El susurro de voces bajas pero agitadas se iba filtrando en mi conciencia sacándome gracias a Dios de un turbio paisaje onírico de hojas húmedas, sangre y pisadas fuertes. Me palpitaban los doloridos ojos, el manchón de color aclarándose enseguida para revelar que me hallaba en un salón concurrido.
Olivia y Cole estaban sentados a mi lado; Joss ocupaba el sillón en cuyo brazo se había encaramado Braden, que con los dedos masajeaba la nuca de su novia. Cam y Mick se encontraban de pie junto a la chimenea con un hombre mayor al que no reconocí, y mamá estaba sentada en el otro sillón.
Todos me miraban.
Y yo miraba fijamente a Mick.
A su alrededor, el aire chisporroteaba, y aunque sin duda se había calmado un poco, acarreaba el aura del hombre que regresa del combate. En torno a él se percibía un montón de energía contenida.
Bajé los ojos por su brazo hasta la mano.
Nudillos amoratados.
Tragué saliva a duras penas.
—Ya no te molestará más, pequeña.
Cruzamos la mirada, y sentí que se desintegraba mi miedo.
—Él no te esperaba.
A Mick se le levantó un extremo de la boca.
—No, no me esperaba. Tuve con él… unas palabras. —Miró por el rabillo del ojo al hombre que yo no reconocía—. Ha regresado a Glasgow sabiendo que si vuelve aquí lo echaré sin miramientos.
—¿Cómo es que puedes con él, Mick? —pregunté con curiosidad, la voz áspera por el dolor y la falta de sueño.
Mick exhaló un suspiro al tiempo que se le oscurecían los ojos.
—No es que pueda con él. Es lo que sé de él. Sé qué botones pulsar.
Meneé la cabeza, confusa.
—Digamos que su padre también tenía tendencia a ser violento.
Esta información me dejó paralizada unos instantes.
¿Murray Walker había sufrido maltrato? Pues eso tenía bastante sentido, ¿no? Un ciclo de abuso. Claro.
Me volví hacia Cole y le aparté el pelo de la cara. Quizá no le había salvado de las manos de mamá, pero sí al menos de la brutalidad de papá. Triste consuelo.
Al pensar en mamá, la miré.
—¿Te hemos despertado? —pregunté con tono anodino, sin importarme una mierda si la habíamos despertado o no. La paliza de mi padre me había transportado a mis sentimientos iniciales de traición y cólera tras descubrir que ella había pegado a Cole.
Los angustiados ojos de Fiona me escudriñaron la cara. Tengamos en cuenta que esa mujer sabía que mi padre me pegaba siendo yo niña y dejó que eso pasara sin impedirlo en ningún momento.
Me puse rígida.
¿Era eso lo que estaba haciendo yo con Cole? No me enteré de que le pegaba hasta el día en que me encaré con ella en la cocina, pero ¿importaba tanto eso? Cole seguía viviendo en un entorno en el que yo estaba nerviosa por tener que dejarlo solo en el piso con mi madre. ¿Era egoísta por mi parte retenerlo conmigo por el miedo a perderlo? Ojalá ella no hubiera amenazado con acudir a las autoridades si me lo llevaba…
La resolución se abrió camino en mis entrañas y la miré con ojos entrecerrados. Ya estaba cansada de amenazas.
—Quería asegurarme de que estabas bien —masculló antes de que sus ojos parpadeasen mirando a todo el mundo. Por instinto se llevó la mano al sucio pelo. Fue un extraño momento de vergüenza, al que siguió el gesto de ceñirse más la bata alrededor del frágil cuerpo—. Como veo que estás bien, creo que vuelvo a la cama.
La vi alejarse arrastrando los pies y no dije nada: una decisión difícil para mí pese a todo.
—Jo, te presento al señor Henderson —me informó Braden con calma, desviando mis pensamientos sobre mamá hacia el anciano de aspecto distinguido, que ahora dio un paso hacia mí. Yo era plenamente consciente de que Cam estaba a su lado, pero todavía no había registrado su presencia. Estaban pasando demasiadas cosas, y yo me sentía realmente demasiado cansada para pensar en el asunto—. Va a examinarte.
Sonreí lánguidamente al médico.
—Gracias.
Sus amables ojos descendieron a mi labio.
