Cuando Cam entrelazó sus dedos con los míos y se llevó mis nudillos a la boca, había ahí cierta sensación de irrealidad. El suave roce en mi piel era como un saludo, y se me ponía la carne de gallina en todo el cuerpo para responderle «hola». Me acompañó escaleras arriba hasta mi piso, y todo el rato que lo estuve contemplando con un asombro surrealista, bajo mis pies los peldaños de hormigón eran como nubes de malvavisco. ¿Cómo es que el sexo no tenía en mí un efecto «rosa» pero ese acto arbitrario de ir cogidos de la mano sí?
Por un momento, la belleza de la situación hizo que me olvidara de adónde me acompañaba Cam.
Mamá.
Fiona estaba sentada viendo la televisión. En cuanto oí el sonido apagado de voces llegando al pasillo desde el salón, se me tensó todo el cuerpo al reparar en que Cam volvería a estar cara a cara con ella; la primera había sido la noche en que me había quedado en casa de Malcolm y él había echado una mano a Cole.
Yupi.
Cam, que pareció interpretar mi lenguaje corporal, me puso una tranquilizadora mano en la parte inferior de la espalda y me guió hacia delante.
Mamá estaba repantingada en el sillón con su bata raída y el ralo pelo mojado. Con gran sorpresa mía, me di cuenta de que se había duchado sin que mediara mi insistencia. Sujetaba en la mano un tazón caliente, que tembló al acercárselo a los labios, mirándonos mientras íbamos entrando.
—Mamá. —Le dirigí un saludo frágil, y Cam deslizó la mano alrededor de mi cintura, el fuerte brazo arrimándome a su lado.
Los ojos de mi madre se abrieron ligeramente, es decir, no se le había pasado por alto el deliberado movimiento.
—¿Has estado antes aquí? —Lo preguntó en voz baja, con afable curiosidad pero sin acusar a nadie, como había supuesto yo. Se había olvidado de Cam y de su presencia aquella espantosa noche, sin duda.
—Cameron MacCabe. —Cam saludó con cierta brusquedad y me dio un toquecito.
Mamá farfulló algo entre dientes, y clavó en mí sus ojos inyectados en sangre.
—Esta mañana aquí no había nadie.
Arrimándome más a Cam, con la mano agarrándole el faldón de la camisa como si fuera una niña, asentí de nuevo.
—Cole ha dormido en casa de Jamie.
—Me he caído. —Frunció la boca—. Me he caído. La espalda me está matando. No había nadie que pudiera ayudarme. Si tú vas a estar callejeando por ahí, al menos ese pequeño cabrón debería estar aquí para ayudar.
El insulto a mi hermano fue como un rodillo deslizándose por mi columna vertebral. Me enderecé bruscamente y me aparté un poco de Cam. La miré entrecerrando los ojos y traté de neutralizar el dolor del pecho: el dolor que sentía cada vez que ella hacía o decía algo tan egoísta y cruel, tan carente de afecto parental.
—¿No te sirve la ginebra, mamá? Qué raro, con todo lo demás sí que parece surtir efecto.
Las duras facciones de sus mejillas estaban salpicadas de venas visiblemente rotas, y el escaso color que conservaban desapareció del todo ante mi comentario.
—No te aproveches de que él está aquí para pasarte de lista conmigo.
Aspiré hondo. Como sabía que si seguía por ese camino acabaríamos teniendo una fuerte discusión delante de Cam, suavicé el tono.
—Cole y yo tenemos cada uno nuestra vida, mamá. Ahora tendrás que cuidar más de ti misma, ¿vale?
Aguardando una reacción, retrocedí un poco para al menos notar el calor de Cam detrás. Menos mal que se quedó callado y me dejó lidiar a mi manera con mamá, que se levantó temblorosa dejando el tazón sobre la mesa.
—Solo necesitaba un poco de ayuda —dijo tranquilamente, y sus palabras me dolieron. Pese a mi constante esfuerzo por combatirla, la culpa se me colaba dentro.
