Capítulo 32

Cassia

La grieta apenas tiene anchura suficiente para que Hunter quepa en ella. Él entra y desaparece sin mirar atrás. Soy la siguiente.

Miro a Eli, que tiene los ojos como platos.

—Quizá sea mejor que nos esperes aquí —sugiero.

Él asiente.

—La cueva me da igual —aduce—. Pero eso es un túnel.

No le digo que es el más menudo de todos y el que tiene menos probabilidades de quedarse atascado porque sé a qué se refiere. Parece de locos, un error, abrirnos paso por la tierra como gusanos.

—Tranquilo —digo—. No hace falta que vengas. —Lo rodeo con el brazo y le doy un apretón en el hombro—. No creo que tardemos mucho.

Eli vuelve a asentir. Ya tiene mejor aspecto; está menos pálido.

—Volveremos —repito—. Volveré.

Eli me hace pensar en Bram y en cómo lo dejé también a él.

Estoy bien hasta que empiezo a pensar demasiado, hasta que me pongo a calcular cuántas toneladas de roca debo de tener encima. Ni tan siquiera sé cuánto pesa un centímetro cúbico de roca arenisca, pero la cifra debe de ser ingente. Y debe de haber muy poco aire en comparación. ¿Por eso nos ha pedido Hunter que contengamos la respiración? ¿Sabe que no hay aire suficiente? ¿Que a lo mejor exhalo y descubro que es imposible volver a inhalar?

No me puedo mover.

La piedra, tan cerca de mí. El túnel, tan oscuro. Solo hay centímetros entre la tierra y yo; estoy tendida boca arriba, rodeada de negrura, aprisionada por roca inamovible que me envuelve por todos lados. La masa de la Talla me oprime; antes me asustaba su inmensidad y ahora lo hace su proximidad.

Tengo el rostro vuelto hacia un cielo que no veo, un cielo que es azul por encima de la piedra.

Trato de serenarme, me digo que no pasa nada. Hay seres vivos que logran salir de espacios más estrechos que este. Solo soy una mariposa, una antíope, encerrada en su capullo, ciega y con las alas pegajosas. Y, de pronto, me pregunto si no habrá veces en que los capullos no se abran, si la mariposa que contienen no carecerá de la fuerza necesaria para romperlos. Se me escapa un sollozo.

—Socorro —digo.

Para mi sorpresa, no es Hunter quien habla desde delante. Es la voz de Ky desde atrás.

—Vas a hacerlo bien —dice—. Empuja un poco más.

Y, pese a mi pánico, oigo la música de su voz grave, la melodía de su cadencia. Cierro los ojos e imagino que mi respiración es la suya, que está conmigo.

—Espera un momento si te hace falta —añade.

Me imagino incluso más menuda de lo que ya soy. Imagino que me meto en el capullo y me envuelvo en él como si fuera una capa, una manta. Y, después, no me imagino saliendo. Me quedo acurrucada dentro y trato de ver qué hay.

Al principio, nada.

Pero entonces la percibo. Incluso oculta en la oscuridad, sé que está allí: esa pequeña parte de mí que siempre será libre.

—Lo conseguiré —digo en voz alta.

—Lo conseguirás —repite Ky detrás de mí.

Avanzo y noto espacio por encima de mí, aire que respirar, un lugar donde ponerme de pie.

«¿Dónde estamos?»

Siluetas y figuras se forman en la oscuridad, alumbradas por diminutas luces azules alineadas en el suelo y que brillan como gotitas de lluvia. Pero, naturalmente, están demasiado ordenadas para ser lluvia.

Otras luces iluminan altas cajas transparentes y máquinas que zumban y moderan la temperatura dentro de estas paredes de piedra. Lo que veo ante mí es típico de la Sociedad: calibración, organización, cálculo.

Oigo movimiento y casi grito antes de acordarme. Hunter.

—Esto es inmenso —observo, y él asiente.

—Solíamos reunirnos aquí —dice en voz baja—. No fuimos los primeros. La Caverna es muy antigua.

