—Tengo crêpes —anunció alegremente Helena MacCabe, cogiendo el plato de su marido. Al instante coloqué mi plato limpio encima del de Cole y cogí también el de Cameron.
—Echo una mano. —Sonreí, educada.
Desde que hubimos llegado a la casa el día anterior, Helena y Anderson MacCabe se habían mostrado conmigo y con Cole la mar de amables y abiertos, pero yo aún no me había quitado los nervios de encima.
No era solo porque fueran los padres de mi novio y yo quisiera caerles bien. Sino porque eran los padres de Cam, a quienes él adoraba, y quería que creyeran que era lo bastante buena para su hijo.
La última semana había sido extraña. Al principio me había sentido aún insegura y rara debido a la revelación de Cam de que había estado enamorado de esa tal Blair de evocaciones exóticas, pero como pasaba todo su tiempo libre conmigo y se mostraba afectuoso incluso en el bar —no me quitaba las manos de encima—, esas inseguridades comenzaron a quedar arrinconadas en un segundo plano hasta que al final apenas era siquiera consciente de ellas.
A medida que se acercaba el sábado y Cole y yo nos preparábamos para pasar una noche en Longniddry, lo de conocer a los padres de Cam iba preocupándome cada vez más. Se lo confesé a él, y dijo que todo iría de perlas. Parecía estar absolutamente convencido de que les caería bien.
Como a Malcolm.
Habíamos estado mandándonos mensajes, y el miércoles había llamado para hablar conmigo por primera vez desde la separación. Al principio fue un poco incómodo, pero cuando me dijo que estaba saliendo con alguien, se rebajó la tensión. La mujer en cuestión era mayor que yo y tenía un hijo, y Malcolm me dijo que a veces sentía que no estaba a la altura. Le dije que si mimaba a la madre trabajadora la conquistaría en un abrir y cerrar de ojos. Me dijo que si era yo misma me ganaría a los padres de Cam en un visto y no visto. Tras colgar, estuve preguntándome a cual «yo misma» se refería él, pues me daba la impresión de que no le había presentado nunca mi yo verdadero.
El sábado por la mañana, Cam alquiló un coche, y en un santiamén ya estábamos cruzando la carretera principal de Longniddry, dejando atrás pintorescas casitas de ladrillos de colores de playa y tejados de pizarra roja y el pub, que parecía muy concurrido. Pero no pudimos disfrutar de la idílica belleza. Era un día frío de primavera, no había salido el sol y el pueblo estaba bastante ajetreado. En cuanto a mí, estaba también ajetreada mordiéndome el labio. Pese a las palabras tranquilizadoras de Cam y Malcolm, ciertas miniversiones de mí habían empezado a ponerse frenéticas en mi estómago. Percibía sus puntapiés y sus chillidos.
Giramos a la izquierda en una rotonda, me acuerdo, y Cam señaló la espléndida entrada de ladrillo rojo al recinto del Palacio de Gosford, y farfulló no sé qué sobre algo que su padre le había contado al respecto. Cole le contestó, por lo que deduje que había estado escuchando. Por mi parte, yo estaba solo intentando no vomitar.
Llegamos a una bien cuidada urbanización y aparcamos frente a una casa encalada de tamaño mediano y tejado rojo; me quedé sin aliento. Cam se rio de mi reacción y me dio un beso fuerte y rápido antes de hacernos bajar del coche y entrar en la casa de sus padres.
Se portaron de maravilla. Helena, o Lena, como prefería que la llamasen, era afectuosa, amable y con un sentido del humor mordaz, y Anderson, Andy, era tranquilo, cordial, y mostraba un sincero interés por mí y Cole. Su perro, Bryn, era un cachorro King Charles de catorce meses lleno de energía que se enamoró enseguida de Cole y viceversa.
Fuimos a almorzar todos juntos a una taberna local, donde charlamos de trabajo, mi trabajo, el trabajo de Cam, su trabajo y el talento de Cole para dibujar y escribir. Deduje que Cam les había contado algo sobre mamá, porque pasaron de puntillas sobre el tema. Curiosamente, me daba igual que estuvieran enterados. Cam estaba muy unido a ellos y compartían muchas cosas. Si eso me incluía a mí y a mi vida, solo podía interpretarlo como una buena señal para nuestra relación.
Esa noche vimos un rato la tele, y Cole mostró interés en un programa de historia que solía ver Andy, cuyos grandes conocimientos sobre hechos históricos le fascinaron. Estuvo más que entretenido, pues mientras escuchaba a Andy martirizaba a Bryn, que quería ser objeto de atención en todo momento. Yo me senté con Cam y su madre en la cocina, donde ella sacó unas fotos viejas que me provocaron risitas. Cam había sido un preadolescente de aspecto gracioso.
Todo era muy normal.
Absolutamente normal.
Maravilloso.