Suspiré con fuerza.
—Si estás muy desesperada, la próxima vez llámame. —Me merecía un puñetazo por ceder.
—Lo haré, cariño. —Pasó por nuestro lado arrastrando los pies—. Encantada, Cameron. —No había sido tan agradable conmigo desde el día que me enfrenté a ella por haber golpeado a Cole. Recordé lo mucho que desconfiaba de ella, y lamenté profundamente haber sido siquiera levemente educada. No tenía que haber transigido, pensé con amargura.
Cam respondió con un gruñido: el vivo retrato de Cole.
Aguardé hasta que desapareció, y tras oír que se cerraba la puerta de su habitación miré a Cam.
—¿Y bien?
Se le habían endurecido los rasgos.
—Es una arpía manipuladora; sabe cómo jugar contigo. —Dicho esto, giró sobre sus talones, tomó el pasillo y entró en la cocina.
Le seguí con el corazón sacudiéndome el pecho.
—Ya te expliqué cómo era.
—Sí. En un momento dado es una maldita bruja, y acto seguido se muestra totalmente normal y agradable. Cuando es una bruja, te enfrentas con ella; cuando es agradable, cedes, y ella lo sabe. Juega contigo.
Sabía que Cam tenía razón, pero como no quería tocar el tema con él en lo que había empezado siendo la mejor mañana de mi vida, me puse a ayudarle con el té y el café. Tras llegar al acuerdo tácito de dejar a un lado las cuestiones relativas a mi madre, regresamos salón y nos sentamos en el sofá. Y de pronto, Cam me puso sobre su regazo de manera que mis piernas quedaron a horcajadas en sus muslos.
—¿Qué estás haciendo? —dije, con los labios ya temblando de la risa.
—Ponerme cómodo. —Alargó el brazo, cogió los tazones y me dio el mío.
Lo cogí, totalmente desconcertada por la proximidad. Estábamos tan cerca que yo alcanzaba a ver estrías cobrizas en el azul cobalto de sus iris.
—¿Estás cómodo así? —Lo miré mientras se tomaba tranquilamente un sorbo de café, con el otro brazo alrededor de mi cintura, la mano apoyada en la curva de mi culo.
—Muchísimo —susurró.
Encogiéndome de hombros, me relajé y bebí un poco de té.
Fue todo lo que duró el relajamiento. El sonido de la puerta abriéndose me puso en acción al instante. Intenté soltarme de los brazos de Cam.
Él me lo impidió sin esfuerzo.
—¿Qué haces? —bufé mirándole con ojos entrecerrados y el corazón latiéndome deprisa ante la idea de que Cole entraría y nos vería entrelazados sin una explicación previa.
—¿Qué pasa?
Demasiado tarde.
Cerré los ojos un momento; los abrí y fulminé a Cam con la mirada y acto seguido miré más allá de su cabeza para sonreír con aire de disculpa a mi hermano, que ocupaba una buena parte del umbral con su estatura y su creciente tamaño. Tenía los ojos verdes clavados en el cogote de Cam. Luego los fijó en mí.
—¿De esto querías hablarme?
Asentí y volví a intentar, sin éxito, salirme del regazo de Cam cuando Cole entró dando zancadas. Pasó junto al sofá hasta el sillón, y Cam le dirigió una sonrisa antes de tomar otro sorbo de café, totalmente relajado salvo por el brazo con el que me sujetaba.
Cole suspiró y se dejó caer en el sillón.
—Así que estáis juntos.
Respondimos al unísono.
Pero no dimos la misma respuesta.
—Sí.
—Ya veremos.
Cole enarcó las cejas; los ojos le brillaban divertidos. Cam volvió la cabeza bruscamente y me miró airado.
—¿Ya veremos?
Gilipollas. Ahora él pensaba que yo no quería eso. Y tanto que lo quería. Lo que no quería era que se sintiera presionado y que le entrase miedo.
—No quiero que nos sintamos presionados.
