Cam me dio un suave beso en la boca antes de soltarme y reclinarse. El ataque febril no me había abandonado, desde luego, pero sí que notaba que la calentura neblinosa se dispersaba hacia los bordes del cerebro permitiendo el regreso de la realidad.
Anoche había cortado con Malcolm.
Y luego había tenido relaciones sexuales con Cam contra una pared de su salón.
Sexo asombroso.
Sexo alucinante.
Sexo difícil de superar.
Sexo Cam-y-yo-estamos-ahora-juntos.
La inquietud en mis agitadas tripas se vio arrollada momentáneamente por unas mariposas atolondradas. Semanas de ensoñaciones con él… y ahora ya no había fantasía alguna. Estábamos haciéndolo.
De repente sentí una extraña timidez.
—Sigue con estos pensamientos, sean los que sean. —Cam sonrió burlón y extendió la mano para alisarme la falda. Sus ojos siguieron fijos en los míos mientras se quitaba el condón usado y se subía los vaqueros.
—Quédate aquí.
Antes de poder responderle, Cam se alejó por el pasillo y se metió en el cuarto de baño. Oí que tiraba de la cadena. Luego volvió tranquilamente con la cremallera de los pantalones abierta y sus ojos llenos de deseo clavados en mí.
—¿Esta noche Cole se queda en casa de Jamie?
Asentí con el corazón retumbando en el pecho. Cam se detuvo delante y extendió la mano.
—Bien, entonces puedes quedarte a dormir.
Nunca me había excitado un hombre con tatuajes, pero mientras absorbía la imagen de su brazo, siguiendo con los ojos la ondulada escritura de su SÉ CALEDONIA, sentí una ráfaga de posesividad sobre la tinta… aquella en concreto. De alguna manera también era mía, y quería seguir todos sus detalles con la lengua, reivindicándola.
Se me encendió una llamarada en el pecho cuando Cam me apretó la mano y me condujo a la parte de atrás del piso, al dormitorio principal. Entró, y yo miré a un lado y a otro. Nunca había estado en ese cuarto antes. Estaba entrando en su coto privado.
No había mucho que ver.
Una cama de matrimonio con un edredón azul pálido; las paredes desnudas salvo por un enorme grabado enmarcado de dos Stormtroopers entrando en un Delorean, una cómoda, un armario y un par de estanterías llenas de libros y DVD. La habitación estaba limpia y ordenada, como el resto del piso, pensé, intentando pasar por alto la aceleración de mi pulso. Habíamos acabado de tener relaciones sexuales, por lo que la idea de tener más no tenía que haber disparado mis pulsaciones. Pero así era.
Al llegar a la cama, Cam me soltó la mano y se volvió para quedar frente a mí. Con un movimiento suave, se quitó la camiseta por la cabeza y la tiró al suelo.
Juro que al verlo medio desnudo me puse a babear.
Sí, tenía yo razón cuando soñaba con ese momento. Cam era delgado, robusto, puro músculo. Con las mejillas ardiendo, seguí las líneas de su fibroso abdomen hasta la atractiva forma de las caderas.
Esperaba que se quitara los pantalones y me dejara comerle con los ojos el resto, pero lo que hizo fue sentarse en el borde de la cama y mirarme.
—Entonces… ¿qué te gustaría hacer conmigo?
Esto… parecía una pregunta tonta, ¿no? ¿Mis jadeos y babeos no eran suficientemente reveladores?
—¿Cómo?
Se encogió de hombros con indiferencia, como si estuviéramos sentados tomando el té y no preparándonos para repetir lo de antes pero ahora en una cama.
—Si vamos a hacerlo, has de ser clara conmigo. En todo… incluyendo la cama. No soy uno de estos tíos al que intentas aferrarte como si te fuera la vida en ello… complaciéndole y olvidándote de ti misma y de lo que quieres. En esto estamos juntos, y yo he tomado lo que he querido. Ahora te toca a ti tomar lo que quieras. ¿Qué quieres, a ver?
Mi primera idea fue la de echarme encima y violarlo. Todo lo que había dicho Cam era impecable y tardé un momento en recordar que aquello era real. ¿Había encontrado por fin a un hombre a quien le importaba de verdad? ¿Para el que yo era alguien?
