17

Con un montón de sexo y risas, ese fin de semana Braden y yo cerramos la brecha que se había abierto entre nosotros. Yo trabajé, Braden trabajó y luego el domingo, Elodie y Clark se llevaron a los niños a pasar el día en St. Andrews, con lo cual Ellie, Braden y yo salimos con Adam, Jenna y Ed. Era la primera vez que estábamos juntos en una situación social con otra gente desde que había empezado lo nuestro. Supe en cuanto entramos a comer en el pub favorito de Ed en la Royal Mile que ya todos estaban al corriente de nuestro acuerdo. Jenna nos miró como si fuéramos un experimento científico y Ed tenía esa sonrisa bobalicona, de niño pequeño. Adam llegó a guiñarme un ojo. Juro por Dios que habría salido corriendo si Braden no lo hubiera previsto y no me hubiera agarrado del brazo para tirar de mí hacia delante. Una vez que se dieron cuenta de que nada había cambiado —no éramos una pareja, no nos cogimos de la mano ni hicimos carantoñas y, de hecho, nuestras sillas estaban bastante separadas—, los chicos actuaron con normalidad. Disfrutamos de una gran comida y unas pocas cervezas y luego fuimos juntos al cine. Braden ocupó un asiento al lado del mío y, vale…, puede que hubiera caricias en la oscuridad.

No nos vimos el lunes, con lo cual conseguí escribir otro capítulo de mi libro y hacerme un hueco para otra visita con la doctora Pritchard. Eso fue divertido. El martes, Braden hizo su pausa de mediodía en mi cama. El miércoles estuvo desbordado de trabajo y no lo vi en ningún momento. Pasé la noche con Ellie, soportando una peli romántica juvenil que me puso los dientes largos de tan empalagosa que era. Insistí en que la siguiente noche de cine veríamos algo o a alguien mutilado por una estrella de acción o pondríamos una peli de Gene Kelly.

—Eres un chicote. —Ellie arrugó la nariz mientras comía grageas de chocolate.

Aparté la mirada de la empalagosa peli romántica para mirarla a ella a través de la sala. Estaba tumbada en el sofá, cubierta de envoltorios de chocolate. ¿Cómo es que no engordaba?

—¿Porque no me gustan las pelis románticas cursis?

—No, porque prefieres ver que aporrean a alguien en lugar de una declaración de amor.

—Cierto.

—Chicote.

Puse mala cara.

—Creo que Braden no estaría de acuerdo.

—Uf. Eso ha sido feo.

Sonreí perversamente.

—Has dicho que era un tío.

Ellie volvió la cabeza en un cojín para mirarme.

—Hablando de… No es que quisiera fijarme (no puedo evitar mis capacidades excepcionales de observación), pero parece que estáis haciendo lo que estéis haciendo según la agenda de Braden. ¿Te parece bien?

No es que yo misma no me hubiera fijado. Pero en serio, ¿cómo podía discutir eso? Yo «trabajaba» en casa, y Braden trabajaba todo el tiempo. Cuando yo trabajaba, era en dos de las únicas noches en que Braden estaba libre.

—Es un tío ocupado. Eso lo entiendo.

Ellie asintió.

—A un montón de sus novias les molestaba.

—A mí me molesta que me digan que soy su novia —advertí de manera provocadora.

—Yo nunca he dicho que fueras su novia. Solo quería decir…, mira, en realidad no sé lo que quería decir porque vosotros dos me dejáis patidifusa.

Me di cuenta de que se estaba preparando para poner a trabajar su yo exageradamente romántico en una rabieta contra Braden y contra mí, así que cambié rápidamente de tema.

—No has mencionado mucho a Adam últimamente.

La cara de mi compañera de piso se oscureció y lamenté no haber elegido otro tema.

—Apenas hemos hablado desde ese domingo en casa de mamá. Creo que se dio cuenta de que estaba mandándome señales contradictorias, así que se retiró por completo.

—No me fijé en nada extraño entre vosotros cuando salimos el domingo.

—Eso es porque estabas en Braden Land.

Solté una risotada.

—Sí, vale.

