Estaba tumbada, mirando al techo, sintiendo la punzada entre mis piernas y los músculos doloridos al moverme.
Había tenido el mejor sexo de mi vida la última noche.
Con Braden Carmichael.
Y luego hicimos cucharita. Fruncí el ceño al pensarlo, volviendo la cabeza en la almohada para ver el lugar vacío que había quedado a mi lado en el colchón. No me gustaba la idea de que hacer cucharita formara parte del trato, pero, puesto que venía con beneficios adicionales, iba a tragarme mi incomodidad y enfrentarme a ello. Sobre todo porque Braden había hecho lo correcto y se había marchado sin despertarme.
Eso decía a gritos «solo sexo».
Podía funcionar. Podía hacerlo.
El sonido de un armario al cerrarse en la cocina me hizo levantar de la cama, con el corazón acelerándose. ¿Ellie estaba en casa? Y entonces mi atención se posó a los pies de la cama: la camisa de Braden. La había recogido del suelo. Miré la alarma de mi reloj. Las ocho en punto.
Mierda. Todavía estaba ahí. ¿Qué estaba haciendo en casa? ¿No tenía que trabajar? La irritación se abrió pasó en mi sangre y noté las mejillas calientes al saltar de la cama para sacar una camiseta y unos pantaloncitos de pijama. Sobre la marcha, me recogí el pelo en una cola de caballo alborotada y fui a ocuparme de él.
Me quedé paralizada en el umbral de la cocina y sentí el demasiado familiar tirón del deseo. De pie, sirviendo leche en dos tazas de café, Braden estaba impresionante. Se había puesto los pantalones del traje, pero, por supuesto, no llevaba camisa. Los músculos en sus amplios hombros se movían con él y no pude evitar recordar lo mucho que me había gustado sentirlos moviéndose bajo mis manos.
—Dos de azúcar, ¿verdad? —me preguntó antes de mirar por encima del hombro con una pequeña sonrisa.
Esa sonrisa me golpeó en el pecho como un puñetazo. Era íntima, afectuosa.
Me dolió horrores. Mi expresión se endureció.
—¿Qué estás haciendo todavía aquí?
—Preparando café. —Se encogió de hombros, añadiendo azúcar y revolviendo.
—¿No tienes trabajo?
—Tengo una reunión dentro de unas horas. Me queda tiempo para el café.
Sonrió otra vez al cruzar la cocina para pasarme el café. Mi mano envolvió la taza caliente justo cuando su boca bajó hacia la mía. Adicta al gusto de Braden, le devolví el beso. No fue un beso largo. Breve pero dulce. Cuando se apartó yo tenía cara de pocos amigos.
Braden suspiró y dio un sorbo a su café antes de preguntar.
—¿Y ahora qué?
—Todavía estás aquí.
Di media vuelta y me dirigí a la sala de estar, metiendo los pies debajo del trasero al arrebujarme en la esquina del sofá. Braden se hundió en el sillón y yo traté de no mirarlo. Mi ceño se hizo más profundo.
—Y vas sin camisa.
Su boca se curvó en la comisura, como si conociera a la perfección los efectos que me provocaba la visión de su cuerpo semidesnudo.
—Necesito un café para ponerme en marcha, y ya que estaba haciendo uno para mí he pensado que podía preparar otro para ti.
—Seguramente puedes funcionar lo bastante bien sin café como para pedir un taxi.
—Y hemos de hablar —añadió, como si yo no hubiera dicho nada.
Gemí y di un buen sorbo de café caliente.
—¿De qué?
—Para empezar, de tus turnos en el bar. Puede que necesite que me acompañes en noches del fin de semana. ¿Hay alguna forma de que puedas cambiar los turnos?
Respondí con una sonrisa de sacarina.
Braden levantó una ceja.
—¿Eso es un sí o un no?
—Es un no grande como una casa, joder. Braden, no voy a cambiar mis horarios por ti. —Me encogí de hombros—. Mira, como mucho podemos llegar a un compromiso. Si hay algún sitio al que quieres que vaya y me avisas con tiempo, pediré un cambio de turno.
Asintió con la cabeza.
—Me parece bien.
