—Ella no puede venir —dijo Gurder.
—¿Por qué no? —preguntó Masklin.
—Porque es peligroso.
—¿Y? —Masklin miró a Grimma, que los observaba con aire desafiante.
—Que no se debe llevar a las chicas a los lugares peligrosos —explicó Gurder con aire recatado.
De nuevo, Masklin notó aquella sensación que lo había asaltado repetidas veces desde que había llegado a la Tienda. Estaban hablando, abriendo y cerrando la boca, y cada palabra en sí resultaba perfectamente comprensible, pero todas juntas no tenían el menor sentido.
—Voy a ir con vosotros —insistió Grimma—. ¿Qué peligro puede haber ahí? Como mucho, ese Recorte de Precios, y…
—Y el propio Arnold Bros (fund. en 1905) —añadió Gurder con nerviosismo.
—Bueno, voy a ir de todos modos. El grupo no me necesita y no tengo nada que hacer. ¿Qué puede sucederme? Nada demasiado terrible, como ponerme a leer algo y que se me caliente la cabeza, por ejemplo —añadió con ironía.
—Te aseguro que yo no… —protestó Gurder: débilmente.
—Apuesto a que en Artículos de Escritorio no os hacéis la colada —replicó Grimma—. Ni os zurcís los calcetines. Apuesto a que…
—Está bien, está bien —aceptó Gurder—. Pero no debes quedarte atrás, ni debes entrometerte. Nosotros tomaremos las decisiones, ¿estamos de acuerdo?
El gnomo lanzó una mirada desesperada a Masklin.
—Dile que no debe entrometerse —suplicó.
—¿Yo? —respondió Masklin—. Yo no le digo nunca qué debe hacer.
El viaje fue menos aventurado de lo que había imaginado. El viejo Abad había hablado de escaleras que se movían, de cubos con fuego y de largos pasadizos vacíos en los que no había dónde ocultarse.
Pero desde entonces, por supuesto, Dorcas había aprendido a utilizar los ascensores. Éstos sólo llegaban hasta Moda Infantil y Juguetes, pero el de Modas era un pueblo amistoso que se había adaptado bien a la vida en una planta alta y que siempre acogía bien a los escasos viajeros que llegaban con noticias del mundo inferior.
—Ni siquiera bajan para utilizar la Sección de Alimentación —explicó Gurder—. Consiguen todo lo que necesitan en la Sala de Descanso de Personal. Viven de té y pastas, básicamente, y de yogur.
—Qué extraño… —comentó Grimma.
—Son muy amables —dijo Gurder—. Muy juiciosos y tranquilos. Un poco místicos, tal vez. Debe de ser por tanto té y yogur.
—De todos modos, sigo sin entender eso de los cubos de fuego —apuntó Masklin.
—Verás… —murmuró Gurder—, creemos que el viejo Abad tal vez…, en fin, pensamos que su memoria… Al fin y al cabo, es tan anciano que…
—No tienes que explicarme más —lo interrumpió Grimma—. El viejo Torrit también se comporta así, en ocasiones.
—Es sólo que su cabeza ya no es tan aguda como antes —añadió el ayudante del Abad. Masklin no dijo nada. En su opinión, si bien la mente del Abad podía estar ahora un poco roma, en otros tiempos debía de haber sido tan aguda que debía cortar la hierba.
Los de Moda Infantil les proporcionaron un guía que los condujera por las regiones extremas de su territorio. Allá arriba había pocos gnomos, pues la mayoría prefería las bulliciosas plantas inferiores.
Los corredores bajo el suelo de la planta eran casi como estar en el exterior. Leves ráfagas de brisa levantaban el polvo en grises remolinos y no había más luz que la que se filtraba por las escasas grietas. En los lugares más oscuros, el guía tuvo que encender cerillas. Era un gnomo muy menudo, que no dejaba de sonreír tímidamente y que guardó silencio cuando Grimma quiso hablarle.
—¿Adónde vamos? —preguntó Masklin, volviendo la vista hacia las profundas pisadas que iban dejando.
—A la escalera que se mueve —le informó Gurder.
—¿Se mueve? ¿Cómo puede ser? ¿Acaso hay partes de la Tienda moviéndose por ahí?
Gurder se echó a reír, con aires de superioridad.
—Claro, claro, todo esto es nuevo para vosotros. No debéis preocuparos si no lo entendéis todo.
—Pero ¿se mueve o no? —quiso saber Grimma.
—Ya lo verás. Es la única que utilizamos, ¿sabes? Resulta un poco peligroso. Uno tiene que montar encima, ¿sabes? No es como en el ascensor.
El pequeño gnomo de Moda Infantil señaló al frente con el dedo, hizo una reverencia y se marchó a toda prisa por donde había venido.
Gurder los condujo a través de una estrecha grieta de los viejos tablones del suelo hasta el brillante vacío de un pasadizo. Y allí estaba.
La escalera que se movía.
Masklin la contempló como hipnotizado. Los peldaños surgían del suelo, emitiendo un chirrido espeluznante al hacerlo, y ascendían con una vibración hacia las remotas alturas.
—¡Vaya! —exclamó. No era gran cosa, pero no se le ocurrió nada más.
—La gente de Moda Infantil no se acerca nunca por aquí —explicó Gurder—. Creen que la escalera está hechizada por espíritus.
—No los culpo por ello —dijo Grimma con un escalofrío.
—¡Bah!, no es más que una superstición —replicó Gurder, muy pálido y con un acusado temblor en la voz—. No hay nada de qué asustarse —añadió con un gemido.
Masklin se volvió hacia él y preguntó:
—¿Has estado aquí alguna vez?
—¡Oh, sí! Millones de… Unas cuantas veces —respondió Gurder, cogiendo un pliegue de la túnica y retorciéndolo entre los dedos.
—Entonces ¿qué hacemos ahora?
Gurder trató de hablar de un modo pausado, pero su voz empezó a acelerarse inconteniblemente.
—Veréis: los de Moda Infantil dicen que Arnold Bros (fund. en 1905) espera en lo alto de la escalera y que, cuando un gnomo muere…
Grimma contempló la escalera mecánica con expresión meditabunda y, tras un nuevo escalofrío, echó a correr hacia adelante.
—¿Qué haces? —exclamó Masklin.
—¡Comprobar si tienen razón! —contestó ella—. ¡De lo contrario, nos pasaremos aquí todo el día!
