11

Mis irregulares lágrimas fueron menguando, y mi respiración se fue relajando a medida que el calor corporal y el fuerte abrazo de Cam iban procurándome un bálsamo contra el dolor.

Se me ocurrió que había sufrido una crisis emocional precisamente ante la persona que menos deseaba tener delante en un momento así.

Y se había mostrado amable conmigo.

Me aparté, me solté de Cam bruscamente, pero sus manos seguían sujetándome suavemente los brazos. Como no me sentía aún capaz de sostenerle la mirada, miré a la izquierda, y me llamó la atención cierto movimiento. Ahogué un grito al inclinar la cabeza y ver a Cole de pie en la escalera, con unas profundas arrugas surcándole la frente y los ojos oscuros de inquietud.

Cam me frotaba los hombros arriba y abajo con las manos en un gesto de consuelo, y ya no pude eludir su mirada. Nos miramos uno a otro, y me sentí abrumada de emociones.

Humillación.

Vergüenza.

Cólera.

Gratitud.

Ansiedad.

Miedo.

—Lo siento —dije entre dientes deslizando los ojos hacia Cole—. Mejor llevo a Cole adentro.

—No.

Sorprendida, miré de nuevo a Cam, que meneaba la cabeza con expresión atribulada pero resuelta.

—Ven a mi piso. Te prepararé café.

—He de hablar con Cole. —Mi hermano pequeño había presenciado la agresión. Me aterraba lo que pensaría de mí y tenía que darle alguna explicación.

—Ya hablarás con Cole luego. Primero tómate un minuto.

Pensé en Cole solo con mamá en el piso y se me hizo un nudo en el estómago.

—No va a entrar ahí dentro sin mí.

—Muy bien. —Cam por fin me soltó y se sacó la cartera del bolsillo de atrás de los pantalones. Lo miré cautelosa mientras cogía un billete de veinte libras y lo sostenía en alto mirando a Cole.

—¿Crees que puedes llamar a algunos colegas para ir a ver una peli en el Omni Centre?

Con los ojos clavados en Cam, Cole bajó las escaleras hacia nosotros con un aire de autoridad que me dejó pasmada.

Cada día se producía otro avance hacia la edad adulta… sobre todo en días así. Cuando hubo llegado a la altura de Cam, sus ojos rebosaban conocimiento y madurez. Cogió el billete con cuidado.

—Sí, puedo hacerlo.

—Pero… —Cole cortó mi protesta negando con la cabeza hacia mí como un padre dirigiéndose a su hijo. Cerré la boca, más por la sorpresa que por otra cosa, y observé con una mezcla de orgullo e inquietud mientras miraba a Cam con los ojos entrecerrados.

—¿Puedo dejarla tranquilo a tu cargo?

Cam emitió un suspiro profundo, pero respondió a Cole como si estuviera hablando con otro hombre en igualdad de condiciones.

—Sé que me merezco esto, pero prometo que de ahora en adelante trataré a tu hermana con el respeto que se merece.

La conversación me dejó anonadada. El hecho de que yo ya estuviera traumatizada no me ayudó a entender lo que pasaba entre ellos, y por eso seguramente permití a Cole coger un dinero que sin duda Cam necesitaba y marcharse. Y por eso también me dejé llevar al piso de Cam.

El piso era de alquiler, como el nuestro, y aunque dominaban los colores neutros, le hacía falta una mano de pintura. Los muebles eran cómodos y funcionales, con pocas concesiones al estilo a excepción de un enorme sofá de ante negro y un sillón a juego. Me vi conducida al sofá, donde me senté como atontada, mirando alrededor, un espacio todavía abarrotado de cajas de embalaje.

—¿Té? ¿Café?

Negué con la cabeza.

—Agua, por favor.

Cuando Cam regresó con un vaso de agua para mí y un café para él, lo vi acomodarse en el sillón, justo delante de mí, y mi corazón empezó a galopar.

¿Qué estaba haciendo yo ahí? ¿Por qué de pronto Cam se mostraba tan amable? ¿Qué quería? Tenía que volver al piso y afrontar las consecuencias.

—Jo.