—¿Eso es todo? ¿Hemos terminado?
Él entrecerró los ojos y sentí un cambio repentino en el aire. Braden se inclinó hacia delante y yo retrocedí un poco más en el sofá, aunque había una mesita de café entre nosotros.
—Deja de tratarme como un rollo de una noche del que puedes deshacerte, Jocelyn. Me estás sacando de quicio.
Estaba seriamente confundida.
—Dijiste que era solo sexo.
—También dije que éramos amigos y estuviste de acuerdo. ¿Eres así de grosera con todos tus amigos?
—A veces.
Me lanzó una mirada de advertencia y yo solté aire pesadamente.
—Mira, sencillamente no quiero que esto se complique. No crees que hacer cucharita y luego prepararme café por la mañana es un poco…
—¿Un poco qué?
—Uf. —Si iba a ser obtuso con eso, iba a abandonar—. No lo sé.
Braden dejó la taza y se levantó, viniendo hacia mí lentamente. Mis ojos lo siguieron con una mezcla a partes iguales de cautela y deseo, y mi atención subió desde sus abdominales hasta su garganta. Me moría de ganas de besarle el cuello. Se sentó, cerca, y estiró el brazo por la parte de atrás del sofá de manera que quedé aprisionada.
—Nunca he hecho esto antes. Y apuesto a que tú tampoco. Así que toquemos de oído. Sin reglas. No hay ideas preconcebidas de cómo debería funcionar esto. Actuemos con naturalidad.
—Te equivocas —murmuré—. He hecho esto antes.
Para mi sorpresa, observé que la expresión de Braden se endurecía al instante. El músculo de su mandíbula se tensó y me lanzó una mirada insondable. Sentía que estaba tratando de taladrarme, pero no podía apartar la mirada a pesar de lo incómoda que me sentía.
—¿Has hecho esto antes? —preguntó con voz suave.
Me encogí de hombros.
—No había nada en el trato respecto a compartir nuestras historias sexuales. Basta con decir que sé de qué estoy hablando. Y hacer cucharita o preparar el café por la mañana no entra en esta clase de tratos.
—¿Has hecho esto antes? —repitió—. Creía que habías dicho que no habías tenido sexo en cuatro años. Y eso significa que tenías dieciocho la última vez que tuviste sexo.
Oh, ya veía adónde quería llegar con eso. Entrecerré los ojos.
—¿Y?
—Cuando yo tenía dieciocho años, la mayoría de las chicas que conocía estaban enamoradas del tío al que se tiraban.
—¿Y?
Braden se acercó, tratando de intimidarme.
—Entonces, ¿cuándo has hecho esto antes?
—No es asunto tuyo.
—Joder, Jocelyn, ¿no puedes responder una pregunta personal?
Estallé de rabia. Lo sabía. Lo sabía de verdad.
—Se acabó, hemos terminado. Esto era un completo error. —Me moví para levantarme, pero me encontré bloqueada en el sofá, boca arriba y con Braden encima de mí. Lo miré con los ojos como platos—. ¡Eres un cavernícola!
Un demasiado conocido Braden cabreado expulsó fuego de dragón con la cara a solo unos centímetros de la mía.
—No hemos terminado. Casi ni hemos empezado.
Me retorcí debajo de él, pero eso solo concluyó con él apretando sus caderas con más fuerza en las mías, y eso solo condujo a que tuviera una erección, y eso solo condujo a que yo me ruborizara al notar que mojaba las bragas. Mierda.
—Braden, esto no va a funcionar. No soy tu novia. Dijiste que no te gustaba hablar de sentimientos.
Inclinó la cabeza, con los hombros temblando. Me miró desde debajo de sus largas pestañas, riendo con incredulidad.
—Tú no eres como otras mujeres.
—No —respondí con sinceridad—. No lo soy.
Él se movió otra vez, poniéndose cómodo encima de mí y yo sentí el roce de su polla dura incitándome entre las piernas; separé los muslos de manera involuntaria. Me mordí el labio para ahogar un grito y los ojos de Braden destellaron con avidez.
—Para —dije jadeando.
—¿Que pare qué?
