Capítulo 11

iernes de marzo por la noche.

Llega a casa con ganas de escribir. Se siente inspirado. Rápidamente, Álex enciende el ordenador para adentrarse en su novela. Julián y Nadia le esperan en Tras la pared. ¿Escena de sexo? Quizá.

Mañana comenzará con su plan. Desea que el señor Mendizábal tenga todo listo temprano. ¡Qué gran favor le está haciendo! Aunque los resultados son completamente inciertos: es una idea un poco descabellada, pero su intuición le indica que puede funcionar. No pierde nada por intentarlo.

Antes de ir al Word, pasa por su MSN para mirar el correo electrónico. Alguien desconocido le quiere agregar. Acepta.

Es una chica. Tiene escrito en mil colores su nombre, Paula, y su nick es «Mariposas bailan en mi pecho. TQ. Gracias por todo».

¿Será la chica del Starbucks? Está conectada. ¿Le escribe? Pero ella se anticipa.

—Hola. ¿Se puede pasar?

Álex se lo piensa. Le apetecía mucho escribir, pero la curiosidad le gana. Y con esa chica, la curiosidad es aún mayor.

—Sí, adelante, aunque no sé muy bien quién eres.

—¿No me reconoces?

—Tengo una ligera idea, pero no estoy muy seguro. ¿No me vas a decir quién eres?

—Soy Paula. Lo pone en mi nick. ¡Qué poco te fijas! —un icono sonriente termina la frase.

—Ya me había fijado en eso, pero no conozco a ninguna Paula.

—Sin embargo, yo sí sé quién eres.

—Es normal: tú me has agregado.

—Claro, porque tú me diste tu dirección. Bueno, más bien me la escribiste.

«¡Es ella!».

—¡Ah! Entonces eres la chica de la cafetería. Ya no me acordaba de que te había dado mi MSN —miente.

—Seguro —icono guiñando un ojo.

—Pues soy Álex, encantado.

—Yo, Paula, encantada.

¿Y ahora? ¿Por dónde llevar la conversación? Ambos están unos segundos sin decir nada. Finalmente, Álex opta por el camino más sencillo.

—¿Has terminado ya el libro?

—¿Perdona si te llamo amor? No. Precisamente estaba leyéndolo antes de agregarte.

—Ah.

—Por cierto, un gesto muy… ¿simpático? Me refiero al de escribirme al final tu correo y cambiarme el libro.

Álex se sonroja. ¿Se está riendo de él? No. Si al final ha decidido agregarle, será por algo, ¿no?

—Yo soy así.

—Jajaja.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—Tú. Que seas así.

—Te recuerdo que fuiste tú la que se manchó el labio y la nariz de café o lo que fuera aquella bebida. Y la que se dio un golpe en la cabeza al levantarse.

—Ya no me acuerdo de eso.

—Tienes mala memoria.

—He estado muy ocupada.

—¿Leyendo el libro?

—Más bien viviéndolo.

Álex no ha entendido esa última frase, pero no pregunta sobre lo que ha querido decirle.

—¿Y qué te está pareciendo?

—¿Eso no me lo preguntaste ya ayer?

—Sí, pero te fuiste a hablar por teléfono.

—Ya. Pero cuando regresé eras tú el que te ibas.

—Tenía clases.

—¿Clases de…?

—Saxofón.

—¿Tocas el saxofón? ¡Qué guay!

—Bueno. Me gusta la música. Hablando de música…, mira esto.

Álex le pasa a Paula el siguiente archivo http://es.youtube.com/watch?v=4w7ShnVt3dE.

La chica lo abre. Es un montaje de Perdona si te llamo amor con una preciosa canción italiana de fondo. Durante cuatro minutos y veintiún segundos, ambos disfrutan del vídeo.

—¡Me encanta! —escribe Paula mientras vuelve a ponerlo—. ¿Lo has hecho tú?

—Sí, aunque la canción no tiene que ver con la película.

—¡Ah!, ¿también hay una película?

—Claro, de ahí son las imágenes que ves. Pero el tema que he puesto es de Massimo Di Cataldo y se llama Scusa ma ti chiamo amore.