—Chorradas. No quieres que yo me sienta presionado. Creía que ya habíamos hablado de eso.
Lo miré boquiabierta. Cuando se trataba de mí, Cam no era precisamente intuitivo, pero, al parecer, cuanto más sabía, más veía. ¿Estaba volviéndome previsible?
No sabía qué pensar.
—Si queréis mi aprobación, la tenéis —masculló Cole mientras se levantaba. Al pasar por nuestro lado lanzó a Cam una rápida sonrisa—. Parece que sabes lo que haces.
—Vaya, hombre. —Me ofendió el ocurrente comentario de mi hermano y puse los ojos en blanco ante su risita mientras él desaparecía por el pasillo en dirección a su cuarto. Mis ojos regresaron a la cara de Cam, que estaba sonriendo con aire socarrón—. Ni se os ocurra formar grupo aparte.
Cam se rio y los ojos se le arrugaron de aquella forma que me derretía las tripas.
—Ni se me pasaría por la cabeza. —Dejó el tazón sobre la mesita y luego el mío antes de envolverme con los brazos, y yo le eché los míos al cuello y me arrimé más—. Ha ido bien.
—Ha ido como van últimamente las conversaciones con Cole.
—¿Y cómo van?
—Rápidas.
Noté los hombros de Cam agitarse debajo de mí.
—Es un tío. Nos gusta ir directos al grano.
Disfrutando de la mezcla de satisfacción y excitación que sentía en sus brazos, apreté el cuerpo con más fuerza contra el suyo, notando su erección en el trasero. Le rocé ligeramente la boca con la mía, regodeándome en su respiración entrecortada.
—Esta mañana has tardado un poco en ir al grano.
El brillo en sus ojos fue el único aviso antes de verme arrojada al sofá. Cam me agarró las piernas y me las abrió para poder acomodarse en ellas. Yo lo rodeé con ellas, y él me dio un beso lento y profundo. Estuvimos un rato liados como dos adolescentes. ¡Fue de puta madre!
Mientras deslizaba la fuerte mano por mi muslo, yo aspiraba el familiar aroma y lamentaba haber quedado para comer. Leyéndome el pensamiento, por fin se retiró, y yo no podía dejar de pasar mis dedos por sus labios. Cam tenía realmente la boca de hombre más cautivadora que había conocido jamás.
Como si no nos hubiéramos pasado cinco minutos con los labios pegados, retomamos la conversación y yo susurré:
—No quería decir que fuera algo malo. Quería decir que es algo bueno, muy bueno.
—Pues en el futuro me aseguraré de tomarme todo el tiempo necesario antes de ir al grano.
—He dicho que me parecía bien, no que quisiera verlo —gruñó Cole por encima de nosotros.
Ambos dimos una sacudida y vimos a Cole de pie junto al sofá, fulminándonos con la mirada, un plato de bocadillos en una mano y una Coca-Cola en la otra.
—Eh, ¿qué estás haciendo? —dije a mi hermano con un hilo de voz apartándome de Cam—. Vamos a ir a comer. Luego no tendrás hambre.
—Vaya —dijo Cam incorporándose—. Acabo de vislumbrar el futuro.
—¿Qué?
Se echó a reír y meneó la cabeza volviéndose hacia Cole. Señaló los bocadillos.
—Cogeré uno.
Cole le tendió el plato, y Cam cogió un bocadillo con toda tranquilidad.
Miré fijamente a ambos masticar y echar a perder el apetito para luego.
—Dios mío. Ahora son dos.
Eso solo hizo que Cam y Cole compartiesen miradas secretas, de regocijo, de club de tíos.
Mi pecho irradió una sensación de calidez… hermosa, relajante, satisfecha… que me envolvió todo el cuerpo en una especie de felicidad nueva para mí.
La sensación me aterró lo indecible.