Ellie negó con la cabeza.

—Pasmada delirante.

Esa era nueva. No recordaba que Rhian o James me hubieran llamado nunca eso.

—¿Acabas de llamarme pasmada?

—Sí. Delirante.

—¿Puedo preguntar qué significa eso?

—Una persona que demuestra una falta de conocimiento de una situación; una persona estúpida; idiota; un cateto. Una pasmada delirante: el estúpido, idiota y ciego error de Joss Butler sobre la verdadera naturaleza de su relación con mi hermano, Braden Carmichael.

Me lanzó una mirada fulminante, pero era una mirada fulminante de Ellie, así que en realidad no contaba.

Asentí con la cabeza.

—Pasmada. Buena palabra.

Me lanzó un cojín.

***

Cuando pasó el jueves y recibí un mensaje de texto de Braden para decirme que no podía venir esa noche, tuve que reconocer cierta decepción un poco adolescente. No podía reconocer estar enormemente decepcionada, porque había sepultado esa emoción bajo mi trampilla de acero. Él estaba en las últimas fases de cerrar un contrato para el proyecto inmobiliario en el que había estado trabajando ese verano, de modo que lo comprendía. Eso no quería decir que no me jodiera.

Me atrincheré y escribí todo el día, asombrada y gratificada por haber logrado redactar unos cuantos capítulos más sin tener que abrir los recuerdos que sin duda volverían a condenarme al cuarto de baño con un ataque de pánico. Aunque tenía que reconocer que no había sufrido ninguno desde el ataque épico del viernes pasado.

El jueves por la noche, sin ningún Braden que me mantuviera ocupada, me dejé aliviar el dolor con un maratón de Denzel Washington. Ellie renunció después de dos películas y se fue a acostar. Unas horas después yo estaba KO.

Me desperté al sentir que caía al vacío.

—¿Qué? —murmuré, tratando de adaptar la vista a la escasa luz.

—Chis, nena. —La voz suave de Braden atronó encima de mí y me di cuenta de que estaba en sus brazos—. Te voy a llevar a la cama.

Le eché unos brazos somnolientos al cuello mientras él me llevaba a mi dormitorio.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Te echaba de menos.

—Hum —murmuré, hundiéndome más profundamente en él—. Yo también te he echado de menos.

Al cabo de un segundo estaba dormida.

***

Estaba soñando que el mundo se inundaba y el agua subía dentro de nuestro apartamento sin dejar salida, con un pánico cada vez más intenso a medida que el nivel ascendía hacia el techo y me dejaba esperando una muerte inminente, cuando una descarga de deseo me impactó entre las piernas y bajé la mirada para ver una alucinante cabeza de tritón allí abajo. El agua desapareció en un instante y yo estaba tumbada de espaldas con el tritón sin rostro, que ahora ya era solo un hombre y me estaba derritiendo de gusto.

—Oh, Dios. —Respiré, con la sensación atravesándome y devolviéndome a la consciencia.

Abrí los ojos. Estaba en la cama. Era la mañana.

Y tenía la cabeza de Braden entre mis piernas.

—Braden —murmuré, relajándome contra el colchón, deslizando las manos en su cabello suave. Tenía la lengua más mágica.

Mis caderas se propulsaron en un espasmo cuando Braden lamió mi clítoris, trazando círculos con la lengua en torno a él, deslizando los dedos en mi interior. Perdí el control de la respiración, sintiendo que el corazón me latía en los oídos, y en cuestión de segundos me estaba corriendo en su boca.

Menuda forma de despertarse.

Mis músculos se hundieron en la cama cuando Braden reptó por mi cuerpo, sonriéndome con la mirada al tumbarse encima de mí. Noté su erección frotándose en mi centro húmedo.

—Buenas días, nena.

Acaricié su cintura, clavándole ligeramente las uñas en la piel de una forma que sabía que le gustaba.

—Buenos días. Y qué feliz mañana es esta.