Paula no escribe. Ve terminar el vídeo una vez más. Le entusiasma la canción. Es preciosa. Va a ponerla otra vez cuando mira el reloj de su ordenador. Esto le lleva a pensar en Ángel. Es tarde y aún no la ha llamado.

Sin decir nada a Álex, coge su móvil y marca el número de su chico. Nada. Apagado. ¿Pero dónde se ha metido?

Siente el cuerpo flojo y los brazos pesados. Nota cómo le pican los ojos y cómo se forma un nudo en la garganta. ¿Qué estará haciendo?

—Hola. ¿Sigues ahí?

Es la frase con la que Paula se encuentra al volver al ordenador unos minutos más tarde. De repente, se le han quitado las ganas de todo. Echa de menos a Ángel. Quiere oírle. Siente una gran impotencia por no poder comunicarse con él de ninguna forma.

—Sí, estoy aquí. Perdona, me llamaron —miente Paula—. De todas formas me tengo que ir ya.

—Sí, yo también. Se ha hecho tarde y mañana madrugo.

—¿Un sábado? ¿También tienes clases?

—No, pero he quedado para que me den una cosa.

—Bueno, no te entretengo más entonces. Que descanses.

Es una pena. Se va. Y quién sabe hasta cuándo. ¿Qué impresión le habrá causado a Paula? Tiene ganas de conocerla más. Una idea sacude en esos momentos la cabeza de Álex. ¿Se atreve a proponérselo? Lo medita unos instantes y por fin se decide:

—Paula, antes de que te vayas… ¿tienes algo que hacer mañana por la mañana?

La chica lee con sorpresa la pregunta de aquel chico. Le ha dado muy buena impresión. No solo es guapísimo y con una sonrisa perfecta sino que es simpático, y le gusta su capacidad de conversación. Sin embargo, la última frase le desconcierta un poco. —¿Por qué me lo preguntas?

—Es que necesito ayuda, alguien que me eche una mano por la mañana.

—¿Qué tipo de ayuda?

—Queda conmigo y lo verás.

—¿Me estás pidiendo que quede contigo, que apenas te conozco, un sábado temprano, para ayudarte a algo que no me vas a decir lo que es? ¿No te parece todo un poco extraño?

—Mirándolo así, suena raro… Pero quiero que quedes conmigo. —Ahora es Álex el que pone un icono guiñando un ojo.

Paula no sale de su asombro. ¡Qué atrevimiento! Pero en realidad siente curiosidad. Y la compañía no está nada mal. Además, mañana por la mañana no tiene nada que hacer. Pensaba que tal vez pudiera pasar el día con Ángel, pero eso, a estas alturas de la noche, lo ve como algo imposible. No es nada malo ayudar a un amigo que la necesita, ¿no? Pero ¿ese chico puede considerarse amigo? ¿Y qué tipo de ayuda necesita? Cuánto misterio.

—No sé, Álex. ¿No me puedes decir para qué es?

—No, tendrás que confiar en mí.

Paula suspira. Se pone de pie. Coge el móvil y vuelve a llamar a Ángel. Una vez más se encuentra con una voz grabada indicando que el móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura. Impotente, molesta, triste, lanza el teléfono contra la almohada de su cama.

—Está bien. ¿Dónde quedamos y a qué hora?

¿Ha aceptado? Álex no se lo puede creer. ¡Ha aceptado!

Precipitadamente, escribe la dirección del lugar en el que deben reunirse a las diez de la mañana y le explica cómo ir.

Una curiosa felicidad le inunda aunque no entiende la razón de esa alegría repentina.

—Espero que esto no sea una broma —añade Paula.

—No lo es. Te agradezco mucho que vengas a ayudarme.

—Me vas a tener en ascuas hasta mañana, ¿verdad?

—Sí.

—Bueno, no insisto más. Por fin he dado con alguien más cabezota que yo.

—No soy cabezota —responde Álex.

—Sí lo eres.

—No.

—¿Ves cómo sí lo eres?

—Vale, quizá un poco.

