AHORA: SANDY

intervinimos nosotros —dije—. El predecesor de Shirley se llamaba Matt Babicki, y fue el que le pasó el aviso a Ennis Rafferty…

—A ver, Ned, ¿por qué a Ennis? —preguntó Shirley—. Venga, deprisa.

—UDMC. La unidad disponible más cercana —contestó él. Pero pensaba en otra cosa, y ni siquiera la miró. A quien miraba, y fijamente, era a mí.

—Ennis tenía cincuenta y cinco años y ya pensaba en la jubilación, aunque al final no llegó a verla —dije.

—Y mi padre estaba con él, ¿no? Patrullaban juntos.

—Sí —contesté.

Había muchas más cosas que contar, pero primero Ned tenía que digerirlo. Yo me quedé callado y le dejé acostumbrarse a la idea de que su padre y Roach, el culpable de su muerte, hubieran estado hablando como dos personas normales: Curtis escuchando a Bradley Roach, abriendo la libreta y empezando a anotar una secuencia temporal. Ned, entonces, ya estaba al corriente de cómo abordábamos los casos nuevos.

Intuí que al chaval se le quedaría grabado eso, con indiferencia de lo que me quedara a mí por contarle y de lo descabellado que pudiera llegar a ser el relato: la imagen de un homicida y su víctima, juntos a menos de cuatro minutos a buen paso de donde, veintidós años después, volverían a chocar sus vidas, esta vez con un golpe mortal.

—¿Qué edad tenía? —dijo Ned, casi susurrando—. Ese día que dices, ¿mi padre qué edad tenía?

Supongo que podría haberlo calculado él, pero estaba demasiado afectado.

—Veinticuatro —dije. Era fácil. Las vidas cortas no presentan complicaciones de cálculo—. Llevaba más o menos un año en el cuartel. Funcionaba igual que ahora: dos agentes por coche solo en el turno de once a siete, menos si eran novatos. Como tu padre aún lo era, de día iba con Ennis.

—¿Te encuentras bien, Ned? —preguntó Shirley.

La pregunta era oportuna. El chaval había ido perdiendo todo el color de la cara.

—Sí, sí —dijo. La miró a ella, luego a Arky y finalmente a Phil Candleton, y a todos con la misma mirada, medio perpleja y medio acusadora—. ¿Vosotros lo sabíais?

—Sí —dijo Arky. Hablaba un poco como los del norte, con una cantinela peculiar—. No era ningún secreto. Entonces tu padre y Bradley Roach se llevaban bien. Y después también. Curtis le arrestó tres o cuatro veces en los años ochenta…

—¡Qué va! ¡Cinco o seis! —dijo Phil con voz grave—. Casi siempre era su turno. Mínimo cinco o seis. Una vez cogió al muy gilipollas, le llevó directo a una reunión de Alcohólicos Anónimos y le obligó a quedarse, aunque no sirvió de nada.

—Así como tu padre trabajaba de poli estatal —dijo Arkie—, a mediados de los ochenta el trabajo de Brad era beber, y a jornada completa. Solía beber conduciendo por caminos. Le encantaba. Como a tantos. —Arkie suspiró—. Total, chaval, que con esos dos trabajos era casi seguro que de vez en cuando coincidieran.

—De vez en cuando —repitió Ned, fascinado.

Era como si para él el concepto de tiempo hubiera adquirido una dimensión nueva. Supuse que sí.

—Pero bueno, cuestiones de trabajo. Lo único que no era de trabajo puede que fuera lo del Buick. Durante años estuvo entre los dos. —Señaló el cobertizo B con la cabeza—. El Buick colgaba entre los dos como ropa tendida, Ned. No es que lo haya querido mantener nadie en secreto, al menos a conciencia, pero supongo que es eso, un secreto.

Shirley asentía. Tendió el brazo y cogió la mano de Ned, que se la dejó coger.

—La mayoría de la gente se comporta como si no existiera —dijo—. Es la típica reacción de cuando no se entiende algo, al menos mientras se puede.

—A veces no te puedes permitir ignorarlo —dijo Phil—. Lo supimos en cuanto… bueno, que lo cuente Sandy.

Me miraron, él y todos. La mirada más brillante era la de Ned.

Encendí un cigarrillo y empecé a hablar.