Masklin corrió tras ella. Gurder tragó saliva, miró a su espalda y corrió también detrás de sus compañeros de aventura…
Masklin vio que Grimma se acercaba al muro infranqueable que formaba el primer peldaño. Entonces, el suelo bajo sus pies empezó a elevarse y, de pronto, Grimma se encontró transportada hacia lo alto, tambaleándose sobre la rejilla metálica y luchando por conservar el equilibrio. También el suelo sobre el que se hallaba Masklin empezó a moverse y lo llevó hacia arriba, un peldaño por debajo de donde se encontraba Grimma.
—¡Salta! —gritó a ésta—. ¡No se puede confiar en un suelo que se mueve solo!
Grimma asomó la cabeza, muy pálida, sobre el borde del escalón.
—¿De qué serviría? —la oyó exclamar.
—¡Deberíamos discutir la situación, antes de decidir qué hacemos!
—Ya no hay de qué discutir. ¿Has mirado a tu espalda?
Masklin se volvió. Ya se encontraba a varios peldaños de altura. La lejana figura de Gurder, con una intensa palidez en el rostro, encontró el valor suficiente y saltó a otro de los peldaños…
Masklin comprobó que Arnold Bros (fund. en 1905) no los estaba esperando en lo alto. Allí sólo había un largo pasillo marrón a cuyos lados se abría una serie de puertas.
Quien sí estaba esperándolo era Grimma. Masklin le hizo un gesto amenazador con el dedo mientras saltaba tambaleándose del peldaño, que desapareció misteriosamente bajo el suelo.
—¡No vuelvas a hacer nunca una cosa así! —le gritó.
—Si no lo hubiera hecho, aún estaríamos todos ahí abajo. ¡Era evidente que Gurder estaba muerto de miedo! —replicó ella.
—¡Pero aquí arriba podrías haberte encontrado con mil peligros!
—¿Como cuáles? —soltó ella con desdén.
—Bueno, podría haber habido… —Masklin vaciló antes de añadir—: Pero no se trata de eso. Se trata de que…
En aquel mismo instante, el peldaño donde venía Gurder expulsó a éste y lo hizo rodar casi hasta los pies de la pareja, que lo ayudó a incorporarse.
—Bien —dijo Grimma en tono animado—, ya hemos llegado hasta aquí y todo sigue perfectamente, ¿verdad?
Gurder echó un vistazo a su alrededor, carraspeó y se arregló de nuevo la túnica.
—He tropezado aquí arriba —explicó—. Esa escalera que se mueve es muy traidora, pero uno termina acostumbrándose. —Volvió a carraspear y observó el pasillo—. Bien, será mejor que continuemos adelante —añadió.
Los tres gnomos avanzaron por el corredor, dejando atrás algunas de las puertas.
—¿Alguna de ellas pertenece a Recorte de Precios? —preguntó Grimma. Por alguna razón, el nombre sonaba mucho peor allá arriba.
—Hum, no —respondió Gurder—. Recorte de Precios vive entre los hornos del sótano. —Estudió el letrero de la puerta más próxima y les informó—: Ahí dice «Sueldos».
—¿Y eso es bueno o malo? —preguntó Grimma, mirando fijamente la palabra pintada sobre la madera barnizada.
—No lo sé.
Masklin cubría la retaguardia, volviendo la cabeza de vez en cuando para tener a la vista todo el pasillo. Era un lugar demasiado abierto, sin posibles escondites, sin nada tras lo que ocultarse.
Indicó una hilera de grandes cosas rojas que colgaban a media altura en la pared de enfrente. Gurder le susurró que eran cubos.
—Los he visto en dibujos en Pedro y Susana van a la playa —agregó.
—Hay algo escrito en ellos. ¿Puedes leerlo?
—«Fuego» —leyó Gurder—. ¡Oh, vaya, el Abad tenía razón! ¡Cubos de fuego!
—¿Cubos con fuego? ¿Cubos de fuego? ¡No lo entiendo! —comentó Masklin—. No veo llamas por ninguna parte.
—Deben de estar dentro. Quizá tienen una tapa. Las latas de guisantes contienen guisantes y los tarros de mermelada contienen mermelada. Un cubo donde dice «fuego», seguramente contendrá fuego —murmuró Gurder vagamente—. Sigamos adelante.
Grimma también contempló la palabra escrita en el cubo y movió los labios en silencio, repitiendo la palabra para sí. Después, corrió a unirse a sus dos compañeros.
Por último, llegaron al fondo del pasillo. Allí había otra puerta con la mitad superior de cristal. Gurder la observó con atención.
—Veo que ahí también hay palabras —dijo Grimma—. Léelas en voz alta. Será mejor que yo no las mire —añadió con suavidad—, no sea que me estalle la cabeza.
Gurder tragó saliva.
—El letrero dice: «Arnold Bros (fund. en 1905). D. H. K. Butterthwaite, Director General». Hum…
—¿Estará dentro? —preguntó Grimma.
—Bueno —declaró Masklin, servicial—, en las latas de guisantes hay guisantes, y fuego en los cubos de fuego… La puerta no está cerrada, ¿veis? ¿Qué os parece si entro a echar un vistazo?
Gurder asintió, temeroso. Masklin avanzó hasta la puerta, se apoyó en ella y la empujó hasta que le dolieron los brazos. Por fin, la hoja se abrió un poco.
Dentro no había luz, pero el leve resplandor que entraba por el cristal le permitió ver que había entrado en una gran estancia. Allí, la moqueta era mucho más gruesa y se abrió pasó por ella como si fuera hierba alta. A varios metros de distancia había una gran mole rectangular de madera y, al acercarse, comprobó que tras ella había una silla. Tal vez era allí donde se sentaba Arnold Bros (fund. en 1905).
—¿Dónde estás, Arnold Bros (fund. en 1905)? —susurró.
Momentos después, los otros dos oyeron que Masklin los llamaba y asomaron la cabeza por la puerta.
—¿Dónde estás? —susurró Grimma.
—Aquí —les llegó la voz de Masklin—. Encima de esta cosa de madera. Por debajo le salen unos palos por los que se puede subir. Aquí arriba hay un montón de objetos extraños. Tened cuidado con la moqueta, podría haber animales salvajes ocultos en ella. Si esperáis un minuto, os ayudaré a subir.
Gurder y Grimma atravesaron la espesura de la moqueta y aguardaron con impaciencia junto al acantilado de madera.