Su voz grave y áspera me hizo bajar el mentón. Había estado mirando al techo y ni me había dado cuenta. Observé a Cam y noté el cuerpo tenso. Estaba examinándome la cara como desesperado por sumergirse en ella y desenterrar todos mis secretos. Ante la intensidad de aquella mirada, me quedé sin respiración.

—¿Qué demonios ha pasado con tu vida, Jo? ¿Cómo has llegado hasta aquí?

De mis labios se escapó un asomo de risa amarga y meneé la cabeza. Cada día me hacía yo la misma pregunta.

—No confío en ti, Cameron. ¿Por qué iba a contarte nada?

Su preocupación se convirtió en pesar, y era innegable el arrepentimiento sincero en sus ojos.

—Es justo. Y ni te imaginas lo hecho polvo que me siento por haberte echado la bronca. Cole me lo ha dejado bien claro. —De repente me dirigió una sonrisa compungida que me disparó las pulsaciones—. Creía que iba a golpearme, te lo juro.

Esto no me pareció una noticia especialmente buena, lo que a Cam no le pasó desapercibido, pues al instante adoptó un aire sombrío.

—Este chico no va a decepcionarte, Jo, no te preocupes. Te quiere con locura. Y en cuanto a lo sucedido en la cocina… no tienes de qué avergonzarte. Era una mamá protegiendo a su pequeño. Porque eso es lo que eres tú para él. Más una madre que una hermana, ahora me doy cuenta. —Soltó un bufido lleno de pesadumbre—. Lamento mucho haberte hablado de ese modo. Me parte por la mitad que te hayas enterado así de que tu madre pegaba a Cole.

Bajé la vista al suelo; no podía hablar. No era capaz de reaccionar ante sus disculpas… en parte por lo que estaba pensando mi lado esquinado: Bien. Me alegra que te sientas hecho polvo.

—Necesitas hablar con alguien. Lo del pasillo ha sido porque llevabas guardándotelo todo dentro desde quién sabe cuándo… ¿Años? Habla conmigo, Jo, por favor.

Lo que hice fue tomar un sorbo de agua. Me temblaban los dedos: por la adrenalina o por el miedo emocional a Cam, no lo tengo claro.

—Bien. —El movimiento de Cam atrajo de nuevo mi mirada hacia él, que ahora estaba inclinado hacia delante en el sillón con una expresión más franca que nunca—. Quizá te ayudaría conocerme un poco mejor.

Mi respuesta fue un resoplido forzado.

—¿Qué pasa? ¿Es que en otra vida eras psicoterapeuta?

Cam puso mala cara.

—Nunca me habían acusado de eso. Sabes, por lo general son las mujeres las que me piden que me abra. Y resulta que la primera a la que me interesa de veras escuchar se cierra en banda. Esto no le conviene a mi ego. —Me dedicó una sonrisa persuasiva, y recordé la primera noche que lo vi dirigiéndole a Becca esa misma sonrisa y pensando que yo haría cualquier cosa que esa sonrisa me pidiera.

Curioso que dos semanas después fuera todo tan distinto.

Cam advirtió que se me oscurecían los ojos, y su expresión decayó.

—De acuerdo, Jo, pregúntame cualquier cosa. Lo que quieras saber.

Arqueé una ceja. ¿Cualquier cosa? Así que lo de ayudar iba en serio, ¿eh? Bueno, había una forma de averiguarlo. Posé la mirada en el tatuaje de su brazo, el de las letras negras que componían la frase «Sé Caledonia». Resonó en mi cabeza la cadenciosa voz de Becca…

No te molestes en preguntarle qué diablos significa porque no te lo dirá.

—¿Jo?

Levanté la vista desde el tatuaje a las facciones duras de su rostro.

—¿Qué significa esto? «Sé Caledonia».

Se le alzó el lado izquierdo de la boca mientras me miraba con ojos centelleantes.

Touché.

Ya estaba preparada para decepcionarme. Era imposible que yo le importase a Cam hasta el punto de que me revelara el secreto de su tatuaje. Mi pregunta demostraría que su interés por mí era simple curiosidad, y después yo podría volver a lamentar profundamente que él supiera de mi vida más de lo que sería deseable.

Así pues, tras relajarse y recostarse en el sillón sin dejar nunca de mirarme a los ojos, me quedé más que desconcertada cuando dijo:

—Es algo que me dijo mi padre.

