitar leerlos varias veces. Por fin, la idea que los cuadernillos está teniendo algo de éxito. Había perdido un poco la esperanza. Hace un rato, cuando Paula le ha dicho que no podía ayudarlo, pensó en no continuar con sus intenciones de promocionar la novela de esa forma. Se limitaría a escribirla y ya está.
Sin embargo, aquellos correos le han dado fuerza y moral. Sí. Hará más copias y volverá a ponerse en manos del destino.
Esa misma mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.
Tiene calor. Y, aunque en esos días no esté haciendo el frío de otros años a esas alturas, en esta aula la temperatura es demasiado alta. Exagerada. Mejillas sonrosadas y alguna frente brillante. Quizá el profesor ha ordenado que pongan la calefacción para que sus alumnas vayan lo más ligeras de ropa posible. Ese no es problema para Irene, que sin ningún reparo se quita el jersey.
En la maniobra, la camiseta que lleva debajo se le sube por encima del ombligo, que queda al descubierto. Ojos buscones no pierden detalle del acontecimiento, que dura tres intensos segundos, hasta que todo vuelve a su sitio. La chica deja la prenda de algodón en el respaldo de la silla y se coloca bien la coleta que se ha hecho para estar más cómoda. Su camiseta a rayas verticales fucsia y azules, ajustada perfectamente a su exuberante y distinguido busto, no pasa inadvertida para nadie, y aún menos para el profesor, que centra todas sus explicaciones en ella.
A Irene le complace ese juego. Lleva mucho tiempo siendo el centro de atención allá donde va. Nunca le ha importado que la miren. Al contrario, se siente satisfecha.
Si recordara la cantidad de proposiciones que ha tenido, decentes e indecentes, no existiría espacio en su memoria para nada más. ¡Los hombres son tan simples!: desde que cumplen trece años y hasta que se mueren solo piensan en una cosa. Ella lo sabe y no va a desaprovechar lo que la naturaleza y, por qué no decirlo, los días de gimnasio y de pasar hambre le han proporcionado. Nadie se ha resistido a sus encantos. Nadie… excepto su hermanastro.
La chica no presta atención a lo que el profesor está anotando en la pizarra. Cruza las piernas, hoy cubiertas por un ceñido vaquero celeste, bajo la mesa. Sonríe y asiente cuando le preguntan:
—¿Lo ha entendido, señorita Ruiz?
—Sí. Claramente, profesor.
Así hasta cuatro veces en una hora. En realidad, Irene no sabe ni de lo que están hablando. Le aburre el tono con que explica las cosas. Pero todo sea por contentar a aquel buen hombre que ya ha anunciado varias veces que los apuntes tomados en clase serán la base del curso. Tampoco eso es problema para ella. Seguro que algún alma caritativa se los presta amablemente para fotocopiarlos a cambio de una cena.
Ahora tiene cosas más interesantes en las que pensar. Debe descubrir quién es esa Paula. Sin duda, su hermanastro está enamorado de ella. Y eso no es bueno, nada bueno. Para llegar al corazón de Álex, los sentimientos por esa chica tienen desaparecer y, una vez que concluyan, lo tendrá mucho más sencillo. Incluso puede aprovecharse de la debilidad que siempre se produce tras un fracaso amoroso.
Mientras tanto irá construyendo la base de su relación con él para, cuando llegue el momento adecuado, dar el paso definitivo. Pero ¿cómo puede conseguir llegar hasta Paula?
—Señorita Ruiz, ¿lo ha entendido?
—Está todo muy claro, profesor.
La respuesta es Álex. Para llegar a Paula, el camino es él. No hay más remedio entonces. Le tocará ejercer de policía y de ladrón. Será divertido.