A la hora de acostarnos, Cole se instaló en el sofá y Cam y yo nos quedamos en su vieja habitación, que estaba exactamente igual que en sus años adolescentes: las paredes llenas de pósters de bandas una década más jóvenes, recortes de revistas de cine, sus dibujos, que, como sus esbozos de ahora, consistían en pequeñas historietas de gente paradójica. Cam solía dibujar personas en una acción que no concordaba con su aspecto físico. Me había quedado uno de los últimos, bosquejado en una servilleta en el trabajo. Era un mercenario: grandote, musculoso, que llevaba chaleco de cuero, botas de motorista, cadenas, cargadores de balas sujetos con correas, pañuelo en la cabeza, armas enfundadas y un cuchillo metido en las botas; en las manos sostenía una gran caja abierta de chocolatinas con forma de corazón, y mientras se las comía componía una sonrisa etérea y bobalicona. Ahora era mi marcador para los libros.
El viejo dormitorio de Cam desprendía su personalidad adolescente, y aquello me encantó. Yo también me sentí como una adolescente cuando empezamos a enrollarnos tranquilamente en la cama. Paré antes de ponerme demasiado cachonda, y me negué a follar bajo el techo de sus padres. Esto a él no le gustó, pero habida cuenta de que tenía el colchón más chirriante del planeta Tierra, mi postura fue inamovible.
En todo caso, acurrucarme contra él para quedarme dormida también fue bonito. Dulce. Emotivo. Seguro.
Me desperté satisfecha al oler el desayuno.
Tras atiborrarnos con un copioso desayuno que incluía buñuelos de haggis, Lena estaba ahora dispuesta a matarnos. O al menos matarme a mí. Porque a los chicos parecía encantarles la idea de zamparse unas crêpes.
—Creo que esperaré a digerir esto —dije a Lena con una sonrisa de circunstancias—. Estoy bastante llena.
—Bobadas. —Me devolvió la sonrisa y se llevó los platos al fregadero.
—Si a pesar de comer todo lo que te apetece mantienes tu espléndida figura, no tienes excusa.
Radiante por el cumplido, enjuagué lo platos rápidamente y los metí en el lavaplatos. Para cuando me hube dado la vuelta, Lena ya había colocado un montón de crêpes en dos bandejas.
—Coged los jarabes. —Lena señaló las botellas de jarabe de melaza y de chocolate.
La seguí de nuevo al comedor y me senté y los vi a todos enfrascados, ignorando a Bryn, que iba de una silla a otra, con sus preciosos ojos castaños suplicando que alguien le lanzara un poco de bondad en forma de tortita. Yo cogí una por educación, arranqué un trocito y lo hice oscilar subrepticiamente bajo la mesa. Lo engulló una suave boca perruna que luego encima me lamió los dedos. Cogí al instante una de las servilletas del centro de la mesa sin hacer caso de la mirada de complicidad de Cam.
—Cam dice que ha presentado la solicitud para un empleo de diseñador gráfico en la ciudad —dijo Andy a Lena cuando esta se acomodó en su silla.
—Qué bien, hijo. ¿De qué es la empresa?
—De páginas web —contestó Cam después de tragarse un bocado—. No pagan mucho más que en el bar, pero al menos haré lo que me gusta.
—Y es mejor que ir cada día a Glasgow o desplazarte al sur —añadí, con una presión en el pecho ante la mera idea de que Cam se fuera.
—Es verdad —admitió Lena.
—No me iré —nos aseguró Cam… o más bien me aseguró a mí, sonriéndome con un ardor en los ojos que, delante de sus padres, fue increíblemente embarazoso—. Me gustan demasiado mis vecinos.
Me ruboricé y sonreí.
—Tío —masculló Cole meneando la cabeza.
—¿Cómo que «tío»? —dijo Cam ofendido ante la insinuación de Cole de que él no era guay—. Más claro imposible, colega.
—Sí. —Andy asintió y cortó un buen trozo de crêpe y lo empapó de jarabe mientras guiñaba el ojo a su mujer—. Lo aprendió de los mejores.
***
Antes de salir a pasar el día fuera, decidimos llevar a Bryn a la playa. No era una playa perfecta. La típica de la zona, llena de guijarros, mejillones, algas pringosas y gaviotas. Bryn enseguida se puso a perseguir gaviotas y se zambulló en el agua sin preocuparse de nada, la lengua colgando de la boca absolutamente encantado. Era gracioso; creía que las gaviotas estaban jugando con él cuando la verdad es que apenas reparaban en su presencia hasta que les ladraba para decirles hola y las hacía circular asustadas. Lo que Braden pensaría de mí cuando nos conocimos. Me había volcado sobre él como una idiota, resuelta a pescar al hombre perfecto que, sin yo saberlo, se había encaprichado de Joss.
Mientras paseaba con Andy a mi lado, Lena, Cole y Cam por delante jugando con Bryn, me pregunté quién era esa persona que había actuado de forma tan estúpida con un tío. No la reconocía. No la conocía y no quería volver a verla.
Gracias a Cam, creí que no había la más remota posibilidad de ello.
—Es feliz —dijo de pronto Andy en voz baja, para que sus palabras no fueran arrastradas por el viento que me agitaba el pelo en las mejillas.
Me lo pasé por detrás de la oreja y le dirigí una mirada interrogativa.
—¿Cameron?
Andy asintió, esbozó una sonrisa que le llegó a los ojos, rebosante de afecto.