—¿Tu padre? —exclamé casi sin aliento, todavía asombrada de que hubiera contestado. ¿Qué significaba eso?

Cam asintió y en su semblante se dibujó una mirada perdida reveladora de que estaba buscando entre sus recuerdos.

—Me crié en Longniddry con una madre que me adoraba y un padre bondadoso. No he conocido a dos personas que se quisieran más o que quisieran tanto a su hijo. Y eso por no hablar del hermano de mi padre, del que ya te hablé, que fue como un segundo padre para mí. Siempre estaba pendiente por si yo necesitaba algo. Constituíamos un grupo muy unido. Cuando llegué a la adolescencia, pasé por lo que pasa todo el mundo. Intentas encontrarte a ti mismo y te esfuerzas por ser fiel a esa persona cuando los que te rodean parecen tan distintos. ¿Este soy yo?, te preguntas. De hecho, en la pubertad uno se vuelve taciturno, pero en mi caso esto se vio agravado el día que, contando yo dieciséis años, mis padres me dijeron que era adoptado.

Eso no me lo esperaba. Me quedé boquiabierta.

—Cam… —susurré compasiva atrayendo su profunda mirada.

Cabeceó ligeramente como diciendo «estoy bien».

—Aquello me hundió. De pronto, había en el mundo dos personas que me habían abandonado y que, por la razón que fuese, no me habían querido lo suficiente para criarme. ¿Y quiénes eran? ¿Cómo eran? Si mi padre y mi madre no eran mis verdaderos padres, entonces, ¿quién coño era yo? Mi manera de reírme no tenía nada que ver con papá como yo creía… Sus sueños, sus capacidades… se había esfumado la posibilidad de que yo heredara su afecto, su inteligencia y sus pasiones. ¿Quién era yo? —Me dirigió una sonrisa acongojada—. Uno comprende el valor de pertenecer a algún sitio, de formar parte de un legado familiar, solo cuando ve que eso le es ajeno. Es una parte enorme de tu identidad en desarrollo. Es una enorme parte de tu identidad y punto; y sí, tras saber la verdad, estuve un tiempo bastante jodido.

»Me comportaba como un gilipollas… Hacía campana, me drogaba, casi no saco las notas necesarias para matricularme en la escuela de bellas artes de Edimburgo para estudiar diseño gráfico. Insultaba a mi madre, no hacía caso a mi padre. Pensaba continuamente en encontrar a mis padres biológicos. No tenía otra cosa en la cabeza, y mientras tanto parecía decidido a destruir todo lo que había sido con la esperanza de encontrar a quien, a mi juicio, fuera el que yo tenía que ser.

»Unos meses después, cogí el coche de mi padre para dar una vuelta. Por suerte, la policía no me detuvo, pero sí que lo hizo un muro. El coche quedó totalmente destrozado, y mi padre tuvo que ir a por mí. Yo estaba borracho. Conmocionado. En cuanto me hubo aniquilado verbalmente por haber puesto en peligro mi vida y la de todas las demás personas de la carretera, mi padre me llevó a dar un paseo por la playa. Y lo que me dijo ese día me cambió la vida.

—Sé Caledonia —dije en voz baja.

—Sé Caledonia. —Cam sonrió burlón, en sus ojos el reflejo del amor por el hombre que era su padre—. Dijo que Caledonia era el nombre que los romanos habían dado a nuestra tierra, a Escocia. Yo estaba acostumbrado a oírle soltar de vez en cuando rollos sobre historia, así que ya me temía algún sermón aburrido. Pero lo que dijo ese día fue para mí trascendental…, lo puso todo en su sitio.

»Mira, el mundo siempre intentará que seas lo que él quiera. La gente, el tiempo, los acontecimientos, todo tratará de moldearte y hacerte creer que no sabes quién eres. Pero da igual en qué quieran convertirte o el nombre que quieran ponerte. Si eres fiel a ti mismo, puedes desmontar todas sus intrigas y seguir siendo tú. Sé Caledonia. Quizá fue el nombre que alguien dio a la tierra, pero no cambió la tierra. Mejor aún, adoptamos el nombre, lo conservamos, pero eso no nos hizo cambiar. Sé Caledonia. Me lo hice grabar en el brazo a los dieciocho años para acordarme cada día de lo que me dijo mi padre. —Sonrió compungido—. Si hubiera sabido cuánta gente iba a preguntarme su significado, no me lo habría puesto en un sitio tan visible, joder.