—¿Dónde quiere que la vea, Jo? ¿En algún sitio más privado?
—En mi cuarto, si le parece.
El médico me siguió en silencio por el pasillo hasta mi pequeño dormitorio, donde me miró el corte en el labio, que Joss ya había protegido con antiséptico, y luego el estómago y las costillas, donde se veía una ligera magulladura que le hizo fruncir la boca.
—Parece que quería asustarla más que lisiarla de verdad, señorita Walker —murmuró el doctor Henderson con un atisbo de enfado, que supuse dirigido a mi padre—. Si le hubiera golpeado con más fuerza, habría podido causarle alguna lesión interna. Por lo visto, las costillas están solo magulladas, aunque podría haber una o dos fisuras. Las molestias le durarán unas semanas. Solo puedo recetarle ibuprofeno para reducir la inflamación y aconsejarle que se ponga hielo en la zona dañada. También le haré un justificante para el trabajo. Una semana libre le iría bien. ¿Fuma usted?
Negué con la cabeza.
—Lo dejé hace unos meses.
—Bien. Muy bien. Si nota dificultades para respirar o que aumenta el dolor en el vientre, llámeme. —Me tendió una tarjeta que cogí agradecida.
—Gracias.
—Ahora es mejor que descanse. Duerma un poco.
No hizo falta que insistiera mucho. En cuanto oí cerrarse la puerta, me metí en la cama con cuidado y cerré los ojos. Me quité los vaqueros bufando por el dolor en las costillas. Los tiré al suelo con el pie y me subí el edredón y me arropé bien.
Era la primera vez en mucho tiempo que me sentía totalmente segura. Lo cual era lógico teniendo en el salón a un pequeño ejército dispuesto a defenderme a muerte. La noche anterior había pasado mucho miedo, auténtico pavor, pero ellos lo habían eliminado casi del todo… Joss, Braden, el tío Mick, Olivia, Cam y Cole.
Mi familia.
Los agotados músculos se derritieron en el mullidito colchón, y los párpados se me cerraron. Llevaba días sin que me atrapara un profundo sueño.
Lo que me despertó fue el calor.
Agitada, retiré las mantas y abrí los ojos de golpe mientras soltaba un indescifrable grito de dolor.
—Johanna. —De pronto estuvo ahí la voz de Cam.
Mis ojos parpadeantes y somnolientos se cruzaron con los suyos. Estaba sentado en el suelo de mi habitación, con la espalda apoyada en la pared, las rodillas dobladas, las manos colgando lánguidas encima. Se le veían círculos oscuros en los ojos; unos ojos medio cerrados que aún rebosaban inquietud.
Me giré sobre el codo, agarrándome las costillas. Fuera había luz.
—¿Qué hora es? —pregunté con la voz cascada. Me sentía pringosa y caliente y tenía la boca seca.
—Las ocho de la mañana. Domingo.
Oh, Dios mío. Había dormido un día entero. Con cierto esfuerzo procesé el aspecto desastrado de Cam.
—Cariño, ¿no has dormido?
Mi pregunta prendió una chispa en sus ojos.
—A ratos. No quería dejarte sola. Mira lo que pasó anoche.
—No fue culpa tuya. —Apreté los labios y resoplé por el dolor. Me había olvidado del labio.
—Me dan ganas de pegarle otra vez.
Sus palabras acabaron de despertarme y alcé las cejas hasta el cielo.
—¿También tú golpeaste a Murray?
—Lo habría matado, pero Mick consideró que era una mala idea.
—Ah, el tío Mick. Un hombre racional. Vaya aguafiestas.
Cam retorció los labios.
—Me alegro de que tu sentido del humor siga intacto.
Los dolores y pinchazos empezaban a despertarse y compuse una mueca.
—Prácticamente es lo único intacto.
Cam se inclinó hacia delante.
—¿Te traigo algo?
—Un vaso de agua. —Asintiendo, Cam se puso en pie—. ¿Dónde está Cole?
—En la cama. Joss y Braden dijeron que más tarde pasarían a recogerlo para llevarlo a comer con los Nichols.
—Bien. —Volví a cerrar los ojos.
Más o menos al cabo de un minuto, Cam me zarandeaba suavemente para despertarme.
—Has de beber algo.