Me estremezco cuando miro arriba. Las paredes de esta vasta cueva tienen incrustados huesos y conchas de animales muertos, todos atrapados en piedra que antes fue barro. Este lugar existía antes de la Sociedad. Quizá incluso antes de que hubiera seres humanos.

Ky entra en la cueva y se sacude la tierra del pelo. Me acerco a él y toco sus manos, que están frías y ásperas pero no se parecen en absoluto a la piedra.

—Gracias por ayudarme —digo en su cálido cuello. Me aparto para que pueda ver lo que hay aquí.

—Esto es de la Sociedad, no hay duda —dice, su voz tan queda como la Caverna. Echa a andar y Hunter y yo lo seguimos. Pone la mano en la puerta del otro extremo del recinto—. Acero —afirma.

—La Sociedad no tendría que estar aquí —dice Hunter, con voz crispada.

Parece un despropósito, este manto de asepsia que la Sociedad ha extendido sobre la tierra y la vida. «La Sociedad tampoco tendría que estar en mi relación con Ky», pienso al recordar que mi funcionaria dijo que sabía lo nuestro desde el principio. La Sociedad se entremete en todo, es como agua que se cuela por una grieta y gotea hasta que incluso la piedra se ve obligada a ahuecarse y cambiar de forma.

—Tengo que saber por qué quisieron matarnos —me dice Hunter señalando las cajas. Están llenas de tubos. Montones de tubos bañados de luz azul. «Esto es tan bonito como el mar», imagino.

Indie entra en la cueva. Mira alrededor y pone los ojos como platos.

—¿Qué son? —pregunta.

—Dejad que me acerque más —digo, y echo a andar entre dos de las hileras de tubos. Ky me acompaña. Paso la mano por las cajas de liso plástico transparente. Para mi sorpresa, no hay cerraduras en las puertas y decido abrir una para ver mejor los tubos. Esta emite un débil silbido al abrirse y yo escruto los tubos que tengo ante mí, apabullada de pronto por su similitud y también por su variedad.

No quiero moverlos por si la Sociedad tiene un sistema de alarma, de manera que estiro el cuello hasta poder leer la información del tubo que ocupa el centro de la hilera intermedia. Hanover, Marcus. KA. Está claro que se trata de un nombre, seguido de la abreviatura de la provincia de Keya. Debajo de la provincia, hay grabadas dos fechas y un código de barras.

Son muestras de personas, enterradas con los huesos de animales que murieron mucho tiempo atrás y los sedimentos de mares petrificados, hileras de tubos de cristal similares al que tenía mi abuelo, el que contenía su muestra de tejido.

Pese al agotamiento y la fatiga, siento que mi mente clasificadora calienta motores y se pone en marcha, que intenta dar sentido a lo que veo y a los números que tengo ante mí. Esta cueva es un lugar dedicado a la conservación, casual en el caso de los fósiles incrustados en el barro e intencionada en lo que atañe a los tejidos guardados en los tubos.

«¿Por qué aquí? —me pregunto—. ¿Por qué en un lugar tan apartado de la Sociedad? Seguro que hay sitios mejores, montones de ellos.» Esto es lo contrario a un cementerio. Es lo opuesto a una despedida. Y lo comprendo. Aunque querría no hacerlo, en cierto sentido, me parece más lógico que enterrar a las personas y dejarlas marchar como hacen los labradores.

—Son muestras de tejido —explico a Ky—. Pero ¿por qué las guarda aquí la Sociedad? —Tiemblo y él me rodea con el brazo.

—Lo sé —dice.

Pero no lo sabe.

«A la Talla le da igual.»

Vivimos, morimos, nos transformamos en piedra, yacemos bajo tierra, nos perdemos en el mar o ardemos hasta quedar reducidos a ceniza, y a la Talla le da igual. Nosotros nos iremos. La Sociedad se irá. Los cañones permanecerán.

—Sabes lo que son —dice Hunter.

Lo miro. ¿Qué debe pensar de esto alguien que no ha vivido nunca dentro de la Sociedad?

—Sí —respondo—. Pero no sé por qué. Espera un momento. Déjame pensar.

