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Por mucho que Joss actuara como amortiguador entre Cam y yo, la tensión entre nosotros se resistía a disiparse. El viernes por la noche bailé a su alrededor como una idiota, desesperada por no vivir una repetición de la noche anterior. Joss no dejaba de mirarme, como si, viendo mi actuación tan extraña, esperara que yo pariera un alien en cualquier momento.

Malcolm me telefoneó durante el día, y al oír su voz sentí un ramalazo de culpa, como si con mis pensamientos impuros sobre Cam le hubiera engañado. Yo no era perfecta. Cuando perseguía a un hombre no era precisamente una blanda. Procuraba no pensar en la chica que era abandonada por el hombre y lo pasaba mal, e intentaba racionalizar que, de algún modo, estaba bien haber sido cómplice de esas traiciones porque Cole necesitaba que yo me casara con alguien como Malcolm. Pero eso no era verdad, pues de algún modo daba a entender que yo no había tenido elección, cuando desde luego sí que la había tenido. Yo había escogido. Y había escogido de manera egoísta.

En cualquier caso, yo trazaba la línea en el engaño físico. Y sobre todo en el hecho de ser directamente el traidor.

Desear a Cam parecía un paso que me acercaba demasiado a eso.

Menos mal que, como de costumbre, el viernes el bar estuvo demasiado concurrido para poder entablar conversación con mis compañeros. Cam contó algunos chistes que nos hicieron reír, y Joss, como siempre, exhibió su personalidad ingeniosa. Por mi parte, decidí intentar ser menos consciente de Cam centrándome en llenar el bote de las propinas.

Flirteé hasta hartarme y pasé por alto el modo en que Joss ponía los ojos en blanco ante mis risitas infantiles. Según Joss, yo tenía una risita falsa y una risita verdadera. Al parecer, la verdadera era «adorable», pero la falsa… la que utilizaba para convencer a un tío de que era el hombre más divertido que yo había conocido… la sacaba de quicio.

Ojalá supiera Joss que eso solo alimentaba mis ganas de reírme más.

Estaba yo sirviendo copas a tres tipos que no estaban buenísimos aunque sí que eran simpáticos y atractivos a su manera, y disfrutaba de su atención.

—En serio, deberías saltar la barra y venir a pasar con nosotros el resto de la noche —decía uno que me lanzaba sonrisas torcidas. Por lo general, yo captaba si un tipo estaba siendo lascivo, y aquellos tres solo estaban divirtiéndose.

Di el cambio al más bajito con una mano mientras apoyaba pensativamente la barbilla en la palma de la otra.

—Esto… ¿y adónde me llevaríais?

—He oído que Fire es un club nocturno bastante bueno —propuso el de en medio con los ojos destellando de esperanza.

Solté un bufido e hice un gesto hacia el bar.

—Dejar un club para ir a otro. No, tendréis que hacer algo mejor. —Sonreí despacio y vi que los tres se inclinaban y se acercaban hundiendo los ojos en mi boca.

—Las Voodoo Rooms. —El más bajito hizo a sus colegas una señal como si fuera una gran idea.

Meneé la cabeza con aire apesadumbrado.

—Ampliad vuestros horizontes, chicos.

El de la sonrisa torcida y sexy se inclinó sobre la barra de modo que nuestras respectivas cabezas quedaron separadas por un par de centímetros. Mientras me miraba intensamente, mis ojos sonrieron a los suyos. De pronto me di cuenta de que había dejado de bromear y estaba serio, y mi sonrisa languideció un poco. Él bajó la mirada a mis labios.

—Si me das el número, te llevaré a donde quieras, preciosa, a cualquier lugar del mundo.

Oí una garganta profunda que se aclaraba y luego una mano cálida apretada contra mi barriga. Di una sacudida y volví la cabeza y vi a Cam inclinado sobre mí.

Era su mano grande y cálida.

Hizo presión sobre mí y me apartó del mostrador.

—Perdón —masculló, con semblante inexpresivo salvo por el músculo que se le movía en la mandíbula. El contacto de Cam hizo saltar chispas en mi cuerpo, la piel me picaba de acaloramiento excitado, y en mi reacción atónita le dejé sacarme de la barra, su cuerpo enredado con el mío al pasar por mi lado. Me deslizó la mano por la cintura, y me apartó la camiseta de modo que su mano callosa me agarró la piel desnuda, sosteniéndome en el sitio mientras se agachaba en busca de una botella de licor. Tras enderezarse, se cruzaron nuestras miradas, y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no tocarlo yo también a él.