—Es un escritorio —apuntó Gurder, orgulloso de haberlo reconocido—. He visto muchos parecidos en Mobiliario. Precios Asombrosos en Escritorios de Auténtica Madera de Roble Ciento por Ciento.
—¿Qué anda haciendo Masklin ahí arriba? —preguntó Grimma—. Oigo unos ruiditos que…
—Imprescindible en Todos los Hogares —continuó Gurder, como si pronunciar aquellas palabras le proporcionara cierta tranquilidad—. Amplia Variedad de Estilos Para Todos los Bolsillos.
—¿Qué estás farfullando?
—Lo siento. Es el tipo de mensajes que Arnold Bros (fund. en 1905) escribe en los Rótulos. Repetirlos me hace sentir mejor.
—¿Qué es eso otro, lo que está detrás del escritorio?
Gurder volvió la vista hacia donde ella señalaba.
—¿Eso? Es una silla. Anatómica y Giratoria, Diseñada para Ejecutivos.
—Yo diría que ahí cabe un humano —comentó Grimma, pensativa.
—Supongo que se sientan en ella cuando Arnold Bros (fund. en 1905) los llama para darles instrucciones —repuso Gurder.
—Hum…
En aquel instante, escuchó un sonido metálico a la altura de su cabeza.
—Lo siento —dijo Masklin desde arriba—. Me ha llevado un rato engancharlos.
Gurder volvió la cabeza hacia lo alto y observó la brillante cadena metálica que colgaba junto a él.
—¡Sujetapapeles! —exclamó, sorprendido—. Jamás se me habría ocurrido…
Cuando llegaron a lo alto, encontraron a Masklin deambulando sobre la reluciente superficie y tanteando con la punta de la lanza los objetos que había sobre ella. Era papel, explicó Gurder, y cosas para hacer marcas sobre éste.
—Bien, parece que Arnold Bros (fund. en 1905) no anda por aquí —declaró Masklin—. Quizá se ha ido a la cama, o algo así.
—El Abad dice que lo vio aquí una noche, sentado tras este mismo escritorio —explicó Gurder—. Vigilando la marcha de la Tienda.
—¿Cómo, sentado en esa silla? —preguntó Grimma.
—Supongo que sí.
—Entonces ¿tan grande es? —continuó Grimma, sin detenerse—. ¿Del mismo tamaño que los humanos?
—Más o menos —asintió Gurder a regañadientes.
—Hum…
Masklin descubrió un cable del grosor de su brazo que serpenteaba por la superficie del mueble y lo siguió.
—Si tiene forma humana y tamaño humano —prosiguió Grimma—, tal vez es que…
—Veamos qué más descubrimos aquí arriba, ¿de acuerdo? —se apresuró a interrumpirla Gurder.
Se acercó a una pila de papeles y empezó a leer la hoja de encima a la luz mortecina que entraba del pasillo. Leyó lentamente, en voz muy alta.
—«El grupo Arnco, que comprende Arnco Inversiones (R. U.), Unión Televisión, Arnco-Schultz (Hamburgo) AG, Arnco Líneas Aéreas, Grabaciones Arnco, Arnco Organización (Cine), Petróleos Arnco, Ediciones Arnco y Distribuciones Arnco R. U.»
—¡Ah! —se limitó a murmurar Grimma.
—Hay más —anunció Gurder con excitación—. Viene en letras mucho más pequeñas… Tal vez esto va dirigido a nosotros. Prestad atención a estos nombres: «Distribuciones, Arnco R. U. engloba a Servicio de Garantía, S. A., Compañía de Tintes y Pinturas Grimethorpe, Barredoras Mecánicas Rayo-Limp, S. A., y…, y…
—¿Sucede algo?
—«… y Arnold Bros (fund. en 1905).» —Gurder alzó la vista—. ¿Qué creéis que significa esto? ¡Que la Ultima Oferta nos proteja!
De pronto, se encendió una luz que bañó a los dos gnomos, blanca y cegadora, dejándolos al descubierto sobre las negras siluetas, como pozos, de sus propias sombras. Aterrado, Gurder levantó la cabeza hacia el globo brillante que había aparecido sobre ellos.
—Lo siento, creo que he sido yo —dijo la voz de Masklin desde las sombras—. He encontrado una especie de palanca y, al apoyarme en ella, ha hecho ¡clic! Lo siento.
—Ajajá —murmuró Gurder, abatido—. Una luz eléctrica. Claro, eso es. Por un momento, me ha dado un buen susto.
Masklin apareció en el círculo de luz y echó un vistazo al papel.
—Te he oído leer —dijo—. ¿Algo interesante?
Gurder volvió a concentrarse en el texto.
—«Nota al personal» —leyó—. «Estoy seguro de que todos somos conscientes de la situación de progresiva falta de rentabilidad de este establecimiento durante los últimos años. Este viejo edificio, aunque muy adecuado para el sosegado comercio de 1905, no lo resultaba ya en el agitado mundo de los noventa y, como todos bien sabemos, se ha producido una desafortunada reducción de artículos y una pérdida general de clientes con la apertura de otras sucursales más modernas en la ciudad. Tengo el convencimiento de que nuestro pesar por la clausura de Arnold Bros, que, como sabrán, fue la primera empresa del Grupo Arnco, se verá amortiguado con la noticia de los proyectos del Grupo para reemplazarla por un Hipermercado Arnco en las Galerías Comerciales Neil Armstrong. Con este fin, la tienda cerrará sus puertas a fin de mes y el edificio será demolido poco después para dejar espacio a un nuevo y modernísimo Complejo Recreativo Arnco…»
Gurder enmudeció y hundió la cabeza entre las manos.
—Otra vez esas palabras —murmuró Masklin lentamente—. Clausura. Demolición.
—¿Qué es «recreativo»? —quiso saber Grimma.
El gnomo de Artículos de Escritorio hizo caso omiso de la pregunta. Masklin tomó suavemente del brazo a Grimma.
—Creo que quiere estar un rato a solas —le dijo. Pasó la punta de la lanza por la ancha hoja de papel, dejando un surco en ella, y la dobló hasta que tuvo el tamaño suficiente para transportarla.
—Supongo que el Abad querrá ver esto. No nos creerá si no…
No terminó la frase. Algo, detrás de él, había llamado la atención de Grimma. Se volvió y miró hacia el cristal de la gran puerta que daba al pasillo. Al otro lado del cristal se veía una sombra. Una silueta humana y se hacía cada vez mayor.