Intenté no dejarme arrastrar en una nube flotante con un remo llamado «esperanza» y otro llamado «sueños», pero resultaba difícil siendo él tan maravilloso, coño.
Pues muy bien, yo no era ninguna niña ingenua. Sin duda Cam no era un hombre perfecto —lo había demostrado el día que nos conocimos—, pero estaba empezando a preguntarme si al menos podía ser un poquito perfecto para mí. Por fin me había encontrado con un tío que quería estar conmigo… la Jo real. Y no solo eso: de hecho, me animaba a ser autoindulgente.
Curiosamente, lo que me había preguntado me provocó cierta turbación. Yo no era ninguna mojigata. Había practicado mucho sexo con unos cuantos hombres. Sin embargo, ninguno de ellos me había sugerido que hablásemos de sexo. Nada de preguntas, ni gustos ni preferencias. Y ahora Cam quería que me comunicara con él al respecto, y me sorprendí haciendo una mueca para ocultar mi timidez.
—No pareces el típico tío que deja a la chica llevar la iniciativa.
—No soy el típico tío que deja a la chica llevar la iniciativa. Tampoco soy el típico tío que habla mucho de eso. Pero debo estar seguro de que tienes buenas intenciones. Es muy importante. Mi mayor deseo es desnudarte y echarte encima de la mesa, pero esta noche lo dejo en tus manos. —Se le ensombrecieron los ojos—. La mesa puede esperar.
Me excitaba lo indecible la idea de que Cam me tumbara encima de su mesa. Me parecía orgásmico. Me lamí los labios viéndole esperar impaciente que yo decidiese el siguiente paso.
Mientras me empapaba de su semidesnudez, sentía cosquillas en todo el cuerpo solo de pensar en lo que iba a pasar.
Cam tenía razón. La mesa podía esperar.
—Desnúdate —ordené con calma.
Cam se puso en pie, y sin dejar de mirarme se bajó los pantalones y los calzoncillos, y la endurecida polla me saludó mientras él se desprendía de la ropa. Permaneció de pie nada intimidado por su desnudez, y yo dediqué un momento a grabar esa imagen a fuego en mi memoria.
Con dedos temblorosos, me quité la camiseta y las botas. Le llegó el turno a la falda y por último me desabroché el sujetador, que dejé caer en el montón de ropa a mis pies.
Tuve un escalofrío mientras Cam me asimilaba con la polla palpitante, las mejillas otra vez con el color realzado. Cuando sus ojos azules se cruzaron con los míos, inhalé bruscamente la cruda necesidad que reflejaban.
—Eres deslumbrante —susurró con voz ronca—. Ningún hombre puede llegar a merecerte.
Santo…
Vaya.
Mi estómago dio una voltereta.
—Cam —susurré. La pura emoción suscitada por sus bellas palabras me atascó la garganta. Por lo visto, Cameron MacCabe era un pelín romántico. Meneé la cabeza sin saber qué responder a ese aspecto de su personalidad. Lo que sí que hice fue señalar la cama—. Tiéndete de espaldas.
Advertí el tic muscular en su mandíbula al oír mi orden, y tuve que reprimir mi sonrisa petulante. No, desde luego Cam no estaba acostumbrado a dejar que la mujer llevara la batuta. Como tenía yo la sensación de que no iba a ser un regalo habitual por su parte, decidí aprovechar la coyuntura. Aguardé con las arqueadas cejas expectantes, y Cam se tendió de espaldas.
La orden no hizo menguar su erección; se estiró y esperó mi atención. Me miró fijamente, con las manos cruzadas tranquilamente tras el cogote. ¿Y bien?, preguntaban sus ojos.
Pasando por alto el ligero temblor en las manos y las piernas, me acerqué a él despacio, con las esbeltas caderas balanceándose de un lado a otro, los alegres pechos dando leves brincos, y borré la satisfacción femenina de mi expresión al ver el modo en que se tensaba su cuerpo, todo relajación chulesca enroscándose ante lo que le esperaba.
Me arrastré por sus piernas, notando que su pecho empezaba a subir y bajar algo más rápido. Al pararme ante su erección, mi respiración se hizo más entrecortada.