Él se rio de mi sonrisa bobalicona y se tumbó a mi lado. Me volví para ver el reloj, pero me fijé en un objeto en mi escritorio. Me erguí de repente, mirándolo, preguntándome si de verdad lo estaba viendo bien. Sentí a Braden en mi espalda, con la barbilla clavada en mi hombro.

—¿Te gusta?

Una máquina de escribir. Había una máquina de escribir brillante, negra y pasada de moda en mi escritorio, al lado de mi portátil. Era preciosa, como la que le había contado a Braden que había prometido comprarme mi madre. La que no me compró porque murió antes de poder hacerlo.

Era un regalo fantástico. Un regalo hermoso y bien pensado. Y era más que sexo.

Sentí la presión en el pecho antes de que pudiera hacer nada por detenerla y mi cerebro se nubló como si estuviera demasiado lleno. Noté que explotaba un cosquilleo en toda mi piel y mi corazón se desbocó.

—Jocelyn.

La voz de Braden penetró entre la niebla y yo me estiré hacia su mano para tranquilizarlo.

—Respira —murmuró en mi oído, apretándome la mano con la suya, con la otra en mi cadera, sosteniéndome contra él.

Inspiré y espiré de forma rítmica, recuperando el control, dejando que mis pulmones se abrieran. El corazón empezó a latirme más despacio y mi mente comenzó a despejarse. Agotada, me apoyé en el pecho de Braden.

Al cabo de un minuto o dos, Braden dijo:

—Sé que no quieres hablar de por qué te dan estos ataques de pánico, pero… ¿te pasa a menudo?

—A veces. Últimamente más.

Suspiró y mi cuerpo se movió con la agitación de su pecho.

—Quizá deberías hablar con alguien de ellos.

Me aparté de él, incapaz de mirarlo.

—Ya lo estoy haciendo.

—¿Sí?

Asentí con la cabeza, escondiéndome detrás de mi cabello.

—Con una terapeuta.

Su voz era callada.

—¿Estás viendo a una terapeuta?

—Sí.

Llevaba el pelo recogido por detrás de la oreja y Braden deslizó sus dedos por mi mandíbula para girar mi cara hacia la suya. Sus ojos eran amables, preocupados. Comprensivos.

—Bien. Me alegro de que al menos estés hablando con alguien.

«Eres hermoso».

—Gracias por la máquina de escribir. Es preciosa.

Braden esbozó una sonrisa de inquietud.

—No quería causar un ataque de pánico.

Lo besé rápidamente para tranquilizarlo.

—Son mis rollos, no te preocupes por eso. Me encanta. Has sido muy amable. —Y algo más. Para olvidarme de ese algo más, sonreí demoníacamente y deslicé una mano por su estómago para cogerle la polla. Se puso dura al instante—. Pero no puedo aceptarla, sin darte un regalo a cambio.

Justo cuando bajé la cabeza, Braden me detuvo, sujetándome por los brazos para volver a subirme. Torcí el gesto. Sabía que lo deseaba. Estaba pulsando en mi mano.

—¿Qué?

Su expresión había cambiado de repente: ojos oscuros, rasgos graníticos.

—Si lo haces es porque quieres, no por la máquina de escribir. Era solo un regalo, Jocelyn. No te hagas películas y no lo retuerzas en algo que no es.

Me tomé un momento para asimilarlo y por fin asentí.

—Vale. —Lo apreté un poco más fuerte y sus narinas se dilataron—. Entonces voy a devolverte el favor que me has hecho antes.

Lentamente, me soltó y se apoyó en los codos.

—Eso puedo aceptarlo.

***

—¿Así pues, el libro está en marcha? —preguntó la doctora Pritchard, pareciendo complacida.

Asentí.

—Voy avanzando.

—¿Y los ataques de pánico?

—He tenido unos cuantos.

—¿Cuándo ocurrieron?

Se lo conté y cuando terminé ella levantó la mirada y vi en ella algo que no comprendí.

—¿Le dijiste a Braden que me estabas viendo?

Oh, cielos, ¿qué había de malo en eso? Solo se me escapó. No sabía por qué…

—Sí, lo hice. —Simulé que no me importaba.

—Creo que está bien.

Espera. ¿Qué?

