Una semana y media después, iba yo caminando hacia mis clases de la tarde, sintiendo sobre mi piel como un recordatorio constante de que la primavera en Alabama había llegado y se había ido en cuestión de horas y que en esos momentos, a principios de mayo, el verano había regresado para una visita de seis meses; sentí cómo el sudor me escurría por la espalda y anhelé los amargos vientos de enero. Cuando llegué a mi habitación encontré a Takumi sentado sobre el sofá, leyendo mi biografía de Tolstoi.
—Eh, hola —dije.
Cerró el libro, lo colocó junto a él y dijo:
—10 de enero.
—¿Qué? —pregunté.
—10 de enero. ¿Te suena algo?
—Sí, es del día que murió Alaska.
Técnicamente, había muerto el 11 de enero como a las tres de la mañana, pero para nosotros, seguía siendo la noche del lunes 10 de enero.
—Sí, pero hay otra cosa. Gordo. El 9 de enero, la mamá de Alaska la llevo al zoológico.
—Espera. No. ¿Cómo supiste eso?
—Ella nos los dijo la «Noche del granero». ¿Recuerdas?
Por su puesto que no me acordaba. Si pudiera recordar números, no me estaría esforzando para sacar un 8 en precálculo.
—¡En la madre! —dije al tiempo que entraba el Coronel.
—¿Qué? —preguntó.
—El 9 de enero de 1997 —le contesté—. A Alaska le gustaron los osos. A su madre le gustaron los monos.
El Coronel me miró en blanco un momento, luego se quito la mochila y la lanzó hasta el otro lado del cuarto con un solo movimiento.
—¡En la madre! —dijo—. ¡Por qué demonios no se me ocurrió a mi eso!
En tan solo un minuto, el Coronel tenía la mejor solución que se nos fuera a ocurrir a cualquiera alguna vez.
—Está bien. Ella está durmiendo. Jake llama y habla ella con él. Está garabateando, mira su flor blanca y piensa «¡Oh, Dios!, a mi mamá le gustaban las flores blancas y me las ponía en el pelo cuando era chiquita». Luego enloquece. Regresa a su cuarto y empieza a gritarnos que se le olvidó, se le olvidó su mamá, por su puesto, así que toma las flores y sale de la escuela, manejando, camino a… ¿hacia dónde? —me mira a mí—. ¿A dónde? ¿A la tumba de su mamá?
—Sí, probablemente —asentí—. Sí. Entonces, se mete en el carro y sólo quiere llegar a la tumba de su mamá, pero hay un camión doblado a la mitad y la patrulla. Ella está tomada, enfurecida y a la carrera, así que calcula que puede pasar por el hueco que deja la patrulla y ni siquiera está pensando con coherencia, pero tiene que llegar hasta su mamá y de algún modo cree que puede lograrlo y ¡zas!
Takumi asiente con la cabeza, lentamente, pensando, y luego dice:
—O se mete al coche con las flores, pero ya se perdió el aniversario. Probablemente está pensando que volvió a regarla con su mamá. Primero no llama al número de urgencias y ahora ni siquiera se pudo acordar del maldito aniversario. Está furiosa, se detesta ella misma y decide: «Ya tuve suficiente. Lo voy a hacer». Ve la patrulla y su oportunidad, y va y la toma.
El Coronel extendió la mano hacia su bolsillo y sacó una cajetilla de cigarros, dándole golpecitos de cabeza contra la MESA PARA CAFÉ.
—Bueno —dijo—, eso aclara bien las cosas.