—Jo… —gruñó al bajar yo la cabeza.
Aunque no me disgustaba hacerle sexo oral a un tío, nunca había sido mi mayor preferencia. De todos modos, me di cuenta de que quería saborear a Cam. Quería poseerlo en todas las dimensiones posibles.
Quería que ardiera conmigo.
Su abrasadora polla pasó entre mis labios, y advertí sus muslos tensos bajo las yemas de los dedos. Mi lengua siguió el curso de una vena en la parte inferior del miembro, y su respiración se trompicó antes de pararse casi del todo cuando empecé a chupar, inclinando la cabeza para que mi boca se deslizara hacia arriba y hacia abajo con insoportable lentitud.
—Dios —masculló a través de los dientes apretados—. Si sigues así, nena… aaah…, me correré y todo habrá terminado.
A ver, yo no quería eso.
Tras un poco más de jugueteo, lo solté y lo miré desde debajo de mis pestañas, sorprendida por lo mucho que me había gustado, por cómo había reaccionado mi cuerpo. Considerando la expectativa un afrodisíaco total y preguntándome dónde habían estado en mi vida las estimulaciones eróticas previas, le besé el atractivo perfil definitorio de la cadera izquierda, siguiendo con los labios un camino que le recorría el torso a medida que yo iba subiendo a rastras por su cuerpo. Con las rodillas a uno y otro lado de sus caderas, me estremecí al notar su polla pegada al interior del muslo. Apreté los labios en su pezón derecho, metiendo y sacando la lengua, mi gemido ahogado contra su cuerpo al tiempo que sentía sus ásperas manos ahuecadas en mis pechos, los pezones endurecidos, ávidos de su contacto. Cuando los rozó con los pulgares, tuve un escalofrío y se me escapó un suspiro entre los labios.
—Eres delicada —murmuró Cam satisfecho, apretándome los pezones con los dedos. Apenas recuperada de los relámpagos candentes que me habían caído en la ingle, su mano derecha empezó a avanzar hacia abajo por mi estómago en dirección a las piernas.
Dos dedos suyos se introdujeron en mi resbaladizo conducto, y arqueé la espalda dándole a su mano izquierda mejor acceso a mi pecho, y mis caderas se levantaron contra su mano derecha. Traté de recobrar el aliento sin importarme que Cam hubiera tomado el control.
La verdad es que me pasmaba que Cam hubiera aguantado tanto.
—Oh, Dios —gimió, con la parte inferior del cuerpo doblada fuera de la cama—. Tómame dentro de ti. El condón está en el cajón…
Alargué la mano a ciegas a través de neblina sensual y abrí el cajón de la mesilla. En cuanto hubimos envainado la polla y estuvimos listos, la dirigimos hasta mi entrada mientras los músculos de las piernas me temblaban de deseo.
Me cerré sobre él, y los dos gritamos, y las caderas de Cam reaccionaron dando una sacudida hacia arriba.
Enseguida encontramos un ritmo frenético, y con las manos agarradas a la cama a los lados de sus muslos, me incliné ligeramente hacia atrás para que su polla me penetrase tomando el ángulo más delicioso. Me moví despacio, avanzando hacia un orgasmo exquisito.
Mientras me movía, en ningún momento dejé de mirarle el rostro, sintiéndome sexy y poderosa ante su expresión rutilante, mirando el modo en que sus ojos azules se oscurecían en mis pechos, en el pelo oscilante a mi espalda. Me agarró las caderas con las manos, instándome a seguir; apretó la mandíbula a medida que aumentaba el ardor entre nosotros y nos cubría la piel una brillante pátina de sudor.
Al acercarme al clímax, yo solo era consciente de la espiral de placer en mi bajo vientre, el sonido de mis sonidos y maullidos incontrolados, el olor embriagador del sexo… y de repente oí a Cam pedirme con voz ronca que me corriera. Me invadió una oleada de pura dicha, y cerré los ojos deleitándome en ella mientras mi cuerpo se movía más deprisa, arriba y abajo, desbocado hacia el momento culminante.
Detrás de mis párpados hubo una explosión de luces cuando el orgasmo me sacudió todo el cuerpo. Apreté los músculos alrededor de Cam, mientras alrededor de su polla latía una oleada de placer tras otra.