***
Me pasé el viaje en autobús a Stockbridge hablando. Creo que no hice una sola pausa para respirar. Cole iba sentado detrás con los auriculares puestos, escuchando un audiolibro, por lo que era totalmente ajeno a mi parloteo interminable con Cam en el que exponía las ventajas de mantener una relación de perfil bajo. Sinceramente, no sé por qué quería yo eso. Acaso tuviera algo que ver con asegurarme de que hubiera pocos testigos de mi desengaño si la historia se terminaba; pero no iba a decirle eso a Cam. Lo que sí que hice fue divagar y divagar.
Para cuando nos apeamos del autobús, Cam estaría ya harto de oírme, pero al menos yo había dejado clara mi postura. Mantendríamos una relación discreta.
—Jo y yo estamos juntos.
Transcurridos diez minutos desde que llegáramos a la parada, estábamos en el salón de Elodie Nichols con la familia Nichols al completo además de Adam, Braden y Joss mirándonos fijamente. Cam había hecho ese breve anuncio en respuesta a la pregunta de Ellie: «Entonces, ¿cómo estáis?».
Como diría Joss, me sentí apuñalada por la espalda. Lancé a Cam una mirada de incredulidad.
—En el autobús no has escuchado una palabra, ¿verdad?
Cam me dirigió esa sonrisa amplia y apaciguadora que hizo pillerías con mis tripas.
—Tengo un oído selectivo, nena. —Me estrechó la cadera para acercarme a él—. Menos mal, porque si no mi cerebro se habría derretido y me habría salido por las orejas. No pensaba que el ser humano fuera capaz de decir tantas palabras por minuto.
Todo el mundo nos miraba con una sonrisa pícara en la cara.
—Cam y yo acabamos de cortar.
Cam se echó a reír y me aferró con más fuerza todavía.
Solté un resoplido intentando desasirme.
—¿Qué estás haciendo?
—Volver contigo.
Al oír las risitas apenas reprimidas, me ruboricé. Oh, Dios mío, estábamos siendo «ingeniosos» en público. Desplacé la mirada hacia Joss. Como era de esperar, tenía dibujada en el rostro una sonrisa de suficiencia. No habría modo de ganar este asalto, pero podíamos rebajar la ingeniosidad.
—Muy bien —murmuré de mala gana, relajándome pegada a él.
Elodie y Clark, que habían sido presentados a Cam hacía solo tres minutos, empezaron a bombardearle con preguntas sobre el diseño gráfico, su infancia en Longniddry y sus padres, hasta que finalmente lo dejé sentado al lado de Cole y conseguí el apoyo de Hannah para huir. Como no percibía calor en la mirada de Joss, interpreté que le parecía muy bien que Cam y yo estuviéramos juntos y no necesitaba conocer los detalles. Ellie era otro cantar. Quería saberlo absolutamente todo. Me traspasaba con la mirada, y yo casi alcanzaba a oír sus órdenes telepáticas de que la mirase. Fue entonces cuando comencé a lanzar a Hannah peticiones mudas de «auxilio».
Mi pequeña salvadora se puso en pie de golpe.
—Tengo que enseñar algo a Jo. A ella sola —dijo sin rodeos, mirando a su hermana como diciendo que no cabía discusión alguna. Esa mirada le venía de Elodie.
—Pero…
Antes de que Ellie pudiera decir una segunda palabra, ya estábamos fuera del salón.
Llegamos a su cuarto ahogando risitas.
—Eres la mejor persona del mundo. —Le sonreí con aire burlón.
Hannah sonrió también al tiempo que se dejaba caer en la cama.
—Sabes que pronto deberás hacer frente a la Inquisición, ¿verdad?
—Sí, lo sé. Solo quería retrasarlo un poco.
A Hannah se le enrojecieron un poco las mejillas.
—Está bueno de verdad.
Me senté a su lado riendo, notando que también mis mejillas se ponían coloradas al recordar lo de la mañana y lo de anoche.
—Pues sí.
—No te preguntaré por Malcolm ni nada, pero… he oído a Ellie y Joss hablar y decir que Cam no es tu tipo. De todos modos, supongo que si eres feliz da igual.
Quería a esa niña. Con toda el alma.
