Capítulo 45

Ky

El sol que cae a plomo sobre la barca calienta el plástico. Las manos se me enrojecen y espero que ella no se dé cuenta. No quiero pensar más en el día que me clasificó. Lo hecho, hecho está. Tenemos que seguir adelante.

Espero que ella opine lo mismo, pero no se lo pregunto. Al principio, no lo hago porque me resulta imposible (caminamos en fila india por el estrecho sendero y todos nos oirían). Después, estoy demasiado fatigado para formular la pregunta. Cassia, Indie y Eli se turnan para llevar mi mochila y la de Hunter, pero, de todas formas, tengo los músculos cansados y doloridos.

El sol se esconde y se forman nubes en el horizonte.

No sé qué nos convendría más, que lloviera o que no lo hiciera. La lluvia nos retrasa, pero borra nuestro rastro. Una vez más, estamos al filo de la vida y la muerte. Pero he hecho todo lo posible para asegurarme de que Cassia sobreviva. Para eso es la barca.

De vez en cuando, nos es útil en tierra: cuando el sendero está demasiado enfangado y destrozado para caminar por él, dejamos la barca en el suelo, cruzamos por ella y la recogemos. Las señales que deja en el sendero parecen pisadas largas y estrechas. Si no estuviera tan cansado, a lo mejor sonreiría. ¿Qué pensará la Sociedad cuando vea las marcas? ¿Que algo enorme ha bajado del cielo y ha caminado con nosotros hasta el mismo borde de la Talla?

Esta noche, acamparemos. Hablaré con ella entonces. Al final del día, sabré qué decir. Ahora mismo, estoy demasiado cansado para pensar en nada que pueda arreglarlo todo.

Recuperamos el tiempo que perdimos ayer. Nadie descansa. Nadie se detiene. Todos bebemos sorbos de agua y comemos trozos de pan en ruta. Casi hemos llegado al borde de la Talla cuando empieza a anochecer y se pone a llover.

Hunter se detiene y deja la barca en el suelo. Yo hago lo mismo. Se vuelve para mirar la Talla.

—Deberíamos seguir —dice.

—Pero ya es casi de noche —objeta Eli.

Hunter niega con la cabeza.

—Se nos agota el tiempo —afirma—. No hay nada que les impida subir hasta aquí desde la Caverna en cuanto descubran lo que ha pasado. ¿Y si tienen miniterminales? Quizá den aviso para que nos intercepten en la llanura.

—¿Dónde está nuestro miniterminal? —pregunto.

—Lo tiré al río antes de que nos marcháramos del caserío —responde Cassia. Indie suspira.

—Bien —dice Hunter—. No nos interesa tener nada que pueda indicarles nuestra posición.

Eli tirita.

—¿Te ves capaz de seguir? —le pregunta Cassia, preocupada.

—Creo que sí —responde. Me mira—. ¿Crees que debemos hacerlo?

—Sí —digo.

—Tenemos los frontales —añade Indie.

—Vamos. —Cassia nos ayuda a levantar la barca.

Nos dirigimos a la orilla del río lo más deprisa posible. Noto piedras bajo los pies, sacadas del río por las explosiones. Me pregunto cuál de ellas será el pez que señala la tumba de Vick. A oscuras, todo parece distinto y no estoy seguro de saber dónde yace enterrado.

Pero sí sé qué habría hecho si aún viviera.

Lo que pensara que lo llevaría más cerca de Laney.

Bajo los árboles, alumbrados por una linterna frontal cuya luz atenuamos al máximo, Hunter y yo desenrollamos la barca y la inflamos. La barca toma forma enseguida.

—Caben dos —dice Hunter—. Si alguien más quiere unirse al Alzamiento, tendrá que seguir el río a pie y tardará mucho más en llegar.

El viento susurra al entrar en la barca.

Por un momento, me quedo completamente inmóvil.

Comienza de nuevo a llover, una lluvia limpia que duele de tan fría. Es distinta a la tormenta de antes: se trata de un chubasco, no de una tromba. Pronto cesará.

«Más arriba, en alguna parte, esta agua es nieve», solía decir mi madre mientras abría las manos para coger las gotas de lluvia.

Pienso en sus pinturas y en lo rápido que se secaban.

—En alguna parte —comento en voz alta, y espero que ella me oiga—, esta agua no es nada. Es más ligera que el aire.

Cassia me mira.

Imagino estas gotas de lluvia cayendo sobre las escamas del pez de arenisca que labré para Vick. «Cada gota es buena para el río envenenado», pienso, con las manos bien abiertas. No cojo las gotas ni trato de retenerlas. Permito que dejen su huella y no me aferro a ellas.

No aferrarme. A mis padres ni al dolor de lo que les sucedió. A lo que no hice. A todas las personas que no salvé ni enterré. A mis celos de Xander. A mi culpa por lo que le ocurrió a Vick. A mi preocupación por lo que nunca seré y por quien nunca fui.

No aferrarme a nada.

No sé si puedo, pero intentarlo me hace bien, de modo que dejo que la lluvia me golpee las palmas de las manos. Que se me escurra entre los dedos. «Cada gota es buena para mí», pienso. Echo la cabeza hacia atrás y trato de abrirme de nuevo al cielo.

Mi padre pudo ser la razón de que todas aquellas personas murieran. Pero también contribuyó a hacerles la vida soportable. Les dio esperanza. Yo creía que eso no importaba, pero importa.

Lo que fue bueno para mi padre ha sido malo para mí. Ningún fuego enemigo puede apagar ese sentimiento. Tengo que hacerlo yo.

—Lo siento —digo a Cassia—. No debería haberte mentido.

—Yo también lo siento —se disculpa—. Fue un error clasificarte.

Nos miramos bajo la lluvia.

—La barca es tuya —me dice Indie—. ¿Quién va a ir?

—La he intercambiado para ti —explico a Cassia—. Tú decides quién te acompaña.

Me siento igual que antes del banquete de emparejamiento. Esperando. Preguntándome si lo que había hecho sería suficiente para que ella volviera a verme.