—¿Cuántos hay? —pregunta Ky.

Hago un cálculo aproximado a partir de las hileras de tubos que tengo ante mí.

—Hay miles —respondo—. Cientos de miles. —La vasta Caverna está repleta de hileras, cajas, pasillos de tubitos—. Pero no tantos para representar todas las muestras de tejido que deben de haberse extraído a lo largo de los años. Esta no puede ser la única instalación.

—¿Es posible que los estén sacando de la Sociedad? —pregunta Ky.

Muevo la cabeza, confusa. ¿Qué razón podría haber?

—Están ordenados por provincias —digo al advertir que, en la caja que tengo delante, pone «KA» en todos los tubos.

—Busca Oria —me pide Ky.

—Debería de estar en la hilera siguiente —calculo mientras aprieto el paso.

Indie y Hunter están juntos, observándonos. Doblo la esquina y encuentro los tubos donde pone «OR». Ver la familiar abreviatura de Oria en un lugar tan desconocido me produce una sensación extraña, de intimidad mezclada con distanciamiento.

Oigo un ruido en el acceso secreto a la Caverna. Todos nos volvemos. Eli sale del túnel como ha hecho Ky, sonriendo y sacudiéndose la tierra del pelo. Corro a su lado y lo abrazo, con el corazón en un puño por lo que ha tenido que pasar solo.

—¡Eli! —exclamo—. Creía que ibas a esperarnos.

—Estoy bien —dice. Mira por encima de mi hombro, en busca de Ky.

—Lo has conseguido —le dice él, y Eli parece erguirse un poco más. Lo miro mientras niego con la cabeza. Prometer una cosa y hacer otra cuando cambia de opinión. Bram habría hecho lo mismo.

Eli mira alrededor con los ojos muy abiertos.

—Aquí almacenan tubos —dice.

—Creemos que están ordenados por provincias —observo, y veo que Ky me hace una señal.

—Cassia, he encontrado algo.

Regreso rápidamente a su lado mientras Indie y Eli se pasean por delante de otras hileras de tubos en busca de sus provincias.

—Si lo primero es la fecha de nacimiento —dice Ky—, lo más probable es que lo segundo sea… —Se queda callado y espera a ver si yo extraigo la misma conclusión.

—La fecha de la muerte. La fecha en la que se extrajo la muestra —apostillo. Y entonces comprendo a qué se refiere. Ambas fechas están demasiado próximas. No hay ochenta años entre una y otra.

—No solo almacenan las muestras de los ancianos —dice Ky—. Estas personas no pueden estar todas muertas.

—No solo nos extraen muestras cuando morimos —concluyo, con la mente disparada. Hago memoria: las posibilidades son infinitas. Nuestros tenedores. Nuestras cucharas. La ropa que llevamos. O es posible que incluso les facilitemos las muestras nosotros, que asintamos, raspemos nuestro propio tejido y se lo demos antes de tomarnos una pastilla roja—. La muestra del final no significa nada. La Sociedad ya tiene los tubos de todas las personas que quiere conservar. Puede que el tejido más joven dé mejores resultados. Y, al ocultarnos la existencia de las otras muestras, consigue que obedezcamos hasta el final. —El corazón me da un vuelco, de forma irracional, en agradecimiento a la Sociedad.

«A lo mejor hay una muestra de mi abuelo. A lo mejor no importa que mi padre destruyera la que le extrajeron en su banquete final.»

—Cassia —dice Ky en voz baja—. Xander está aquí.

—¿Qué? ¿Dónde? ¿Ha venido a buscarnos? ¿Cómo se ha enterado?

—Aquí —repite Ky mientras señala uno de los tubos bañados de luz azul.

Por supuesto. Evito sus ojos y miro el tubo. Carrow, Xander. OR. Su fecha de nacimiento es correcta. Es la muestra de Xander. Pero Xander no está muerto.

«Que yo sepa.»

Acto seguido, Ky y yo nos ponemos a leer la información de los tubos y nuestros dedos se entrelazan. ¿Quién está? ¿Quién se salva?

—Tú estás —dice Ky al señalar un tubo.

