Capítulo 40

Cassia

Detrás de nosotros, Hunter abre la puerta y entra. Indie lo acompaña.

—No tenemos tiempo para esto —dice Hunter—. Hay un Alzamiento. Puedes encontrarlo siguiendo este mapa. ¿Sabes descifrar el código?

Asiento.

—Pues el mapa es tuyo, por decirme qué había en la cueva.

—Gracias —digo.

Lo enrollo con cuidado. Es de tela recia y está pintado de oscuro. Resistiría si lo pusieran bajo la lluvia o lo sumergieran en el agua. Pero no resiste el fuego. Miro a Ky con el corazón encogido. Me gustaría que pudiéramos tender un puente sobre lo que acaba de ocurrir con la misma facilidad con que podría señalarse un paso en un mapa.

—Me marcho hacia las montañas para encontrar a los demás —anuncia Hunter—. Los que no queráis uniros al Alzamiento, podéis venir conmigo.

—Yo quiero encontrar el Alzamiento —afirma Indie.

—Al menos, podemos ir juntos hasta la llanura —digo. No tiene sentido haber llegado tan lejos para separarnos tan deprisa.

—Deberíais poneros en marcha ya —nos aconseja Hunter—. Os alcanzaré cuando haya terminado de sellar la cueva.

—¿Sellar la cueva?

—Decidimos sellar la cueva de tal forma que pareciera que la había tapado un corrimiento de tierra —explica Hunter—. No queremos que la Sociedad se apodere de nuestros libros y escritos. Prometí a los otros labradores que lo haría. Pero tardaré un tiempo en prepararlo todo. No deberíais esperar.

—No —digo—. Te esperaremos. —No podemos volver a dejarlo solo. Y aunque sé que nuestro grupo, el fragmentado grupito que de algún modo hemos formado, debe acabar separándose, no quiero que lo haga ya.

—Por eso has guardado parte de los explosivos —dice Ky a Hunter. No sé interpretar su expresión: su rostro está hermético, ausente. Vuelve a ser el Ky de la Sociedad y siento un súbito vacío por haber perdido al Ky de la Talla—. Puedo ayudarte.

—¿Sabes colocar cargas explosivas? —le pregunta Hunter.

—Sí —responde—. A cambio de una cosa que he visto en una de las cuevas.

—Un intercambio —conviene Hunter.

¿Qué intercambio quiere hacer Ky? ¿Qué necesita? ¿Por qué no me mira?

Pero nadie vuelve a hablar de separarnos. Permanecemos juntos.

De momento.

Mientras Ky y Hunter reúnen los cables, Indie y yo corremos a las cuevas para despertar a Eli y meter en las mochilas todo lo que necesitaremos para el viaje. Preparamos la cueva para la explosión cerrando bien las cajas de la biblioteca y apilándolas contra la pared para que estén protegidas. Por algún motivo, me llaman la atención las páginas que se han desprendido de otros libros. No me puedo resistir; me meto algunas en la mochila junto con víveres, agua, cerillas. Hunter nos ha indicado dónde encontrar linternas frontales y otro material para el viaje y nos ha dado más mochilas; también las llenamos.

Eli mete pinceles y escritos junto con su comida. Me falta valor para decirle que los tire y que, en su lugar, coja más manzanas.

—Creo que estamos listos —afirmo.

—Espera —dice Indie. No hemos hablado mucho y me alegro; no sé muy bien qué decirle. No la entiendo: ¿por qué le ha enseñado el mapa primero a Ky? ¿Qué más esconde? ¿Considera siquiera que somos amigas?

—Tengo que darte una cosa. —Mete la mano en su mochila y saca el delicado panal. Incluso después de todo lo sucedido, está milagrosamente intacto. Lo sostiene con cuidado en las palmas de las manos y la imagino levantando una concha de la orilla del mar.

—No —digo, conmovida—. Deberías quedártelo. Tú eres la que lo ha traído hasta aquí.

—No se trata de eso —afirma, impaciente. Saca un objeto del panal.

Una microficha.

Tardo un momento en comprenderlo.

—Me la robaste —susurro—. En el campo de trabajo.

Asiente.

—Es lo que escondía en la aeronave. Más adelante, te dije que no había escondido nada, pero no era verdad. —Me la da—. Ten.

La cojo.