Se me habían vuelto a llenar los ojos de lágrimas y entonces vi que la cara de Cam se relajaba y adquiría buen talante. El pecho me dolía debido a una plenitud que pocas veces había sentido, y comprendí que era alegría. Me alegraba por él. Me alegraba de que hubiera tenido ese amor en su vida.

—Parece que fue un padre fantástico. —No me cabía duda de que si en mi vida hubiera tenido esa clase de amor, yo habría sido muy diferente.

Cam asintió y sus ojos se alzaron para sonreír a los míos.

—Tuve un padre y una madre maravillosos. —Su mirada se dispersó hacia el techo, e incluso desde ese ángulo la vi ensombrecerse—. A veces, días como hoy sirven de recordatorio.

—Vas a llamarles en cuanto me vaya, ¿verdad?

Me dirigió una sonrisa tímida, y se me encogió el pecho al verle la manchita de color en las mejillas.

—Seguramente —farfulló.

—Me alegro por ti, Cam. —Me estiré nerviosa el vestido de la cena de la noche anterior—. No soy capaz de imaginar lo que es preguntarse por los verdaderos padres. Pero hasta cierto punto entiendo la sensación de sentirte abandonado por las dos personas que más deberían quererte. No es algo agradable, desde luego. Habría cambiado tu situación por la mía al instante.

Los ojos de Cam volvieron a inmovilizarme en el sofá.

—¿Y qué hiciste tú?

Cuando me alisé otra vez el vestido sobre las piernas me temblaban las manos.

—Mira, la única persona que lo sabe todo de mi vida es Joss.

—¿Y Malcolm? ¿Y Ellie?

—Nada. Solo Joss. No quería que nadie más supiera nada.

—Es demasiado para acarrearlo todo uno solo.

—Cam. —Me incliné hacia delante con los acuosos ojos buscándole la cara, el pulso acelerado mientras forcejeaba para tomar una decisión sobre si confiar en él o no—. Yo…

—Jo. —Él también se inclinó hacia delante, y todo mi cuerpo se tensó bajo su grave mirada—. Lo que acabo de contarte, lo de la adopción y el tatuaje… solo lo saben un puñado de personas en el mundo. Papá, mamá, Peetie y Nate. Y ahora tú. Tú y yo comenzamos de cero hoy. No soy un gilipollas que te ha juzgado una y otra vez y siempre se ha equivocado. Confía en mí. Por favor.

—Pero ¿por qué? —Cabeceé, totalmente confundida por su interés. A ver, sabía que sentíamos atracción sexual el uno por el otro aunque no lo admitiríamos nunca en voz alta, pero aquí había algo más. Eso era diferente… más intenso; y yo pensaba que no había nada más intenso que el modo en que mi cuerpo cobraba vida cerca de Cam.

Cam dio una sacudida de cabeza.

—No lo sé, sinceramente. Lo único que sé es que nunca he tratado a nadie como a ti, y no he conocido a nadie que lo mereciera menos. Me gustas, Jo. Y lo admitas o no, necesitas un amigo.

Aquellas puñeteras lágrimas buceaban de nuevo hacia las comisuras de mis ojos, amenazando con derramarse. Aspiré hondo y aparté la mirada de Cam y mis ojos se detuvieron en un rincón de la estancia, en una gran mesa con un tablero de dibujo montado. Se advertía un bosquejo, pero me resultaba imposible ver qué era exactamente. Entrecerré los ojos mientras dejaba para más tarde lo de si debía contárselo todo o no.

—¿Dónde está tu padre, Johanna? ¿Por qué te encargas tú de Cole?

—No sé dónde está. —Lo miré de nuevo con la duda de si mis ojos reflejaban la misma angustia que sentía por dentro—. Me maltrataba.

Cam apretó inmediatamente la mandíbula, y vi que sus dedos se cerraban con fuerza alrededor de la taza de café.

—¿A Cole también?

Negué con la cabeza.