—¿Sí?

—Sí.

—¿Por qué?

—¿Tú qué crees?

Puse mala cara.

—Siguiente pregunta.

***

Vi a Braden casi cada día después de esa mañana. Pasamos la siguiente semana saliendo. Ellie, Braden, Jenna, Adam y una chica que Adam había traído como pareja pasaron por el bar el sábado por la noche antes de arrastrar a Braden a un club nocturno. Él detestaba ir a los clubes nocturnos, lo cual me había llevado a plantearle la pregunta de por qué poseía uno. Su respuesta fue que era un buen negocio. Cuando lo estaban sacando a rastras del bar hacia el club nocturno, le ofrecí una sonrisa simpática. No me sorprendió del todo descubrir que había escapado del club para pasar a recogerme. El domingo hubo cena con Elodie y Clark, que se resumió en Declan y Hannah discutiendo, con Clark pasando por alto la discusión y Elodie empeorándola. Ellie, en un intento de olvidar la cita de Adam de la noche anterior, no dejó de quejarse de que la graduación de sus gafas no era correcta, y nadie se fijó en nada diferente sobre Braden y yo. Gracias a Dios. La cabeza de Elodie explotaría si supiera lo que estaba ocurriendo entre nosotros.

El lunes por la noche, Braden se pasó por casa después de que hubiera ido al gimnasio; éramos socios de gimnasios diferentes, y daba gracias por eso, porque necesitaba concentrarme cuando estaba haciendo ejercicio. Salimos con Ellie, y Braden se quedó a pasar la noche. El martes por la noche fui a mi primera cena de negocios oficial. Una de verdad esta vez. Lo que no sabía era que Braden iba a vender su restaurante francés para mantener un caro restaurante escocés contemporáneo de marisco que poseía en el Shore. Era una venta privada a un amigo de negocios. Una venta privada, pero los medios locales se enteraron y escribieron un artículo sobre el cambio de manos de La Cour y especularon sobre la razón de que Braden lo vendiera.

—Es demasiado —había explicado Braden después de pedirme que lo acompañara a la cena, que era en realidad solo una celebración entre él y el tipo que había hecho la compra—. El club nocturno se ha convertido en un éxito mucho más grande de lo que esperaba, la agencia inmobiliaria siempre me mete en un problema u otro y me aleja de la construcción de propiedades, que es lo que disfruto, y estoy en demasiadas cosas a la vez. La Cour era de mi padre. No hay nada en él que tenga mi sello. Así que lo he vendido.

Nos reunimos con Thomas Prendergast y su mujer Julie en Tigerlily. Yo llevaba un vestido nuevo y traté de ser lo más encantadora posible. Bueno, encantadora de la única forma en que sabía serlo. Thomas era mayor que Braden y mucho más serio, pero era amable y claramente respetaba a Braden. Julie era como su marido, reposada, tranquila pero amable. Lo bastante amable para hacer preguntas personales. Preguntas personales que Braden me ayudó a desviar.

Después lo recompensé bien por eso.

En general, la cena fue agradable. Braden parecía más relajado ahora que no tenía el peso de La Cour sobre los hombros, y por alguna razón descubrí que el hecho de que él estuviera relajado me relajaba. Pasamos el miércoles por la noche en su apartamento, sobre todo porque en el mío teníamos que estar en silencio, y eso eliminaba parte de la diversión del sexo. Así que tuvimos sexo ruidoso en el sofá, en el suelo y en su cama.

Saciada, me tumbé sobre las sábanas enredadas, mirando al techo. Su dormitorio era tan contemporáneo como el resto del dúplex. Cama baja, japonesa; armarios empotrados para que no ocuparan espacio; un sillón en el rincón de la ventana; dos mesillas de noche. Nada más. Necesitaba al menos algunos cuadros.

—¿Por qué no hablas de tu familia?

Todo mi cuerpo se tensó. La respiración salió a chorro ante una pregunta para la que no estaba en absoluto preparada. Volví la cabeza en la almohada para mirarlo con incredulidad. Él no me estaba mirando con cautela, como si estuviera esperando que me desquiciara. Solo parecía decidido. Respiré hondo y aparté la mirada.

