7

—¿Así que el hombre misterioso se ha ido?

La voz me asustó y di un salto, y el café saltó de mi cucharita a la encimera.

Lancé a Braden una mirada mordaz por encima del hombro.

—¿Nunca trabajas? ¿Ni llamas a la puerta?

Estaba repantigado contra el quicio de la puerta, observando cómo me preparaba el café de la mañana.

—¿Puedo tomar uno? —Señaló con la cabeza a la cafetera.

—¿Cómo lo quieres?

—Leche. Dos de azúcar.

—Y yo que esperaba que dijeras «solo».

—Si alguien está sola aquí eres tú.

Puse mala cara.

—¿Quieres café o no?

Gruñó.

—Estás de buen humor por la mañana.

—¿Y cuándo no? —Eché las dos cucharadas en su taza con decisión.

La risa de Braden me impactó en las entrañas.

—Claro.

Mientras hervía el agua, me volví, apoyándome contra la encimera con los brazos cruzados sobre el pecho. Era muy consciente del hecho de que no llevaba sujetador bajo la camisola. De hecho, no creo que nunca hubiera sido tan consciente de mi cuerpo como cuando estaba cerca de Braden. Para ser sincera, había dejado de preocuparme mi apariencia y toda la mierda que eso conlleva después de que mis padres y Beth murieran. Llevaba lo que me gustaba, tenía el aspecto que tenía, y me importaba un pimiento lo que pensara cualquier tío. De alguna manera, eso parecía jugar a mi favor.

Pero al estar de pie delante de Braden, me di cuenta de que ya no percibía tanta seguridad en eso. Sentía curiosidad por saber lo que pensaba de mí. Yo no era alta y delgada como todas las glamurosas amazonas que seguramente orbitaban en el mundo de Braden. No era muy baja, pero no era alta. Tenía piernas delgadas y una cintura pequeña, pero tenía tetas, caderas y un culo rotundo. Contaba con un cabello bonito los días que me preocupaba de soltármelo, pero esos días no abundaban. Era de un color indefinido, entre rubio y castaño, pero largo y grueso, con un rizo natural. No obstante, mi pelo era tan abundante que tendía a molestarme a menos que lo llevara por encima de la nuca, y por eso rara vez, casi nunca, lo llevaba suelto. Los ojos eran probablemente mi mejor rasgo, al menos era lo que me decía la gente. Tenía los ojos de mi padre. De color gris claro, con reflejos metálicos, pero no eran enormes y adorables como los de Holly y Ellie; eran estilizados y felinos, y eso sí, eran muy buenos lanzando miradas penetrantes.

No. Yo no era hermosa ni guapa ni glamurosa. Tampoco pensaba que fuera fea, pero preocuparme por ser extraordinaria era algo que no se me había pasado por la cabeza antes. Que Braden hiciera que me preocupara… me sacaba de quicio.

—En serio, ¿no trabajas?

Se enderezó en el umbral y se acercó a mí, paseando como si tal cosa. Llevaba otro traje de tres piezas fantástico. Alguien tan alto y con los hombros tan anchos como él probablemente se habría sentido más cómodo con vaqueros y camiseta, sobre todo con el pelo alborotado y la barba de tres días, pero por Dios que le sentaba bien el traje. Al acercarse, descubrí que mi mente vagaba hacia una tierra de fantasía: Braden besándome, levantándome en la encimera, separándome las piernas, apretado contra mí, con su lengua en mi boca, una mano en mi pecho y la otra entre mis piernas…

Increíblemente caliente, me di la vuelta, deseando que el agua hirviera pronto.

—Tengo una reunión dentro de media hora —dijo, deteniéndose a mi lado y cogiendo la tetera antes de que pudiera hacerlo yo—. He pensado que podía pasarme para ver si todo iba bien. Las cosas parecían tensas anoche antes de que Ellie y yo nos marcháramos.

Observé que ponía agua en las tazas, tratando de decidir si le contaba lo de James y Rhian.

—Buenos días —dijo Ellie, al entrar en la cocina, ya bien despierta y lavada y vestida.