—Yo le protegía. Cole ni siquiera se acuerda de él ni sabe lo que me pasaba a mí.

Cam maldijo para sus adentros y bajó la vista para que yo no estuviera sometida a toda la fuerza de su cólera. De algún modo, esa cólera era agradable. Era agradable que alguien más la sintiera. Lo que estaba contándole no lo sabía ni siquiera Joss.

—¿Eso duró mucho?

—Desde pequeña. —Las palabras parecían salir por los labios abriéndolos a la fuerza y derramarse barbilla abajo. Aunque turbada, no me atreví a detenerlas—. Hasta los doce años. Se trataba de un hombre agresivo, violento, estúpido: decididamente la mejor forma de sintetizar lo que era Murray Walker. Pasaba mucho tiempo fuera de la casa, lo que nos permitía respirar un poco, pero cuando estaba nos pegaba, a mí y a mamá. En cuanto a Cole… cuando papá estaba de mal humor, yo siempre lo quitaba de en medio o procuraba interponerme… para llevarme la paliza.

—Dios santo, Jo…

—Cole tenía dos años. Papá habría podido matarlo de un puñetazo; en mi mano solo estaba hacer eso.

—¿Qué pasó con él…, con tu padre? —Cam casi escupió la palabra, como si el hombre no tuviera derecho a ostentar el título. De hecho, no lo tenía, la verdad.

Arrugué el labio de asco al recordar el momento álgido de la estupidez de papá.

—Asalto a mano armada. Fue condenado a diez años en la cárcel de Barlinnie. No sé si cumplió la condena completa o cuándo salió en su caso; lo único que sé es que entonces nosotros abandonamos Paisley sin dirección de envíos. Mamá no dijo a nadie adónde íbamos. Yo tampoco.

—¿Tu madre ha sido siempre así?

—Bebía, pero no tanto. Aún se las arreglaba sola.

—¿Empezó cuando tu padre fue a la cárcel?

—No —solté con amargura, pues sabía exactamente por qué había empezado a beber—. No es que fuera una gran madre ni mucho menos, pero era mejor que ahora, desde luego. —Cerré los ojos contra el dolor sordo del pecho—. No. Empezó a empeorar por otra razón.

»Siendo yo joven, hubo en mi vida alguien en quien confiaba. Mi tío Mick. No era realmente tío mío, sino el mejor amigo de mi padre desde niños. Pero el tío Mick era una buena persona. Sin pelos en la lengua, se ganaba bien la vida como pintor y decorador. De todos modos, era amigo del imbécil de mi padre. Nunca supe verdaderamente por qué eran amigos, pero tenía la impresión de que de niños habían pasado por muchas cosas juntos. Aunque papá lo cabreara, el tío Mick aparecía siempre. Cada vez que podía, pasaba a vernos. Solía llevarme con él a su trabajo. —El dolor se agudizó al volver a sentir su pérdida—. Él no sabía que papá me pegaba. En su presencia, papá iba con cuidado. Creo que siempre receló del tío Mick. Eso cambió cuando cumplí doce años. —Me envolvieron los recuerdos y tuve un escalofrío.

»Era sábado y papá estaba bebiendo mientras veía el fútbol. Mamá había ido a trabajar. Cometí el error de pasar por delante del televisor en una jugada importante del partido. Con el dorso de la mano me dio un bofetón que me tiró al suelo. —Tomé aire mirando fijamente la alfombra de Cam, sintiendo otra vez el dolor. Jamás he sentido algo así. La picadura, el escozor, el calor…—. Se quitó el cinturón y me golpeó… Aún puedo ver el aspecto de su cara, como si para él yo no fuera humana, no digamos ya hija suya. —Meneé la cabeza y alcé la mirada hacia Cam, que ahora estaba pálido y tenía los rasgos tirantes de tantas emociones que intentaba controlar—. Supongo que tuve suerte de que el tío Mick apareciera en ese preciso instante. Me oyó chillar e irrumpió en la casa. El tío Mick era grandote y… bueno, ese día mandó a papá al hospital. Fue detenido, pero nadie mencionó la agresión de mi padre por miedo a que intervinieran los servicios sociales. Papá retiró la denuncia y el tío Mick solo tuvo que pagar una multa.