Volvió a describir círculos con las caderas, frotándose contra mí y causándome otra inyección de calor entre las piernas.
—Braden. —Apreté las manos contra su pecho—. En serio.
—Somos amigos —susurró pegado a mi boca—. Los amigos pueden hacer preguntas. Dime ¿a quién dejaste que te follara?
Bien. Si era lo que quería…
—A bastantes tíos. No recuerdo la mayoría de los nombres.
Se quedó de piedra, echándose hacia atrás para estudiarme. Volví a ver el temblor en su mandíbula.
—¿Qué coño significa eso?
Uf. ¿Estaba cabreado? Lo miré, subiendo las defensas.
—No tengo relaciones, Braden. Te lo dije. Pero me gusta el sexo y me gustaban las fiestas. El alcohol no es bueno para una relación de amor.
Se quedó en silencio un momento mientras lo procesaba. De hecho, estuvo tanto tiempo en silencio que supe lo que estaba pensando. Y me sentí mal e inútil. Lo empujé otra vez en el pecho.
—Ahora puedes levantarte.
Pero él no se arredró. Negó con la cabeza, con la expresión aclarándose al volver a mirarme a los ojos.
—Cuatro años —repitió en voz baja—. No habías tenido sexo en cuatro años. Desde que llegaste aquí, apuesto. ¿Qué cambió?
—Eso es otra pregunta.
La expresión de Braden se oscureció en algo que daba tanto miedo que al final me intimidó de verdad. Me tensé debajo de él, conteniendo la respiración cuando sus ojos pálidos me lanzaron chispas de fuego helado.
—¿Alguien te hizo daño, Jocelyn?
¿Qué? Oh, Dios mío… Me relajé al darme cuenta de la conclusión a la que había llegado.
—No. —Estiré el brazo y pasé una mano por su mejilla, con la esperanza de borrar de sus ojos esa expresión—. Braden, no. No quiero hablar de eso —expliqué con suavidad—. Pero nadie me hizo daño. Yo era alocada. Y luego dejé de serlo. Pero no estaba mintiendo anoche. Me hice un control y estoy sana. Y de todos modos, estoy segura de que tú has estado con muchas más chicas que hombres yo, y no te estoy juzgando.
—Yo no te estoy juzgando, Jocelyn.
—Oh, me estabas juzgando.
—No lo estaba.
—Lo estabas.
Se incorporó, con el brazo en torno a mi cintura para levantarme hacia él, y entonces me rodeó también con el otro brazo, de manera que quedé aprisionada contra su pecho caliente y desnudo. Mis manos se movieron inquietas en sus pectorales y puse los ojos como platos cuando me miró con esa expresión intensa en sus pupilas.
—No me gusta compartir —murmuró.
Lo había dicho antes. Algo se retorció en mi pecho, una mezcla de exaltación e inquietud.
—Braden, no soy tuya.
Sus brazos se tensaron.
—Durante los próximos tres meses lo eres. Lo digo en serio, Jocelyn. Nadie más te va a tocar.
Mi cuerpo se olvidó por completo de mi mente cuando esta gritó «corre, corre, corre», y sentí que mis pechos se hinchaban y mis pezones se endurecían pese a ese grito de advertencia.
—Estás siendo un capullo —le dije con voz quebrada, pero mis ojos me traicionaron al bajar a su boca.
—No te estaba juzgando —continuó él como si yo no hubiera dicho nada, depositando besos suaves y provocadores a lo largo de mi mandíbula hasta la oreja, donde su voz rugió de manera seductora—: En público eres Joss Butler. Fría, con autocontrol. En la cama eres Jocelyn Butler y eres caliente, nena. Descontrolada. Necesitada. Dulce. —Suspiró—. Me gusta saber eso. No me gusta el hecho de que otros hombres también lo sepan.
Quizás estaba tan caliente que olvidé quiénes éramos y lo que se suponía que tenía que ocurrir, pero me encontré en un momento de inusual sinceridad. Me incliné y le besé la garganta, encantada con la forma en que se arqueó para dejarme hacerlo. Mi mano subió por su pecho, a lo largo de su hombro y se acomodó en torno a su cuello. Mordisqueé y chupé y besé el camino hasta su boca, y entonces me retiré, tan preparada para tenerlo dentro que no tenía gracia.