Como si de repente cayera él en la cuenta de que seguía tocándome, se inclinó hacia atrás, me hizo un gesto de asentimiento y se dirigió a zancadas hasta su extremo de la barra. Lo miré un buen rato, preguntándome por qué había sentido Cam la necesidad de tocarme, de moverme en vez de pedirme que me moviera. Lo normal sería interpretar eso como interés, una invitación a algo, pero Cam estaba enviándome un montón de señales contradictorias. Estuve mirando tanto rato que los tíos con los que había estado coqueteando con diligencia ya se habían ido. Y también su potencial propina.

Mierda.

Cam de las narices.

El resto del turno pasó volando, y, como ya llevaba varias noches haciendo, en cuanto hubimos recogido y cerrado, me fui del bar a toda prisa, desesperada por alejarme de Cam.

El trayecto hasta el piso lo hice a paso ligero, bajo un frío que pelaba, sorteando borrachos que veían a una mujer sola y decidían que era una buena diana de tiro. A Joss no le gustaba nada que yo volviera a casa sola después del trabajo, pero ya me había acostumbrado, aparte de que, como precaución, llevaba una alarma personal en el llavero y un aerosol de pimienta en el bolso.

Subí tranquilamente la húmeda escalera de mi edificio, y el alivio y el agotamiento casi me hicieron fundirme con la puerta. Por fin en casa. Tras decidir que me sentaría bien una taza de té, fui a la cocina a encender la tetera, pero me paré en seco en el umbral.

Al ver a mi madre borracha sin conocimiento en el suelo, me invadió un rencor furibundo. Menos mal que llevaba puesto el pijama. Otras veces me la había encontrado así pero desnuda.

Pensé en cuánto tiempo llevaría ahí y temí no solo que hubiera cogido frío por el contacto con las baldosas sino también que tuviese la espalda lastimada. Meneando la cabeza y reprimiendo lágrimas de cansancio y frustración, me quité la chaqueta y esperé un minuto mientras resolvía cómo iba a llevarla a su habitación sin despertar a Cole ni dañarle más la espalda. La llevaría a rastras con todo el cuidado posible.

Intenté moverla con suavidad. La levanté cogiéndola de los brazos y empecé a deslizar su cuerpo fuera de la cocina. Golpeó con el pie el extremo de la puerta, con lo que esta dio en la pared, me estremecí y me quedé paralizada. Esperaba no haber despertado a Cole.

Por desgracia, acababa de reiniciar la labor de arrastre cuando oí que se abría la puerta del cuarto de mi hermano. Me volví y lo vi de pie en el pasillo, mirándome medio adormilado.

—Lo siento, cariño. Vuelve a la cama —susurré.

Pero Cole soltó un gruñido y negó con la cabeza mientras se me acercaba dando traspiés.

—¿Te echo una mano?

—No hace falta.

Volvió a gruñir y dio la vuelta hasta el otro lado de mamá. Le levantó los pies sin dificultad, y entre los dos la transportamos. Yo lo miraba sin perder de vista la ruta que seguíamos. Cole medía tanto como yo y aún estaba creciendo. Era un chico listo que no lo había tenido fácil en el apartado parental, lo cual le había dado ese brillo de cansancio en los ojos que le hacía parecer más maduro de lo que era. Me apenaba que mi hombrecito tuviera que crecer tan deprisa.

Desde luego no era la primera vez que Cole me ayudaba a llevar a mamá a la cama.

En cuanto la hubimos acostado, la tapé con el edredón intentando subsanar cualquier daño que pudiera derivar de haber permanecido tendida en el frío suelo. Pensando que ya estaba mamá lo bastante cómoda, salí de la habitación sin hacer ruido. Cole estaba en el pasillo.

Le sonreí, pero la boca me temblaba de cansancio, de tristeza.

Él se dio cuenta, y su propia tristeza le parpadeó en el semblante antes de que una mueca de complicidad la neutralizara.

—Se me ha ocurrido una nueva modalidad de tabla de ejercicios. Ganaremos un montón de pasta.

Torcí los labios.

—¿Y de qué va?

—Se denomina «Mamá Borracha». Incluye levantamiento de pesas y un poco de cardio.

Lo miré fijamente un instante, dejando que su broma se posara, y de pronto estallé en risitas y lo agarré y lo abracé. Cuando él me devolvió el abrazo, noté que se me escapaban las lágrimas por las comisuras de los ojos.

Cole era mi tabla de salvación.

No sé qué haría sin él.