Ambos sonríen al mismo tiempo, cada uno en su habitación. En la distancia. Sin tan siquiera ver que el otro también está sonriendo. Paula olvida por unos segundos a Ángel: por unos instantes, nada de lo que ha ocurrido en esos dos días ocupa su mente.

—Bueno, Álex. Te veo mañana entonces.

—Muy bien. Te esperaré. Buenas noches.

—Buenas noches. Un beso.

—Otro.

La chica desconecta su Messenger. Luego escucha una última vez la canción de Di Cataldo. Se tumba en la cama y se queda dormida con el móvil debajo de la almohada.

Álex permanece en el ordenador. Esta conversación le ha inspirado aún más de lo que ya estaba. Mientras escribe no deja de pensar en el día siguiente. Sí: mañana puede ser un gran día.

La noche anterior.

Katia conduce su Audi rosa con capota negra por las calles de la ciudad. A su lado está Ángel. Apenas han cruzado palabra. La cantante lo mira de reojo de vez en cuando. No parece muy contento sino más bien preocupado.

Van en dirección a la redacción de la revista donde él trabaja. Un semáforo en rojo. El coche se detiene. Ella aparta la vista de la carretera y se gira hacia él.

—¿Estás enfadado?

Ángel no dice nada. Ni siquiera la mira.

—Vale, queda claro. Estás enfadado —protesta Katia, apretando con fuerza el volante con las dos manos.

El semáforo cambia a verde y el Audi rosa acelera haciendo chirriar las ruedas.

—No estoy enfadado —dice por fin Ángel.

—Pues sí que lo parece.

—Es solo que…

Katia frena bruscamente. En un lugar prohibido, aparca en doble fila ante la mirada atónita de su acompañante.

—No nos vamos de aquí hasta que me cuentes qué te pasa.

—Pues… Supongo que es una tontería.

—Suéltalo ya.

—¿Por qué me has besado?

La chica del pelo rosa cambia su expresión. Muestra entonces una de esas sonrisas tranquilizadoras.

—¡Era eso! Te ha sorprendido que te diera un beso en los labios…

—Es normal. No todos los días una chica que acabas de conocer te besa en los labios sin esperarlo.

—Te tendría que haber avisado. ¿Con un cartelito, quizá? —se burla ella.

—No me ha hecho gracia —señala Ángel frunciendo el ceño.

—No te enfades. Ha sido un pico cariñoso. Nada más.

—¿Sueles ir dando por ahí «picos cariñosos» a todo el mundo?

Katia mira hacia arriba haciendo como que piensa.

—Pues…, contándote a ti ya van… sesenta y cuatro —responde y suelta una pequeña carcajada a continuación. Luego vuelve a hablar más serena ante los ojos acusadores del chico—. Ángel, no le des más vueltas. Ha sido solo un impulso cariñoso. Nada más.

El joven periodista no lo tiene tan claro. Ni eso, ni otras cosas. Puede que Katia esté haciendo ahora como que ha sido algo sin importancia, no premeditado. Pero la realidad es que le ha besado en los labios. Pero ¿y él? ¿Qué ha sentido cuando ha notado los cálidos y dulces labios de la chica del pelo de color rosa? Eso tal vez le confunde más.

—Está bien. Si tú dices que ha sido un detalle cariñoso e impulsivo, te creo. Pero a partir de ahora solo nos damos la mano, ¿eh?

Katia sonríe y Ángel también termina haciéndolo.

El Audi rosa se vuelve a poner en marcha.

La noche es un entramado de luces y oscuros. De sonidos. De ruidos indescifrables. Katia canta en voz baja mientras conduce. Ángel está más tranquilo aunque algo en su interior parece alborotado.

De nuevo un frenazo brusco. El coche se detiene.

—¿Qué pasa ahora? Tienes que aprender a frenar, ¿eh? Si no, en dos meses no tienes discos de freno.

—¿Te apetece que entremos ahí a tomar una copa? Estoy seca —dice Katia, señalando un pequeño pub, cuyas letras luminosas rezan «Rounders».

—Katia, tengo que recoger los papeles de la redacción. Y mañana debo madrugar.