—Hoy soy feliz. Estoy asustada, pero me siento feliz. Cam me ha convencido de que haga algo solo por mí, no por mí y Cole. —Recordé toda la seguridad que había desaparecido con Malcolm la noche anterior y noté un pinchazo de miedo y angustia. En un esfuerzo por no hacer caso, di un golpecito a Hannah con el hombro.
—¿Qué? ¿Qué tal Marco?
Hannah emitió un largo suspiro y se recostó en el colchón y se quedó mirando al techo, evitando mis ojos.
—Ya vuelve a hablar conmigo.
—¿Y esto no te emociona?
—No, porque el capullo actúa como si no hubiera pasado nada. Como si fuéramos solo amigos. Y eso por no hablar de una chica del curso superior al mío que va contando a todo el mundo que el fin de semana se enrolló con él en una fiesta. Es realmente bonita.
—Bueno, si tenemos en cuenta que tú eres guapa, creo que le llevas ventaja. —Hannah emitió un ruido de incredulidad, y yo le di unas palmaditas en la rodilla—. Un día te mirarás en el espejo y verás lo que veo yo.
—¿Una papanatas que necesita un reajuste de actitudes?
Puse mala cara.
—¿Cómo?
—Esta semana la he liado. Papá y mamá no están contentos.
¿Mi dolorosamente tímida Hannah la había liado?
—¿Cómo? —repetí incrédula.
—Mi profesor de educación física intentó convencerme de que participara en un equipo de baloncesto de chicas que jugaría contra uno de chicos. Le dije que está científicamente demostrado que los chicos son más fuertes y rápidos que las chicas y que hacer jugar a las chicas contra los chicos era condenarlas a perder. Me contestó que no estaba siendo justa con mi propio sexo. Le dije que estaba siendo realista y que, a mi juicio, él estaba favoreciendo adrede a los chicos. Dio parte, y aunque el director le dijo que en lo sucesivo todos los equipos de baloncesto deberían ser mixtos, también llamó a mamá y le explicó que yo necesitaba un reajuste de actitudes.
Al sorprender en sus ojos el centelleo de tribulación reprimí una sonrisa y meneé la cabeza.
—¿Y qué ha sido de la agobiante timidez?
Hannah se las arregló para encogerse de hombros estando tumbada.
—Veo que la timidez es un obstáculo.
—¿Lo dices por Marco?
—No, no solo eso. Aunque tengo la impresión de que para él no soy lo bastante «guay»…
—Entonces es que es idiota.
—Es algo que va más allá de perderme un debate por ser demasiado tímida para hablar en público. Aparte de que en un debate puedo defenderme bastante bien.
—Nos consta a todos.
Me tiró un cojín y prosiguió como si yo no hubiera dicho nada.
—Y me perdí el baile de Navidad de este año porque a mis amigos y yo nos cohibía ir solos. Y escribí un poema que significa realmente mucho para mí y quería presentarlo en ese concurso regional pero no lo hice porque…
—Por ser demasiado tímida. —Volví a darle palmaditas en la rodilla—. ¿Y luego, qué? ¿Te despertaste un día y decidiste que ya estaba bien?
Hannah se incorporó, los ojos llenos de madurez más allá de sus años.
—No. Besé a un chico que me gustaba de verdad y él me rechazó. Si puedo superar esto, seguramente seré capaz de abrir la boca delante de gente que me conoce desde hace años y decir lo que quiero decir.
Asentí despacio y esbocé una sonrisa tranquilizadora.
—Por si sirve de algo, eres la persona más guay que conozco.
—¿Más incluso que Cam?
Cam era ese tío cachondo, guapo y un tanto ganso que marchaba al compás de su propio tambor. Sí. Era tan chulo que podía morirse de chulería, pero no iba a admitir yo eso ante una adolescente perdidamente enamorada. Solté un bufido y salté de la cama.
—Oh, vamos, solo él se cree guay.
—Pero lo es, ¿no? —Hannah me sonrió irónica mirando hacia atrás mientras abría la puerta del cuarto.
