UN DÍA ANTES

A la mañana siguiente, un término que uso a la ligera porque ni siquiera había amanecido, el Coronel me sacudió para despertarme. Lara estaba envuelta en mis brazos, plegada en mi cuerpo.

—Tenemos que irnos, Gordo. Es hora de moverse.

—Bróder, estoy durmiendo.

—Puedes dormir cuando estemos de regreso. ¡Es hora de irse! —gritó.

—Está bien. Está bien. No grites. La cabeza duele —y sí, dolía. Podía sentir el vino de la noche anterior en la garganta y martillazos en la cabeza, como la mañana después de la conmoción. La boca me sabía como si se me hubieran metido un zorrillo en la garganta y se hubiera muerto allí. Hice el esfuerzo de no exhalar cerca de Lara mientras ella se desenredaba medio atontada de la bolsa de dormir.

Empacamos todo rápidamente, lanzamos nuestras botellas vacías entre los pastos altos del campo —tirar la basura en donde cayera era una necesidad desafortunada en el Creek, donde nadie quería tirar una botella vacía de alcohol en un bote de basura de la escuela— y nos alejamos del granero. Lara me agarró la mano y luego, tímidamente, la soltó. Alaska lucía como si la hubiera atropellado un camión, pero insistió en verter los últimos tragos de Strawberry Hill en su café instantáneo frío antes de deshacerse de la botella.

—Pelo de perro —dijo.

—¿Cómo estás? —le preguntó el Coronel.

—He tenido mañanas mejores.

—¿Cruda?

—Como un cura alcohólico en domingo por la mañana.

—Quizá no deberías tomar tanto —sugerí.

—Gordo —meneó la cabeza y bebió el café frío con vino—, Gordo, lo que tienes que entender sobre mí es que soy una persona profundamente infeliz.

Caminamos lado a lado por el sendero de tierra deslavado de vuelta a la escuela. Justo después de llegar al puente, Takumi se detuvo, «Oh, oh», se puso a gatas y vomitó un volcán amarillo y rosa.

—Suéltalo —dijo Alaska—. Estarás bien.

Terminó, se puso de pie y dijo:

—Por fin encontré algo que puede detener al Zorro. El Zorro no puede con Strawberry Hill.

Alaska y Lara caminaron a sus habitaciones, con la intención de avisarle al Águila más tarde que ya habían regresado, mientras Takumi y yo estábamos detrás del Coronel cuando tocó a la puerta del Águila a las 9:00 de la mañana.

—Todos llegaron a casa temprano. ¿Se divirtieron?

—Sí, señor —dijo el Coronel.

—¿Cómo está tu mamá, Chip?

—Está bien, señor. En buena forma.

—¿Los alimentó bien?

—Vaya que sí, señor. Intentó hacerme engordar.

—Lo necesitas. Que tengan un buen día.

—Bueno, creo que no sospechó nada —dijo el Coronel, mientras regresábamos a la habitación 43—. Así que quizá lo conseguimos.

Pensé en ir a ver a Lara, pero estaba bastante cansado, así que mejor me fui a la cama y dormí para curarme la cruda.

No fue un día en el que pasara nada. Debí haber hecho cosas extraordinarias. Debí haberle chupado la médula a la vida. Pero ese día dormí dieciocho horas de las posibles veinticuatro.