—Por favor… Por favor —ruega ella. Ahora más que nunca parece una chica de quince o dieciséis años.

—No puedo, Katia. De verdad que…

—Déjame invitarte aunque solo sea a una copa. Para compensarte que hayas venido y como disculpas por el beso. Por favor. Por favor…

El periodista se niega unas ocho veces. Katia insiste con sus «por favor, por favor» otras tantas.

—¡Vaaaale! Pero una, y nos vamos —termina diciendo. La chica aplaude y va a darle un beso, pero se da cuenta y termina alargando la mano para estrecharla. Ángel sonríe y se la da también a ella. Nota su piel suave. Sus dedos pequeños, afilados.

Aparcan el coche y entran en el pub. Está vacío. Solo ven a dos camareras vestidas de negro detrás de la barra, charlando entre ellas. La luz es tenue y La música dance no está muy alta.

«¡Paula!», recuerda de pronto Ángel al mirar el reloj. No la ha llamado. Se lleva las manos a la cabeza. Puede que esté dormida ya incluso. Saca de nuevo el móvil de su bolsillo y trata de encenderlo. Nada, no tiene batería.

—Si quieres te dejo el mío —señala Katia al ver que el teléfono del chico no funciona.

—Gracias, pero no me sé el número de memoria.

—¿Es a tu chica a quien quieres llamar?

—Sí.

—No quiero ser una molestia. Si quieres, nos vamos.

—No te preocupes. Tomamos una copa y la llamo cuando llegue a la redacción, que tengo un cargador allí.

—Bien. Entonces, ¿qué te pido?

El dance deja paso a una canción brasileña lenta, pegadiza, dulzona: Miedo de amar, de Ivete Sangalo y Ed Motta. Es como si el encargado de poner la música en aquel sitio quisiera que la pareja se uniera un poco más. Ángel acerca sus labios al rostro de Katia. Lo hace de forma inocente, sin ninguna intención, tan solo para decirle lo que quiere beber: una cerveza. Pero está muy cerca de ella y puede aspirar todo su aroma…

Una de las camareras, la que parece más joven, peinada con dos trenzas, atiende a la chica del pelo rosa. Enseguida le entrega dos botellines verdes de Heinekken. Katia paga y entrega una de las cervezas a Ángel.

—¡Brindemos! —propone ella sin parar de sonreír ni un segundo.

—¿Por qué quieres brindar?

—Por la mejor entrevista que me han hecho nunca.

—¿La de Los Cuarenta Principales? —ironiza él.

—Claro. Aunque nada tienes que envidiarles tú… —contesta ella acercándose un poco más. Prácticamente no hay espacio entre ambos en aquella barra.

—Brindemos entonces.

Chocan sus botellines y dan un pequeño trago al unísono. En la tímida luz del recinto, Ángel sigue hipnotizado por los celestes ojos de aquella chica. Pero, al mismo tiempo, le viene a la cabeza Paula. Su gesto se tuerce entonces al pensar en ella. Está en un pub tomando una copa con una preciosa muchacha de veinte años, que además es famosa y le ha besado. No la ha llamado por teléfono. Vale, no ha podido. Pero eso no es excusa. ¿Qué estará pensando Paula? ¿Se habrá preocupado? ¿Molestado? Espera compensarla mañana de alguna forma. Aquellos dos días habían sido como una pequeña vida. Una bonita historia propia de un cuento, un cuento que era realidad. Pero ahora, ¿la había fastidiado? ¿Por qué no le había contado nada de la sesión fotográfica?

—Hola. —El rostro de Katia aparece justo enfrente de su rostro—. ¿Estás aquí?

—Sí. Estaba intentando traducir la letra de la canción —miente Ángel.

—¡Qué mentiroso…! No sabes mentir. A ver si esto te espabila…

Katia golpea con la parte de abajo de su botella el cuello de la botella de Ángel. La espuma sube rápidamente y la cerveza comienza a salirse precipitadamente. El joven periodista se agacha con el botellín en la boca y bebe todo lo rápido que puede para evitar manchar el suelo del local.

