En ese momento me interrumpió Ned para preguntar por qué se había hecho el examen forense del Buick de una manera tan a salto de mata, tan rara, al menos para él.
Le dije:
—Porque no se nos ocurría ninguna denuncia, como no fuera por robo de servicios (siete dólares de gasolina de alto octanaje), que solo era una infracción leve y no justificaba emplear equipo forense.
—Viniendo de Shippenville ya habrían gastado lo mismo en gasolina —señaló Arky con su acento del norte.
—Y suma las horas de trabajo —añadió Phil.
Yo dije:
—Más que nada Tony no quería que empezara el papeleo. Ten en cuenta que todavía no había nada escrito. Solo tenía un coche, aunque muy raro, sin matrícula, sin número de registro ni VIN, el de identificación (lo confirmó Bibi).
—¡Pero Roach tenía motivos para pensar que el dueño se había ahogado en el arroyo detrás de la gasolinera!
—Bah —dijo Shirley—. Al final, en vez de abrigo era un cubo de basura de plástico. Para que veas lo acertado que iba Bradley Roach.
—Y otra cosa —intervino Phil—: Ennis y tu padre no vieron huellas que fueran hacia la cuesta de detrás de la gasolinera, y eso que la hierba aún estaba mojada. Si hubiera bajado habría dejado alguna.
—Ocurre que Tony quería que siguiera siendo algo interno —dijo Shirley—. ¿Lo describo bien, Sandy?
—Sí. El Buick en sí era raro, pero nuestra manera de reaccionar no se diferenciaba mucho de la que habríamos tenido en cualquier otra circunstancia que se saliera de lo normal: la baja de un trooper (como el año pasado tu padre), o que use uno la pistola, o un accidente, como cuando George Morgan perseguía a aquel chalado hijo de puta que secuestró a sus propios hijos.
Nos quedamos un rato callados. Los polis, como puede atestiguar cualquier mujer de trooper, tienen pesadillas, y una de las nuestras era lo de George Morgan. Pasó cuando iba a ciento cuarenta y estaba a punto de pillar al chalado hijo de puta en cuestión, cuya costumbre consistía en pegar a los niños que secuestraba y decía querer.
Tiene a George casi encima, y de repente hay una persona mayor cruzando la calle, una tía de setenta años más lenta que una rana toro de los huevos y, en términos legales, ciega. Llega a pasar tres segundos antes y el hijo de puta la atropella, pero qué va, le pasó rozando a toda leche, tanto que casi le arrancó la nariz con el retrovisor del copiloto. Luego pasa George y ¡catacroc! Tenía un historial irreprochable de doce años en la poli estatal, dos menciones al valor y la tira de premios por servicio a la comunidad. Con sus hijos era buen padre, con su mujer buen marido, y se fue todo al carajo porque una mujer de Lassburg Cut eligió un mal momento para cruzar la calle y la mató él con el coche patrulla D-27 de la PSP. Fue absuelto por el consejo estatal de supervisión y se reintegró al Troop en un trabajo de despacho. Había pedido él mismo la calificación de trabajo ligero permanente. Los jefes no habrían puesto ninguna objeción a que recuperara la jornada completa, pero había una pega: que George Morgan ya no podía conducir. Ni siquiera podía ir al súper con el coche de la familia. En cuanto se ponía al volante empezaba a temblar. Se le empañaban los ojos hasta que sufría una especie de ceguera histérica por exceso de lágrimas. Se pasó el verano trabajando de noche en comunicaciones. Por la tarde entrenaba al equipo de la liga infantil patrocinado por Troop D, hasta que llegaron al torneo del estado. Al final de la temporada les dio a los niños el trofeo y las insignias, les dijo lo orgulloso que estaba de ellos, se fue a casa (le llevó en coche la madre de un jugador), se bebió dos cervezas y se saltó la tapa de los sesos en el garaje. No dejó ninguna nota. Entre polis no es costumbre. El comunicado a la prensa lo redacté yo, y no se notaba para nada que lo hubiera escrito llorando. De repente me pareció muy importante explicarle una parte del porqué al hijo de Curtis Wilcox.
—Somos una familia —dije—. Ya sé que suena cursi, pero es verdad. Lo sabía hasta Mr. Dillon, y tú también. ¿Verdad?