Llevaba el cárdigan del revés. Me estiré y tiré de la etiqueta para que lo viera. Sonriendo con timidez, se lo quitó, le dio la vuelta y se lo volvió a poner.

—Bueno, llegué a casa y James no estaba en el sofá. ¿Ha dormido en tu habitación?

Braden se tensó a mi lado y yo levanté la mirada y lo vi poniendo ceño. Obviamente no había considerado eso. Esbocé una sonrisita, sintiéndome petulante.

—No. —Estudié un momento a Ellie y cuando desaparecieron mis reservas sobre compartir la noticia, me di cuenta de que casi, quizá, de alguna manera, confiaba en ella—. James es el novio de Rhian.

—Rhian, ¿tu mejor amiga Rhian? —preguntó, sirviéndose un poco de zumo de naranja.

Se acomodó con el vaso en la mesa y pensé que estar a su lado en lugar de estar al lado de su hermano sería una buena idea. Me senté en la silla enfrente de ella.

—Le propuso matrimonio y ella se asustó y lo dejó.

Ellie abrió la boca, horrorizada.

—Estás de broma. Pobre chico.

Sonreí, pensando en su nota.

—Lo van a arreglar.

—¿Han hecho las paces?

Dios, parecía tan esperanzada, y ni siquiera los conocía.

—Eres un cielo —le dije en voz baja, y la expresión de Ellie se ablandó.

—Los has juntado tú, ¿verdad? —anunció con la máxima confianza en mí.

Solo Ellie podía tener esa clase de confianza en alguien como yo. Estaba condenadamente convencida de que yo no era tan distante como pretendía. Que tuviera razón en esta ocasión era un poco irritante y muy engañoso.

—Estaba cabreado contigo —intervino Braden antes de que yo pudiera responder.

Yo lo miré, todavía reclinado en la encimera, sorbiendo el café como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—Creía que la había convencido yo; de romper con él.

Braden no pareció sorprenderse por ello. De hecho, levantó una ceja y contestó:

—¿Cómo es que no me sorprende?

Ellie chascó la lengua.

—Braden, Joss no haría eso.

—Sé que no lo haría. Pero no creo que no lo hiciera por las razones que tú crees que no lo haría, Els.

Mierda. Así que pensaba que me conocía mejor que Ellie. Hice una mueca interna. A lo mejor sí. Cabrón perceptivo. Irritada, aparté la mirada de él, dando un sorbo a mi propio café y tratando de no hacer caso de su mirada perforadora.

—Demasiado enigmático —gruñó Ellie antes de concentrarse otra vez en mí—. Pero los has juntado, ¿no?

«Te debo una».

Las palabras hicieron que sonriera en mi taza.

—Sí. Sí, lo he hecho.

—¿Lo has hecho? —Braden sonó tan anonadado por esto, que fue insultante.

Vale, a lo mejor el cabrón solo creía que me conocía.

—Es mi mejor amiga. He ayudado. No soy una zorra sin corazón, ¿sabes?

Braden se encogió.

—Yo nunca he dicho eso, nena.

Sentí un escalofrío cuando me inundó la expresión de cariño, tocando un nervio que ni siquiera sabía que tuviera. Mis palabras salieron de manera cáustica.

—No me llames nena. No me llames nunca nena.

Mi tono brusco y mi rabia repentina causaron una intensa tensión entre los tres, y de repente no pude recordar por qué estaba tan agradecida a Braden el día anterior cuando me había ayudado después del ataque de pánico. Eso es lo que pasaba cuando confiabas en la gente. Empezaban a pensar que te conocían cuando no sabían una mierda.

Ellie se aclaró la garganta.

—¿Así que James ha vuelto a Londres?

—Sí. —Me levanté y vacié el poso del café en la pila—. Voy a pasarme por el gimnasio.

—Jocelyn… —empezó Braden.

—¿No tienes una reunión? —lo corté, a punto de salir de allí, dejando atrás la tensión.

—Jocelyn… —sonó preocupado.

Contuve un profundo suspiro interno.

