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Hunter coge otro tubo y lo rompe del mismo modo.
—Salid de aquí —digo a Cassia y al resto—. Vamos.
Indie no vacila. Da media vuelta, corre al acceso secreto y entra en el estrecho túnel.
—No podemos dejarlo aquí —arguye Cassia mientras mira a Hunter, que no ve ni oye nada aparte de los tubos que rompe.
—Intentaré que vaya con nosotros —prometo—. Pero tenéis que iros. Ya.
—Lo necesitamos para escalar —dice.
—Puede ayudaros Indie. Marchaos. Enseguida iré.
—Os esperaremos para cruzar juntos —promete—. Es posible que la Sociedad tarde mucho en llegar.
«A menos que ya esté en la zona —pienso—. En ese caso, sería cosa de minutos.»
Cuando se marchan, miro a Hunter.
—Tienes que parar —digo—. Volver con nosotros.
Él niega con la cabeza y rompe otro tubo.
—Podríamos intentar alcanzar a los labradores que atravesaron la llanura —sugiero.
—A estas alturas, podrían estar todos muertos —dice.
—¿Se marcharon para unirse al Alzamiento? —pregunto.
No me responde.
No trato de detenerlo. Un tubo, mil: ¿qué diferencia hay? La Sociedad va a enterarse de todos modos. Y una parte de mí quiere acompañarlo. Cuando una persona lo ha perdido todo, ¿por qué no habría de desahogarse antes de que se le echen encima? Recuerdo esa sensación. Otra parte más siniestra de mí piensa: «Y si no vuelve con nosotros, no podrá hablar a Cassia del Alzamiento ni decirle cómo encontrarlo. Estoy seguro de que lo sabe».
Regreso al acceso secreto y encuentro una piedra. Vuelvo a su lado y se la doy.
—Prueba con esto —digo—. Será más rápido.
Hunter no dice nada, pero coge la piedra, sube los brazos y la arroja contra una hilera de tubos. Los oigo romperse mientras entro en el estrecho túnel para salir de la Caverna.
Una vez fuera, estoy atento por si oigo las aeronaves.
Nada.
Todavía.
Me han esperado.
—Tendríais que haber seguido —reprendo a Cassia, pero eso es lo único que tengo tiempo de decir antes de que estemos todos asegurados y nos hayamos puesto a escalar. Subimos. Una vez arriba, en el expuesto llano de roca, me pregunto si debería correr detrás o delante de ella, cuál es el mejor modo de protegerla, y entonces me encuentro corriendo a su lado.
—¿Van a encontrarnos? —resuella Eli cuando llegamos al otro cañón.
—Correremos por las piedras cuando podamos —digo.
—Pero a veces es todo arena —arguye, asustado.
—Tranquilo —digo—. Seguro que llueve.
Todos miramos arriba. El cielo luce el suave azul del invierno incipiente. Hay nubarrones a lo lejos, pero están a kilómetros de aquí.
Cassia no ha olvidado lo que Indie ha dicho en la cueva. Se acerca y me pone la mano en el brazo.
—¿A qué se refería Indie? —pregunta, sin aliento—. ¿Con el secreto de Xander?
—No sé de qué habla —miento.
No miro a Indie. Oigo sus pisadas detrás de nosotros, pero no me contradice y sé por qué.
Quiere encontrar el Alzamiento y, por algún motivo, cree que soy quien más probabilidades tiene de conocer su paradero. Ha decidido compartir su destino conmigo aunque no me tenga más simpatía de la que yo le tengo a ella.
Cojo a Cassia de la mano y estoy atento por si oigo el rugido de las aeronaves de la Sociedad, pero no se presentan.
Tampoco lo hace la lluvia.
Cuando Xander y yo nos tomamos las pastillas rojas aquel día ya tan lejano, contamos hasta tres y nos las tragamos a la vez. Observé su rostro. Estaba impaciente por que olvidara.
No tardé mucho en darme cuenta de que la pastilla no le hacía efecto y también era inmune. Hasta ese momento, creía que yo era el único.
«Se supone que deberías olvidar», dije.
«Pues no lo he hecho», respondió.
Cassia me explicó qué sucedió aquel día en el distrito después de que yo me fuera, cómo se enteró de que Xander era inmune a las pastillas rojas. Pero no conoce su otro secreto. «Y yo lo guardo porque es lo justo —me digo—. Porque contárselo es cosa de él, no mía.»
Trato de no pensar en mis otros motivos para no revelar a Cassia el secreto de Xander.
Si lo supiera, quizá cambiaría de opinión con respecto a él. Y con respecto a mí.