»Papá desapareció. La primera noticia que tuvimos de él es que estaba en la cárcel por robo a mano armada. Mientras estuvo encerrado, el tío Mick vino a menudo a echarnos una mano. Por primera vez en mi vida tenía un padre casi continuamente presente que realmente se preocupaba. Y que incluso ejercía una buena influencia en mamá. —Resoplé; brotaba de nuevo el rencor—. Demasiado bueno todo.

Cam acertó.

—Tu madre estaba enamorada de él.

Asentí.

—Creo que lo había estado siempre, pero por lo que sé no había pasado nunca nada. Al tío Mick le importaba ella, pero no hasta ese punto.

—¿Qué pasó, entonces?

Alguien se lo llevó de mi lado.

—Al cabo de poco más de un año, el tío Mick partió para América.

—¿América?

—Años atrás había tenido una aventura con una estudiante americana. Ella estudió en la Universidad de Glasgow durante un año, y estuvieron saliendo juntos unos meses. Pero se marchó, y Mick se quedó. Catorce años después, se puso en contacto con Mick su hija de trece años, una hija cuya existencia él siempre había ignorado. Fue a conocerla y se hizo la prueba de ADN. Imagino que discutió el asunto con la madre. Regresó durante un tiempo, pero según los resultados la hija era suya… así que lo dejó todo y se fue con ella.

Cam pareció comprender en qué medida aquello me había destrozado.

—Lo lamento, Jo.

Asentí y noté que la emoción me clavaba una zarpa en la garganta.

—Me dijo que, si hubiera podido, nos hubiera llevado con él a mí y a Cole. —Tosí intentando frenar el dolor—. Me mandaba e-mails, pero dejé de contestar, y al final sus correos también se acabaron.

—Y tu madre se desmoronó.

—Sí. Creo que le rompió el corazón. Empezó a beber más de la cuenta, pero las cosas no se pusieron realmente feas hasta que nos mudamos aquí. Estuvo bien un tiempo, tenía un buen empleo, pero se lastimó la espalda y ya no podía trabajar. Empezó a beber y se convirtió en una borrachina. Y al final no es siquiera una alcohólica funcional.

—Y no puedes quitarle a Cole porque él no es legalmente tuyo, y si los servicios sociales descubren la situación de tu familia, en vez de darte a ti la custodia probablemente lo meterán en una casa de acogida…

—O peor… podrían ponerse en contacto con mi padre.

—Vaya mierda, Jo.

—Y que lo digas. Dejé la escuela a los dieciséis años y me puse a trabajar para mantener la familia a flote. Y ha sido de veras duro. Había días que no tenía ni para comprarle a Cole una lata de alubias. Buscábamos en los recovecos del sofá monedas perdidas, llegábamos a pesar la leche que tomábamos. Era ridículo. Y entonces… conocí a un hombre. Me ayudaba a pagar el alquiler y a ahorrar un poco para el futuro. De todos modos, a los seis meses se cansó, así que en realidad aquello no fue lo que yo había pensado que sería.

—Pero te permitió descubrir una nueva vida. Empezaste a salir con hombres con la cartera llena para ir tirando. —Al decir eso, el cuerpo de Cam se puso rígido.

Volví la cara, y aunque había desaparecido el tono de censura, me sentí igualmente avergonzada.

—Nunca he salido con un tío que no me atrajera, o que no me importara. —Crucé la mirada con la suya y recé para que me creyera—. Callum me importaba. Malcolm me importa.

Cam levantó las manos y desactivó mis preocupaciones con una sonrisa dulce.

—No estoy juzgándote. Te lo aseguro.

Alcé una ceja.

Cam soltó un gruñido.

—Ya no. Nunca más. —Negó con la cabeza, agachado por la consternación—. Pensarías que era un gilipollas con pretensiones de superioridad moral.

Reí entre dientes.

—Creo que llegué a llamarte eso.

Se le iluminaron los ojos.

—A propósito, gracias —dijo con aprobación—. Por regañarme.

Sonreí con cierta timidez.

—Normalmente detesto los enfrentamientos, pero la verdad es que me gustó ponerte en tu sitio.

Mis palabras tuvieron el efecto contrario del pretendido. No se rio. Se puso serio.