—Por el modo que hablaba de ti por teléfono, pensé que eras diferente. Pero después de conocerte, de veros juntos, lo sé.
Confusa, aminoré el paso mientras se me aceleraba el corazón.
—¿El qué?
—Mi hijo ha sido siempre una persona reservada. Tiene a su familia, a Nathaniel y a Gregor, y para él esto siempre ha sido suficiente. Hubo novias, desde luego, a las que estuvo muy unido, pero siempre mantuvo su círculo reducido, del que las excluyó sin siquiera darse cuenta. —Andy volvió a reír, los ojos fijos en Cam, que caminaba con el brazo sobre los hombros de su madre, sonriéndole—. Pero tú no. Tú estás dentro. Y Cameron… bueno, creo que no le he visto nunca tan feliz.
El corazón me dio una sacudida, se me entrecortó la respiración mientras me fijé en Cam, encantada con su forma de moverse, poderoso, a gusto consigo mismo, confiado. Por no hablar de su cariño hacia la gente, su capacidad para mostrar sus sentimientos sobre alguien sin que le importara la opinión de los demás.
—¿Tú crees?
—Sí. —Andy me dio un golpecito con el hombro, movimiento que Cameron desde luego había desarrollado inconscientemente a partir de su padre—. Me alegra que te haya conocido, Johanna.
Desapareció toda la tensión de mis hombros y me relajé.
—A mí también —susurré, incapaz de disimular mis sentimientos.
Antes de que Andy pudiera formularme alguna pregunta inquisitiva que ya se le adivinaba en los ojos, sonó mi móvil. Me excusé y lo saqué del bolsillo de la chaqueta. Era Joss.
Se me paró el corazón.
¿Mamá?
—Hola —respondí jadeando.
—Eh, qué tal. —La voz de Joss era tranquila pero algo temblorosa.
Me sentí mareada.
—¿Qué pasa? ¿Está bien mamá?
—Sí, claro. —Se apresuró a tranquilizarme—. La verdad es que quería decirte algo.
Sonaba de mal agüero.
—¿Algo?
—Bueno… ayer Braden me propuso matrimonio.
¿QUÉ?
—Dios mío.
—Y le he dicho que sí.
—¿Qué? —Me reí con ganas, oyendo su risita ronca y evidentemente feliz en el otro extremo de la línea—. ¡Me alegro por ti! Felicidades, cari, ¡y dile a Braden que ya era hora!
Su risa me calentó las congeladas mejillas.
—Lo haré. Oye, Ellie ya está planeando una pavorosa fiesta de compromiso, así que, bueno… ya hablaremos a tu vuelta. Espero que el fin-de-semana-familiar vaya bien.
—Va muy bien. No tanto como el tuyo, claro.
—Sí. Bueno, pagó a un taxista para que participase, y me hizo la propuesta en Bruntsfield, en el mismo taxi. Sacó un anillo, me dijo que me amaba y que intentaría no cagarla si yo no la cagaba. ¿Cómo podía decir que no?
Solté un bufido.
—No, no podías. Parece la propuesta de matrimonio ideal para ti.
Se le suavizó la voz.
—Sí, diría que sí.
—Cuánto me alegro.
—Gracias, Jo. Hasta pronto.
—Hasta pronto.
Colgamos, y Andy me miró con una ceja levantada.
—¿Buenas noticias?
Asentí.
—Mi mejor amiga acaba de prometerse. No tiene familia propia, o sea que para ella esto es alucinante. —De pronto noté el escozor de las lágrimas en los ojos solo de pensar en todo lo que Joss iba a ganar, y me reí lloriqueando un poco, como una idiota.
—¿Qué pasa? —Se acercó Cam, con las cejas juntas y el ceño fruncido—. ¿Estás disgustada por algo?
—No. —Negué con una sonrisa bobalicona y sostuve el móvil en alto—. Era Joss. Ella y Braden acaban de comprometerse.
Cam sonrió burlón, y me pasó un brazo por el cuello para llevarme a su lado.
—Ven aquí, niña boba. El viento costero secará estas lágrimas.
Me acurruqué contra él.
—¿No te parece una gran noticia?
Asintió mirándome con un brillo en los ojos.
—Una noticia estupenda. Es una buena chica; merece ser feliz.
Dios santo, a veces era adorable.
—Y Braden es un hombre fantástico. A la vuelta, le invitaré a una pinta.
Andy gruñó a nuestro lado.
—Una pinta para el soldado que marcha a la guerra.
Cam sacudió los hombros.
—Exacto.
—Para un general que inspecciona el campo de batalla y utiliza la lógica contra un enemigo ilógico.
—Sí.
—Para un guerrero a punto de meterse en la cueva del dragón.
—Nunca mejor dicho.
—Para…
—Vale, vale, muy graciosos —interrumpí con un bufido—. ¿Quién necesita el viento costero para secarme los ojos si estoy en presencia del sentido del humor de los MacCabe?
Andy me miró con una mueca sardónica y acto seguido dirigió a Cam una sonrisa con todas las de la ley mientras nos acercábamos a Cole, Lena y Bryn.
—Más te vale conservarla, hijo.