—Porque no.

—Eso no es una respuesta, nena.

Levanté las manos.

—Están muertos. No hay nada de qué hablar.

—No es cierto. Podrías hablar de quiénes eran como personas. Lo que erais como familia. Cómo murieron…

Batallé un momento con mi rabia, tratando de contenerla. Sabía que él no pretendía ser cruel. Tenía curiosidad, quería saberlo. Era razonable. Pero yo creía que nos comprendíamos el uno al otro. Pensaba que él me entendía.

Y entonces me di cuenta de que era imposible que me comprendiera.

—Braden, sé que tu vida no ha sido fácil, pero no puedes entender lo jodido que es mi pasado. Es una mierda. Y ese no es un lugar al que quiera llevarte.

Se sentó, levantando la almohada contra el cabezal de la cama, y yo me puse de costado para mirarlo cuando él me miró, con un dolor en sus ojos que no había visto antes.

—Entiendo lo que es un pasado jodido, Jocelyn. Créeme.

Esperé, sintiendo que había más en el horizonte.

Y él suspiró, paseando la vista por encima de mí para mirar por la ventana.

—Mi madre es la mujer más egoísta que he conocido. Y ni siquiera la conozco tan bien. Estaba obligado a quedarme con ella durante las vacaciones de verano, viajando por Europa, viviendo de algún amante al que había conseguido manipular para que estuviera con ella. El año escolar lo pasaba con mi padre en Edimburgo. Douglas Carmichael podía ser un cabrón duro y distante, pero era un cabrón que me quería, y eso es mucho más de lo que mi madre hizo nunca. Y papá me dio a Ellie y a Elodie. Elodie era la única cosa por la que discutía con mi padre. Ella es una persona dulce, una mujer buena, y él nunca debería haberla cortejado para tratarla como a todas las demás. Pero lo hizo. Al menos, Elodie terminó con Clark, y Ellie terminó con un hermano que haría cualquier cosa por ella. Con Ellie mi padre simplemente no era afectuoso, nada más. Conmigo ponía la presión. Y yo era un idiota al que le sublevaba seguir los pasos de papá. —Resopló, negando con la cabeza—. Si pudiéramos dar marcha atrás y poner algo de sentido en esos chicos que fuimos.

«Si pudiéramos».

—Empecé a salir con malas compañías, a fumar maría, emborracharme y meterme en un montón de peleas. Estaba cabreado. Cabreado con todo. Y me gustaba usar los puños para desembarazarme de esa rabia. Tenía diecinueve años y salía con una chica de una zona conflictiva. Su madre estaba en prisión, su padre había muerto y su hermano era yonqui. Una chica bonita, una mala vida familiar. Una noche se presentó en mi casa y estaba histérica, hecha un guiñapo. —Se le empañaron los ojos al recordarlo, y supe de manera instintiva que lo que iba a contarme a continuación iba a ser peor que terrible—. Estaba llorando, temblando y tenía vómito en el pelo. Había llegado a casa esa noche y su hermano iba tan puesto de caballo que la violó.

—Oh, Dios mío. —Respiré, sintiendo dolor físico por la chica que no había conocido, y por Braden, por el hecho de que le hubiera pasado algo así a alguien que le importaba.

—Perdí el juicio. No me di tiempo a pensar. Salí disparado, corriendo hasta su casa solo por el efecto de la adrenalina. —Se detuvo, con la mandíbula apretada—. Jocelyn, le di una paliza que casi lo mato. —Me miró desde arriba, con remordimiento en su expresión—. Soy un hombre grande —susurró—. Ya lo era de adolescente. No me daba cuenta de mi propia fuerza.

No podía creer que me estuviera contando eso. No podía creer que eso le hubiera ocurrido a él. A Braden, del que pensaba que vivía en un mundo de cenas elegantes y apartamentos de lujo. Aparentemente, él también había estado un tiempo en otro mundo.

—¿Qué ocurrió?