Sentí en la piel el aire frío al ponerme Cam inesperadamente de espaldas, mis ojos abiertos de golpe al presionarme contra el colchón, inmovilizándome las manos por encima de la cabeza. Tenía los rasgos faciales tensos debido a la necesidad incontrolada, y cuando aplastó la boca contra la mía, empezó a acariciarme en lo más profundo, con movimientos ásperos y duros. Gimió en mi boca, con un ruido que me recorrió el cuerpo de arriba abajo, y noté la agitación de otro orgasmo.
Cuando separó los labios de los míos, me quedé mirando maravillada, nuestros jadeos resonando alrededor mientras yo empujaba contra sus acometidas. Cam me soltó un brazo, y su mano desapareció entre nuestros cuerpos entrelazados, y en cuanto su pulgar empezó a presionarme el clítoris, eché a volar y mi chillido llenó el piso entero.
—¡Jo! —gritó Cam, con los ojos abiertos de par en par mientras el clímax me liberaba de él estupefacta. Cam se desplomó sobre mí y se quedó con la cara hundida en el interior de mi cuello, la mano fláccida rodeándome el brazo. Su polla seguía moviéndose en mi interior, y yo disfruté de la prórroga del placer.
Era como estar derretida en un charco del colchón; no podía sentir ni mover ningún miembro. Me encontraba flotando en una satisfacción absoluta. Aire saciado.
—¡Uau! —dije exhalando un suspiro, con ganas de enredar mis dedos en su pelo pero incapaz de recordar cómo hacía uno para moverse.
Cam asintió con la cabeza contra mi piel.
Al cabo del rato, se incorporó apoyando el cuerpo en los brazos junto a mi cabeza. Tenía los rasgos completamente relajados, la mirada suave y lánguida.
—Nunca me había corrido con tanta fuerza, joder —confesó en voz baja.
Me inundó una dulce satisfacción, y entonces tuve la suficiente fuerza para levantar el brazo. Acaricié la musculosa espalda de Cam y luego desplacé la mano hacia el pelo, en el que enredé los dedos con gesto relajante.
—Yo tampoco. De hecho, antes creía que lo de los orgasmos múltiples era un mito.
Se echó a reír y me pasó cariñosamente el pulgar por la mejilla.
—¿Te quedas a dormir?
—Si tú quieres.
Le cambió el semblante. Se puso serio… pensativo incluso.
—Es lo que más quiero.
Sonreí y me di cuenta de que le creía.
Aún no sabía si confiaba del todo en él, pero sí al menos que en ese preciso instante creía sus palabras. Le bajé la cabeza hasta la mía y apreté la boca en la suya en un beso endulzado no solo por la satisfacción de un polvo fantástico sino también por la emoción. Cuando le solté para coger aire, le sonreí irónica, sintiéndome un poco como el niño que al final descubre que Santa Claus es de verdad.
—Si ronco, me avisas.
Frunció el ceño.
—¿Nadie te lo ha dicho antes?
—Una vez me quedé a dormir, pero a la mañana siguiente me fui sin preguntar.
—¿O sea que te has quedado a dormir con un tío solo una vez? —Por la dureza de sus ojos supe que había llegado a la conclusión correcta del porqué.
Me encogí de hombros, volví la cabeza, avergonzada por haber sacado el tema y preocupada por lo que pensaría él.
—Sí.
—Jo. —Me tocó la barbilla y me hizo volver la cabeza para que lo mirase a la cara—. Eran gilipollas. Todos.
—No hablemos de ellos.
—Hablaremos, pero no ahora. —Y con ese aviso de mal agüero, se apartó y fue a tirar el condón. Cuando al cabo de unos segundos regresó del baño, retiró el edredón para que yo pudiera deslizarme bajo las sábanas y él se colocó a mi lado y nos tapamos. Me puse de costado, aspirando el olor de su colonia, el corazón nuevamente acelerado al caer en la cuenta de que no sabía qué hacer.
Enseguida estuvo claro que no había motivo alguno para inquietarse.
Los fuertes brazos de Cam me agarraban de la cintura arrimado a mi espalda, mi culo desnudo contra sus ingles, sus piernas enredadas entre las mías.
