Nota del autor

En Trafalgar combatieron treinta y tres navíos de línea españoles y franceses, no treinta y cuatro. Eso quiere decir que el navío de 74 cañones Antilla, a bordo del cual transcurre la mayor parte de este relato, nunca existió. Es privilegio del novelista manipular la historia en beneficio de la ficción; por eso conviene precisar que, pese al minucioso detalle de su actuación en la batalla de Trafalgar, ningún navío llamado Antilla navegó ese día bajo pabellón español. En todo lo demás —tácticas navales, barcos, hombres— las incidencias narradas son reales, basadas en documentación abundante y directa: aquel 21 de octubre de 1805, los marinos españoles, franceses e ingleses —hombres de hierro en barcos de madera— combatieron y murieron exactamente así. Contarlo con el necesario rigor técnico e histórico habría sido imposible sin la ayuda de Michele Polak, que desde su librería de la rue de l’Echaudé de París me proporcionó algunos libros y documentos decisivos para completar la visión francesa de la batalla; tampoco habría sido posible sin la valiosa colaboración de Eva de Blas Martín-Merás, que durante casi un año escudriñó, tenaz, los archivos de marina españoles en Madrid, Cádiz y Viso del Marqués, reuniendo para el autor la más valiosa colección de documentos directos sobre Trafalgar que sea posible imaginar: desde estados de fuerza de los navíos hasta provisiones, daños por el fuego enemigo, maniobras, listas de bajas, incidencias individuales y solicitudes de recompensas después de la batalla. El agradecimiento sería incompleto si no mencionara, con admiración y respeto, a mis amigos del Museo Naval de Madrid, al almirante José Ignacio González-Aller, hombre de bien y marino ilustrado, y a Luis Bardón, amigo fiel que desde hace muchos años aprovisiona mi biblioteca con libros de historia, construcción, táctica y maniobra naval del siglo XVIII.

La Navata, agosto de 2004