—¿Qué es? —preguntó Grimma.
—Me parece que puede tratarse del Recorte de Precios —contestó Masklin, empuñando la lanza.
Los dos dieron media vuelta y corrieron hacia Gurder.
—¡Viene alguien! —cuchicheó Masklin—. ¡Bajemos al suelo, deprisa!
—¡Demolición! —gimió Gurder, encogiéndose en cuclillas y meciéndose de un lado a otro—. ¡Liquidación definitiva! ¡Remate Final! ¡Estamos perdidos!
—Sí, pero ¿no te importaría seguir con todo eso en el suelo? —sugirió Masklin.
—Está fuera de sí, ¿no te das cuenta? —le dijo Grimma—. Vamos —añadió en un tono de voz horriblemente animoso—. ¡Upa!
Grimma levantó a pulso a Gurder y lo ayudó a llegar hasta la cadena de sujetapapeles. Masklin los siguió, caminando de espaldas con la vista en la puerta.
«Debe de haber visto la luz —pensó Masklin—. Aquí dentro debería estar a oscuras y ha visto la luz. De todos modos, ya es demasiado tarde para apagarla y tampoco importaría mucho que lo hiciera ahora. Yo no creo que exista ningún demonio llamado Recorte de Precios y, ahora, aquí se presenta. Qué mundo más extraño…»
Se movió sigilosamente a la sombra de una pila de papeles y esperó. Advirtió que las débiles protestas de Gurder, ya en el suelo enmoquetado de la planta, cesaban de pronto. Tal vez Grimma le había sacudido con algo. Su compañera solía recurrir a métodos contundentes cuando se enfrentaba a una situación crítica.
La puerta se abrió muy lentamente y, en efecto, apareció una figura. Parecía un humano con unas ropas azules. Masklin no era un gran conocedor de las expresiones humanas, pero el humano no parecía muy contento. En una mano sostenía un tubo metálico que despedía luz por uno de los extremos. «Con su terrible luz», recordó Masklin.
La figura se acercó con aquellos movimientos lentos, casi sonámbulos, que tenían los humanos. Masklin asomó los ojos por encima del papel, fascinado a pesar de sí mismo. Vio una cara redonda y enrojecida, notó su aliento y observó su sombrero con visera.
Le habían contado que los humanos de la Tienda llevaban su nombre en unas tarjetas prendidas a la ropa porque, según su informador, eran tan tontos que sin ellas no lo podían recordar. Aquel humano llevaba el nombre en la visera. Masklin forzó la vista y reconoció la forma de cada letra: S… E… G… U… R… I… D… A… D.
El humano, que lucía un bigote blanco, se enderezó y empezó a recorrer la sala. «No son tan tontos —se dijo Masklin—. Éste es lo bastante listo como para advertir que la luz no debería estar encendida y quiere averiguar por qué. Es probable que encuentre a Grimma y a Gurder, si mira en el sitio adecuado. Incluso un humano los vería.»
Empuñó la lanza. «Los ojos —pensó—; tengo que apuntar a los ojos…»
Seguridad deambuló pausadamente por la sala, examinando los armarios y mirando en los rincones. Después, volvió a encaminarse a la puerta.
Masklin se atrevió a respirar por fin y, en aquel preciso instante, la voz histérica de Gurder llegó a sus oídos desde algún punto del suelo.
—¡Ése es Recorte de Precios! ¡Oh, Última Oferta, sálvanos! ¡Estamos todos mmmf…!
Seguridad se detuvo y volvió la cabeza. En su rostro apareció lentamente una mueca de desconcierto.
Masklin se encogió aún más entre las sombras. «Ahora —se dijo—. Si pudiera lanzarle una buena estocada…»
Al otro lado de la puerta, algo empezó a rugir. Hacía casi tanto ruido como un camión, pero el súbito estruendo no pareció preocupar al hombre, que se limitó a abrir la puerta y asomar la cabeza.
En el pasillo había una mujer humana. Parecía bastante vieja, a juzgar por lo poco que Masklin sabía de aquellos seres, y llevaba un delantal rosado con unas flores bordadas y unas zapatillas parecidas a la moqueta. La humana tenía un trapo para limpiar en una mano y con la otra…
Bueno, con la otra parecía sujetar una especie de fiera rugiente, parecida a una bolsa con ruedas. La fiera no dejaba de moverse hacia adelante por la moqueta, pero la humana la mantenía agarrada por un palo y la obligaba a retroceder.
Bajo la atenta mirada de Masklin, la humana dio una patada al extraño ser. El rugido cesó y Seguridad se puso a hablar con ella. Para los oídos de Masklin, la conversación fue como una competición de roncas sirenas de niebla.
Aprovechó aquel momento para correr hasta el borde del escritorio y descender, casi cayéndose, por la cadena de sujetapapeles. Sus dos compañeros lo esperaban a la sombra del escritorio. Gurder tenía los ojos en blanco y Grimma le tapaba la boca enérgicamente con una mano.
—¡Vámonos de aquí mientras no mira! —indicó Masklin.
—¿Cómo? —respondió Grimma—. Sólo podemos salir por la puerta.
—Mmmf…
—Bueno, entonces busquemos otro sitio mejor que éste, por lo menos. —Masklin estudió la enorme extensión de moqueta en sombras—. Por ahí hay uno de esos… aparadores, creo que los llaman.
—¡Mmmf…!
—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó Grimma.
—Escucha. —Masklin se volvió hacia el rostro aterrado de Gurder—. Ni se te ocurra volver a hablar de si estamos perdidos o no, ¿entiendes? De lo contrario, tendremos que amordazarte. Lo siento.
—Mmmf…
—¿Lo prometes?
—Mmmf…
—Está bien. Puedes apartar la mano, Grimma.
—¡Ésa era Última Oferta! —se apresuró a cuchichear Gurder en tono excitado.
Grimma miró a Masklin.
—¿Quieres que lo haga callar otra vez? —preguntó.
—Que diga lo que le parezca, con tal que no grite —contestó Masklin—. Probablemente, así se sentirá mejor. Está bastante confuso.
—Última Oferta ha venido a protegernos con su enorme y rugiente Aspirador de Almas… —Gurder se interrumpió a media frase y frunció el entrecejo, desconcertado. Después, añadió en voz baja—: Pero…, pero eso era un limpiamoquetas, ¿verdad? Siempre había pensado que era algún objeto mágico y resulta que se trata de un simple limpiamoquetas. Los hay a montones en Electrodomésticos. Con Aspiración Extra para una Limpieza a Fondo de la Moqueta.