—Antes, en el pasillo, te he agarrado del brazo…

Recordé mi reacción y aparté la mirada.

—Si alguien se pone agresivo, suelo quedarme paralizada. Un reflejo de aquellos años con papá.

—No tenía intención de ser agresivo.

—Lo sé.

—Es que practico artes marciales.

Mientras mis ojos recorrían su físico delgado pero fibroso, me entretuve tanto examinándolo que no advertí su aparentemente brusco cambio de tema.

—Tiene sentido.

Su sonrisa fue algo más que engreída, y puse los ojos en blanco, lo que desató su risa. Meneó la cabeza intentando volver a mostrarse serio.

—Judo. Nate y yo vamos a clase. Deberías venir conmigo, Jo. Aprender autodefensa te ayudaría… Podrías recuperar cierto control.

—No sé. —Ante esa idea, noté que el estómago se me removía inquieto—. En todo caso, trabajo de lunes a miércoles durante el día. No me queda mucho tiempo libre.

Le había vuelto a sorprender.

—¿Tienes otro empleo?

Creí entender su sorpresa y solté una risotada.

—Lo creas o no, a Malcolm no le pido nunca nada. Acepto regalos que él decide hacerme, pero aún me quedan facturas por pagar. Además, debo ahorrar para cuando Cole decida la universidad a la que quiere ir. Vaya, hablando de… voy a buscar el bolso para devolverte el dinero que acabas de darle.

—Déjalo. —Cam negó con la cabeza, y al advertir el obstinado ladeo de mi cabeza, entrecerró los ojos—. En serio.

Bien. Más adelante encontraría un modo de pagarle y no podría decir que no.

Como si Cam estuviera leyéndome el pensamiento, nuestros ojos se enzarzaron en una batalla de voluntades, y, de forma lenta pero segura, la conocida tensión fue creciendo, el acaloramiento reptando entre nosotros. Hundí los ojos en su boca, en ese suave y ondulado labio que quería mordisquear… entre otras cosas. A qué sabría su boca, pensé, cómo sería sentir sus suaves besos de mariposa en mi cuello, tirando de mis pezones hacia…

Puse el cuerpo tenso, un hormigueo de fuego en las mejillas y entre las piernas. Alcé la vista de golpe y advertí que los ojos de Cam se habían oscurecido y su cuerpo estaba trenzado de tensión.

Me levanté de golpe.

—Debo irme.

Cam se puso de pie sin prisas.

—¿Vas a estar bien ahí?

Cam había conseguido hacerme olvidar por momentos que había agredido a mi madre hacía un rato. Volví a sentir la conmoción.

—¿Cómo he podido…?

—Primero… —Cam se me acercó con cuidado, y yo tuve que reprimir el ligero estremecimiento de deseo que me invadió de nuevo cuando su áspera mano me alzó la barbilla para levantar mis ojos a la altura de los suyos. Cruzamos la mirada, y la atracción mutua se hizo más fuerte. Quise agarrarle la piel con las uñas, clavárselas y no soltarlo nunca más, y la irresistible necesidad me sacudió hasta lo más hondo. ¿Cómo podía ser que una conversación lo hubiera cambiado todo? El Cam que tenía ahora delante era alguien nuevo, alguien bueno, alguien a quien me sentía unida… más que a nadie. Y reparé en que, no contenta con lo de simplemente «unida», quería mucho más.

Me sentí un poco mareada.

—Has de quitarte esa culpa de la cabeza —ordenó Cam con suavidad—. Ni se te ocurra pedirle perdón. Cualquiera habría hecho lo mismo que tú. Mira lo que hizo tu tío Mick cuando sorprendió a tu padre pegándote. Es el instinto de proteger a quienes nos importan. A veces el instinto nos empuja a hacer cosas de las que jamás nos habríamos imaginado capaces.

—La violencia nunca debe ser la respuesta.

—En un mundo perfecto, de acuerdo. Pero a veces los animales no entienden más que su propio lenguaje.

—No quiero que Cole considere que he hecho bien.