—Buenas noches, nena. —Su voz me retumbó en el oído, y ante la posesividad implícita en esas dos palabras me dio un vuelco el corazón.
Acariciando los brazos que me abrazaban, me acurruqué contra él y me fundí.
—Buenas noches.
***
De hecho, me despertaron las mariposas; parpadeé hasta abrir los ojos y me encontré con la mejilla apoyada en un pecho desnudo, el brazo cruzado en su estómago, y la mano de Cam apoyada en la curva de mi cintura yaciendo yo ovillada dentro de él. El revoloteo de mi estómago solo fue a más.
Cam debió de haberse infiltrado en mi subconsciente: la euforia y las preocupaciones, presentes en mi despertar. Estaba la excitación de estar con él, pero también la ansiedad por haber echado por la borda una relación segura con Malcolm y haberla sustituido por la relación apasionada, bien que un tanto inestable, surgida con Cam. A diferencia de todos los hombres que había conocido yo, él podía irritarme, cabrearme, discutir conmigo hasta la saciedad… todo lo cual llevaba el anuncio de «¡Desastre inminente!».
No obstante, yo debía confrontar eso con la increíble química que había entre nosotros, el impresionante sexo, sus atenciones y su consideración tan pronto dejó de comportarse como un capullo, su paciencia y su sensatez. Me encantaba que fuera capaz de admitir que se había equivocado, que viera en mí cosas que no había visto ningún otro hombre, y que se hubiera tomado la molestia de conocer a Cole. Cam me gustaba. Me gustaba de verdad, y estando ahí tendida supe que habría perdido toda la dignidad que me quedaba si hubiera abandonado esos sentimientos, si hubiera perdido la fe en ellos y hubiera preferido el dinero de otro hombre y lo que ello nos habría podido reportar a mí y a Cole.
Cole.
Me puse algo tensa, preocupada de pronto por mi hermano. No había ahorrado ni mucho menos lo suficiente para su futuro. Tendría que volver a buscar trabajo, a ver si encontraba algo mejor pagado que Meikle & Young.
—Sea lo que sea lo que estés pensando, creo que no me va a gustar —susurró Cam con tono somnoliento.
Sorprendida, eché la cabeza hacia atrás y me encontré con su mirada amodorrada.
—¿Qué?
Me estrujó la cintura.
—Estabas caliente y relajada, y de pronto se te ha puesto todo el cuerpo rígido. ¿Qué pasa?
—Me preocupa mi trabajo. Debo encontrar un sitio donde me paguen más que en Meikle.
—No pienses en que te paguen más. Lo más importante es que te traten mejor, ¿no?
Emití un ruido para mostrar que estaba de acuerdo.
—De modo que esto es lo primero que haces por la mañana. Preocuparte.
Le sonreí y asentí.
—Si te quedas por aquí, tendrás que acostumbrarte.
Me estrechó con más fuerza.
—Si me quedo por aquí, haré todo lo posible para que te quites de la cabeza las puñeteras preocupaciones.
Volví a quedarme sin respiración. Maldita sea, ojalá no acabara siendo un hábito suyo eso de decir estupideces románticas que me dejaban cada vez sin habla.
—Mucha labia —repliqué con voz algo ronca, y se le retorció la boca de júbilo, como si el arrogante hijo de puta supiera que sus palabras me licuaban las tripas.
—¿Qué hora es?
—No sé. Devolví a Malcolm el Omega.
—Bien hecho.
—Era lo correcto. —Hice una mueca, y de repente me invadió una oleada de remordimiento. De algún modo no me parecía bien deleitarme en el abrazo de Cam y la felicidad que ello comportaba mientras Malcolm estaría en casa hecho polvo a causa de mi traición—. ¿Te sientes culpable? —farfullé contra su cálida piel mientras mis dedos le acariciaban distraídamente las líneas del abdomen.
—Es difícil no sentir algo fuerte mientras estás tocándome, nena —respondió Cam con tono áspero.
Solté una risita a mi pesar.
—Insaciables, ¿eh?
—Cerca de ti, por lo visto sí.
—Más labia. ¿Tengo que pagártelo de alguna manera?
—¿Y por qué crees que has de pagar nada?
Sonreí con aire guasón.
