Ky
Cuando Hunter se reúne con nosotros, lleva una cantimplora de agua y varias cuerdas echadas al hombro. ¿Qué piensa hacer? Antes de que se lo pueda preguntar, Eli habla.
—¿Era tu hermana? —Señala la lápida recién colocada.
Hunter no mira la tumba. Su rostro apenas deja traslucir emoción.
—¿La visteis? ¿Cuánto tiempo estuvisteis mirando?
—Mucho —responde Eli—. Queríamos hablar contigo, pero esperamos a que terminaras.
—Os lo agradezco —dice Hunter, sin alterar la voz.
—Lo siento —añade Eli—. Fuera quien fuera, lo siento.
—Era mi hija —dice Hunter. Cassia mira perpleja. Sé lo que piensa: «¿Su hija? Pero es muy joven. Solo tiene veintidós o veintitrés años. Desde luego, no veintinueve, la edad mínima para tener un hijo de cinco años en la Sociedad».
Indie es la primera en romper el silencio.
—¿Adónde vamos? —pregunta a Hunter.
—A otro cañón —responde—. ¿Sabéis escalar?
Cuando yo era pequeño, mi madre trató de enseñarme los colores. «Azul» dijo, mientras me señalaba el cielo. Y «azul», otra vez, al señalarme el agua. Me explicó que yo negué con la cabeza porque vi que el azul del cielo no siempre se correspondía con el azul del agua.
Tardé mucho tiempo, hasta que viví en Oria, en utilizar la misma palabra para todas las tonalidades de un color.
Recuerdo esto mientras caminamos por el cañón. La Talla es anaranjada y roja, pero esta clase de anaranjado y de rojo jamás se vería en la Sociedad.
El amor tiene distintas tonalidades. Por ejemplo, mi modo de querer a Cassia cuando pensaba que ella jamás me correspondería. Mi modo de quererla en la Loma. Mi modo de quererla ahora que ha venido a buscarme a la Talla. Es distinto. Más intenso. Creía que ya la quería y la deseaba, pero, mientras caminamos juntos por el cañón, comprendo que este sentimiento no solo podría ser una nueva tonalidad, sino un color completamente distinto.
Hunter se detiene y señala la pared del cañón.
—Aquí —dice—. Este es el mejor sitio. —Comienza a palpar la roca y a mirar alrededor.
Alzo la mano para tapar el sol y ver por dónde tenemos que escalar. Cassia me mira y hace lo mismo.
—Es por donde Indie y yo bajamos del otro cañón —dice al reconocer el lugar.
Hunter asiente.
—Es el mejor sitio para escalar.
—Hay una cueva en el otro cañón —dice Indie a Hunter.
—Lo sé —responde—. Se llama la Caverna. La pregunta que necesito que respondáis es sobre lo que hay dentro.
—No entramos —dice Cassia—. Es imposible.
Hunter niega con la cabeza.
—Lo parece. Pero los labradores la utilizamos desde que llegamos a la Talla. Cuando la Sociedad se apoderó de ella, encontramos una forma de entrar.
Cassia parece desconcertada.
—Pero, entonces, sabéis…
Hunter la interrumpe.
—Sabemos qué hay dentro. Pero no por qué. —La escruta de un modo que resulta desconcertante—. Creo que tú a lo mejor lo sabes.
—¿Yo? —pregunta ella, alarmada.
—Has vivido en la Sociedad durante más tiempo que tus compañeros —dice Hunter—. Se nota. —Cassia se ruboriza y se pasa la mano por el brazo, como si quisiera despojarse de alguna mácula de la Sociedad.
Hunter mira a Eli.
—¿Te ves capaz de hacerlo?
Eli mira la pared.
—Sí —responde.
—Bien —dice Hunter—. No es una vía especialmente difícil. Hasta los militares podrían escalarla si lo intentaran.
—¿Por qué no lo han hecho? —pregunta Indie.