—Eran chicos, no hombres. Y solo para que lo sepas… nunca obtuvieron de mí lo que tú obtuviste anoche. Nunca lo obtuvieron, porque nunca me dieron lo que tú me diste. Ni de lejos. —Froté mis labios en los suyos y al levantar la mirada me encontré con sus ojos sonriéndome—. Ahí tienes, un poco más de aire para hinchar tu ego. —Mi mano se tensó en torno a su cuello—. Pero es la verdad.
Esperé que él dijera algo, cualquier cosa. En cambio, el color de sus ojos se oscureció de deseo y me aplastó contra él. Sus labios exigieron que abriera la boca y lo hice, aceptando los besos profundos, posesivos, tratando de robarle el aliento porque me sujetaba con tanta fuerza que había perdido el mío. En menos de un minuto estaba desnuda y en menos de otro minuto más, él se estaba moviendo dentro de mí y demostrando de nuevo que a veces yo podía estar necesitada y ser dulce.
***
Entré en el dormitorio, vestida otra vez con la camiseta y los pantaloncitos, y observé a Braden abotonándose la camisa. Me sonrió por encima del hombro.
—¿Quieres asegurarte de que de verdad me voy?
Me encogí de hombros, sintiéndome mucho más relajada ahora que me había dado dos orgasmos espectaculares.
—Tocaremos de oído.
Su sonrisa se hizo más amplia.
—Va a ser fácil si lo único que hace falta para hacerte cambiar de opinión es sexo.
Le lancé una mirada exasperada.
—Braden, hablo en serio. Tocaremos de oído, y mientras estemos acostándonos juntos, aceptaremos no acostarnos con nadie más. Pero también aceptaremos no presionar al otro para que dé respuestas a preguntas que no quiere responder.
Al cabo de un rato de solo mirarme, Braden asintió por fin.
—Trato hecho.
—Vale, trato hecho.
—Será mejor que vaya a mi piso a ducharme y cambiarme. —Me plantó un beso rápido en los labios y su mano pasó a descansar en mi cintura—. Te veré esta noche.
Fruncí el ceño.
—No. Esta noche trabajo.
—Sí. Adam, Ellie y yo nos pasaremos.
—Ni hablar. —Negué con la cabeza.
No después de la última vez. Y en serio necesitaba un espacio para separarme de él.
Braden juntó las cejas.
—¿Por qué no?
—Estaré trabajando. No quiero distracciones.
—¿Vas a trabajar con Craig?
Hice una mueca.
—Sí.
Me agarró con más fuerza la cintura.
—Si te besa…
—Le arrancarás los dientes. —Asentí, poniendo los ojos en blanco—. Sí, sí, ya me acuerdo de todo el rollo macho escocés. No va a pasar nada. Te lo prometo. Pero no vas a pasarte esta noche.
—Bueno. —Se encogió de hombros en un gesto exageradamente despreocupado—. Entonces estaré aquí cuando vuelvas.
Vale, casi asentí antes de que mi cerebro dijera: «Espera. No, no, no».
—¡No! —repuse en voz un poco más alta de lo que pretendía.
Braden no parecía divertido.
—Ni siquiera llevamos veinticuatro horas y este compromiso ya me está cansando.
—Bueno, me has dado cuatro orgasmos. Eso tiene que cansar. —Sonreí con descaro.
Mi maniobra de distracción no funcionó.
—Estaré aquí, esta noche.
—Braden, en serio, no. Todo esto es realmente nuevo. Necesito un poco de espacio.
—Nena. —Se inclinó y depositó un beso tierno en mi frente.
Me relajé. Mira, a veces podía ser comprensivo y dispuesto a llegar a compromisos.
—Solo tenemos tres meses —dijo—. No hay tiempo para espacios.
O no.
—Estaré cansada después de mi turno.
—No, por la mañana no.
—Entonces ven por la mañana.
Con un suspiro cansado, Braden asintió.
—Bien.
Me acercó a él, levantándome en volandas para poder darme un beso húmedo y desgarrador que sabía que no olvidaría enseguida. Y una vez que volvió a dejarme aposentada en mis pies desconcertados, se fue del apartamento sin siquiera decirme adiós.
