sa mañana de domingo de marzo.
Un rayo de sol entra por la ventana de la habitación de Paula. Miriam se asoma buscando desesperadamente la llegada de su amiga. Si no se da prisa, seguro que la van a descubrir.
—Pero ¿dónde se ha metido esa niña? —pregunta la mayor de las chicas, que vuelve a correr las cortinas y a tumbarse en su saco de dormir.
—Menudas preguntas haces… Como si no fuera obvio —contesta Diana, qué está sentada en la cama sobre sus piernas—. Y no es tan niña: tiene una edad en la que…
—Siempre estás con lo mismo.
—Pues porque algún día tiene que ser su primera vez. Todas hemos pasado por eso.
—Ya lo hará cuando quiera hacerlo.
—No es una cría ya —insiste Diana.
—Hablas como si tú fueras mucho mayor que ella.
—Y lo soy.
—Un mes —puntualiza Miriam.
—Suficiente.
Miriam resopla. No tiene ganas de meterse en una batalla dialéctica con Diana. Está preocupada por Paula.
—¿De verdad creéis que ella y el periodista estarán…? —insinúa Cris, que es ahora la que mira por la ventana.
—No —asegura rotunda Miriam.
—¿Y por qué no? Lo mejor de las peleas son las reconciliaciones. Y ya sabemos todas lo que implican —explica Diana. A ti no te hace falta reconciliarte con alguien para acostarte con él.
—¿Qué insinúas? ¿Qué yo me tiro al primero que pasa por mi lado?
—¿O al segundo? —añade Miriam.
—Serás… ¡Ah! A ti lo que te pasa es que te has picado conmigo.
—No me he picado contigo.
—Sí te has picado…
—¡Chicas! ¡Vale ya! —interviene Cris, que ve que aquella conversación se calienta por momentos—. No os peleéis. Como nos oigan los padres de Paula…
Miriam y Diana se miran. Cristina tiene razón.
—Perdona, no quería pasarme —se disculpa Miriam.
—No te preocupes. Yo también he estado muy borde —responde Diana.
—¡Así me gusta, Sugus! —exclama Cris, que se sienta en la cama y les estampa dos besos en las mejillas.
En ese momento, el pomo de la puerta de la habitación gira lentamente.
Solo Miriam se da cuenta.
—¡Viene alguien! ¡Haceos las dormidas! —ordena en voz baja.
La puerta se abre muy despacio, mientras las tres chicas rápidamente tratan de disimular que duermen, Cris y Diana en la cama y Miriam en uno de los sacos de dormir.
Alguien entra sigilosamente en el dormitorio. Camina prudente hacia la cama, hasta el lado en el que Paula suele dormir y que ahora ocupa Diana.
—Paula, ¿estás despierta? —pregunta con dulzura y sin alzar la voz.
—¡Nooo! —Grita Diana, dando un brinco.
Erica se lleva un gran susto y también grita. La pequeña tropieza y cae sobre el saco de dormir en el que está Miriam. Ésta la abraza con fuerza al ver a la niña sollozando.
—Pero Diana, ¿por qué la asustas?
—Si no ha sido nada, ¿verdad, enana?
La chica a larga la su brazo para acariciar a la pequeña, quién sin embargo, y con lágrimas en los ojos, lo aparta de un manotazo.
—¡Déjame, idiota!
—Vaya, menudo carácter tiene está canija…
—Es que ya te vale el susto que le has dado a la pobrecilla —intervine Cris, que baja al saco de dormir en el que la niña continúa abrazada a Miriam.
Erica se va calmando, aunque aún jadea agitada del sobresalto, y con la mirada busca a su hermana.
—¿Y Paula?
Las tres Sugus se miraron entre ellas.
—Ahora viene. Ha ido a… —comienza diciendo Miriam, que se bloquea a mitad de la frase.
—Al baño. Ha ido al baño —continúa Cris.
—En el baño no estaba —afirma Erica, muy segura.
—¿No? Pues habrá bajado a por un vaso de leche. Ahora subirá.
La niña no parece muy convencida de las explicaciones de esas chicas. Sobre todo no se fía de aquella tonta que la ha asustado, a la que mira con odio y le saca la lengua. Diana le responde con el mismo gesto, pero más prolongado.
—Pues voy a ver si le veo abajo…
—No, quédate con nosotras. ¿Quieres que te contemos un cuento? —le pregunta Miriam, que no sabía lo que hacer para distraerla.
Erica se lo piensa y acepta.
Entre las tres Sugus cuentan a la pequeña una historia improvisada de una princesa rubia de pelo largo y de un príncipe muy guapo que la rescata de un temible dragón. Y cuando la historia está a punto de llegar a su fin, la puerta del cuarto vuelve abrirse.
Jadeante, Paula entra a su habitación sin ni siquiera darse cuenta de que su hermana está allí.
—Perdonad que haya tardado tanto ¿Alguna novedad?