—Bueno, la verdad es que no has destacado por haber sido agradable conmigo, Cam.
Se le hinchó el pecho y soltó un ligero gruñido de fastidio.
—¿Cuánto tiempo deberé pagar por haberme comportado como un cabrón?
—Pues no sé. Pero a lo mejor resulta útil como arma arrojadiza en el futuro.
Su juguetón rugido llenó la habitación y me hizo rodar hasta ponerme de espaldas. Ante el súbito movimiento, emití una risita nerviosa frente a sus ojos atentos, dejando que me inmovilizase en el colchón. Empezó a separarme las piernas. Aún tenía el rostro relajado por el sueño, la sexy y suave ondulación del labio superior reclamando atención.
—¿Quieres saber por qué fui tan cabrón?
—Ya me contaste… ah… —Acabé con un grito ahogado, notándolo duro e insistente entre las piernas, que abrí por instinto cuando se movió despacio hacia mí, incitándome.
—¿La verdad? —Bajó la cabeza y fue besándome suavemente a lo largo de la mandíbula hasta llegar a la oreja. Me mordisqueó ligeramente el lóbulo y me lamió la lengua, y tuve un escalofrío. Respiraba agitada, y mis senos le rozaban tentadoramente el torso. Mi pecho empezó a subir y bajar efectuando movimientos breves, rápidos.
Ante la presión de los cuerpos, Cam se quedó paralizado un segundo, y sus labios emitieron un gemido gutural que se convirtió en aliento contra mi cuello.
Alcé los ojos invitándole a coger lo que ambos queríamos desesperadamente que él cogiera. Alcanzó el cajón, revolvió un poco y sacó un preservativo.
Mientras se lo ponía, los ojos normalmente azul cobalto se tornaron casi negros.
—¿La verdad?
—La verdad —susurré.
—Quería tenerte y no podía.
Separé los labios, asombrada por la confesión.
—¿Por eso te portabas como un cabrón?
—No quería quererte tanto, de modo que cuando pareció que eras alguien a quien nunca podría respetar ni querer, me aferré a ello sin más. Sin embargo, tú hacías saltar en pedazos una y otra vez mis ideas preconcebidas, y así solo aumentaba mi deseo.
Cameron me miró intensamente a los ojos, y yo sentí que nos caía un peso encima, como un capullo que nos envolviera protegiendo la conexión que estaba desarrollándose tan profunda y rápidamente entre nosotros.
—Imagino que, por tanto, esos días cabrones habrán quedado atrás —dije con palabras apenas audibles bajo la gravedad de la emoción.
Juntó las cejas.
—¿Qué quieres decir?
—Ahora que me tienes, ya puedes dejar de desearme.
Mientras me sonreía burlón, le titilaba una luz maliciosa en los ojos.
—No creo que esto vaya a ser posible. Dejar de desearte, me refiero.
Sin avisar, antes de que yo pudiera siquiera replicar a eso, me penetró y yo grité, y hundí las manos en su espalda al tiempo que mi cuerpo volvía a familiarizarse con su grosor. El aliento de Cam susurró en mis labios justo antes de besarme, excitándome la lengua con la suya mientras se apartaba unos centímetros antes de deslizarse nuevamente dentro.
Mientras me hacía el amor, sus besos eran dulces y cálidos, y terminamos en otra liberación demoledora.
***
Recién salidos de la ducha, donde por fin tuve la oportunidad de examinar la tinta de sus brazos con la lengua, estábamos en la cocina preparando té y tostadas cuando sonó mi móvil. Lo encontré en el bolsillo de la cazadora de piel sintética, todavía en el suelo desde la noche anterior, cuando Cam me la quitara.
En la pantallita apareció una imagen de Joss dirigiendo una sonrisa irónica a alguien que había detrás de mí. Había tomado la foto en el bar hacía unos meses, sin darme cuenta de que Craig estaba interpretando un absurdo baile sexy a mi espalda. Sonreí.
—Hola.
—Eh, qué tal —dijo con cierta indiferencia—. ¿Cómo estás?