***
—¿Cree que estoy loca? —Puse mala cara, preparándome para la respuesta de la doctora Pritchard.
—¿Porque has accedido a estar sexualmente disponible para Braden?
—Sí…
—Joss, eres una mujer adulta. Estas decisiones las tienes que tomar tú. ¿Tú crees que estás loca? —Me sonrió suavemente al preguntarlo.
Me reí sin sentido del humor, mientras pensaba en Braden y en todo lo que me hacía sentir.
—Creo que es la mejor manera de afrontar la atracción entre nosotros. Así esto no se convierte en un enorme lío que concluye conmigo mudándome. Ninguno de los dos quiere una relación. Los dos somos adultos que consentimos. Los dos conocemos las reglas. Nunca accedería a nada más, así que funciona bien. Nos usamos el uno al otro hasta que nos aburramos. Sin rencores. Sin líos. Sin tener que mudarme.
—Pero podrías haberte ido de Dublin Street y haber sacado a Braden de tu vida para siempre en lugar de llegar a este compromiso. ¿Por qué no lo hiciste?
Fruncí el ceño, pensando que era obvio.
—Por Ellie. Es mi amiga.
La doctora Pritchard asintió con lentitud al asimilarlo.
—Entonces estás dispuesta a explorar algo con un hombre del que previamente decías que te asustaba por la forma en que te hacía sentir, y estás dispuesta a hacerlo por tu amistad con su hermana.
—Sí.
—Entonces estás dispuesta a preocuparte por Ellie… pero no por Braden.
Espera. No. ¿Qué?
—Eso no es… —Me fui apagando, sintiendo que se me cerraba el pecho—. Ellie es una amiga. Eso no significa nada. Me cae bien. No quiero perderla, pero eso no significa nada.
La doctora Pritchard suspiró, y por una vez pareció un poco irritada.
—¿Sabes, Joss?, este proceso sería más fácil si dejaras de mentirte a ti misma.
Respiré hondo, concentrándome en abrir los pulmones.
—Vale. —Asentí—. Me preocupo por ella. Es una buena amiga y una buena persona.
—Y aun así, te dices a ti misma todo el tiempo que no te importa nadie. Que nunca nadie te importará lo suficiente para mantener una relación estrecha.
—No es como si ella fuera mi familia —solté, desesperada por demostrar mi tesis, por que ella viera cómo entendía yo las cosas—. No es lo mismo.
La doctora Pritchard inclinó la cabeza a un lado del modo que yo detestaba.
—¿Estás segura de eso? Creo por todo lo que has contado que Ellie te trata como si fueras de la familia.
—Está tergiversando lo que he dicho. —Negué con la cabeza, sintiendo ese familiar dolor de cabeza—. Me importa la gente. Nunca he dicho lo contrario. Me importan Rhian y James, y sí, me importa Ellie.
—¿Entonces por qué no permites que te importe Braden?
Me miré los pies.
—Es solo sexo —murmuré.
—Pero no hay ninguna garantía de que eso sea cierto, Joss —respondió la doctora Pritchard en voz baja—. Nadie puede predecir cómo te sentirás con Braden cuando pasen los tres meses. Ni cómo se sentirá él contigo. Y considerando que me has dicho que tus sentimientos por Braden te asustan, te sugiero que pienses en ello con cuidado.
—La forma en que me sentía por él sexualmente me asustaba. Es intensa. Pero puedo afrontarlo. Es solo sexo —repetí con terquedad, y en algún lugar muy profundo, enterrado bajo todo mi acero, una voz me decía que estaba haciendo como el avestruz.
***
—¿Así que es verdad que te estás zumbando a Braden Carmichael? —preguntó Jo en voz alta mientras yo servía a un cliente una pinta de Tennent’s.
El cliente pescó mi respuesta en forma de mirada fulminante y me sonrió con simpatía al coger su bebida.
—¿Por qué no lo dices un poco más alto, Jo? Creo que hay gente al fondo que no te ha oído.
