se día de marzo, después de las clases, en algún lugar de la ciudad.
—¡A las cinco me paso por tu casa! —le grita Paula a Mario, mientras corre hacia el autobús.
El chico quiere contestarle, pero no serviría de nada. Ella ya está de espaldas, lejos. Se traga las palabras, pero sonríe. ¡Por fin va a llegar ese momento que tanto lleva esperando!
Camina despacio, disfrutando de la vida. Se siente mejor. No quiere recordar las lágrimas ni las tristes letras de todas las canciones que ha escuchado en las últimas semanas. Tampoco quiere pensar en aquellas malditas flores ni en el beso que Paula se dio con aquel tipo tan guapo. Lleva mucho tiempo sufriendo en silencio, se merece su oportunidad. Necesita seguridad en sí mismo, algo que le falta casi siempre, pero para lo que ahora está preparado.
—¡Eh! ¿En qué piensas? —una voz femenina le sorprende.
Diana está a su lado. Ni se ha dado cuenta de que lleva caminando unos segundos detrás.
—¡Ah! Hola. En nada.
—Pues parecías concentrado en algo. Tienes una cara muy rara. ¿Estás enfermo?
«¿Qué pretende la salida esta?», se pregunta Mario. Es la primera vez que coinciden en la salida del instituto. Normalmente, ella es de las primeras en huir de clase mientras Mario se toma siempre su tiempo: coloca los libros en orden, examina que no se le ha olvidado nada y entonces, cuando la mayoría se ha marchado, es cuando sale del aula.
¿Qué hace acompañándole hoy?
—No. Estoy algo cansado —contesta tratando de ser educado.
—¿No has dormido bien?
—Casi ni he dormido, para ser más exactos.
—A saber qué habrás estado haciendo —dice ella, burlona.
Mario no entiende nada. ¿Desde cuándo se toma aquella chica tantas confianzas con él? No le hace ninguna gracia, pero se reprime. No le va a aguar su momento. Nada ni nadie van a importunarle. ¡Falta tan poco para su cita con Paula!
—Nada interesante.
—¡Huy, chico, qué soso estás!
Diana lo mira de perfil mientras andan juntos. Es cierto, es mono. Claramente se está haciendo el interesante con ella. Típica postura de algunos chicos que no quieren reconocer lo que sienten. Se hace el duro.
«¿Y esta, de qué va? Seguro que tiene ganas de bronca o de meterse con alguien y me ha tocado a mí», piensa Mario.
—Ya te he dicho que estoy un poco cansado. Además, yo soy soso de por sí.
—¡Venga ya! No eres tan soso. Tienes tu tipo de humor. Es complicado seguirte, pero bueno…
La chica se ríe. Mario sigue sin comprender. ¿Aquello era un piropo?
—No sé.
—Oye, ¿qué se siente al ser tan listo?
—¿Perdona?
—Pues eso. Creo que eres el tío más listo de la clase. Sacas unas notazas increíbles. Yo, por el contrario, estaré contenta si paso de curso. No soy nada inteligente. Me pregunto qué se siente al sacar esas notas.
—No creo que sea cuestión de ser listo o no. Tiene más que ver en el tiempo que le dedicas a estudiar. Hay que currárselo un poco, tampoco es tan complicado.
—¡Qué dices! Es dificilísimo todo lo que damos. No me entero de nada.
Mario sonríe. Diana asumiendo una debilidad… No había hablado nunca mucho con ella, pero era la primera vez que aquella chica no parecía una hormona con vaqueros.
—Eso es porque no prestas mucha atención en clase. Siempre estáis haciendo el tonto en la esquina.
—¡Ah! Así que te fijas en nosotras, ¿eh?
Diana sonríe picara. Mario está punto de contestarle que cada día sus ojos están clavados permanentemente en una de las cuatro alborotadoras de la clase.
—Es que montáis unos escándalos…
—Somos las Sugus. Es nuestra misión: ser difíciles de tragar.
Sin darse cuenta, ambos han caminado parte de su recorrido juntos. Han intercambiado sonrisas, pero llega el momento en el que se tienen que separar. Mario la mira. Sí, definitivamente, esa chica parece otra cuando se toma las cosas más o menos en serio. Diana nota cómo la mira. Cada vez está más segura que aquel chico siente algo.
—Bueno, me voy por ahí —dice él señalando una bocacalle que se desvía del camino de ella.
—Y yo sigo por aquí.
La situación es incómoda para los dos. Deben despedirse y ninguno sabe cómo hacerlo. No existe la confianza suficiente para darse dos besos, pero se han acompañado mutuamente durante buena parte del trayecto de vuelta a casa.
—Pues mañana nos vemos en clase.
—Vale. No estudies demasiado.
—Y tú estudia algo.
Ambos ríen. Diana como pocas veces, con inocencia. Ha dejado a un lado su coraza de tía dura. Mario ha cambiado un poco su concepto sobre ella. No es tan desagradable como creía.
Sin decir nada más, cada uno sigue su camino despidiéndose con la mano tímidamente.