—Lo hicieron —responde Hunter—. Pero esta era una de nuestras zonas mejor vigiladas. Interceptábamos a todos los que intentaban escalar por aquí. Y es imposible entrar en el cañón en aeronave. Es demasiado estrecho. Tenían que acceder por tierra y estaban en desventaja. —Termina de hacer otro nudo y pasa la cuerda por uno de los anclajes de la pared—. Dio resultado durante mucho tiempo.
»Pero ahora los labradores han cruzado la llanura. O están muertos en lo alto de la Talla. Solo es cuestión de tiempo que la Sociedad se entere y decida entrar.
Nadie sabe eso mejor que Hunter. Tenemos que apresurarnos.
—Escalábamos a todas partes —dice Hunter—. La Talla entera era nuestra. —Mira la cuerda que tiene en las manos. Creo que ha vuelto a recordar que ya no queda nadie. Parece que no es posible olvidar, pero a veces lo es, solo de forma momentánea. Jamás he logrado decidir si es bueno o malo. Olvidar permite vivir un instante sin el dolor, pero recordar lo exacerba.
Todo hace daño. En ocasiones, cuando desfallezco, querría que la pastilla roja me hiciera efecto.
—Vimos cadáveres en lo alto de la Talla —dice Indie. Mira la pared para juzgar la dificultad de la vía—. Tenían marcas azules como tú. ¿También eran labradores? ¿Y por qué subieron si era mejor esperar a la Sociedad abajo? —Pese a mis reservas, la admiro. Tiene la audacia de hacer a Hunter esas preguntas. Yo también quiero saber las respuestas.
—Ese sitio es la única zona lo bastante amplia y llana para que la Sociedad aterrice con sus aeronaves —responde Hunter—. Últimamente, no sé por qué, sus tentativas de entrar en la Talla se habían vuelto más agresivas y nosotros no podíamos vigilar todos los cañones, solo el de nuestro caserío. —Hace otro nudo, tensa la cuerda—. Por primera vez en nuestra historia, los labradores tuvimos una diferencia de opinión que no supimos resolver. Algunos querían luchar para que la Sociedad dejara los cañones en paz. Otros querían huir.
—¿Qué querías tú? —pregunta Indie.
Hunter no responde.
—Entonces, los que cruzaron la llanura —prosigue Indie en un intento de recabar más información—, ¿se marcharon para unirse al Alzamiento?
—Creo que ya es suficiente —ataja Hunter. Su expresión disuade incluso a Indie de hacer más preguntas. Ella se calla y Hunter le pasa una cuerda—. Eres la que tiene más experiencia —añade. No es una pregunta. De algún modo, lo sabe.
Indie asiente y casi sonríe mientras mira la pared.
—A veces, me escabullía. Había un buen sitio cerca de nuestra casa.
—¿Te dejaba escalar la Sociedad? —pregunta Hunter.
Indie lo mira con expresión de desprecio.
—No me dejaba escalar. Encontré una forma de hacerlo sin que se enterara.
—Tú y yo subiremos a alguien —dice Hunter—. Así será más rápido. ¿Te ves capaz?
Indie se ríe a modo de respuesta.
—Ten cuidado —le advierte Hunter—. Aquí, la roca es distinta.
—Ya lo sé —dice ella.
—¿Puedes subir solo? —me pregunta Hunter.
Asiento. No le digo que lo prefiero. Si me caigo, al menos no arrastraré a nadie conmigo.
—Primero veré cómo lo hacéis.
Indie mira a Cassia y a Eli.
—¿Quién quiere venir conmigo?
—Eli —interviene Cassia—. Elige tú.
—Ky —dice él, al instante.
—No —objeta Hunter—. Ky no ha escalado tanto como nosotros.
Eli abre la boca para protestar, pero yo le hago un ademán negativo con la cabeza. Él me fulmina con la mirada, se acerca a Indie y se queda a su lado. Antes de que ella se vuelva hacia la pared, me parece adivinar una sonrisa de satisfacción en su rostro.