—No te preocupes —dijo con tono tranquilizador—. Lo que has hecho es humano. Cole cree que lo has hecho por amor. —Me agarró los hombros con las manos ahuecadas y me acercó un poco, lo que interrumpió mi respiración. La expresión de sus ojos, que yo no acababa de entender del todo, tampoco ayudaba a relajar mis crispados nervios—. Ese chico habría podido crecer como tú… sin padre, sin cariño ni afecto. Tú le salvaste de eso, Jo. Y él lo sabe, maldita sea.

El peso de las revelaciones de ese día iba asentándose dentro de mí, y de repente tuve unas ganas desesperadas de irme a la cama.

—Gracias, Cam.

—Todo lo que hemos hablado se queda aquí dentro. Te lo prometo.

—Lo mismo digo sobre lo tuyo. —Necesitaba distanciarme físicamente de él y di un paso atrás. De súbito se me ocurrió algo espantoso—. No sé si seré capaz de volver a dejar a Cole solo con ella.

—Es un muchacho fuerte. No pasará nada.

Solté aire.

—Sí, pero ¿y yo? ¿Lo seré?

Cam me sonrió como si yo fuera una desvalida.

—Jo, oficialmente ahora eres la mujer más fuerte que conozco. Ten un poco de fe en ti misma.

Mientras procesaba sus palabras, se hizo el silencio entre nosotros. Era lo más bonito que nadie me había dicho jamás, y pensé en la posible explicación de que alguien tan desagradable al principio pudiera dar un giro de ciento ochenta grados.

—Una pregunta: ¿Por qué antes eras tan borde conmigo?

Cam levantó un poco el mentón como diciéndome que no se esperaba esa pregunta franca tras nuestra charla íntima.

—No sé… Yo solo… —Se pasó la mano por el descuidado pelo; le brillaba el anillo; tenía unas manos preciosas, masculinas—. Al principio, cuando te vi con Malcolm, pensé que eras como la ex esposa de mi tío.

—¿Por qué?

Sonrió burlón e hizo un gesto en dirección a mí.

—Porque no me cabía en la cabeza que una chica como tú tuviera interés en un tipo como Malcolm a menos que él tuviera dinero.

—Un cumplido y un insulto, todo en uno. Enhorabuena, Cam.

—Hago lo que puedo.

Le puse mala cara.

—¿Y después…?

—Bueno, enseguida me di cuenta de que no eras estúpida, y me cabreó que una mujer inteligente y atractiva creyera que solo servía para ser la amiguita de un tío rico.

—¿Y luego?

Ante mi pregunta, me miró algo confuso.

—Luego pensé que estaba equivocado. Parecía que Malcolm te interesaba de verdad. Sin embargo, apareció Callum esa noche en el restaurante y me fijé en él, una versión más joven de Malcolm, y comprendí que eso ya lo habías hecho antes.

Aparté la mirada.

—Ya veo.

—Pero en realidad… —Ante su tono más suave, mis ojos volaron de nuevo hacia él—. Lo que me fastidiaba de verdad es que con esos tíos eras una persona completamente distinta.

—¿Una persona distinta?

—Sí, con Joss y los demás, conmigo, tú eres alguien real. Pero con Malcolm, con Callum, con los tíos con quienes flirteas, eres diferente. Eres menos de lo que eres realmente. Y esta puta risita…

Me reí con ganas.

Cam torció los labios.

—¿Eres consciente de eso?

—Joss me lo hizo ver. Se pone histérica. A veces lo hago solo para fastidiarla.

Cam se rio.

—Bueno, funciona. Da por el culo de veras.

En ese momento se apoderó de mí una sensación que no habría sabido definir. Cam me gustaba, la verdad. Para mí. Sin risitas fingidas. Igual que Joss.

—Me voy, Cam. Pero gracias por lo de hoy.

Me miró afectuoso, con cierta esperanza brillando algo juguetona en su mirada.

—¿Perdonado, pues?

Asentí sin pensarlo siquiera. Ya estaba sintiéndome más libre por haber confiado en él, y como los dos habíamos hecho algo parecido, el intercambio parecía equilibrado. Haberle tenido confianza no me provocaba ansiedad ninguna, y eso me alucinaba.

—Borrón y cuenta nueva.

—¿Amigos?

Casi me río ante esa pobre descripción de lo que sentía yo por ese desconocido que había llegado a ser mi confidente.

—Amigos.