—Bien. Eso es estupendo. Y ahora, ¿cómo hacemos para salir de aquí?
Una breve búsqueda detrás de los archivadores los llevó a encontrar una rendija en los tablones del suelo, suficiente para permitirles pasar sin dificultades. El viaje de regreso les llevó medio día, en parte porque Gurder, de vez en cuando, se dejaba caer al suelo y se echaba a llorar y, sobre todo, porque tuvieron que descender por el interior de la pared. Ésta estaba hueca y en su interior había cables y alguno que otro pedazo de madera colocado en lugares estratégicos por los de Moda Infantil, pero, aun con ellos, el descenso fue una tarea fatigosa. Fueron a salir por debajo de Moda Infantil y Juguetes. Para entonces, Gurder ya había recuperado el dominio de sí mismo y empleó un aire altivo para pedir comida y escolta a los gnomos de aquel departamento.
Y así, por fin, completaron el viaje de vuelta hasta Artículos de Escritorio.
Llegaron justo a tiempo. La abuela Morkie levantó la cabeza cuando los expedicionarios fueron conducidos a la cámara del Abad. La abuela estaba sentada junto a la cama con las manos sobre las rodillas.
—No hagáis ruido —les ordenó—. El Abad está muy enfermo. Dice que se está muriendo y supongo que él debe de saberlo mejor que nadie.
—Muriendo, ¿de qué? —preguntó Masklin.
—De haber vivido tanto tiempo —respondió la abuela.
El Abad yacía entre los cojines, más arrugado y menudo de lo que el propio Masklin recordaba. Sostenía la Cosa entre sus dedos, largos y afilados como zarpas. Miró a Masklin y, con un gran esfuerzo, le indicó que se acercara.
—Tendrás que inclinarte —indicó la abuela—. El pobre viejo ya no puede hablar más que en susurros.
El Abad agarró suavemente a Masklin por la oreja y la acercó a su boca.
—Esa gnoma es todo un carácter —musitó—. Estoy seguro de que posee muchas cualidades pero, por favor, sácala de aquí antes de que me administre más medicinas.
Masklin asintió. Los remedios de la abuela, elaborados con hierbas y raíces, resultaban muchas veces casi venenosos y producían unos efectos asombrosos. Después de probar una sola dosis de su pócima para el dolor de estómago, nadie volvía a quejarse jamás de que le doliera la tripa. En cierto modo, era una manera de curarse.
—No puedo obligarla —respondió Masklin—, pero se lo pediré.
La abuela abandonó la estancia dando instrucciones a voz en grito para que empezaran a preparar otro destilado.
Gurder se arrodilló junto al lecho.
—No vas a morirte, ¿verdad, mi señor? —murmuró.
—Claro que sí. Como todo el mundo. Para esto se vive —le susurró el Abad—. ¿Has visto a Arnold Bros (fund. en 1905)?
—Bueno, yo… —Gurder titubeó—. Encontramos un Escrito, mi señor. Es verdad; el Escrito también dice que la Tienda va a ser demolida. Esto significa que todo se acaba, mi señor. ¿Qué vamos a hacer?
—Tendréis que marcharos —contestó el Abad.
Gurder lo miró, horrorizado.
—¡Pero si tú siempre habías dicho que cualquier cosa fuera de la Tienda sólo podía ser un sueño!
—Y tú nunca me creíste, muchacho. Tal vez yo estaba equivocado. ¿Y el joven de la lanza? ¿Está aquí todavía? Casi no veo…
Masklin se adelantó.
—¡Ah, sí, aquí estás! Esta caja tuya…
—¿Sí?
—Me ha contado cosas. Me ha enseñado imágenes. La tienda es mucho mayor de lo que yo creía. Tiene una planta en la que guardan las estrellas; no sólo esas estrellas brillantes que cuelgan del techo en la Campaña de Navidad, sino cientos y cientos de ellas. La llaman el universo. Hubo un tiempo en que vivíamos en él, y casi todo lo que contenía nos pertenecía. Era nuestra casa. Entonces no vivíamos bajo la planta de nadie. Y ahora creo que Arnold Bros (fund. en 1905) nos está diciendo que volvamos allí.
El Abad alargó la mano y sus dedos blancos y fríos sujetaron del brazo a Masklin con una fuerza sorprendente.
—No digo que estés dotado de mucho cerebro —añadió entonces—. En realidad, supongo que eres uno de esos gnomos estúpidos pero concienzudos que se convierten en líderes cuando ello no les va a proporcionar ninguna gloria. Eres de esos que saben solucionar las cosas. Llévalos a casa. Llévalos a todos a casa.
Volvió a derrumbarse sobre los cojines y cerró los ojos.
—Pero… ¿abandonar la Tienda, mi señor? —insistió Gurder—. Somos miles, hay viejos y niños y… ¿y adónde iremos? Ahí fuera hay zorros, dice Masklin, y viento y hambre y agua que cae del cielo a gotas… ¡Señor! ¡Mi señor!
Grimma se inclinó sobre el Abad y lo tomó de la muñeca.
—¿Puede oírme? —preguntó Gurder.
—Tal vez —contestó Grima—. Tal vez. Pero no va a poder contestarte, porque ha muerto.
—¡Pero el Abad no puede morir! ¡Él ha estado siempre con nosotros! —exclamó Gurder, espantado—. ¡Seguro que te equivocas! ¡Mi señor! ¡Mi señor!
Masklin tomó la Cosa de las manos del Abad, que no ofrecieron la menor resistencia, mientras otros monjes de Artículos de Escritorio entraban apresuradamente, alarmados por los gritos de Gurder.
—¿Cosa? —murmuró, al tiempo que se alejaba de la multitud que se agolpaba en torno a la cama.
Te escucho.
—¿Ha muerto?
No detecto ninguna función vital.
—¿Y eso qué significa?
Significa que sí.
—¡Ah! —Masklin reflexionó sobre el asunto—. Yo creía que, para morir, uno tenía que ser aplastado o devorado primero. No pensaba que pudiera suceder así, como si uno se parara, simplemente.
La Cosa no añadió ninguna otra información.