La seguí afuera. La falsa superioridad se había desvanecido.
—Sí. Pero no le digas que te lo he dicho.
—¿Decirle a quién? —Ellie estuvo de pronto delante como surgida de la nada. En cuestión de segundos, Ellie y Joss nos metieron a Hannah y a mí de nuevo en la habitación.
Joss me dirigió una sonrisa compasiva.
—He intentado detenerla.
Y entonces Ellie procedió a acribillarme a preguntas.
***
La verdad es que la comida no habría podido ir mejor. Cam se mostró educado, cortés, inteligente, interesante… todas las cosas que yo sabía que era y podía ser, pero me alegró que los Nichols y Joss y Braden las vieran también. También me gustó que vieran lo unido que estaba ya a Cole. Se habían sentado juntos, y cuando en la conversación no intervenía ninguno de ellos, tenían las respectivas cabezas casi pegadas, hablando tranquilamente del libro que Cole estaba escuchando. Por lo visto se lo había recomendado Cam.
Como Cam compartía el mismo humor mordaz que Braden y Adam, estuve totalmente segura de que se llevarían bien los tres. Braden no paraba de dirigirme sonrisas guasonas que podían traducirse como «me alegro por ti». Era agradable. De verdad. No obstante, eso solo amplificaba ese pequeño fantasma de ansiedad que flotaba a mi alrededor y farfullaba sobre lo que sucedería si esa «cosa» con Cam se desmoronaba.
Nunca había sido objeto de esa horrorosa pena y compasión que sí que habían sufrido otros al romper con alguien, pues nadie había tomado nunca en serio mis sentimientos por mis novios —fueran serios o no—, pero sabía que, en la situación actual, si Cam me dejaba habría una compasión desesperante, y no estaba segura de poder afrontarlo.
Fíjate qué bien; ya estaba yo imaginando el final de mi relación.
Me faltaba un tornillo.
Mientras bajaba por London Road, a un lado Cole, al otro Cam aferrándome con su mano fuerte y algo callosa y hablándome con calidez y afecto, supe que me faltaba un tornillo. Todo iba bien. Habíamos acabado de empezar y todo iba bien. No permitiría que mis recelos lo estropearan. De ninguna manera.
Apreté la mano de Cam mientras llegábamos a nuestro bloque, su voz grave resonando en la caja de la escalera mientras me hablaba de un par de ofertas de empleo que había visto en el periódico.
—Pues presenta la solicitud, venga —dije yo, torciendo el gesto ante Cole, que subía las escaleras delante de nosotros con los cordones de un zapato golpeteando el suelo. Se iba a matar—. Átate el zapato, Cole.
—Ya estamos casi en casa —replicó.
—Átate el zapato.
Nos paramos y esperamos a que cumpliera mi orden.
—¿Contenta? —gruñó, y siguió subiendo.
—Cómo no voy a estarlo, cariñito, si me hablas así.
Alcancé a oír a Cam reprimir la risa a mi espalda, y cuando doblamos en su descansillo me volví hacia él. Y por eso choqué con Cole.
—¿Qué…? —Al ver cuál era el problema, se me fue apagando la voz.
El problema era Becca, de pie frente a la puerta de Cam con una bolsa de plástico en la mano.
—Quiero que me devuelvas mis cosas. —Tendió la bolsa a Cam, que se adelantó y se le acercó—. Aquí tienes tu mierda. Siempre procuraste no dejar mucho en casa, así que toma tu libro y tu reproductor de MP3. —Ay. Su resentimiento resonaba en el pasillo.
Enseguida me invadió una sensación de culpa y me apreté a Cole, que se inclinó hacia mí con una actitud casi protectora. Había visto a Becca solo una vez, pero sabía quién era y qué significaba esa situación.
Cam cogió con calma la bolsa.
—¿Qué cosas te dejaste tú?
Ella lo miró con desdén.