La cantante jalea y salta, animándolo para que beba más deprisa. Ríe. También lo hacen las dos camareras, que ya han descubierto que aquella pequeña chica con el pelo de color rosa es la conocidísima Katia.

Pese a los esfuerzos de Ángel, pequeñas gotas se han instalado en su camiseta y en su pantalón. Además, un charco de cerveza se ha formado a sus pies. Avergonzado, pide una fregona a la camarera de las trenzas. Ésta sale de la barra y ella misma limpia lo que se ha vertido.

—Perdona. Yo…

—No te preocupes, si no ha sido nada… —La chica termina de recogerlo todo y regresa detrás de la barra con una sonrisa.

Katia vuelve a acercarse.

—Le has gustado —le susurra al oído.

—¡Qué dices! La cerveza se te ha subido… —responde Ángel divertido. Siente un poco de calor en sus pómulos después de estar bebiendo sin parar unos segundos.

—Las mujeres tenemos ese instinto. Detectamos cuando a una chica le gusta un chico y viceversa. Además, no es extraño que gustes a las chicas. Eres un tipo muy interesante.

La camarera vuelve a acercarse a la pareja. La música brasileña desaparece. Suena Where ever you will go, de The Callings.

La chica de las trenzas pone encima del mostrador dos vasitos y sirve un líquido azul en ambos.

—Cortesía de la casa. Espero que les guste.

Katia da las gracias. Coge su chupito y lo traga de golpe. Está fuerte. Cierra los ojos y arruga la nariz. Cabecea de un lado a otro.

—¡Qué bueno! —comenta dando un pequeño grito—. ¡Guau! Ahora, tú.

Ángel duda. Uff. No cree que sea una buena idea tomarse aquel vasito. La camarera que ha limpiado la cerveza del suelo y les ha invitado al chupito le está mirando. No le queda más remedio. Sonríe, lo agarra y se lo bebe sin pestañear.

La garganta le arde. Sí que está fuerte, pero intenta que no se note. No solo le quema la garganta, también el estómago. La camarera de las trenzas le sonríe. Él también sonríe.

Sin decir nada, la chica vuelve a llenar los vasitos de azul y también se sirve uno para ella. En esta ocasión, los tres beben a la vez, de golpe, sintiendo la llama del alcohol por el esófago. Al segundo trago le sigue un tercero inmediato.

—Tú eres Katia, ¿verdad?

Un atractivo cuarentón con el pelo cano, perfectamente cortado, vestido de negro, aparece detrás de la pareja. No está solo. Una bella veinteañera le acompaña.

—Sí, soy yo. ¿Y tú eres un admirador? —dice la joven, aún convaleciente del último chupito.

—Pues sí, lo soy. Pero también el dueño de este local —señala el hombre sonriendo.

—Ah, qué honor. Tienes un sitio muy acogedor.

—Gracias. Espero que lo estéis pasando bien y que mis chicas os estén tratando perfectamente. Me gustaría invitaros a tu amigo y a ti a una copa.

—Muchas gracias, pero nos íbamos ya. ¿Verdad, Ángel?

Ángel parece distraído. Ausente. Quizá aquel tercer vasito de licor…

—Perdona, ¿qué me decías? No te oí por la música.

Starlight, de Muse.

—Te decía que nos íbamos.

—Pero no os vayáis aún… —interrumpe el dueño de Rounders—. Dejad que os invite a una copa. No todos los días tengo en mi local a una estrella del pop.

A Katia empieza a no hacerle ninguna gracia todo aquello. La camarera tontea con Ángel, al que le acaba de servir un ron con Coca Cola.

Katia suspira y pide una Fanta de naranja. Tiene que conducir. Quizá esos minutos le vengan bien para bajar los chupitos.

El cuarentón de pelo cano le habla, y le habla, más y más, casi obviando a la chica que va con él, que se limita a reírle los comentarios. Katia ni le presta atención, pero sonríe por educación. De vez en cuando intenta que Ángel participe.

Pero Ángel no escucha. Habla con la camarera de las trencitas. Ésta juguetea con su pelo mientras dialogan.