—Me fui, hice una llamada anónima para pedir una ambulancia y se lo conté a ella. Ella no me culpó. De hecho, cuando la policía lo encontró, nos encubrimos mutuamente. Su hermano era un conocido yonqui, no había testigos, pensaron que la paliza estaba relacionada con las drogas. Estuvo en coma unos días. Los peores días de mi vida. Cuando se despertó, le dijo a la policía que no recordaba quién le había atacado, pero cuando entré con su hermana, ella le contó lo que había hecho.

La voz de Braden flaqueó un poco.

—Él empezó a llorar. Probablemente fue la imagen más penosa que he visto nunca: él llorando y ella mirándolo con odio en los ojos. Ella se fue. Él me prometió que no contaría la verdad sobre lo que había ocurrido. Dijo que se lo merecía, que tendría que haberlo matado. Yo no pude hacer nada por ninguno de ellos. A él nunca lo volví a ver. Mi relación con ella se derrumbó cuando ella se volvió hacia las drogas para afrontar lo que le había ocurrido, rechazando mi ayuda. Lo último que supe hace unos años fue que había muerto por sobredosis.

Me incorporé al lado de Braden, con todo mi cuerpo dolorido por él.

—Braden… lo siento.

Asintió y volvió la cabeza para mirarme.

—Nunca me he metido en una pelea desde entonces. No le he levantado la mano a nadie. Mi padre y yo enterramos mucha mierda después de eso. Era la única otra persona que conocía la verdad, y me ayudó a darle la vuelta a todo. Se lo debo.

—Creo que todos se lo debemos. —Sonreí con tristeza, pasando los dedos por su mandíbula al darme cuenta de que había confiado en mí.

En mí.

Oh, Dios.

¿Estaba en deuda con él de alguna manera? ¿O no era así? Había confiado en mí, porque sabía que no se lo contaría a nadie, porque sabía que no lo juzgaría.

Se me ocurrió, sentada a su lado —sintiendo dolor por él—, que podía estar segura de que él nunca contaría a nadie nada de lo que compartiera con él. Nunca me juzgaría. Solté un suspiro y bajé la mano, con mi estómago retorciéndose al pugnar conmigo misma.

—Dru. —Su nombre salió de mis labios antes de que pudiera pensar en ello.

El cuerpo de Braden se tensó en alerta.

Asentí, con la mirada en mi estómago en lugar de en su cara. La sangre se agolpó en mis oídos y me aferré a las sábanas para que dejaran de temblarme los dedos.

—Era mi mejor amiga. Crecimos juntas y, cuando mi familia murió, ella era lo único que me quedaba. No había nadie más. —Tragué con fuerza ante el aluvión de recuerdos—. Yo estaba hecha un asco… y era rebelde. Arrastré a Dru a fiestas para las que éramos demasiado jóvenes, hicimos cosas para las que éramos demasiado jóvenes. Fue poco más de un año después… y había una fiesta al lado del río. Yo estaba en esa época de ligar con chicos, algunos solo para besuquearme o, si estaba suficientemente borracha, entonces otras cosas, y Dru estaba tratando de acumular confianza para pedirle a Kyle Ramsey que saliera con ella. —Resoplé sin humor—. Kyle me volvía loca. Siempre me estaba dando la lata, pero después…, bueno, aparte de Dru era la única persona con la que me sentaba y hablaba de todo. Era realmente un buen chico. Y me gustaba —confesé con suavidad—. Me gustaba mucho. Pero Dru estaba colgada de él desde siempre, y yo ya no era la chica de la que él se había enamorado. Dru no quería salir esa noche. Pero yo la convencí de que estaría Kyle y la obligué a venir conmigo.