«Ya lo has dejado claro, Joss». No tenía que continuar siendo impertinente. Suspirando externamente, levanté la mirada hacia él y le ofrecí con caridad irritada:

—Tengo una taza termo en el armario de arriba a la izquierda si quieres llevarte un poco de café.

Braden me miró un momento, con ojos escrutadores. Negó con la cabeza, con una sonrisa socarrona en los labios.

—No hace falta, gracias.

Asentí, simulando indiferencia con la atmósfera que habíamos provocado, y entonces me volví hacia Ellie.

—¿Quieres venir conmigo al gimnasio?

Ellie arrugó su nariz chata.

—¿Al gimnasio? ¿Yo?

Miré su constitución delgada.

—¿Quieres decir que eres así de estupenda de natural?

Se rio, ruborizándose un poco.

—Tengo buenos genes.

—Sí, bueno, yo he de hacer ejercicio para caber en los míos.

—Qué mona —murmuró Braden en su café, riéndose con la mirada.

Le sonreí, mi segunda disculpa no verbal por mi brusquedad con él.

—En fin, supongo que voy sola. Os veo luego.

—Gracias por el café, Jocelyn —dijo Braden con descaro cuando yo ya me alejaba por el pasillo.

Me estremecí.

—¡Es Joss! —le grité refunfuñando, tratando de no hacer caso del sonido de su risa.

***

—Así que ahora que hemos hecho las presentaciones y hemos dejado atrás lo básico, ¿quieres contarme por qué sientes que era el momento de hablar con alguien? —me preguntó con suavidad la doctora Kathryn Pritchard.

¿Por qué todos los terapeutas hablaban en voz tan suave y relajante? Se suponía que el objetivo era calmarte, pero sonaba igual de condescendiente que cuando tenía quince años. Miré a mi alrededor en el amplio consultorio de North St. Andrews Lane.

Era sorprendentemente agradable y moderno, nada parecido a la consulta llena de cosas de la terapeuta que había visto en el instituto. Además, la terapia del instituto era gratis. Esa tía me iba a costar una pequeña fortuna.

—Necesita flores o algo —observé—. Un poco de color. Este consultorio no es muy acogedor.

Me sonrió.

—Tomo nota.

No dije nada.

—Jocelyn…

—Joss.

—Joss. ¿Por qué estás aquí?

Sentí un nudo en el estómago y empezaron los sudores fríos. Tuve que darme prisa para recordarme que cualquier cosa que le dijera era privada. Nunca la vería fuera del consultorio, y ella nunca usaría mi pasado ni mis problemas contra mí, ni para conocerme personalmente. Respiré hondo.

—He empezado a tener ataques de pánico otra vez.

—¿Otra vez?

—Tenía muchos cuando tenía catorce años.

—Bueno, los ataques de pánico son provocados por toda clase de ansiedades. ¿Por qué entonces? ¿Qué estaba pasando en tu vida?

Me tragué el ladrillo de mi garganta.

—Mis padres y mi hermana pequeña murieron en un accidente de coche. Yo no tenía más familia, salvo un tío al que no le importaba en absoluto, y pasé el resto de mi adolescencia en casas de acogida.

La doctora Pritchard había estado escribiendo mientras hablaba. Se detuvo y me miró a los ojos.

—Lo siento mucho, Joss.

Noté que mis hombros se relajaban por su sinceridad y asentí a modo de reconocimiento.

—Después de que murieron, empezaste a tener ataques de pánico. ¿Puedes describirme los síntomas?

Lo hice y ella fue asintiendo.

—¿Hay un desencadenante? ¿Al menos eres consciente de alguno?

—No me permito mucho pensar en ellos. En mi familia, me refiero. Recuerdos de ellos, reales, recuerdos sólidos, no solo impresiones vagas… los recuerdos desencadenan los ataques.

—¿Pero pararon?

Hice una mueca.

—Soy muy buena en no pensar en ellos.

La doctora Pritchard levantó una ceja.

—¿Durante ocho años?

Me encogí de hombros.

—Puedo mirar fotos, puedo tener una idea sobre ellos, pero evito cuidadosamente recuerdos concretos de nosotros juntos.

