Capítulo 35

sa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

—¿Lo besaste? ¿Y qué más?

—Nada más.

—¿Cómo que nada más? ¿Y él, cómo reaccionó?

—No reaccionó. Estaba dormido.

Katia hace un gesto de fastidio. Su hermana la contempla pensativa. Sabe perfectamente lo que está sintiendo. Al final ha sido peor el remedio que la enfermedad. Ella había provocado que Ángel pasara la noche en el hospital con buena intención para que se quedaran a solas, de noche, en la misma habitación. Creía que la atracción que aparentaban tener el uno por el otro haría el resto. Y sin embargo, se equivocó, y su hermana está más decaída ahora.

Las dos caminan juntas. Alexia ha ido a buscarla cuando le han dado el alta. Con la ayuda de los gerentes del hospital han conseguido salir sin levantar demasiada expectación y esquivar a los medios de comunicación que esperaban en la puerta principal.

—¿Y ahora qué vas a hacer?

—Olvidarme de él. Está claro que ese chico no es para mí.

—¿Te vas a rendir tan pronto?

—No es que me rinda, Alexia. Es que él no siente nada por mí.

—¿Cómo sabes eso? Yo creo que le gustas. Si no, ¿por qué acudió al hospital interesándose por ti?

—Porque es un buen chico. Pero nada más.

—Si hacéis muy buena pareja… No pierdas la esperanza tan pronto.

Katia suspira. Su intención es la de no volver a ver a Ángel. No puede dejarse llevar por todo ese conglomerado de sentimientos.

—Está decidido. Lo mejor tanto para él como para mí es que no nos volvamos a ver.

—No seas tan radical, hermana.

—En estos temas hay que serlo. Solo es un chico. Uno más. Vendrá otro.

Aunque intenta convencerse a sí misma, sus palabras van acompañadas de tristeza y melancolía. Quiere creer lo que dice, dejar de pensar en él, pero no es tarea fácil. Desde hace cuatro días, él es su vida. ¿Cómo ha podido llegar a eso? No lo entiende. Es incapaz de comprender cómo Ángel la ha conquistado de tal manera que no existe nada más en el mundo. Eso tiene que acabar.

Alexia está preocupada. Su hermana es dura, pero la ve titubear. Está pasándolo mal. Lo sabe. Son hermanas y nadie mejor que ella puede adentrarse en sus sentimientos y comprenderlos.

Aquel chico no es uno cualquiera, no es uno más, como quiere hacerle creer Katia. Quizá en esta ocasión sí sea lo mejor cortar por lo sano.

Sin embargo, ni una ni otra sospechan lo que sucederá más adelante.

Esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

Pasea su lengua por la comisura de los labios rebañando una traviesa gota de mayonesa que se ha extraviado en el anterior mordisco al sándwich vegetal. El hombre que está enfrente la mira disimuladamente. En realidad, no ha dejado de observarla en toda la mañana. Es su profesor. Cuando le anunciaron que tenía que dar clases en aquel aburrido curso sobre liderazgo en la empresa, jamás pensó que se encontraría con una alumna como esta. Tres meses con aquella jovencita espectacular sentada en primera fila… Y, si iba así vestida en marzo, con el frío que hacía todavía, cómo iría en junio, con el verano a la vuelta de la esquina…

Irene está terminando de comer en una cafetería cercana al aula donde tiene las clases. Deja el pequeño trozo de sándwich que le queda sobre el envoltorio de plástico, agarra su vaso y absorbe delicadamente la Coca Cola por una pajita verde. Sabe que la miran, pero le da igual. Está acostumbrada a levantar expectación. Además, ese tipo cincuentón que no le quita ojo es su profesor. Si juega bien sus cartas, tendrá una gran calificación cuando acabe el curso.

Está en el descanso del mediodía. Aún le quedan otras tres horas de clase por la tarde. Así, de lunes a viernes durante noventa días. Pero merecerá la pena. Todo lo que sea por estar cerca de Álex.

Descruza las piernas y las cruza hacia el otro lado. La izquierda sobre la derecha. Oye toser y sonríe. El profesor se ha atragantado. Igual ha visto algo que no esperaba.

¿Cuál puede ser la clave para seducir a su hermanastro?

Hasta el momento solo ha tonteado y flirteado con él, pero quiere más. Quiere que sea suyo, desea que se enamore perdidamente de ella y haga caso omiso de cualquier tipo de comentarios que puedan surgir alrededor. No tienen la misma sangre aunque pertenezcan a la misma familia.

Debe tener paciencia. A Álex las cosas no le gustan demasiado precipitadas. Irá actuando poco a poco, cociendo a fuego lento sus planes hasta que el chico no pueda más y se lance a sus brazos, y no se detenga ahí sino que necesite más.

Irene se estremece con la idea. Incluso se retuerce en la silla por un escalofrío. Lo conseguirá, no tiene dudas, aunque tenga que pasar por encima de cualquiera que se interponga en su camino.

Da el último bocado al sándwich vegetal. El profesor continúa disimulando, pero sus ojos se pierden en sus piernas y su escote. Irene vuelve a sonreír para sí. Lentamente, se sacude con cierta gracia las manos y chupa la yema de su dedo índice eliminando el último rastro de mayonesa, regalándole a aquel hombre unos segundos que no olvidará. La chica espera que tampoco se olvide de aquel instante a la hora de puntuarle en junio.

Se pone tranquilamente de pie y se recompone el vestido negro. Recoge el envoltorio de su comida y lo arroja a una papelera. Exagerando el contoneo de sus caderas, sale de la cafetería sin que su profesor, ahora ya sin ningún disimulo, pierda de vista aquel último momento de seducción. Solo es un ensayo de la verdadera función reservada para la única persona que le roba el pensamiento.