—Y esto se lo quité a un chico del pueblo. —Vuelve a meter la mano en su mochila y saca un miniterminal—. Ahora puedes ver la microficha —dice—. Ya solo te falta uno de los papelitos. Pero la culpa es tuya. Se te cayó a ti cuando nos dirigíamos a la llanura.

Desconcertada, cojo el miniterminal.

—¿Encontrarte uno de los papelitos? —pregunto—. ¿Lo leíste?

Claro que lo leyó. Ni tan siquiera se molesta en responder.

—Así es como supe lo del secreto de Xander —dice—. El papelito decía que tenía un secreto y que te lo diría cuando volviera a verte.

—¿Dónde está? —pregunto—. Devuélvemelo.

—No puedo. Ya no lo tengo. Se lo di a Ky y lo tiró.

—¿Por qué? —Alzo el miniterminal, la microficha—. ¿Por qué todo esto?

Al principio, creo que no va a decir nada. Vuelve la cara. Pero, al cabo de un momento, me mira y se decide a responder. Su expresión es vehemente; tiene los músculos tensos.

—Eras distinta al resto —dice—. Lo supe en cuanto te vi en el campo de trabajo. Por eso quise saber quién eras. Qué hacías. Al principio, creí que podías ser una espía de la Sociedad. Más adelante, creí que a lo mejor trabajabas para los rebeldes. Y tenías un montón de pastillas azules. No estaba segura de lo que pensabas hacer con ellas.

—Así que me robaste —concluyo—. Desde el principio. En el campo de trabajo, y también en la Talla.

—¿Cómo si no iba a averiguar algo? —Señala el miniterminal—. Ya vuelves a tenerlo todo. Mejor aún. Ahora puedes ver la microficha siempre que te apetezca.

—No lo tengo todo —digo—. ¿Te acuerdas? Me falta parte del mensaje de Xander.

—No es verdad —objeta—. Te lo acabo de dar.

Quiero gritar de frustración.

—¿Qué hay de la caja plateada? —pregunto—. También la cogiste.

Es ilógico, pero, de golpe, quiero recuperar ese recuerdo de Xander. Quiero recuperar todo lo que he perdido a lo largo de mi vida, haya sido robado, requisado o intercambiado. La brújula de Ky. El reloj de Bram. Y, por encima de todo, la polvera de mi abuelo con los poemas escondidos dentro. Si la recuperara, no volvería a abrirla jamás. Me bastaría con saber que contenía los poemas.

Ojalá pudiera hacer lo mismo con Ky. Ojalá pudiera guardar en ella todas las facetas hermosas de nuestra relación y dejar fuera todos los errores que hemos cometido.

—Dejé la caja en el campo de trabajo cuando escapé —dice Indie—. Me deshice de ella en el bosque.

Recuerdo su interés por ver siempre el cuadro; el manotazo con el que tiró sus fragmentos al suelo para disimular su dolor; su modo de quedarse mirando a las muchachas de los vestidos en la cueva pintada. Indie me ha robado porque deseaba lo que yo tenía. La miro y pienso que es como mirar un reflejo en una parte removida del río. La imagen no es idéntica, está distorsionada, se arremolina, pero se parece mucho. Ella es una rebelde cauta y yo soy todo lo contrario.

—¿Cómo escondiste la microficha? —pregunto.

—No me cachearon cuando me cogieron —responde—. Solo lo hicieron en la aeronave. Y tú y yo encontramos una solución. —Se retira el cabello de la cara con un ademán muy propio de ella: brusco, pero provisto de una cierta elegancia. Jamás había conocido a nadie que fuera tan directo y tuviera menos reparos en admitir sus intenciones—. ¿No vas a verla? —pregunta.

No puedo resistirme. Introduzco la microficha de Xander en el miniterminal y espero a que aparezca su rostro.

Debería haber visto esta información en mi casa mientras el viento mecía las hojas de los arces. Bram podría haberme tomado el pelo y mis padres podrían haber sonreído. Yo podría haber mirado el rostro de Xander y no haber visto nada más.

Pero apareció el rostro de Ky y todo cambió.

—Ahí está —dice Indie, casi sin querer.

Xander.

Había olvidado sus facciones, aunque solo haga unos días que lo he visto. Pero ya lo recuerdo todo, y entonces su lista de atributos comienza a desplazarse por la pantalla.

La lista de la microficha es idéntica a la que Xander escondió en las pastillas; es lo que él quería que viera. «Mírame —parece decirme—. Las veces que haga falta.»