Todo en su cabeza está confuso. Está alegre, pero no sabe por qué. Cree que algo se le está pasando por alto, pero no consigue recordar muy bien qué es. Está allí con Paula. No, no es Paula. La chica que le acompaña es Katia. Claro, Katia. La misma que le ha besado. La del pelo rosa. No. La de las trenzas, no. ¿Qué demonios era ese líquido azul? ¿Y Paula?

La música sube de intensidad en el local. Todo está más oscuro y ya no están solos. Han ido entrando algunos grupitos de amigos, incluso alguna que otra pareja. Fluye el viernes noche.

El dueño del pub no se ha apartado ni un segundo de Katia, quien empieza a estar verdaderamente harta de todo aquello. Necesita unos minutos de relax. Se levanta y entra en el cuarto de baño.

Ángel, mientras, está tomando su segundo ron con Coca Cola. Entre medias ha bebido dos chupitos azules más. Todo es muy confuso para él, que ya ni entiende lo que su nueva amiga le está diciendo.

Está sonando In my eyes, de Milk Inc, cuando Katia sale del baño. Se ha mojado la cara para refrescarse. Tiene la intención de ir coger a Ángel y marcharse de aquel sitio cuanto antes.

Pero ¿qué ve? No puede ser… ¿Aquella camarera no está demasiado cerca de Ángel? Tiene su cabeza hundida en el cuello del joven periodista. No le estará…

La chica del pelo rosa camina a toda prisa haciéndose paso entre la gente. Alguno la reconoce. Eso da lo mismo ahora. La canción está en su pleno apogeo. Katia llega hasta donde están Ángel y la chica de las trenzas. Con sus manos la aparta y mira a Ángel.

—Cariño, nos vamos.

Y sin pensarlo dos veces, le da un profundo beso en los labios ante la mirada desafiante de la camarera.

Ángel cierra los ojos y responde al beso de Katia. No sabe lo que está haciendo, pero se deja llevar. Acto seguido, la chica lo levanta como puede del taburete en el que está sentado y, sujetándolo por un hombro, lo saca a duras penas del local. Un par de chicos que han visto toda la escena la ayudan.

—Mi coche está allí —dice la cantante señalando el Audi rosa al otro lado de la calle.

—¿Tú eres Katia, verdad? —pregunta el más alto de los que le están ayudando.

—¡Síííííí! ¡Es la gran cantante Katia! —grita de repente Ángel desembarazándose de los muchachos.

El joven tose, se aclara la garganta y empieza a cantar un desafinadísimo Ilusionas mi corazón. Chilla lo que pretende ser una dulce melodía. Los dos chicos que les acompañan se miran perplejos ante el espectáculo que Ángel está montando en plena calle. Pero por alguna extraña razón también ellos empiezan a cantar el tema más famoso de Katia, a cada cual peor. La cantante no sabe si reír o llorar. Finalmente, opta por lo primero aunque su sonrisa dura solo un instante ya que el periodista comienza a dar otras muestras de los efectos de las mezclas del alcohol. En un descuido, Ángel cae de bruces contra el suelo quedando boca arriba. Katia y los dos jóvenes acuden inmediatamente a auxiliarlo. Parece que no se ha hecho nada. Lo incorporan de nuevo, aunque casi vuelve a irse al suelo. Afortunadamente, entre todos evitan la caída.

—Al coche —señala Katia.

Ángel parece que está peor. Incluso vomita dos veces en el corto trayecto hasta el Audi rosa. Finalmente, y con mucho trabajo, consiguen introducirlo en el asiento del copiloto del vehículo.

Katia da las gracias a los dos chicos y estos le piden el número de teléfono. La cantante sonríe y arranca. Atrás quedan los muchachos que observan perplejos cómo se aleja aquel coche tan particular.

—¡Ángel! ¡Ángel! —grita la chica, que ve cómo su acompañante se está quedando dormido—. ¡No te puedes dormir ahora!

El periodista abre los ojos ante el zarandeo de Katia, que tiene la vista puesta tanto en la carretera como en él.