—¿Pero tus ataques de pánico han empezado otra vez?

—Bajé la guardia. Dejé que llegaran los recuerdos, tuve un ataque de pánico en el gimnasio y luego en una cena familiar con una amiga.

—¿En qué estabas pensando en el gimnasio?

Me moví con inquietud.

—Soy escritora. Bueno, lo intento. Empecé a pensar en la historia de mi madre. Es una buena historia. Triste. Pero creo que a la gente le gustaría. La cuestión es que tuve un recuerdo (unos pocos) de mis padres y de su relación. Tenían una buena relación. Lo siguiente que supe fue que había un tío ayudándome a que me levantara de la cinta de correr.

—¿Y la cena familiar? ¿Fue la primera cena familiar que has tenido desde las casas de acogida?

—Nunca tuvimos cenas familiares en las casas de acogida. —Sonreí sin humor.

—¿Así que fue tu primera cena familiar después de perder a los tuyos?

—Sí.

—¿Y eso también desencadenó un recuerdo?

—Sí.

—¿Has tenido algunos cambios importantes en tu vida recientemente, Joss?

Pensé en Ellie y Braden y en nuestro café matinal de una semana antes.

—Me he mudado. Nuevo apartamento, nueva compañera de piso.

—¿Algo más?

—Mi antigua compañera de piso, mi mejor amiga, Rhian, se trasladó a Londres y ella y su novio acaban de comprometerse. Pero eso es todo.

—¿Tú y Rhian estabais muy unidas?

Me encogí de hombros.

—Lo más unida que puedo estar.

La doctora me sonrió con la tristeza presionando en sus labios.

—Bueno, esa frase dice mucho. ¿Y tu nueva compañera de piso? ¿Permites que tu nueva compañera de piso se te acerque?

Pensé en ello. Supongo que dejaba que Ellie se acercara más de lo que habría imaginado.

—Ellie. Nos hemos hecho amigas deprisa. No lo esperaba. Los amigos de Ellie son majos y nos vemos a menudo con su hermano y su grupo. Supongo que tengo más vida social ahora.

—¿Fue en casa de la familia de Ellie y su hermano donde tuviste el ataque de pánico?

—Sí.

La doctora Pritchard asintió y garabateó algo más.

—¿Bueno? —pregunté.

Ella me sonrió.

—¿Estás buscando un diagnóstico?

Levanté una ceja.

—Siento decepcionarte, Joss, pero apenas hemos arañado la superficie.

—Pero ¿cree que estos cambios tienen que ver con eso? Quiero que los ataques de pánico paren.

—Joss, llevas quince minutos en mi oficina y ya puedo decirte que esos ataques de pánico no van a parar pronto… a menos que empieces a afrontar la muerte de tu familia.

¿Qué? Bueno, eso era simplemente estúpido.

—La he afrontado.

—Mira, has sido lo bastante lista para saber que tienes un problema y que necesitas hablar con alguien sobre tu problema, así que eres lo bastante lista para darte cuenta de que enterrar los recuerdos de tu familia no es una forma sana de afrontar su muerte. Los cambios en la vida cotidiana, gente nueva, nuevas emociones, nuevas expectativas pueden desencadenar sucesos pasados. Sobre todo si no te has enfrentado a ellos correctamente. Pasar tiempo con una familia después de años de no tener la tuya ha derribado el muro que habías levantado en torno a la muerte de tu familia. Creo que es posible que estés sufriendo de un trastorno de estrés postraumático, y eso no es algo que se pueda pasar por alto.

Gruñí.

—¿Cree que tengo TEPT? ¿Lo que tienen los veteranos de guerra?

—No solo es cosa de soldados. Cualquiera que sufra alguna clase de pérdida o trauma emocional o físico puede sufrir TEPT.

—¿Y cree que lo tengo?

—Posiblemente, sí. Sabré más cuanto más hablemos. Y con suerte cuanto más hablemos, más fácil te resultara pensar en tu familia y recordar.

—Eso no suena como una buena idea.

—No será fácil. Pero ayudará.