—Bien. —¡Más que bien! ¡Con el Tío de los Tatuajes he echado un polvo de esos que te cambian la vida! Sonreí burlona tratando de reprimir mi atolondramiento mientras regresaba tranquilamente a la cocina, donde Cam estaba junto a la tetera, sin camisa y todo para mí—. ¿Y tú?
—Bien. Suenas rara.
—¿Rara?
—Sí. Rara.
—No sé a qué viene. —Cam alzó la vista y sonrió, y las comisuras de los ojos se le arrugaron adquiriendo un aire erótico. Hice una mueca irónica—. No sé a qué viene, en serio.
—Hemmm… —Joss no se quedaba convencida, desde luego—. ¿Venís hoy a comer tú y Cole?
Titubeé un momento. Tenía un montón de cosas que hacer. Debía contarle a Cole lo de Cam y yo, y también era cuestión de poner a la venta en eBay la ropa que me había comprado Malcolm. Solo pensar que todo había terminado entre nosotros, sentí una sacudida de culpa en el estómago.
—¿Mantequilla o jamón en la tostada? —preguntó Cam en voz alta.
Aguanté la respiración.
—¿Ese no era Cam? —preguntó Joss tranquilamente, con algo más que ociosa curiosidad en el tono.
—Sí.
—¿A las nueve y media de la mañana? ¿Hablando de tostadas?
—Hemmm…
—Oh, Dios mío, te lo has follado.
Puse los ojos en blanco.
—Bueno, dilo como quieras, Joss.
—Supongo que antes de liarte con el Tío de los Tatuajes plantaste a Malcolm. Pobre Malcolm. En fin.
Ante el resumen de Joss, me inundó el pecho una calidez inesperada. No me preguntaba si había engañado a Malcolm. Solo daba por sentado que yo me había portado bien y había dejado las cosas claras con él. Me gustaba que pensara así de mí.
—Cortamos anoche. —De pronto fui consciente de los escrutadores ojos de Cam sobre mí—. Mira, ya hablaremos luego.
—Trae a Cam a comer.
Vale. ¿Qué?
—¿Qué? —Intenté sofocar el rastro de histeria en la pregunta.
—Si sales con él, tráelo a comer. A Elodie no le importará.
—A Malcolm nunca le invitaste.
Cam me lanzó otra mirada inquisitiva.
—Bueno, si hubiera pensado que el almuerzo habría sido tan interesante como promete ser este, tal vez le habría invitado.
—No vamos a ir a comer solo para entretenerte.
De repente, sentí que me arrancaban el móvil del oído y vi con los ojos como platos que Cameron se lo llevaba al suyo.
—Hola, Joss, soy Cam. Sí, allí estaremos. ¿A qué hora? —Asintió a lo que ella le dijera—. Perfecto. Hasta luego, pues.
Le cogí el teléfono.
—No sé qué acaba de pasar aquí, pero ya hablaremos. —Me llevé el aparato al oído—. Joss.
—Bonita voz al teléfono. —Soltó una risita.
—Muy gracioso. Parece que te veré en el almuerzo.
—Pues hasta luego. Ah, oye, Jo…
—¿Sí?
—¿Es bueno?
Solté una risotada antes de poder evitarlo, recordando lo mucho que había dado yo la lata a Joss sobre Braden tras enterarme de que se habían acostado juntos. Donde las dan las toman.
—Por cierto, ¿qué me decías tú? Cuando haya terminado con él, todo tuyo.
Su gruñido amplió mi sonrisa.
—Soy una bruja. No le digas nunca a Braden que dije eso. Por favor.
—Lo prometo.
—Bien. Si no cumples tu promesa, encontraré el modo de encerrarte en una habitación con Ellie y su colección de dramas románticos.
—Mira, para algunos no sería tan espantoso.
—Muy bien. Pues volveré a fumar solo para que el ansia te saque de tus casillas.
—Te pierde la vena sádica. En todo caso, no tengo ansia ninguna.
—¿Ni cuando hueles el humo de un cigarrillo? —preguntó con aire de suficiencia.
Maldición. Era verdad. Cada vez que me llegaba el olorcillo del tabaco, cerraba los ojos mortificada y tenía que correr hasta el chicle más próximo para saciar la necesidad de ingesta de nicotina.
—Tu planteamiento es irrelevante teniendo en cuenta que no voy a decírselo.
