SESENTA Y NUEVE DÍAS DESPUÉS

Una semana después del descubrimiento de la flor garabateada, me resigné a su insignificancia —después de todo, no era Banzan en el mercado de carnes— y conforme los maples alrededor de la escuela empezaban a dar señales de resurrección y el equipo de mantenimiento comenzaba a podar el pasto en el círculo de dormitorios de nuevo, me pareció que finalmente la habíamos perdido.

El Coronel y yo entramos al bosque por el lago esa tarde y fumamos un cigarro en el lugar preciso en donde el Águila nos había pescado tiempo antes. Veníamos llegando de una «asamblea del pueblo», en donde el Águila anunció que la escuela iba a construir un parque de juegos junto al lago en memoria de Alaska. A ella le gustaban los columpios, cierto, pero ¿un parque de juegos? Lara se puso de pie en la asamblea (de seguro era la primera vez que lo hacía) y dijo que debían haber hecho algo más gracioso, algo que Alaska misma habría hecho.

Ahora sentados junto al lago, sobre un tronco musgoso a medio podrir, el Coronel me dijo:

—Lara estaba en lo correcto. Deberíamos hacer algo por ella. Una travesura. Algo que le hubiera encantado.

—¿Algo así como una travesura en honor de…?

—Exacto. La travesura en honor de Alaska Young. Podemos hacerla una celebración anual. De todos modos, a ella se le ocurrió esta idea el año pasado. Pero quiso guardarla para que fuera nuestra travesura del último año. Pero es buena. Buena de verdad. Es histórica.

—¿Me la vas a contar? —le dije, recordando la vez que él y Alaska me habían dejado fuera de la planeación de la travesura para la «Noche del granero».

—Seguro —dijo—. La travesura se denomina «Subvertir el paradigma patriarcal».

Y me contó, y tengo que decirlo, Alaska nos dejó la joya suprema de las travesuras, la Mona Lisa de la hilaridad de la preparatoria, la culminación de generaciones de travesuras en Culver Creek. Si el Coronel podía sacarla adelante, quedaría grabada en la memoria de todos en el Creek, y Alaska se merecía nada menos que eso. Lo mejor de todo era que, técnicamente, no incluía ningún desacato que mereciera la expulsión.

El Coronel se puso de pie y se sacudió la tierra y el musgo de los pantalones.

—Creo que le debemos eso.

Estuve de acuerdo, pero de todos modos, ella nos debía una explicación. Si estaba allá arriba, allá abajo, allá afuera, en alguna parte, quizá se reiría. Y quizá, sólo quizá, nos daría la pista que necesitábamos.