Veo la fecha de mi nacimiento. Y mi nombre: Reyes, Cassia. Contengo la respiración. «Mi nombre.» Verlo me recuerda lo que sentí cuando lo pronunciaron en mi banquete de emparejamiento. Me recuerda que formo parte de la Sociedad. Que ella se ha tomado muchas molestias para asegurarme un futuro.

—Yo no estoy —añade Ky, mientras me observa.

—A lo mejor estás en otra provincia —sugiero—. Podrías estar…

—No estoy —repite.

Y, por un instante, en la penumbra de la cueva, con su modo de saber confundirse con las sombras, parece que no esté. Notar su mano aferrada a la mía es lo único que me demuestra lo contrario.

Hunter se acerca a mí y yo trato de explicárselo.

—Son tejidos —digo—, un poco de piel, cabello o uña. La Sociedad los extrae a sus ciudadanos para poder devolvernos la vida algún día.

Me estremezco por mi uso de la primera persona del plural. Que yo sepa, podría ser la única de esta cueva con un tubo aquí. E incluso eso podría deberse únicamente a que la Sociedad no ha tenido tiempo de reclasificarme. Vuelvo a mirar las paredes de la cueva, los huesos, dientes y conchas que han perdurado. Si lo que somos no está en nuestros huesos, debe de estar en nuestros tejidos. Debe de estar en alguna parte.

Hunter se pone a mirar los tubos. Lo hace durante tanto tiempo que abro la boca para intentar explicárselo otra vez, pero él mete la mano en una caja y saca un tubo antes de que pueda detenerlo.

No se dispara ninguna alarma.

Su ausencia me desconcierta. ¿Habrá parpadeado una luz en alguna parte de la Sociedad para avisar a un funcionario de la infracción?

Hunter levanta el tubo y lo enfoca con una linterna. Las muestras son tan pequeñas que ni tan siquiera se distinguen del líquido que las contiene.

¡Crac! El tubo se rompe y a Hunter le sangra la mano.

—Nos han matado para conservarse ellos —dice.

Todos lo miramos. Por un momento, tengo el descabellado impulso de imitarlo: abriría todas las puertas de todas las cajas y cogería algo, un palo quizá. Echaría a correr por los pasillos de tubos bañados de luz azul y plateada. Pasaría el palo por ellos para ver si sonaban como un carillón. Me pregunto si la melodía de otras vidas sería amarga, asonante; o fuerte, clara, dulce y armónica. Pero no rompo nada. Hago otra cosa, con rapidez, mientras todos miran a Hunter.

Él abre la mano, mira la sangre y el líquido de su palma. Pese a no querer hacerlo, me fijo en el nombre de la etiqueta: Thurston, Morgan. Vuelvo a mirar a Hunter. Para romper un tubo como este, debe de hacer falta mucha fuerza, pero él no parece consciente de ello.

—¿Por qué? —pregunta—. ¿Cómo? ¿Han descubierto una forma de resucitar a la gente?

Todos me miran y aguardan a que yo se lo explique. La ira y la vergüenza se apoderan de mí. ¿Por qué creen que tengo las respuestas? ¿Porque soy la única ciudadana?

Pero hay cosas que no comprendo, partes de la Sociedad, partes de mí.

Ky me pone la mano en el brazo.

—Cassia —dice en voz baja.

—¡No soy Xander! —exclamo, tan alto que mis palabras resuenan en toda la cueva—. No sé nada de medicina. Ni de pastillas. Ni de la conservación de muestras. Ni de lo que la Sociedad puede o no hacer en el campo de la medicina. No lo sé.

Todos nos quedamos callados, pero Indie no tarda en romper el silencio.

—El secreto de Xander —dice mientras mira a Ky—. ¿Tiene algo que ver con esto?

Ky abre la boca para hablar, pero, antes de que pueda hacerlo, todos la vemos, una lucecita roja que parpadea en la parte superior de la caja que Hunter ha abierto.

El miedo vuelve a apoderarse de mí y no sé qué me asusta más, la Sociedad o la Caverna en la que estamos atrapados.