—¿Paula? —dice balbuceando mientras ve con ojos borrosos que una chica está al volante.

—¿Qué Paula? Soy yo, Katia. ¡No te duermas! —vuelve a chillar al ver que se le cierran otra vez los ojos.

El joven se deja caer hacia la puerta y apoya su cabeza en el cristal de la ventanilla. Katia se echa sobre él y trata de ponerlo recto. El coche se tambalea y está a punto de salirse de la calzada. La chica de pelo rosa evita la colisión y respira hondo. Está muy estresada.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Ángel, que se ha despertado momentáneamente por el bandeo del coche.

—¿Que qué ha pasado? ¡Joder, casi nos matamos! —La chica se seca la frente con un pañuelo de papel y trata de tranquilizarse—. Bueno, ¿dónde vives?

La pregunta parece un enigma imposible para el periodista.

—Mmmmm. ¿En mi casa?

—¿Y eso, dónde es?

—Mmmmmm.

—No me digas que no te acuerdas.

El joven se echa a reír. Pues no, no se acuerda de la dirección de su edificio.

—Pues…, tendrás que dormir hoy conmigo —dice Katia, a quien esa idea no parece molestarle demasiado.

—Vale —contesta escueto Ángel con una sonrisa en la boca. El Audi rosa atraviesa la ciudad. Apenas hay tráfico. La chica abre la ventanilla del asiento de Ángel para que el frío de la noche golpee su rostro. El cierra los ojos y se siente como si viajara en una nube. Sin embargo, no sabe muy bien cómo se encuentra.

Pasados unos minutos, el coche por fin se detiene. Todo está oscuro salvo por unas pequeñas luces.

—¿Dónde estamos? —pregunta el chico aún sin bajarse.

—En el garaje de mi edificio. Ahora tienes que portarte bien y ayudarme.

Ángel dice que sí, aunque no sabe ni a qué ni por qué. Katia se baja primero y ayuda a hacerlo al periodista. Caminan lentamente hasta un ascensor. Parece que Ángel, aunque no se entera de dónde está, al menos ya camina casi por sí solo.

—Es en el ático —dice la chica ya dentro del ascensor.

Ambos permanecen en silencio dentro del pequeño habitado. Aun borracho, es guapísimo. Y deseable.

El ascensor llega a su destino. Una alfombra roja adorna la última planta del edificio. La pareja camina agarrada. Pese a su pequeña estatura, Katia es sorprendentemente fuerte. Ella también ha notado los músculos de Ángel bajo aquella camiseta. Sí, es muy deseable.

Por fin llegan ante la puerta del ático de Katia. El chico se apoya con dificultad en la pared mientras la cantante busca las llaves dentro del bolso.

—Aquí están… —dice ella sonriendo—. Apóyate en mí.

Abre la puerta y juntos entran en aquel acogedor apartamento, único testigo del resto de la noche.

La chica enciende la luz, primero la del pasillo de entrada y luego la del salón. El ático no es muy grande, pero impresiona por lo ordenado que está todo. Muebles de diseño oscuros contrastan con paredes de color pastel. Un gusto exquisito.

Los pasos de Ángel son inestables y tiene que valerse de Katia y de las paredes para no caerse. Vuelve a estar mareado.

—Ven, siéntate aquí —dirige ella al periodista ayudándole a llegar a uno de los tres sillones que componen aquella habitación.

Ángel obedece. Intenta acomodarse, pero se escurre. Katia se ríe al verlo.

—Mejor túmbate en el sofá —le dice señalando el sofá de tres piezas en el que está ella.

Repetición de la maniobra anterior. Cada pequeño movimiento es una hazaña. Por fin, logra que Ángel termine tumbado boca arriba. Con las manos se tapa los ojos.

—La… la luz… —protesta él levemente.

—¿Te molesta? Espera, enciendo la lámpara pequeña para que no te moleste.

La luz ahora es más acogedora, más íntima, propia de una velada de enamorados.

Ángel aparta sus manos de la cara y las coloca sobre el pecho. Está más tranquilo.

—Voy a cambiarme. No te vayas, ¿eh? —bromea Katia.