—¿Tienes alguna idea de qué debo hacer ahora? —preguntó Masklin—. Gurder tiene razón. No van a abandonar todo este calor y esta comida. Quiero decir que tal vez algunos de los jóvenes podrían hacerlo, para divertirse un poco. Pero si queremos sobrevivir en el exterior necesitaremos muchísima gente. Sé muy bien lo que me digo, créeme. ¿Y qué se supone que debo decirles: «Lo siento, tenéis que dejar atrás todo esto»?
Por fin, la Cosa respondió.
No, dijo.
Masklin no había asistido nunca a un funeral. En realidad, no había visto morir a ningún gnomo por haber vivido demasiado tiempo. No, señor: unos morían devorados, otros se marchaban y no volvían nunca más, pero ninguno había muerto en la cama, de viejo.
—¿Dónde enterráis a vuestros muertos? —le había preguntado Gurder.
—Muchas veces, en la panza de un tejón o de un zorro —había respondido, y no había podido resistir la tentación de añadir—: Ya sabes, el hermoso y ágil cazador.
Así era como los gnomos de la Tienda decían adiós a sus muertos: el cuerpo del viejo Abad fue vestido con una capa verde y un gorro rojo puntiagudo, le peinaron con sumo cuidado la larga barba blanca y luego lo acostaron en la cama mientras Gurder leía unas palabras:
—Y ahora que tú, Arnold Bros (fund. en 1905), has decidido llevarte a nuestro hermano a tu gran Departamento de Jardinería, más allá de Préstamos, donde están el Borde de Césped Ideal y la Magnífica Exposición de Flores y la piscina de la vida eterna en Polietileno Fácil de Instalar con Márgenes de Pavimento de Excelente Calidad, le haremos entrega de los regalos que un gnomo debe llevar en su viaje.
El conde de Ferretería se adelantó y, dejando un objeto junto al cuerpo del Abad, proclamó:
—Le entrego la Pala de Trabajo Honrado.
—Y yo —dijo el duque de Mercería— pongo junto a él la Caña de Pescar de la Esperanza.
Otros gnomos destacados presentaron otros objetos: la Carretilla del Liderazgo, la Cesta de Compras de la Vida. La muerte en la Tienda era muy complicada, se dijo Masklin.
Grimma se sonó la nariz mientras Gurder terminaba su parlamento y unos porteadores se llevaban ceremoniosamente el cuerpo.
Al subsótano, según se enteraron más tarde. Y al incinerador, allá abajo en los dominios de Recorte de Precios, el Seguridad, donde las leyendas decían que se sentaba durante las horas nocturnas a beber su horrible té.
—Todo esto me parece bastante engorroso —comentó la abuela Morkie después de la ceremonia, mientras permanecían en la sala sin nada que hacer—. En mi juventud, si alguien moría, lo metíamos en un hoyo, en la tierra.
—¿La tierra? —preguntó Gurder.
—Algo parecido a las plantas de la Tienda —explicó la abuela.
—Y entonces ¿qué sucedía? —pretendió saber Gurder.
—¿Suceder? —La abuela puso cara de desconcierto.
—¿Adónde iban después? —preguntó con paciencia el monje de Artículos de Escritorio.
—¿Ir? ¿Quiénes? ¿Los muertos? Supongo que a ninguna parte. Los muertos no se mueven mucho, ¿sabes?
—En la Tienda —explicó Gurder lentamente, como si estuviera hablando con un niño bastante retrasado—, cuando muere un gnomo, si ha sido un buen gnomo, Arnold Bros (fund. en 1905) lo trae de vuelta para que nos vea antes de marcharse a un Lugar Mejor.
—¿Cómo puede…? —empezó a decir la abuela.
—Trae de vuelta su parte interior, quiero decir —aclaró Gurder—. Esa parte que está dentro de uno y que es realmente uno.
Los gnomos del Exterior lo miraron cortésmente, esperando a que diera un poco de sentido a todo lo que estaba diciendo. Gurder exhaló un suspiro.
—Está bien —añadió a continuación—. Buscaré a alguien que os lo enseñe.
Un joven gnomo de Artículos de Escritorio los condujo al Departamento de Jardinería.
Masklin lo encontró muy extraño. Se parecía al mundo exterior, pero era como si todas las cosas que hacían a éste difícil o penoso hubieran sido eliminadas. La única luz era el débil resplandor de unos soles interiores que permanecían encendidos toda la noche. No había vientos ni lluvias, ni nunca los habría. Había hierba, pero sólo era arpillera pintada de verde con algunos rabos sobresaliendo aquí y allá. Vieron muros como montañas que sólo eran paquetes de semillas, cada uno de ellos con una imagen que Masklin sospechó que eran muy poco reales. Eran imágenes de flores, pero muy diferentes de las que él había visto nunca.
—¿El Exterior es así? —preguntó el joven gnomo que los guiaba—. Dicen…, dicen que vosotros, hum…, habéis estado allí. ¡Dicen que lo habéis visto! —Su voz sonaba llena de esperanza.
—Había más verde y marrón —se limitó a responder Masklin.
—¿Y flores? —insistió el joven.
—Sí, algunas —concedió Masklin—. Pero no como ésas.
—Una vez planté flores como ésas —dijo Torrit y luego, cosa extraña en él, volvió a callar.
Rodearon la mole de una gigantesca cortadora de césped y allí…
…allí estaban los gnomos. Unos gnomos altos, de caras mofletudas. Gnomos de mejillas pintadas de rosado. Unos empuñaban cañas de pescar o palas. Otros empujaban carretillas y absolutamente todos sonreían con idéntica mueca.
La tribu del Exterior permaneció en silencio unos instantes y, por fin, Grimma murmuró en un susurro:
—¡Qué horrible!
—¡Oh, no! —exclamó el joven fraile, espantado—. ¡Es maravilloso! Arnold Bros (fund. en 1905) nos vuelve a enviar aquí nuevos y relucientes, y después abandonamos la Tienda para ir a algún lugar maravilloso.
—No hay mujeres —apuntó la abuela—. Al menos, es un consuelo.
—¡Ah, bien! —dijo el guía, con cierto apuro—. Esta siempre ha sido una cuestión sometida a debate. No estamos muy seguros de la razón, pero pensamos que…
—Y todos tienen los mismos rasgos —añadió la abuela—. No hay modo de diferenciarlos.
—Bueno, veréis…
—Ojalá nunca tenga que volver con ese aspecto —declaró la abuela—. ¡Si es así como ha de volver una, no quiero ni ir!
