AHORA: ARKY

—¿Y luego? —va y pregunta el chaval. En ese momento era clavado a su padre: la manera de estar sentado en el banco, la manera de mirar a los ojos, la manera de torcer las cejas, y sobre todo la impaciencia, la impetuosidad: pura herencia de su padre—. ¿Qué más?

—Esa parte no me toca —le dijo Sandy—. Yo no estaba. En cambio estos dos sí.

Como era de esperar, el chaval trasladó su atención hacia Huddie y yo.

—Venga, Hud —le digo yo—, que estás acostumbrado a hacer informes.

—Y una mierda —va y me suelta el tío—. Estabas tú primero. Fuiste el primero que lo vio. Empieza tú.

—Jo…

—¡Da igual, que empiece cualquiera de los dos! —nos dijo el chaval.

Y ¡plaf! Golpe en la frente con la base de la mano, justo entre los ojos. No pude aguantarme la risa.

—Venga, Arky —me dijo el sargento.

—¡Mecachis! —dije—. Es que nunca lo he contado así, como una historia. No sé cómo me saldrá.

—Inténtalo —insistió el sargento.

Que es lo que hice. Al principio me costó bastante; notaba que el chaval me clavaba los ojos como uñas, y pensaba todo el tiempo: Esto no se lo traga ni muerto. Pero después de un rato mejoró. Cuando hablas de algo que ha pasado hace mucho tiempo, notas que vuelve a abrirse todo como si fuera una flor. Supongo que tiene su lado bueno y su lado malo. Esa noche, sentado y hablando con el hijo de Curtis Wilcox, yo le veía a los dos.

Después de un rato vino Huddie y empezó a ayudarnos. Se acordaba de la tira de cosas, hasta de que en la radio ponían a Joan Baez. «La redención está en los detalles», que decía el sargento de antes (la mayoría de las veces cuando alguien, haciendo un informe, se olvidaba de poner algo importante). Y el chaval todo el rato sentado en el banco y mirándonos con unos ojos que se agrandaban cada vez más, mientras se oscurecía la tarde y, como es típico en verano, soltaba sus olores, y volaban los murciélagos, y al sur no paraban de oírse truenos. Me dio tristeza ver lo mucho que se parecía a su padre. No sé por qué.

Solo me interrumpió una vez. Se volvió hacia Sandy para saber si aún teníamos las…

—Sí, sí que las tenemos —le dijo Sandy sin pensárselo dos veces—. ¡Por supuesto! Esas fotos y otras, toneladas. La mayoría polaroids. Los polis, chaval, si saben hacer algo es mantener la cadena de pruebas. Y ahora calladito. ¿No querías saberlo? Pues deja que te lo explique.

Sabiendo que se refería a mí, seguí hablando.