—Alistair los pilló. —Craig movió las cejas de manera sugerente al pasar a mi lado para coger una botella de Bailey’s—. Dijo que prácticamente estabais follando.
Alistair era un bocazas.
Me encogí de hombros con indiferencia y pregunté al siguiente cliente qué quería tomar.
—Oh, vamos —se quejó Jo—. Yo le había echado el ojo. Quiero saber si está fuera del mercado.
Sin hacer caso del destello de rabia que sentí, le lancé una sonrisa fría.
—Te lo dejaré cuando termine con él.
Jo se quedó con la boca abierta.
—¿Entonces es cierto? ¿Te estás acostando con él?
Aparentemente sí, aunque la parte de dormir con él no había formado parte del trato originalmente. El hijo de perra había colado eso. Levanté una ceja a mi colega, rechazando meterme en detalles.
Ella bajó la mirada.
—¿No vas a hacer correr la voz?
Negué con la cabeza y me incliné sobre la barra para escuchar a otro cliente.
—Pue poné mojito, Jack con Cola, una botea de Miller… ah, y Stace quie a Cosmo. ¿Hace Cosmo?
Por suerte, trabajar en un bar de Escocia durante cuatro años me había dado mucha práctica para comprender no solo los acentos gruesos, sino también los de los borrachos, aun más gruesos.
Traducción: Puedes ponerme un mojito, Jack Daniel’s con Coca-Cola, una Miller de botella… ah, sí, y Stace quería un Cosmo. ¿Hacéis Cosmos?
Asentí y me agaché para sacar las Miller de la nevera.
—¿Es bueno? —De repente tenía otra vez a Jo encima.
Yo suspiré cansinamente y pasé rozándola para empezar a preparar el Cosmopolitan.
—¿Es un rollo exclusivo? —dijo a gritos Craig desde el fondo de la barra—. ¿O aún podemos seguir echando un polvo?
—¿Qué quiere decir seguir? —me burlé.
—¿Es eso un no?
—Es un no como una casa.
—Oh, vamos, Joss —rogó Jo—. He oído que es un semental, pero eso es cotilleo de segunda mano. Cuéntamelo de primera mano.
—¿Sabes qué te digo? —murmuré—. ¿Por qué no te vas a la mierda? —le solté.
Sí, sé que no era la respuesta más elocuente o madura, pero estaba empezando a cabrearme.
Jo frunció el ceño.
—No tienes ninguna gracia.
—Supongo que no.
La atmósfera en el bar no era ni mucho menos tan cálida y eléctrica como lo había sido el fin de semana anterior. Jo estaba haciendo pucheros, Craig no parecía saber cómo actuar conmigo cuando estaba de mal humor, y yo, bueno, estaba de mal humor, porque estaba comiéndome el coco.
No podía quitarme de la cabeza los recuerdos de la noche anterior ni los de esa mañana y, para ser sincera conmigo misma, estaba irritada e inquieta por el hecho de que en realidad tenía la esperanza de ver a Braden al día siguiente. Estaba tratando de preocuparme menos por mi decisión de meterme en ese compromiso con él. Solo quería disfrutar, pero me estaba costando mucho relajarme.
Ayudaba que Ellie se tomara bien todo el asunto. Supongo que no sabía qué esperar de ella, pero había temido encontrarme con más desaprobación de la que había.
Ellie había entrado antes en el apartamento y me había encontrado delante de mi portátil. Yo había discutido la idea de escribir una novela contemporánea vagamente basada en mi madre y mi padre con la doctora Pritchard, y ella había opinado que era buena idea. Incluso terapéutica. Sin embargo, todavía tenía que empezar, porque el miedo me atenazaba cada vez que acercaba los dedos al teclado. Escribirla significaría abrirme a todos los recuerdos y no sabía si podría afrontar los inevitables ataques de pánico. La buena doctora decía que la idea era llegar a un punto en el que las ideas ya no precipitarían un ataque de pánico, y creía que la escritura podría ser una buena herramienta.
Después de que Braden se marchara, logré escribir la primera página. Estaba mirándola con incredulidad, asombrada de haber logrado teclear las palabras, cuando Ellie llegó a casa e inmediatamente se detuvo en el umbral de mi habitación.