Entonces es cuando la recién llegada observa que la pequeña está en medio de sus amigas. Erica mira a su hermana sorprendida y piensa que tiene mucha cara porque, en vez de ir por un vaso de leche, ha tomado chocolate. ¿O de qué, si no, puede ser aquella mancha marrón en la camisa blanca?
Esa misma mañana, en otro lugar de la ciudad.
Después de acompañar a Paula a su casa, Ángel toma un taxi que lo lleva a la redacción de la revista. El sábado con todo el asunto del teléfono y la resaca, no hizo nada y no quería que todo el trabajo se le acumulase para la mañana del lunes. No hay nada peor que comenzar la semana con un montón de cosas que hacer.
La radio del coche se oye muy baja, pero el chico puede distinguir el tema She’s so high, de Blur.
Durante el trayecto el joven periodista sonríe al recordar el episodio de los churros. ¡Qué imaginación tiene esa chica! Su chica. A nadie más que ella se le podía haber ocurrido aquel juego en medio de una cafetería. Aún cree saborear en sus labios los besos de chocolate. Y los de antes, en el parque de los cien escalones. Dulces labios. Dulces besos.
Ángel se recuesta sobre el asiento trasero del taxi con los dos brazos abiertos apoyados en la tapicería. Experimenta una sensación placentera de tranquilidad, la misma que había extraviado el día anterior. ¡Y pensar que por su imprudencia y cabezonería podía a ver perdido a aquella maravillosa jovencita…! No volverá a pasar. Se lo promete una y otra vez a sí mismo.
La canción de Blur termina. El presentador anuncia alguna noticia que Ángel no consigue escuchar. Continuación, presenta el próximo tema.
Pese a que casi es inaudible, el chico reconoce enseguida la melodía. No puede ser, parece que le persigue… Suena la dulce voz de Katia cantando Ilusionas mi corazón. Hace rato, mientras desayunaba con Paula, también sonó en la cafetería. Además, a ella le encanta. ¿Dónde está la cámara oculta?
Por si no fuera bastante, el taxista sube el volumen de la radio y comienza a tararear el pegadizo estribillo.
«Ilusionas mi corazón.
Nunca pensé que pudiera amar
como te amo a ti, mi amor,
como te quiero a ti, jamás.
Y en esta historia de dos,
que no tiene escrito el final,
tú eres mi cuelo, mi sol,
tú eres mi luna, mi mar».
La tranquilidad desaparece. Los recuerdos del viernes por la noche regresan. El remordimiento. Había pasado la noche en casa de la chica del pelo de color rosa, haciendo quién sabe qué. Katia la había asegurado que no había pasado nada entre ellos, y eso era un consuelo. Pero se siente avergonzado por su actitud, por emborracharse hasta el punto de no recordar nada de lo sucedido. Y por mentir a Paula.
Ésa era la peor parte de todas. No le gusta no decir la verdad, pero en este caso es necesario. Pero ¿y si Paula algún día se entera de todo? ¿Cómo le explica que pasó la noche en casa de otra chica? Sin duda, ella no creería que solamente estuvo durmiendo. No. Y todavía menos después de mentirle.
Si algún día la verdad saliese a la luz, sería el fin de la relación con Paula. Afortunadamente, sólo él y Katia saben lo que pasó. Él no va a decir nada, ¿y Katia?
La canción continua sonando en el aparto de radio. Al taxista, un hombre con poco pelo de unos cuarenta años, parece entusiasmarle, porque se sabe toda la letra del tema.
Ángel no termina de fiarse de Katia. Es cierto que, cuando está cerca de ella, siente una especie de atracción. Hay química. No es como con Paula, pero la cantante le gusta de alguna manera. Sin embargo, lo mejor es que se mantenga alejado de ella. Sí, es la opción más adecuada. Cuando vuelvan a hablar le pedirá el favor que entienda su postura. Que tiene novia y que se siguen viéndose pueden cometer un error. Ése que casi sucede el viernes por la noche. ¿Cómo se lo tomará ella?
El presentador del programa interrumpe la canción antes de que esta finalice, hablando por encima del último estribillo:
«Esto fue Ilusionas mi corazón, el hit del momento. Esperamos que Katia se reponga cuanto antes de su accidente y pronto la tengamos presentando el segundo single de su disco».
Ángel no puede creer lo que acaba de oír. ¿Un accidente? ¿Cuándo?
—Pobre chica —murmura el taxista.
—¿Qué es lo que ha pasado? —pregunta el periodista, alarmado, haciendo asomar su cabeza por el hueco entre los asientos delanteros.
—No han dicho mucho, pero al parecer esta noche, después de salir de una fiesta, ha tenido un accidente de tráfico.
¡Un accidente de tráfico! La imagen de Katia arrolla todos los pensamientos de Ángel: en el momento en que la vio por primera vez en la redacción de la revista, la sesión de fotos, el beso…
—¿Y es grave? ¿Han dicho en qué hospital está?
—Sí, no está lejos de aquí.
—¿Puede llevarme hasta allí, por favor?
El taxista asiente. Gira hacia la derecha y pone rumbo al hospital en el que la cantante más escuchada del momento ha sido ingresada durante la madrugada.