Asintió con la cabeza. Por supuesto. Durante el año posterior a la muerte de su padre, fuimos la familia que más le importaba, la que buscaba, la que le dio lo que necesitaba para seguir viviendo. Su madre y sus hermanas le querían, y él a ellas, pero seguían con sus vidas como no podía hacerlo Ned, o como solo podría con el tiempo. En parte se debía a ser varón y no mujer. En parte a tener dieciocho años. Y en parte a todos los ¿por qué? que no le abandonaban.
Dije:
—Lo que dicen y hacen las familias estando en casa con la puerta cerrada, y lo que dicen y hacen estando en el jardín con la puerta abierta, puede ser muy diferente. Ennis sabía que al Buick le pasaba algo raro, igual que tu padre, y Tony, y yo. Casi seguro que Mr. D también, porque con esa manera de aullar…
Me quedé un momento callado. El aullido se me había repetido en sueños. Continué.
—Pero legalmente solo era un objeto (res, que dicen los abogados) no vinculado a ningún delito. ¡Ya me dirás cómo podíamos quedarnos con el Buick por robo de servicios! En canto a la persona que había pedido la gasolina, ya hacía tiempo que se había marchado y era difícil encontrarla. La mejor manera de enfocarlo era como un embargo.
Ned fruncía el entrecejo como quien no entiende lo que le dicen. No me había salido tan claro como quería. A menos que estuviera jugando a lo de siempre, a no-era-culpa-nuestra.
—Mira —dijo Shirley—: imagínate que una mujer se parara en la misma gasolinera para ir al lavabo, que se dejara el anillo de compromiso de brillantes al lado del grifo y que lo encontrara Bradley Roach. ¿Vale?
—Vale… —dijo Ned.
Seguía frunciendo el entrecejo.
—Ahora suponte que Roach, en vez de metérselo en el bolsillo y llevarlo a una casa de empeños de Butler, nos lo trae aquí. Haríamos un informe, comunicaríamos las características del coche a los troopers que estuvieran en la carretera (eso si podía describírnoslo Roach)… pero el anillo no nos lo quedaríamos. ¿Verdad, Sandy?
—Por supuesto —dije—. Le aconsejaríamos a Roach que pusiera un anuncio en el periódico: Se ha encontrado un anillo de señora. Si piensa que puede ser suyo, llame a este número y descríbalo. Entonces Roach empezaría a quejarse de lo caro que es poner un anuncio en el periódico. ¡Tres dólares!
—Entonces nosotros le recordaríamos que la gente que encuentra objetos de valor suele recibir recompensas —dijo Phil—. Con lo cual empezaría a plantearse sacar los tres billetes de algún lado.
—Pero si no llamara, ni volviera la mujer —dije yo—, el anillo pasaría a ser propiedad de Roach. Es la ley más antigua del mundo: el que encuentra algo se lo queda.
—O sea que Ennis y mi padre se quedaron el Buick.
—No —dije—. Se lo quedó Troop D.
—¿Y lo de robo de servicios? ¿Llegó a abrirse expediente?
—Ah, eso —dije con una sonrisita incómoda—. Por siete dólares no valía la pena el papeleo. ¿Verdad, Phil?
—Verdad —dijo Phil—. Pero con Hugh Bossey lo arreglamos.
Ned ponía cara de empezar a comprender.
—Pagasteis la gasolina con el dinero de la caja.
Phil puso cara de escandalizado y divertido a partes iguales.
—¡Ni se te ocurra! El dinero de la caja también es de los contribuyentes.
—Pasamos la gorra —dije—. Dieron algo todos los que estaban. Fue muy fácil.
—Si Roach encontrara un anillo y nadie lo reclamara, le pertenecería a él —dijo Ned—. ¿Entonces el Buick no era suyo?
—Eso si se lo quedaba —dije—; pero nos lo había dado a nosotros y ya no le dio más vueltas.
Arky se dio un golpecito en la frente y miró a Ned con cara de complicidad.
—Serrín en la cabeza dijo.
Temí que Ned se obcecara con el joven que de mayor había matado a su padre, pero hizo el esfuerzo de no pensar en él. Casi se lo vi.
—¿Qué más? —me dijo—. ¿Luego qué pasó?
Válgame Dios. ¿Cómo resistirse?