Me sonrió con complicidad cuando me volví en la silla para saludarla.
—Bueno… ¿cómo estás?
Yo no era de las que se avergüenzan con facilidad, pero tuve que reconocer que era un poco extraño comprender que Ellie sabía que había tenido relaciones sexuales con su hermano. Puse mala cara.
—¿Va a ser demasiado raro para ti?
—¿Que tú y Braden salgáis? —Negó con la cabeza, con los ojos brillantes—. Ni hablar. Creo que es genial.
Vaya. Me aclaré la garganta, recordando que Braden no quería mentir a su hermana.
—En realidad, Ellie, no estamos saliendo. Es más una cuestión física.
Ellie pareció sorprendida.
—¿Te refieres a amigos con derecho a roce?
En realidad, yo prefería el término «follamigo». Pero Ellie no usaría la palabra follar.
—Más o menos.
Cruzó los brazos sobre el pecho, con expresión de curiosidad.
—¿Es eso lo que quieres?
Asentí.
—Sabes que no estoy buscando una relación.
—¿Y Braden?
—Todo el acuerdo fue idea suya.
Ellie puso los ojos en blanco.
—Braden y sus malditos acuerdos. —Soltó un suspiro de exasperación—. Bueno, si es lo que queréis lo dos, me parece bien. Siempre y cuando no nos afecte a ti y a mí, no hay problema. Es muy poco romántico, pero da igual.
Le sonreí.
—Prometo que nos irá bien. Entonces ¿nosotras estamos bien?
Su sonrisa de respuesta era adorablemente torcida.
—Estamos bien.
Para probar que estábamos bien, pasamos la tarde juntas, paseando por Princes Street, y chocando con pequeños grupos de turistas que se detenían repetidamente para fotografiar el majestuoso castillo de Edimburgo. Este se erguía en lo alto de su roca, creando un choque surrealista entre lo moderno y lo medieval… y algo de caos, porque a los turistas que sacaban fotos les importaba un pimiento dónde se detenían o cuánta gente chocaba con ellos por esa necesidad abrupta de capturar la maravilla paisajística. Durante unas horas, entramos y salimos de todas las tiendas de ropa del centro de la ciudad, tratando de encontrar un vestido para que Ellie se pusiera en su cita de esa noche. Es correcto. Cita. Había conocido a un tipo llamado Jason en un Starbucks. Él le había propuesto salir y ella había dicho que sí. Ellie decía que era guapo, pero me daba la sensación de que la cuestión tenía más que ver con echárselo en cara a Adam.
Aun así, me preocupé un poco por ella. Era su primera cita desde el fiasco con Adam y parecía realmente nerviosa cuando se fue. Mi ansiedad respecto a toda la situación con Braden quedó salpicada con una sana dosis de curiosidad, al preguntarme cómo iría la cita de Ellie. No era de extrañar que yo me comportara como una aguafiestas en el trabajo. Por primera vez en bastante tiempo, estaba desesperada porque terminara mi turno para poder ir a devanarme los sesos en la tranquilidad y la calma de mi propia casa.
El club cerró a la una de la mañana. Después de limpiar, llegué a casa en torno a las dos. Cuando entré en el apartamento, vi luz por debajo de la puerta de la sala. Parecía que Ellie seguía despierta. Queriendo asegurarme de que estaba bien, abrí la puerta en silencio y me quedé de piedra.
La única luz encendida era la lámpara de pie de detrás del sofá, y tumbado en la apacible penumbra, despatarrado en el sofá y con los pies colgando del borde por su propio peso, estaba Braden. Tenía los ojos cerrados. Parecía muy joven con una pestaña pegada en la mejilla y las facciones relajadas mientras dormía. Era extraño verlo de esa manera. Normalmente, sentía la diferencia de edad de ocho años entre nosotros. Él era más maduro, equilibrado, responsable y decidido. Pero allí tumbado podía tomarse por alguien de mi edad. Era mucho menos intimidante así y me gustó. Mucho.
Sobre la mesa había una carpeta negra abierta, con un par de documentos fuera de los dosieres de plástico. La chaqueta del traje de Braden estaba colocada sobre el sillón; los zapatos de piel, en el suelo, junto a la mesita de café, y había una taza vacía al lado de todo el papeleo.