—Ni siquiera te importa, ¿eh? Me plantaste y te fuiste a casa con ella. —Me señaló como si yo fuera basura—. Sí, Malcolm me ha puesto al corriente. —Al volverse hacia mí vi que le brillaban los ojos—. No te preocupes, zorra. Malcolm y yo nos dimos cuartelillo anoche. Espero que ahora te sientas menos culpable.
—Ya basta —espetó Cam, que se le acercó. Estaba de veras furioso, y ella fue lo bastante lista para mantener la boca cerrada—. Ni se te ocurra volver a hablarle así. ¿Entendido?
Becca entrecerró los ojos.
—Dame mis cosas y en paz.
—Miraré en el piso, y si encuentro algo tuyo te lo mandaré.
—Pero…
—Te lo mandaré, Becca. No hay más que hablar.
Fue muy frío de su parte, pero lo entendí. Imaginé que querría evitar un número y que todos los vecinos se enterasen, sobre todo Cole. Acobardarla para que se marchara parecía la opción más segura. Me aparté para que pasara, pero se paró delante de mí.
—¿Vas a follarte a todos los hombres que me follo yo?
Di un respingo.
—Vigila el lenguaje.
Becca me miró como si yo hubiera salido de debajo de una piedra.
—Dejar a Malcolm Hendry por él es de idiotas. Todo el mundo sabe que Cameron MacCabe solo folla con una chica un par de semanas antes de pasar a la siguiente. Vas de mal en peor. Tú verás. —Dirigió a Cam una sonrisa maliciosa que solo servía para disimular su dolor. Siempre había estado claro que Becca se sentía más atraída por Cam que Cam por ella—. Creo que yo, en cambio, voy a subir de nivel. —Su desagradable sonrisa fue solo para mí al inclinarse para susurrar—: Me parece que voy a llamar a Malcolm.
Los tres la vimos marcharse en silencio, y al final, temblando un poco, dejé que Cole retomara el camino al piso. Me dirigió una mirada de preocupación antes de desaparecer en su cuarto, y noté, sin oírle exactamente, que Cam me seguía a la cocina.
Su calor me envolvió al apretarse contra mi espalda, calmando mi mano en la tetera antes de rodearme la cintura con los brazos. Deslicé las manos sobre las suyas y me incliné hacia él.
—¿Estás bien? —me preguntó con una voz suave que reflejaba verdadera inquietud.
Me encogí de hombros sin saber muy bien qué sentía.
—No sé. Me siento mal.
—Por si sirve de algo, has de saber que nunca hice ninguna promesa a Becca. Era una relación superficial.
—La que yo tenía con Malcolm no.
Los brazos de Cam se pusieron rígidos.
—¿Te ha molestado? Lo de anoche de ella y Malcolm…
No lo sabía. Me pareció que sí. No estaba segura de si era porque aún sentía algo por él o porque me escocía el orgullo.
—Esto solo reafirma la verdad. Lo nuestro no era real.
El contacto de los cálidos labios de Cam en mi mandíbula me envió un delicioso estremecimiento a lo largo de la columna, y por un momento me olvidé de todo.
—¿Dónde duermo esta noche?
Ante la perspectiva de la noche, se me calentó la piel.
—Mi cama es demasiado pequeña para los dos, pero no puedo dejar solo a Cole. Si quieres, bajo a tu piso. Pero no podré quedarme.
—Perfecto, nena. Escucha, he quedado con Nate para tomar una copa. —Me hizo volverme—. ¿Nos vemos después?
—Vale. ¿A eso de las once y media?
—De acuerdo. —Bajó la cabeza para plantarme un beso en los labios, y yo alargué la mano para tocarle la mandíbula y atraje su boca hacia la mía. Intensifiqué el beso, mi lengua jugueteando con la suya, mis uñas rascándole suavemente la barba incipiente hasta que los dedos le agarraron el pelo en la nuca. Le besé hasta que él tuvo que retirarse para coger aire.
Con los ojos muy abiertos y extraviados, Cam asintió y me dejó ir a su pesar.
—Que sean las diez y media.