SHIRLEY

El último comunicado por radio de George fue 14, estoy 7 (aquí la unidad 14, estoy fuera de servicio). Lo registré, mirando el reloj para anotar la hora. Eran las 14.23. Me acuerdo perfectamente, como de tener a Huddie al lado y de que me apretó un poco el hombro (supongo que intentando decirme que no iba a pasarles nada a George y los críos, pero indirectamente, sin palabras). Las 14.23. Fue cuando empezó un verdadero infierno. Y lo digo en el sentido más literal.

Mr. Dillon empezó a ladrar. No eran los ladridos profundos que solía reservar a los ciervos que se internaban por el campo de detrás del cuartel, o a los mapaches que se atrevían a husmear en el umbral, sino una serie de ladridos agudos que hasta entonces nunca le había oído. Como si se hubiera clavado algo puntiagudo y no consiguiera quitárselo.

—¿Y ahora qué coño…? —dijo Huddie.

D, muy tieso, retrocedió cinco o seis pasos de la mosquitera, un poco a la manera de un caballo de rodeo en un lazado de becerros. Me parece que supe qué iba a pasar, y que Huddie también, pero ninguno de los dos podíamos creérnoslo. Y, aunque nos lo hubiéramos creído, no podríamos haberle detenido. Yo creo que si lo hubiéramos intentado, Mr. Dillon, hasta con lo buen perro que era, nos habría mordido. Aún soltaba los mismos ladriditos agudos de dolor, y había empezado a salpicarle saliva por los lados de la boca.

Me acuerdo de que justo entonces mis ojos quedaron deslumbrados por una luz refleja. Al parpadear, la luz se apartó de mí y corrió por toda la pared. Era la unidad 6, Eddie y George llegando con su detenido, pero casi no me di ni cuenta. Yo miraba a Mr. Dillon.

Corrió hacia la mosquitera, y en cuanto estuvo lanzado no dudó ni una vez. Ni siquiera redujo la velocidad. Solo bajó la cabeza y pasó a través, arrancando la puerta del pestillo y arrastrándola al cruzar, mientras seguía soltando aquellos ladridos de dolor que casi eran como gritos. Al mismo tiempo noté un olor muy fuerte: a agua de mar y alguna planta podrida. Se oyó un chirrido de frenos y de goma, un bocinazo, y a alguien exclamando:

—¡Cuidado! ¡Cuidado!

Huddie corrió hacia la puerta, y yo le seguí.