Cassia
Casi estamos arriba; casi podemos ver la llanura.
—Cassia, para —dice Indie cuando me encaramo a un peñasco.
—Ya casi hemos llegado —objeto—. Tengo que ver. —En las últimas horas, he recobrado mi fuerza y mi claridad mental. Quiero alcanzar el punto más elevado para tratar de ver a Ky. El viento es frío y puro. Su caricia me hace bien.
Trepo hasta la roca más alta.
—No lo hagas —dice Indie desde abajo—. Vas a caerte.
—¡Oh! —exclamo.
Hay tanto que ver… Rocas anaranjadas, una parda llanura herbosa, agua, montañas azules. Un cielo crepuscular, nubes de tormenta, un sol rojo y unos cuantos fríos copos de nieve blanca cayendo.
Dos figuritas oscuras que miran hacia arriba.
¿Me miran a mí?
«¿Es él?»
Desde tan lejos, solo hay una forma de saberlo.
Señalo el cielo.
Por un momento, no sucede nada. La figura permanece inmóvil, y yo sigo quieta, viva y…
Él echa a correr.
Bajo por las rocas. Resbalo y patino, impaciente por llegar a la llanura. «Ojalá —pienso mientras mis torpes pies avanzan demasiado deprisa, no lo bastante—. Ojalá pudiera correr. Ojalá hubiera escrito un poema entero. Ojalá tuviera la brújula…»
Pero, cuando llego a la llanura, no deseo nada aparte de lo que tengo.
A Ky. Corriendo hacia mí.
Jamás lo había visto correr así, veloz, libre, fuerte, salvaje. Está tan hermoso, su cuerpo se mueve con tanta armonía…
Se detiene a la distancia justa para que yo vea el azul de sus ojos y olvide el rojo de mis manos y el verde que me gustaría llevar puesto.
—¡Estás aquí! —exclama mientras respira con dificultad, con ansia. Tiene la cara sudorosa y manchada de tierra y me mira como si yo fuera lo único que siempre ha necesitado ver.
Abro la boca para decir que sí. Pero solo tengo tiempo de respirar antes de que él salve la poca distancia que nos separa. Su beso es lo único que sé.