¿Había venido a trabajar?
Retrocedí en silencio, bastante desconcertada, y cerré la puerta de la sala. ¿Había dado por hecho que él y Adam habrían salido un viernes por la noche?
—Hola.
Me volví y me encontré a Ellie de pie en el umbral de la cocina, todavía con el bonito vestido veraniego de color melocotón que se había comprado para su cita, aunque no llevaba los zapatos dorados de tacón que hacían que sus piernas no terminaran nunca. La seguí a la cocina y cerré la puerta para que nuestras voces no despertaran a Braden.
—¿Cómo ha ido tu cita?
Cruzando los brazos sobre el pecho, Ellie se apoyó en la encimera con expresión muy contrariada. Ajá.
—No ha ido bien.
—Oh, Dios, ¿qué ha pasado?
—Adam es lo que ha pasado.
Puse los ojos como platos.
—Vale. Explica.
—Braden me ha llamado antes para decirme que tenía que trabajar hasta tarde esta noche otra vez, pero Adam estaba libre y quería saber si me apetecía que comprara algo para comer y tal vez pillar una peli para después. Le he dicho a Braden que le dijera a Adam que tenía una cita con Jason.
—¿Y…?
Ellie se ruborizó y sus ojos pálidos destellaron de rabia.
—Me ha llamado cinco veces durante la cita.
Traté de contener la risa, pero solo lo conseguí a medias.
—¿Adam?
—No sé lo que captó Jason de un lado de las cinco conversaciones, pero desde luego se dio cuenta de que tenía alguna historia en marcha y él estaba buscando algo sin complicaciones. Y se marchó.
—Espera. —La miré con severidad—. ¿No descolgaste cada vez que llamó a Adam?
Ellie se ruborizó otra vez, esta vez avergonzada.
—Es grosero no hacer caso a alguien.
Resoplé.
—Ellie, sé sincera. Te encantó que el hecho de que tuvieras una cita esté volviendo loco a Adam.
—Merece un poco de tortura.
—Caray. Eres mucho más despiadada de lo que pensaba. —Sonreí—. Es brillante, Ellie, lo es. Pero ¿cuánto tiempo piensas mantener esto? Tiene que ser agotador. ¿No sería más fácil que los dos sentarais a Braden y le explicarais que tenéis sentimientos el uno por el otro? Tendrá que aceptarlo.
—No es tan sencillo. —Ellie se mordió el labio, mirando desconcertada al suelo—. Podría arruinar la amistad de Adam y Braden. Adam nunca correría ese riesgo por mí. —Negó con la cabeza con tristeza, y sentí una punzada en el pecho por ella.
Adam necesitaba un toque de atención serio.
—Y ya que sacamos el tema. —Me miró con ceño de curiosidad entre las cejas—. He llegado a casa hace unas horas y me he encontrado a Braden trabajando aquí. Me ha dicho que estaba esperándote. ¿No vas a despertarlo?
Bueno, considerando que le había dicho que me dejara un poco de espacio esa noche, no. Si terminaba con tortícolis era su problema.
—No. Parece agotado y yo estoy agotada. Debería haberse ido a casa.
Los ojos de Ellie eran provocadores.
—Debió de disfrutar anoche si está tan ansioso por verte tan pronto.
Resoplé.
—¿De verdad quieres tener esta conversación sobre tu hermano?
Ellie se lo pensó y arrugó la nariz.
—Tienes razón. Bu. —Hizo pucheros—. Tú sales con un tío y yo ni siquiera puedo tener charla de chicas al respecto.
Reí sin hacer ruido.
—Si te hace sentir mejor, no soy exactamente la clase de persona de charla de chicas. Y Braden y yo no estamos saliendo. Solo follando.
Me recompensó arrugando los labios en un gesto gazmoño.
—Joss, eso es muy poco romántico.
Abrí la puerta en silencio y le hice un guiño.
—Pero me calienta.
La dejé poniendo caras de pudor, me dirigí al cuarto de baño y me preparé para irme a la cama. Me quedé frita en cuanto apoyé la cabeza en la almohada.