El joven fraile estaba a punto de echarse a llorar.
—Pero si no…
—Una vez, yo vi a uno de ésos.
Era Torrit otra vez. Tenía el rostro casi ceniciento y estaba temblando.
—Cierra el pico —replicó la abuela—. Tú nunca has visto nada.
—¡Os digo que sí! —insistió Torrit—. Una vez, cuando era un niño, el abuelo Dimpo nos llevó a unos cuantos chicos de excursión por los campos y, al otro lado del bosque, vimos esas grandes casas de piedra donde viven los humanos; las casas tenían delante unos pequeños campos llenos de flores como las que hemos visto aquí, y una hierba muy corta, y estanques con pececillos anaranjados. Pues bien, allí vimos a uno de estos gnomos. Estaba sentado encima de una seta de piedra junto a uno de los estanques.
—No es verdad —declaró la abuela automáticamente.
—Sí que lo es —contestó Torrit, enfrentándose a ella—. Y recuerdo que el abuelo dijo: «Ésta no es vida, siempre fuera, haga el tiempo que haga, con los pájaros dejándole sus regalitos en el gorro y los perros salpicándolo continuamente». Entonces nos explicó que era un gnomo gigante que se había convertido en piedra porque había pasado demasiado tiempo allí sentado sin pescar nada, y comentó: «Vaya un modo de morir. Eso no es para mí, muchachos; yo quiero morir deprisa, como…», y, en ese instante, un gato saltó sobre él. ¡Para que vayáis riéndoos!
—¿Y qué sucedió entonces? —preguntó Masklin.
—¡Ah! Plantamos cara al gato con nuestras lanzas, rescatamos al abuelo y, luego, todos echamos a correr como ba… a toda velocidad —explicó Torrit, sin dejar de observar la expresión severa de la abuela.
—¡No, no! —gimió el monje—. ¡No es eso en absoluto! —insistió, y rompió a sollozar. La abuela Morkie titubeó un momento y luego le dio unas suaves palmaditas en la espalda.
—Vamos, vamos —lo consoló—. No te preocupes. Ese viejo tonto dice siempre lo primero que le viene a la cabeza.
—¡Yo no…! —empezó una protesta Torrit, pero la mirada de advertencia de la abuela lo hizo detenerse.
Volvieron de la visita abrumados, intentando apartar de sus mentes las terribles imágenes de piedra. Torrit cerraba la marcha apartado del grupo, gruñendo como una tormenta ya desgastada.
—Os aseguro que lo vi —cuchicheaba—. La condenada figura era muy grande y sonriente, y estaba sentada sobre una seta de piedra con lunares. La vi muy bien. Pero nunca volví a acercarme por allí. Más vale prevenir que lamentar, siempre lo he dicho. Pero os aseguro que lo vi.
Todo el mundo pareció dar por sentado que Gurder sería el nuevo Abad. El viejo Abad había dejado instrucciones muy estrictas al respecto y no pareció haber la menor protesta.
De hecho, el único que estuvo en contra de la idea fue el propio Gurder.
—¿Por qué yo? —dijo—. ¡Yo nunca he querido dirigir a nadie! Además… —bajó la voz—, debéis saber que a veces tengo Dudas. El viejo Abad lo sabía, estoy seguro, y no logro imaginar por qué pudo pensar que yo sería de alguna utilidad.
Masklin no dijo nada. Se le ocurrió pensar que el Abad debía de tener en mente un propósito muy concreto. Tal vez era momento de dudar un poco. Quizás había llegado la hora de concebir a Arnold Bros (fund. en 1905) de una manera distinta.
El grupo de gnomos del Exterior se encontraba en uno de los ángulos de la gran explanada bajo el suelo de la primera planta, que los de Artículos de Escritorio utilizaban para las reuniones importantes; aquél era el único lugar de la Tienda, además de la Sección de Alimentación, donde las peleas estaban estrictamente prohibidas. Los cabezas de las familias, gobernantes de departamentos y subdepartamentos, se habían congregado en el lugar. No se les permitía portar armas, pero a la menor oportunidad se dirigían comentarios mordaces, afilados como cuchillos.
La mera idea de que pudieran colaborar en algo habría sido impensable de no existir Artículos de Escritorio. En realidad, era bastante extraño. Los monjes de Artículos de Escritorio no tenían ningún poder real, pero todas las familias los necesitaban y ninguna de ellas los temía, gracias a lo cual sobrevivían y, curiosamente, dirigían a la comunidad. Un gnomo de Mercería no escucharía a otro de Ferretería, por principio, aunque sus palabras estuvieran cargadas de sentido común; en cambio, prestarían atención si quien hablaba era un miembro de Artículos de Escritorio, porque todo el mundo sabía que aquel departamento no tomaba partido por nadie.
Masklin se volvió hacia Gurder y le indicó:
—Es preciso que hablemos con alguien de Ferretería. Ellos controlan la electricidad, ¿verdad? Y la madriguera de los camiones.
—Eso es cosa del conde de Ferretería, ése de ahí —respondió Gurder, señalando a uno de los reunidos—. El gnomo delgado del bigote. No es demasiado religioso, ¿sabes? Y tampoco sabe gran cosa de electricidad.
—Creía que me habías dicho que…
—Sí, en Ferretería saben del sistema eléctrico. Los subordinados, sirvientes y demás, pero no la gente como el conde. ¡Por la Última Oferta! —Gurder ensayó una sonrisa y añadió—: No imagines que el duque de Mercería toca nunca un carrete de hilo, o que la baronesa de Embutidos se corta ella misma las lonchas de embutido para comer. —Miró de reojo a Masklin y murmuró—: Tienes un plan, ¿verdad?
—Sí, algo así.
—Entonces ¿qué vas a decirles?
Masklin acarició distraídamente la punta de la lanza.
—La verdad. Voy a decirles que pueden abandonar la Tienda y llevarse todas sus cosas consigo. Creo que podemos hacerlo.
—Hum… —Gurder se frotó la barbilla—. Supongo que es posible, en efecto, si todo el mundo trae toda la comida y las cosas que sea capaz de cargar. Pero, de todos modos, las provisiones durarían poco y no hay modo de llevarse la electricidad, pues ésta sólo vive en los cables, ¿sabes?
—¿Cuántos saben leer la escritura humana en Artículos de Escritorio? —preguntó Masklin, sin prestarle atención.