A regañadientes dejé que me ayudara a incorporarme, y tuve que hacer un esfuerzo para no apoyarme ni hundir la cara en su cuello. Aún teníamos mucho que hablar antes de pensar siquiera en arrumacos.
Tomé un buen trago del agua helada que me había traído y le di las gracias. Y antes de poder decir yo nada, me empujó suavemente y se metió en la cama a mi lado, con el brazo alrededor de mis hombros para atraerme hacia su pecho.
—¿Qué estás haciendo? —farfullé, aunque en realidad no me quejé demasiado.
Cam suspiró ruidosamente mientras me pasaba los dedos por el pelo.
—Estos últimos días lo he pasado fatal, Jo. Deja solo que te abrace.
Las lágrimas me escocían los ojos.
—Ya sé que no te acostaste con ella.
—De todos modos daba que pensar, y tú no estabas en condiciones de imaginar otra cosa fuera de lo que parecía evidente.
Apreté el puño formando una pequeña bola. No me había dado cuenta de lo que había hecho hasta que Cam me empujó los dedos con los suyos obligándome a relajar la mano. Con el pulgar me rozó suavemente la palma, donde las uñas se habían clavado en la piel.
—Casi tengo miedo de preguntarlo, pero… ¿por qué estaba ella en tu casa?
Noté su vacilación, y mi corazón alojó automáticamente una queja con un estrépito contra el pecho.
—¿Cam?
Cam se volvió hacia mí y apretó la boca en mi frente, aspirándome. Se retiró y contestó en voz baja.
—Apareció a las tantas, angustiada y un poco borracha. La dejé pasar. Se me tiró encima.
Decidido. La odiaba.
—La aparté y le dije que entre nosotros no pasaría nada y que lo mejor era que se marchara, pero se puso a llorar y me sentí como un cabrón. No podía echarla a la calle.
Tragué saliva a duras penas.
—¿Sigue enamorada de ti?
—No me conoce —respondió con tono irritado.
—O sea que sí.
—Estuvimos un buen rato sentados dándole vueltas a lo mismo hasta que empezó a pasársele la borrachera. Me pidió usar la ducha y quedarse a dormir. Como para entonces ya estábamos en la misma onda y me sentía mal por ella, dije que sí.
Tardé un momento, pero pregunté:
—¿La misma onda?
Cam se apartó tímidamente para poder mirarme a los ojos. Su demacrado rostro era la cosa más hermosa que yo había visto en mi vida, y el dolor en mi pecho se intensificó. Alcé la mirada desde la sexy ondulación de su labio superior hasta sus ojos, y al verle la expresión me quedé sin aliento.
Vulnerable, abierta, en carne viva.
Estaba desnudo y sangraba por mí.
—Le dije algo que tenía que haberte dicho a ti hacía siglos. —Me cogió el cuello con su mano grandota para atraerme hacia sí—. No había conocido a nadie tan fuerte y valiente como tú. No había conocido a una mujer tan sencilla, amable y desinteresada. Eres una dama compleja. —Se le arqueó la boca en las comisuras—. Y eres lista y apasionada y divertida, y me vuelves loco, joder. La primera vez que te vi, te quise como no había querido a nadie. La primera vez que te pusiste hecha una furia conmigo, quise conocerte. Y cuando llegué a conocerte, cuando en la cocina me dijiste que no matara una araña porque sería impropio de la especie humana ir matando cosas solo por el hecho de tenerles miedo, lo supe seguro. Supe que jamás conocería a una mujer tan hermosa, compasiva ni resuelta. Sé hace tiempo que estoy enamorado de ti, Jo. Tenía que habértelo dicho.
Me puse a llorar a lágrima viva, y el pulgar de Cam hizo lo que pudo para contener la crecida.
—¿Por qué no lo hiciste? —pregunté con un temblor en el mentón.
Me miró con una ceja levantada.
—Quizá por la misma razón que tú. —Se inclinó para plantarme un delicado beso en la boca. Se retiró y prosiguió—: ¿Recuerdas el sábado de la semana pasada, cuando nos encontramos con Blair y yo casi dejé de hablarte?
—Sí.
—No tenía nada que ver con Blair, nena. Sino contigo. Con nosotros.
—No entiendo.
Cam deslizó la mano por mi brazo, acariciándome en suaves pasadas con los nudillos.