El chico no oye lo que le dice. No entiende qué es lo que ocurre. Es como si todo le diera vueltas. Se siente muy cansado: le pesa todo el cuerpo, sobre todo la cabeza, y el estómago le da punzadas. ¡Paula! La tiene que llamar. Sí. Tiene que telefonear a Paula. Pero ahora no. Cuando desaparezca ese dolor de cabeza que tiene. Cuando haya descansado la llamará. Sí. ¿Qué hora será?

En otra habitación, Katia se desnuda. Menuda nochecita. Cuando invitó a Ángel a que tomaran una copa, jamás pensó que aquello pudiera terminar así. Aquel chico no parecía que fuese capaz de emborracharse y perder de esa manera los papeles. Siempre tan atento, siempre tan bien puesto. Sin embargo, ahora lo tenía acostado en un sofá de su salón, bebido y mareado. Aún así, no puede evitar cierta atracción por él. ¿Y ahora, que?

La cantante se cambia de ropa. Se viste solo con un camisón blanco de tirantes que no le llega a las rodillas y unas braguitas blancas. Descalza, pasa por el baño y vuelve al salón.

Ángel continúa en la misma posición en la que lo había dejado. Respira profundamente. Parece dormido.

—Hola. He vuelto. ¿Me oyes?

El periodista cree escuchar que alguien le está hablando y refunfuña.

—Parece que sí, que me oyes —comenta ella sonriendo—. No puedes dormir ahí. Cogerás mala postura y mañana no podrás ni moverte…

Pero Ángel no reacciona.

La chica suspira. No puede dejarlo ahí tirado.

Con mucho cuidado baja primero sus pies del sofá. Ángel protesta, pero termina sentándose. Luego, ella le coge de la mano y le pide que se levante.

—Vamos, un pequeño esfuerzo más.

El joven se deja hacer y, ante el tirón de la chica, consigue ponerse de pie. Otra vez Katia carga con él como puede, apoyando su brazo en sus hombros y forzándole a que camine.

Los dos entran en el dormitorio y se sientan en la cama. Katia lo mira. Está con aquel chico a solas en su dormitorio. El deseo la consume. Quizá desde que lo vio por primera vez, había deseado un momento como aquel.

—Levanta los brazos —le indica.

Él no hace caso, pero ella le ayuda a quitarse la camiseta. El deseo se está haciendo cada vez mayor. La imagen de su torso desnudo la enciende un poco más.

Katia acaricia el pecho de Ángel. Lo besa. El chico no opone resistencia. Parece que poco a poco está mejor. Aún le duele mucho todo y no se ubica, pero han desaparecido las arcadas. Alguien parece que le está besando. Primero ha sentido besos en su pecho. Ahora le besan los labios. ¿Paula?

Katia se quita el camisón. Solo sus braguitas blancas evitan una completa desnudez. Vuelve a situar sus labios sobre los de Ángel. La pasión que siente en estos instantes es incontenible.

Coloca los pies de Ángel encima de la cama. Le quita los zapatos y estira su cuerpo sobre las sábanas. Ella se sitúa sobre él, sentada sobre su pantalón. Se flexiona y lo vuelve a besar. Coge las manos de Ángel y las sitúa sobre sus pequeños pechos.

Sin embargo, cuando busca sus ojos, su mirada, Katia se da cuenta de que aquello no está bien.

Tiene muchísimas ganas de hacer el amor, pero quizá ese no es el momento. Se está aprovechando de él y eso la corroe por dentro. Además, aquel chico tiene novia. Tal vez si él estuviera sereno y la eligiera a ella, todo sería distinto. En las relaciones…

La cantante sale de la cama y vuelve a ponerse el camisón.

Ángel apenas se mueve.

—Es una pena que no estés en condiciones. Quién sabe si un día de estos… Que descanses.

La chica le besa en la frente, lo tapa con una sábana y una manta, y sale de la habitación cerrando tras de sí la puerta y la tentación.

Ángel dormirá toda la madrugada sin saber que esa noche estuvo a punto de serle infiel a Paula.