No sé cómo añadió el renglón del papelito que perdí. ¿Es posible que Indie mienta? No lo creo. Y me extraña que Xander no me contara su secreto el día que visitamos al archivista. Yo pensaba que podía ser la última vez que nos viéramos. ¿No lo pensaba él?

Pero Xander no quería que otra persona lo leyera todo sobre él. Abro el historial. La microficha no se vio únicamente anoche; se vio anteanoche, y la noche anterior, y la anterior.

Indie la ha visto todas las noches. ¿Cuándo? ¿Mientras yo dormía?

—¿Sabes tú el secreto de Xander? —pregunto.

—Eso creo —responde.

—Cuéntamelo —digo.

—Es suyo y debe contarlo él —arguye, igual que Ky.

Como de costumbre, no parece arrepentida. Pero advierto que la mirada se le ha dulcificado mientras mira la fotografía de la pantalla.

Y entonces lo comprendo. Al final, no es a Ky a quien ama.

—Estás enamorada de Xander —digo, en un tono demasiado duro, demasiado cruel.

Indie no lo niega. Xander es la clase de persona que un aberrante no puede tener jamás. Un niño bonito, lo más cercano a la perfección que existe en la Sociedad.

Sin embargo, no es su pareja, sino la mía.

Con Xander, yo podría tener una familia, un buen trabajo, ser amada, ser feliz, vivir en un distrito con calles limpias y vidas ordenadas. Con Xander, podría hacer las cosas que siempre creí que haría.

Pero con Ky hago cosas de las que jamás me creí capaz.

Quiero las dos cosas.

Aunque eso es imposible. Vuelvo a mirar el rostro de Xander. Y, aunque él parece decirme que no cambiará, sé que lo hará. Sé que hay partes de él que no conozco, cosas que suceden en Camas que no veo, secretos suyos que no sé y va a tener que contarme en persona. Xander también comete errores, como darme las pastillas azules, un regalo que, pese al riesgo que corrió al hacérmelo, no resultó como él creía. No me salvó.

Estar con Xander quizá sería menos complicado, pero continuaría siendo amor. Y he descubierto que el amor nos lleva a lugares que no conocemos.

—¿Qué querías de Ky? —pregunto a Indie—. ¿Qué intentabas conseguir enseñándole el papelito y dándole el mapa?

—Sabía que no nos lo decía todo sobre el Alzamiento —responde—. Quería obligarlo a hablar.

—¿Por qué me la has devuelto? —pregunto mientras le enseño la microficha—. ¿Por qué ahora?

—Tienes que decidirte —responde—. Creo que no ves con claridad a ninguno de los dos.

—Y tú sí —digo. La ira se apodera de mí. Ella no conoce a Ky como yo. Y a Xander ni tan solo lo ha visto en persona.

—Yo he deducido el secreto de Xander. —Se dirige a la entrada de la cueva—. Y a ti nunca se te ha ocurrido que Ky podría ser el Piloto.

Sale afuera.

Alguien me toca el brazo. Eli. Me mira con los ojos como platos, preocupado, y eso me arranca de mi ensimismamiento. Tenemos que sacarlo de aquí. Tenemos que darnos prisa. Esto puede resolverse más adelante.

Cuando meto la microficha en mi mochila, la veo entre las azules.

Mi pastilla roja.

Indie, Ky y Xander son inmunes a ella.

Pero yo no sé qué soy.

Vacilo. Podría metérmela en la boca y no esperar a que se disolviera. La mordería, con fuerza. Quizá incluso con tanta fuerza que mi sangre se mezclaría con la pastilla y eso sería decisión mía, no de la Sociedad.

Si la pastilla surte efecto, olvidaré todo lo que ha sucedido en las últimas doce horas. No recordaré lo que ha ocurrido con Ky. No me hará falta perdonarlo por haberme mentido porque no sabré que lo ha hecho. Y no me acordaré de lo que ha dicho sobre el día que lo clasifiqué.

Si no surte efecto, por fin sabré, de una vez por todas, si soy inmune. Si soy especial como Ky, Xander e Indie.

Me llevo la pastilla a la boca. Y oigo una voz que guardo en lo más hondo de mi memoria.

«Eres lo bastante fuerte para pasar sin ella.»

«Está bien, abuelo —pienso—. Seré lo bastante fuerte para pasar sin ella. Pero no soy lo bastante fuerte para pasar sin otras cosas, y tengo intención de luchar por ellas.»