Observo a Cassia mientras se engancha a la cuerda de Hunter. Luego miro a Eli para comprobar que está bien atado. Cuando alzo la vista, Hunter se dispone a empezar. Cassia tiene la mandíbula tensa.
La ascensión no me preocupa. Hunter es el mejor escalador. Y necesita a Cassia sana y salva para que le ayude en la cueva. Lo creo cuando dice que necesita conocer los motivos de la Sociedad. Aún piensa que saber el porqué sirve de algo. Todavía no sabe que los motivos nunca serán lo bastante buenos.
Cuando llegamos arriba, echamos a correr. Me cojo de Eli con una mano y de Cassia con la otra y avanzamos juntos. Respiramos quedo, deprisa, y corremos sin apenas rozar el suelo.
Estamos expuestos en la roca, visibles bajo el cielo, durante varios largos segundos.
No es ni por asomo tiempo suficiente. Aquí, tengo la sensación de que podría correr eternamente.
«¡Mirad! —quiero gritar—. Sigo vivo. Sigo aquí. Aunque vuestros datos y vuestros funcionarios quieran lo contrario.»
Pies veloces.
Pulmones llenos de aire.
Agarrado a personas que quiero.
«Quiero.»
Lo más audaz de todo.
Cuando estamos cerca del borde, nos soltamos las manos. Las necesitamos para las cuerdas.
Este segundo cañón es mucho más estrecho que el cañón de los labradores. Una vez abajo, Cassia señala una larga superficie lisa. Parece roca, pero tiene algo extraño.
—Ahí es donde vimos la entrada —dice. Aprieta los labios—. El cadáver del chico está debajo de esos arbustos.
Ya no siento la libertad de antes. El peso de la Sociedad se cierne sobre este cañón como las nubes deshilachadas que aún perduran después de una tormenta.
El resto del grupo también lo percibe. Hunter está más serio y sé que para él es mucho peor porque siente la presencia de la Sociedad en un lugar que antes era suyo.
Nos conduce a una cueva minúscula situada en un lugar del cañón donde la pared se repliega sobre sí misma. Dentro, los cinco apenas cabemos agachados. Al fondo, hay pedruscos amontonados.
—Abrimos una entrada por aquí —dice.
—¿Y la Sociedad no la ha descubierto? —pregunta Indie con aire escéptico.
—Ni tan siquiera se lo imagina —responde Hunter. Levanta un pedrusco—. Hay una grieta detrás de estas piedras —explica—. Una vez dentro, podemos atravesar hasta un rincón de la Caverna.
—¿Cómo lo hacemos? —pregunta Eli.
—Moved la tierra —responde Hunter—. Y contened la respiración en los sitios estrechos. —Coge uno de los pedruscos. —Yo entraré primero —añade—. Me seguirá Cassia. Nos guiaremos unos a otros en los giros. Id despacio. Hay un sitio donde tenéis que tumbaros y empujaros con los pies. Si os quedáis atascados, gritad. Estaréis lo bastante cerca para oírme. Os indicaré cómo pasar. La parte más estrecha está justo antes del final.
Vacilo un momento y me pregunto si esto no será una trampa. ¿Podría haberla tendido la Sociedad? ¿O Indie? No me fío de ella. La observo mientras ayuda a Hunter a retirar los pedruscos. Lo hace con tanto afán que la larga cabellera le va violentamente de un lado a otro. ¿Qué quiere? ¿Qué esconde?
Miro a Cassia. Se halla en un lugar nuevo donde todo es distinto. Ha visto a personas que han muerto de formas terribles y ha pasado hambre, se ha extraviado y ha entrado en este desierto para encontrarme. Todas las cosas que una chica de la Sociedad no tendría que haber experimentado jamás. Me mira y veo un brillo en sus ojos que me hace sonreír. «¿Contener la respiración? —parece decir—. ¿Mover la tierra? Es lo que nosotros hemos hecho desde el principio.»