Capítulo 51

Ky

Corro. Duermo. Como un poco. Bebo de una de las cantimploras. Cuando se vacía, la tiro. No tiene sentido rellenarla con agua envenenada.

Vuelvo a correr. Sin pausa. Por la orilla del río, bajo los árboles cuando es posible. Corro por ella. Por ellos. Por mí.

El sol baña el río. Ya no llueve, pero las charcas vuelven a estar intercomunicadas.

Mi padre me enseñó a nadar un verano en el que llovió más que de costumbre y algunos de los hoyos de los alrededores se transformaron en charcas durante una semana o dos. Me enseñó a contener la respiración, mantenerme a flote y abrir los ojos bajo el agua azul verdosa.

La piscina de Oria era distinta. Estaba hecha de cemento blanco en vez de roca roja. A menos que el sol me cegara, veía el fondo desde casi todos los ángulos. Los bordes eran rectos y lisos. Había niños saltando del trampolín. Parecía que todo el distrito estuviera en la piscina ese día, pero fue en Cassia en quien yo me fijé.

Me llamó la atención por su modo de estar sentada en el bordillo, tan quieta. Casi parecía una imagen congelada mientras el resto de bañistas gritaba y corría. Por un instante, el primero desde mi llegada a la Sociedad, me sentí tranquilo, descansado. Cuando la vi, empecé a sentirme bien por dentro otra vez.

Cassia se levantó y supe, por la rigidez de su espalda, que estaba preocupada. Miraba una parte de la piscina en la que había un niño buceando. Me acerqué rápidamente a ella y le pregunté:

—¿Se está ahogando?

—No lo sé —respondió.

De modo que salté a la piscina para tratar de ayudar a Xander.

El cloro me irritó los ojos y tuve que cerrarlos un momento. Al principio, el escozor y el color rojo que veía a través de los párpados me hicieron creer que los ojos me sangraban e iba a quedarme ciego. Me los toqué, pero solo noté agua, no sangre. Mi pánico me avergonzó. Pese al dolor, volví a abrirlos para mirar alrededor.

Vi piernas, cuerpos, personas que nadaban, y entonces dejé de buscar a Xander. Solo fui capaz de pensar…

… «aquí no hay nada».

Ya sabía que la piscina estaba impoluta, pero me resultó muy extraño verla desde abajo. Incluso en las efímeras charcas de agua de lluvia, la vida arraigó. Creció musgo. Insectos acuáticos saltaron por su soleada superficie hasta que se secaron. Pero en el fondo de aquella piscina no había nada aparte de cemento.

Olvidé dónde estaba y traté de respirar.

Cuando salí atragantándome, supe que ella reparaba en mis diferencias. Su mirada se detuvo en el rasguño de la cara que me hice en las provincias exteriores. Pero me pareció que era bastante similar a mí. Captaba las diferencias y luego decidía cuáles importaban y cuáles no. Cuando se rió conmigo, me encantó cómo se le iluminaron los ojos verdes y se le formaron arrugas en las comisuras.

Yo era un niño. Supe que la amaba, pero aún no sabía qué significaba. Con los años, todo cambió. Ella cambió. Y también lo hice yo.

He escondido los tubos y los escritos en dos lugares distintos. Es imposible saber si los tubos todavía son viables fuera de las cajas de la Caverna, pero Eli y Cassia han confiado en mí. Los he dejado muy arriba, en el nudo de un viejo álamo de Virginia, por si hay una crecida.

Los escritos no van a tener que pasar mucho tiempo escondidos, de modo que los entierro a poca profundidad y señalo el lugar con una piedra que labro. Me gusta el dibujo. Podría representar las olas del mar. Las corrientes de un río. Las ondulaciones de la arena.

Las escamas de un pez.

Cierro los ojos y me permito recordar a las personas que ya no están.

Una trucha arcoíris centelleó en el río. Una maraña de hierba dorada tapizaba la orilla por la que Vick corrió y pensó en la chica que amaba. Sus botas dejaron huellas sin muescas en el suelo.

El sol se puso en una tierra que mi madre encontraba hermosa. Su hijo pintaba junto a ella con las manos mojadas de agua. Su marido la besó en el cuello.

Mi padre salió de un cañón. Mientras estuvo dentro, vio personas que sembraban y cosechaban sus propios cultivos. Sabían escribir. Quiso llevar todo aquello a sus seres queridos.

El lago solo está a unos centenares de metros. Abandono el refugio de los árboles.