—Cuando nos tropezamos con Blair, sentí un impacto extraño. En la época en que salíamos juntos, yo creía estar enamorado de ella. Estuvimos juntos tres años, y cuando acabó no me lo tomé bien. Pero estando ahí de pie, mirándola, no sentí nada salvo una familiaridad lejana. No había pena ni amor ni nada de eso, sino solo una vaga alegría por el hecho de verla. —Se le ensombrecieron los ojos—. Mientras estábamos ahí, me quedé atascado en ese pensamiento: diez años más adelante, paseaba por Princes Street cogido del brazo con cierta mujer anónima y me tropezaba contigo cuando tú ya no eras mía. Porque al final todo el mundo se va, pensé. —Soltó un resoplido reflejando lo que parecía dolor y me agarró con más fuerza—. Me quedé sin aliento. No, de una pieza. Creo que me enamoré de ti ese día de la cocina, pero el sábado pasado fue la primera vez que reparé en lo loco que estaba por ti. Lo que siento por ti… —Cam inspiró hondo, y me sorprendí alargando una mano hasta su cara, el corazón latiéndome mientras observaba a ese hombre… ese hombre fuerte, irreverente… superado por sus sentimientos… hacia mí—. Es devorador —dijo suspirando, y volvió a apoyar su frente en la mía—. Casi extenuante. Es… ni siquiera sé describirlo, pero estar contigo es… Hay una intensidad dentro de mí siempre, ese tirón constante, esta desesperación… es como si me hubieras marcado a fuego. Y a fe mía que quema.
—Lo sé —susurré con tono relajante, ahora derramando lágrimas más deprisa—. Lo sé. Yo también siento eso.
—Pero nunca me lo dijiste —dijo Cam con cierta aspereza—. Siempre me mantenías oculto algo de ti. Así yo no podía saber si sentías lo mismo. Por eso me emborraché aquel sábado. Por eso vino Nate a la mañana siguiente a hablar conmigo. Me convenció de que para ti era igual.
—¿Y cómo lo hizo?
—Le pregunté su opinión sobre ti y dijo: «No tienes por qué preocuparte, colega. Esa chica cree que eres su hombre, y si lo digo es porque lo pienso».
De pronto recordé la actitud de Cam en cuanto se hubo ido Nate. Era como si alguien le hubiera pulsado un interruptor interno. Se había esfumado el hombre callado, apagado y taciturno de la noche anterior. Ahora lo que había era un seductor. El sexo duro sobre el escritorio… Recuerdo pensar en el momento en que aquello parecía la reclamación de un derecho. No andaba muy errada.
Me invadió un gran alivio, intenso, y apoyé la cabeza en su cálido pecho.
—¿Le has contado esto a Blair? —susurré contra su piel.
—Le expliqué que estaba enamorado de ti y que no me parecía buena idea reanudar nuestra amistad.
Me cayó otra lágrima, que le salpicó la piel.
—Espero que sean lágrimas de felicidad.
Emití un sollozo; el pozo interno de emociones era incapaz de albergar tantas cosas por las que había pasado.
—Te quiero —dije, y lo abracé con fuerza—. Tanto que a veces te mataría. —Solté un hipido gracioso.
Cam se rio bajito.
—El sentimiento es indudablemente mutuo, cariño.
—¿Y ahora qué? —dije sorbiéndome la nariz.
—¿Ahora? Esperaré desesperado que estas costillas se curen para luego poder llegar a ti con malas intenciones y demostrarte lo mucho que te quiero, joder.
Sonreí burlona a través de las lágrimas.
—Percibo tu dolor.
Cam respondió con un gruñido.
Nos quedamos tendidos un rato en silencio, y me aparté para mirarle el maravilloso rostro.
—Creo que voy a abandonar a mamá, Cam. Pero no sé cómo hacerlo.
Me rozó los labios otro beso suave, y tiré de él hacia mí, haciendo caso omiso del dolor para darle un beso largo, duro y profundo. Al final nos despegamos, jadeando.
Malditas costillas.
—Ya nos ocuparemos de eso más adelante —dijo Cam—. De momento, lo que has de hacer es reponerte.
—¿Puedo volver a decirte que te quiero?
Cam asintió despacio con semblante serio.
—No me cansaré nunca de oírlo.