—Todos podemos leer un poco, naturalmente —explicó Gurder—, pero, para ser franco, sólo cuatro de nosotros lo dominamos de verdad.
—Me parece que no va a ser suficiente —dijo Masklin.
—Verás, aprender a leer tiene su truco y no todos llegan a descubrirlo. ¿Qué te propones?
—Encontrar un modo de sacar de aquí a los gnomos. A todos. Y de llevarnos todo lo que vayamos a necesitar en el futuro.
—¡El peso los aplastaría!
—Ya verás como no. En realidad, la mayor parte de lo que nos llevaremos no pesa en absoluto.
Gurder lo observó con preocupación.
—Esto no será algún plan desquiciado de Dorcas, ¿verdad?
—No.
Masklin se sentía a punto de estallar. No tenía la cabeza lo bastante grande como para retener todas las cosas que le había dicho la Cosa.
Y era el único que las entendía. Sí, el viejo Abad había llegado a enterarse y había muerto con los ojos llenos de estrellas, pero tampoco él había comprendido lo que oía. ¡La galaxia! El viejo gnomo la imaginaba como una gran planta más allá de la Tienda, como el mayor departamento que había existido nunca. Y quizá tampoco Gurder lo comprendería. El nuevo Abad había pasado toda su existencia bajo un techo y no podía hacerse idea de las dimensiones del Exterior.
Notó una punzada de orgullo al darse cuenta de ello. Los gnomos de la Tienda no podían entender lo que decía la Cosa, pues carecían de experiencias en las que basarse. Para ellos, la máxima distancia que podía existir en el mundo era la que iba de un extremo a otro de la Tienda.
Serían incapaces de asimilar el hecho de que las estrellas, por ejemplo, estaban muchísimo más lejos. Aunque uno quisiera recorrer todo el trecho que lo separaba de ellas, probablemente tardaría semanas en llegar a alcanzarlas.
Tendría que explicar todo aquello gradualmente, con mucho tiento.
¡Las estrellas! ¡Y pensar que, hacía tantísimo tiempo, los gnomos habían viajado por ellas en unos vehículos que dejaban pequeñísimos a los camiones… y que habían sido construidos por los propios gnomos! Una de aquellas grandes naves, que exploraba una pequeña estrella en los confines de una zona remota, había enviado otro vehículo más pequeño para que aterrizara en el mundo de los humanos.
Pero algo había salido mal. Masklin apenas había entendido nada de aquella parte, salvo que la cosa que impulsaba la nave era muy, pero que muy poderosa. Con todo, habían sobrevivido cientos de gnomos y uno de ellos, rebuscando entre los restos, había encontrado la Cosa. Ésta no funcionaba sin electricidad que comer, pero los gnomos la habían guardado a pesar de todo, porque había sido el mecanismo que pilotaba la nave.
Después, se habían sucedido las generaciones y los gnomos lo habían olvidado todo de sus orígenes, salvo que la Cosa era muy importante.
Todo esto era más que suficiente para una cabeza, pensó Masklin. Pero no era la parte más importante del mensaje; no era la parte que le producía un hormigueo en las venas y en las puntas de los dedos.
Lo fundamental era esto: que la gran nave, la que podía volar entre las estrellas, estaba todavía allí arriba, en alguna parte. Máquinas como la Cosa se ocupaban de ella, esperando pacientemente el regreso de los gnomos.
Para llevarlos a Casa.
«Y mientras la nave espera —pensó Masklin—, nos hemos olvidado totalmente de ella, hemos olvidado todo lo referente a nuestros orígenes y hemos vivido en guaridas subterráneas.»
Ahora Masklin sabía qué debía hacer. Por supuesto, se trataba de una tarea imposible, pero ya estaba acostumbrado a ello. Arrastrar una rata desde el bosque hasta la guarida también había sido una tarea imposible, pero no era imposible arrastrarla un poco; uno lo hacía, y luego descansaba, y luego volvía a tirar un poco… La manera de afrontar una tarea imposible era dividirla en varias tareas sólo extremadamente difíciles, y dividir cada una de éstas en una serie de trabajos muy arduos, y cada uno de ellos en asuntos delicados, y éstos a su vez en…
Y, probablemente, la más ardua de todas las tareas sería hacer entender a los gnomos lo que habían sido una vez y podían volver a ser.
Tenía un plan, en efecto. Bueno, al principio había sido una propuesta de la Cosa, pero le había dado tantas y tantas vueltas que ya consideraba que le pertenecía. Tal vez era un plan imposible. Pero nunca lo sabría, a menos que lo intentara.
Gurder seguía observándolo con cautela.
—Bueno, el plan… —murmuró Masklin.
—¿Sí? —dijo Gurder.
—El Abad me contó que Artículos de Escritorio siempre ha intentado que los gnomos cooperasen y dejaran de pelearse.
—Éste ha sido siempre nuestro deseo, en efecto.
—Pues mi plan va a significar que tendrán que cooperar.
—Estupendo.
—Aunque me parece que no te va a gustar demasiado —añadió Masklin.
—¡Eres injusto! ¡No debes hacer conjeturas sin fundamento!
—Creo que te reirás de mí.
—Eso sólo lo sabrás si me lo cuentas —apostilló Gurder.
Masklin le explicó el plan. Cuando Gurder se hubo recuperado de la sorpresa, estalló en una carcajada incontenible.
Después, vio la expresión de Masklin y enmudeció.
—No hablarás en serio, ¿verdad?
—Míralo de este modo —respondió Masklin—. ¿Tienes algún plan mejor? ¿Me apoyarás?
—Pero ¿cómo vas a…? ¿Cómo podrán los gnomos…? ¿Existe alguna posibilidad de que podamos…? —balbuceó Gurder.
—Ya encontraremos el modo —respondió Masklin—. Con la ayuda de Arnold Bros (fund. en 1905), por supuesto —añadió Masklin diplomáticamente.
—¡Oh, sí! Por supuesto —murmuró Gurder con un hilo de voz. Poco a poco, fue recuperándose—. En todo caso, si voy a ser el nuevo Abad tendré que pronunciar un discurso. Es la costumbre. Mensajes generales de buena voluntad y cosas así. Ya hablaremos de esto más tarde. Reflexionaremos con tiempo en el sobrio ambiente de…
Masklin movió la cabeza en gesto de negativa. Gurder tragó saliva.
—¿Quieres decir ahora?
—Sí. Ahora. Se lo diremos ahora.