»La fiesta estaba en su apogeo y yo pensé que Dru estaba hablando con Kyle mientras yo estaba coqueteando con el capitán del equipo de fútbol americano, pero de repente tenía a Kyle a mi lado, diciéndome que quería hablar conmigo. Nos alejamos para tener un poco de intimidad y él empezó a decir toda clase de cosas. Que yo era mejor que lo que estaba haciendo con todos esos tíos. Que mis padres estarían fatal si pudieran verme así. —Tomé una respiración entrecortada tras esa confesión—. Y me dijo que yo le importaba. Que pensaba que me quería de verdad. Yo no pensé. Solo dejé que me besara y antes de darme cuenta estábamos muy calientes. Paró antes de que la cosa fuera demasiado lejos y me dijo que no tenía que acostarse conmigo para mantener su interés. Que quería que fuera su novia. Y le dije que no podía ser, porque Dru estaba loca por él, y yo no podía hacerle eso. Estuvimos dándole vueltas a lo mismo durante un rato hasta que decidí que necesitaba emborracharme o algo para alejarme de todo el drama adolescente. Pero cuando entré en la fiesta principal una de las amigas de Dru me dijo que era una zorra traidora. Y me di cuenta de que Dru se había enterado de que había estado besándome con Kyle.

Cerré los ojos, viendo la imagen de ella de pie junto al columpio de cuerda, con el odio tan intenso en sus ojos.

—La encontré río abajo, completamente borracha. Estaba tratando de agarrarse a ese viejo columpio que te balanceaba sobre el agua, pero la cuerda estaba deshilachada y en desuso y esa noche la corriente era traicionera. Le rogué que volviera a la fiesta y hablara conmigo, pero no dejaba de gritar que era una traidora y una puta. —Levanté la mirada y descubrí que Braden tenía sus ojos tristes fijos en mí—. Se columpió antes de que yo pudiera detenerla y la cuerda se rompió. Dru gritó para pedirme ayuda cuando la corriente la arrastró, y yo no me lo pensé y me lancé al agua a por ella. Pero Kyle estaba detrás de nosotras y se tiró a por mí, y era un nadador mucho más fuerte. En lugar de dejarme ir a por ella, tiró de mí hacia las rocas. El cuerpo de Dru apareció río abajo. Había muerto. Y nunca más volví a hablar con Kyle.

—Nena —murmuró Braden, acercándose a mí, pero levanté la mano para advertirle que no lo hiciera, negando con la cabeza, con furia en los ojos.

—Yo la maté, Braden. No merezco compasión.

Ahora parecía horrorizado.

—Jocelyn, tú no la mataste. Fue un trágico accidente.

—Hubo una serie de sucesos causados por mis acciones. Soy la culpable.

Braden abrió la boca para hablar y yo puse una mano suave sobre sus labios.

—Sé que no es racional —dije—. Eso lo sé. Pero no sé si alguna vez llegaré a un punto en el que no me culpe. De todos modos, intento convivir con ello. Contártelo ha sido algo enorme. Créeme.

Braden me arrastró por la cama hasta sus brazos, con la mano en mi nuca.

—Gracias por confiar en mí.

Sostuve su mejilla con la mano y suspiré pesadamente.

—Creo que ahora necesitamos sexo.

Juntó las cejas.

—¿Por qué?

—Para recordarnos qué estamos haciendo aquí —repuse con tono amenazador.

Los ojos de Braden se entornaron.

—No —me dijo con brusquedad, apretándome el cogote—. Tendría sexo contigo por cualquier cosa menos por eso.

Sorprendida, descubrí que por una vez no tenía respuesta, y Braden no la esperó. Me plantó un beso en la boca y luego se deslizó en la cama, atrayéndome hacia él. Me puso en su lado y se inclinó para apagar la luz.

—Duerme, nena.

Anonadada por los sucesos de la noche, me quedé allí tumbada escuchándolo respirar antes de que el agotamiento me reclamara.

***

—¿Cómo te sientes ahora que le has hablado a Braden de Dru?

Mi mirada se deslizó del título de doctorado enmarcado en la pared de la doctora Pritchard a su cara.

—Asustada, pero aliviada al mismo tiempo.

—Asustada porque se lo has contado a alguien además de a mí.

—Sí.

—¿Y aliviada…?

Me moví en el asiento.

—Soy perfectamente consciente de que soy reservada con la gente, y sé que eso no es valiente, pero es así como manejo las cosas. Cuando se lo conté a Braden, no se acabó el mundo. Me sentí valiente por una vez. Y eso fue una especie de alivio.