Ky
Cuando la abrazo, la siento cariñosa y cercana, amorosa, pero entonces se tensa y se separa.
—Lo siento —dice—. Se me olvidaba. —Se saca un tubo del interior de la camisa. Advierte mi expresión de sorpresa y se apresura a decir—: No pude evitarlo.
Me enseña el tubo y trata de explicarse. El tubo centellea bajo nuestros frontales y tardo un momento en leer el nombre: Reyes, Samuel. Su abuelo.
—Lo cogí mientras mirabais a Hunter, después de que rompiera el tubo.
—Eli también robó uno —digo—. Me lo dio.
—¿A quién se llevó? —pregunta Cassia.
Miro a Indie. Podría apartar la barca de la orilla en este momento y marcharse sin Cassia. Pero no lo hace. Sabía que no lo haría. No esta vez. Si uno quiere ir al mismo lugar que ella, no podría hallar mejor piloto. Cargará con su mochila y lo conducirá a buen puerto. Nos da la espalda y se queda completamente inmóvil bajo los árboles próximos a la barca.
—Vick —respondo a Cassia.
Al principio, me sorprendió que Eli no eligiera a sus padres, pero luego recordé que no podían estar en la Caverna. Eli y su familia son aberrantes desde hace muchos años. La reclasificación de Vick debe de ser lo bastante reciente para que la Sociedad no haya tenido tiempo de retirar su tubo.
—Eli confía en ti —afirma Cassia.
—Lo sé —digo.
—Y yo —añade—. ¿Qué vas a hacer?
—Esconderlo —respondo—. Hasta que sepa quién estaba almacenando los tubos y por qué. Hasta que sepa que podemos fiarnos del Alzamiento.
—¿Y los libros que has traído de la cueva de los labradores? —pregunta.
—También los esconderé —respondo—. Voy a buscar un buen sitio mientras sigo el río. —Me quedo callado—. Puedo esconder tus cosas, si quieres. Me aseguraré de que te lleguen, aún no sé cómo.
—¿No te pesarán demasiado? —pregunta.
—No —respondo.
Me da el tubo y saca de su mochila el montón de hojas sueltas que se llevó de la cueva.
—No he escrito ninguna de estas páginas —dice, apesadumbrada—. Algún día lo haré. —Pone su mano en mi mejilla—. El resto de tu historia —añade—. ¿Me lo contarás ahora? ¿O cuando vuelva a verte?
—Mi madre —comienzo a decir—. Mi padre. —Cierro los ojos y trato de explicarme. Lo que digo no tiene sentido. Es una sucesión de palabras…
Cuando mis padres murieron, no hice nada,
por eso quería hacer
quería hacer
quería hacer.
—Algo —dice, con dulzura. Me coge otra vez la mano, la vuelve y mira la mezcolanza de arañazos, pintura y tierra que la lluvia no ha lavado todavía—. Tienes razón. No podemos pasarnos la vida sin hacer nada. Y Ky, tú sí hiciste algo cuando tus padres murieron. Recuerdo el dibujo que me regalaste en Oria. Intentaste llevártelos.
—No —digo, con voz entrecortada—. Los dejé en el suelo y eché a correr.
Cassia me abraza y me habla al oído. Palabras que son solo para mí, la poesía del amor, para darme calor y protegerme del frío. Con ellas, logra que deje de ser polvo y cenizas y vuelva a cobrar vida.