—¿Irrelevante? Buena elección de palabra. Para ser una conversación de domingo por la mañana, el cerebro está funcionándote muy bien. Cam te ha lubricado los engranajes, ¿eh?
—Adiós, Joss. Ah, y si le cuentas a alguien lo de Cam antes de tener la oportunidad de hacerlo yo, hablaré con Braden. —Colgué con una sonrisita de satisfacción.
Cam estaba mirándome mientras me tendía mi tazón de café.
—¿De qué iba eso?
—Tengo cierta información que ella prefiere que no se sepa. Me ha amenazado con torturarme con el humo del cigarrillo si me chivo.
Cam frunció el ceño y me acercó un plato de tostadas, unas con mantequilla y otras con jamón. También había galletitas dulces.
—¿Antes fumabas?
—Lo dejé hace seis meses.
—Menos mal —masculló.
Sentí una punzada de angustia al pensar que algo tan insignificante como fumar pudiera ser la causa de que yo le atrajera menos. ¿Tan fácil sería que en el futuro disminuyera la atracción? Disimulé mis pensamientos de inseguridad con una risita forzada.
—¿Cómo? ¿Habría sido esto motivo de ruptura?
Se le levantó pícaramente una comisura de la boca.
—No. De algún modo te habría convencido de que lo dejaras. Me alegra haberme perdido el mono. Para Cole sería divertido.
Al oír su respuesta, se me relajó todo el cuerpo, y esta vez me reí de verdad.
—No hubo para tanto.
—Bueno, bueno. Ya le preguntaré.
—Hablando de… —Saqué el móvil y busqué su número en la pantalla. El de Cole dio tres timbrazos antes de que se le oyese la voz.
—¿Qué pasa?
—¿Vas para casa?
—Me faltan unos cinco minutos.
—Vale. Tengo que explicarte algo. —Sonreí a Cam, pero por dentro me ponía nerviosa la posible reacción de Cole ante el hecho de que yo y Cam estuviéramos juntos.
—No suena muy bien.
—Ya veremos.
Soltó un gruñido, y yo puse los ojos en blanco.
Se oyó otro gruñido, y colgó. Exhalé un suspiro.
—Alguien debería escribir un libro sobre cómo interpretar el lenguaje de los adolescentes. Yo nunca fui tan monosilábica.
Cam sonrió irónico ante su tazón.
—No me cabe duda.
Le di un manotazo amistoso.
—Ya sabes a qué me refiero.
Se encogió de hombros.
—Es joven. Y me parece que, en el fondo, entre vosotros la comunicación es bastante buena.
Pensando que probablemente tenía razón, asentí y cogí otra tostada.
—Bueno, veremos qué tal funcionan mis destrezas comunicativas cuando le cuente esto.
Cam dejó su tazón el fregadero y me dirigió una sonrisa voraz.
—Bueno, de todos tus gritos de anoche y de esta mañana deduzco que tus destrezas comunicativas son muy buenas.
—Eres un engreído de cojones.
—Pues entonces deja de chillar. Esto solo me hincha el ego. Entre otras cosas.
—Perfecto. De ahora en adelante me estaré callada como un muerto.
Cam se echó a reír y me agarró y me atrajo hacia su pecho mientras yo me comía el último trozo de tostada. Me besó, y le quedaron en los labios migas de pan y jamón.
—A ver si eres capaz de quedarte callada. Venga. Haré que todo sea más interesante.
Apoyadas las manos en su pecho, me incliné hacia él y le noté el sexo duro a través de los vaqueros. Me mordí el labio, sonriendo un poco mientras le miraba la sensual boca.
—Acepto el reto. —Clavé mis ojos en los suyos y me reí—. Pero puede ser que ambas partes ganen.
Me estrechó entre sus brazos con más fuerza.
—Entonces, vas a hacerme trabajar, ¿eh?
—Pero si a ti esto te gusta.
Se le agrandó la sonrisa y meneó la cabeza.
—Aún no me creo que hayamos esperado tanto.
Asentí sin dejar de sonreír.
—Hasta ahora ha sido divertido, desde luego.
Aunque Cam aún me sonreía, algo enrareció su expresión.
—Sí, nena. Hasta ahora ha sido divertido.