Alaska llegó el primer día después de las vacaciones de Navidad y se sentó junto al Coronel en el sofá. El Coronel trabajaba duro, para romper un récord de velocidad en los juegos de video.
No mencionó que nos hubiera extrañado ni que estuviera contenta de vernos. Solo miró el sofá y dijo:
—Ustedes de verdad necesitan un sofá nuevo.
—Por favor, no te dirijas a mí cuando estoy en una carrera —le indicó el Coronel—. ¡Dios mío! ¿Acaso Jeff Gordon tiene que soportar esta basura?
—Tengo una idea —dijo ella—. Es fantástica. Lo que necesitamos es una pretravesura que implique un ataque a Kevin y a sus secuaces.
Yo estaba sentado sobre la cama, leyendo el libro de texto para mi examen de Historia de Estados Unidos, que era el día siguiente.
—¿Una pretravesura? —pregunté.
—Una pretravesura pensada para que la administración tenga una falsa pista de seguridad —respondió el Coronel, molesto por la distracción—. Después de la pretravesura, el Águila pensará que los alumnos de penúltimo año ya hicieron su travesura y no la estarán esperando cuando en realidad llegue.
Cada año, los alumnos de decimoprimero y decimosegundo grados hacían una travesura en algún momento, por lo general algo bobo, como lanzar cohetes en el círculo de dormitorios a las cinco de la mañana algún domingo.
—¿Siempre hay una pretravesura? —pregunté.
—No, tonto —dijo el Coronel—. Si la hubiera, entonces el Águila esperaría dos travesuras. La última vez que usaron una pretravesura fue… en… ah, sí, 1987. Mientras la pretravesura fue cortar la electricidad a la escuela, la travesura real fue poner quinientos grillos vivos en las tuberías de la calefacción de los salones de clase. A veces todavía puedes oír el chirriar de los grillos.
—La manera como memorizas es, como decirlo, una costumbre tan impresionante —dije.
—Ustedes son como una pareja de ancianos casados —Alaska sonrió—. Son inquietantes.
—Y no has visto ni la mitad —dijo el Coronel—. Debías de verlo cuando intenta meterse en mi cama a la mitad de la noche.
—¡Oye!
—¡Volvamos al tema! —dijo Alaska—. Pretravesura. Este fin de semana, ya que hay Luna nueva, nos quedaremos en el granero. Tú, el Coronel, Takumi, yo misma y, como regalo especial para ti, Gordo, Lara Buterskaya.
—¿La Lara Buterskaya sobre la cual vomité?
—Ella es tímida. Todavía le gustas —Alaska se rió—. Vomitar te hizo lucir… vulnerable.
—Lara, la de las tetas muy paraditas —dijo el Coronel—. ¿A Takumi lo traes para mí?
—Necesitas estar solo un tiempo.
—Cierto —asintió el Coronel.
—Sólo pasa algunos meses más jugando juegos de video —me comentó Alaska—. Esa coordinación mano-ojo vendrá al caso cuando llegues a «tercera base».
—Vaya, hace tanto tiempo que no oía lo del sistema de bases que ya no me acuerdo cuál era tercera —respondió el Coronel—. Te miraría con ansias, pero no puedo darme el lujo de alejar la vista de la pantalla.
—Besar, tocar, fajar y coger. Es como si te hubieras saltado el tercer grado —dijo Alaska.
—Sí me salté el tercer grado —respondió el Coronel.
—Entonces —volví a preguntar—, ¿cuál es nuestra pretravesura?
—El Coronel y yo la descifraremos. No es necesario que te metas en problemas… todavía.
—Ah. Está bien. Mmm. Entonces, voy a fumarme un cigarro.
Me fui. No era la primera vez que Alaska me dejaba fuera del juego, claro está, pero después de que habíamos pasado tanto tiempo juntos durante las vacaciones de Acción de Gracias, me parecía ridículo que planeara la travesura con el Coronel, pero sin mí. ¿De quién eran las camisetas empapadas con sus lágrimas? Mías. ¿Quién la había escuchado leer a Vonnegut? Yo. ¿Quién había sido el blanco del peor chiste de toc toc? Yo. Caminé a la tienda Sunny Convenience Kiosk que estaba frente a la escuela y fumé. Esto nunca me sucedió en Florida, esta ansiedad tan de prepa sobre quién se lleva mejor con quién, y me odiaba a mí mismo por dejar que sucediera ahora. «No tienes que quererla», me dije a mí mismo. «Al diablo con ella».