SUBE hasta su piso. El silencio sepulcral que reina en el edificio contrasta con el ruido que genera su corazón.
¡Le ha dado un beso a Ester!
Increíble. Ha sido lo más increíble que ha hecho en toda su vida. Por una vez, Meri se ha arriesgado.
De todas formas, el riesgo ha sido menor. Mañana se va y, aunque deberá dar explicaciones, no tendrá que hacerlo mirándola a los ojos. La BlackBerry le será muy útil en ese caso.
¿Qué habrá pensado Bruno?
Espera que nada malo. Que le gusten las chicas y no los chicos no quiere decir que sea ni mejor ni peor. A partir de ahora se harán la competencia. Aunque él, teniéndolo difícil con Ester, lo tiene mucho mejor que la propia Meri.
Qué avalancha de sensaciones. Si por ella fuera, cogía el AVE hasta Barcelona ahora mismo.
Abre la puerta de su casa con las llaves y se encuentra con que su padre está allí, sentado en el sofá del salón, al lado de su madre. Tienen las caras largas.
¿No la habrán visto darle el beso a su amiga?
Una cosa es que sus dos mejores amigos descubran su secreto, y otra que sus padres se enteren de esa forma de que es lesbiana.
Los dos la miran con expresiones realmente serias. ¿Y si han discutido de nuevo?
—Ve a ver a tu hermana. Quiere decirte algo —comenta Paz al tiempo que se frota la mejilla nerviosa.
—¿Ha pasado algo? ¿Qué le ocurre a Gadea?
—Es mejor que te lo cuente ella.
Rápidamente, María se dirige hacia el cuarto de su hermana mayor. El buen rollo que llevaba ha desaparecido por completo. Ese subidón que seguro que se desvanecería en cuanto fuera consciente de lo que había hecho.
Llama a la puerta de la habitación de la chica y ésta responde con un débil «pasa».
Cuando María se asoma y entra en el dormitorio de Gadea el panorama es desolador. Toda la ropa de su hermana está tirada por el suelo. Hay varios objetos rotos sobre su cama, sobre su escritorio. Le llama la atención la cantidad de CDs doblados que ve por todas partes. La foto de su cuarto podría aparecer como significado de caos en el diccionario.
—¿Qué ha pasado aquí? ¿Nos han robado?
—¿Robado? ¡Lo que ese cabrón ha hecho ha sido ponerme los cuernos!
—¿Álex te ha puesto los cuernos? ¿Qué dices?
El aspecto de Gadea es terrible. Tiene la cara totalmente desencajada y los ojos hinchadísimos, como si se acabara de dar un golpe con… ¡un tanque!
—El muy capullo se ha tirado a una compañera mía de clase.
—No me lo puedo creer.
—Créetelo. Y además es fea. Muy fea.
—Eso es lo de menos —señala María, que se siente un poco representada—. Pero ¿habéis roto?
—¡Pues claro que hemos roto! ¡Joder! ¡Se ha follado a una tía fea de mi clase!
Entonces aquello no tiene solución. Meri se sienta junto a su hermana y le acaricia el pelo.
—Si ese tío te ha hecho eso, es que no merecía la pena. Ya encontrarás a otro mejor.
—En Barcelona.
—¿Cómo?
—Me voy con papá a Barcelona. Necesito huir de aquí, alejarme de ese mierda que me ha fastidiado la vida.
—¿Qué? ¿Cómo vas a irte con papá a Barcelona? ¡No podemos dejar aquí a mamá sola!
—Claro que no. Tú te quedas en Madrid.
Nunca había estado desnuda al lado de un chico. Pero le encanta sentir el contacto de la piel de Raúl.
—La próxima vez me saldrá mejor. Te lo prometo.
—¡Pero si ha estado genial!
—Tengo que mejorar.
—Los dos tenemos que mejorar —asegura, melosa, mientras se abraza a él—. Por cierto, ¿de dónde has sacado el preservativo?
—Me lo dio un día el profesor de Matemáticas.
—¿En serio? —pregunta mirándolo asombrada.
—Bueno… Mejor te quedas con la duda.
—¡Venga ya! ¡Dímelo!
Pero el chico se niega a responderle. Se pone de pie y, desnudo, camina por Constanza. Valeria observa a la luz que desprende la pantalla del ordenador su perfecto trasero musculado.
—¿Quieres un zumo o algo de beber?
—No, pero tengo hambre.
—Dicen que el sexo da hambre. Por lo que estoy viendo, es verdad.
La chica, tapada con la toalla, se acerca a él. Una cosa es tener una relación sexual y otra estar allí como Dios la trajo al mundo. Ha superado su timidez casi por completo, pero le quedan unas cuantas prácticas y lecciones.
Valeria coge su BlackBerry rosa y mira si su amiga le ha escrito.
—Eli sigue sin responderme.
—No creo que ya se le haya pasado el enfado.
—¿Crees que nos hablará mañana?
—Tal vez el año que viene.
—Jo. Me siento mal por ella.
—Bueno, creo que de alguna manera ella ya sabía algo. O que por lo menos lo había comentado con alguien.
—¿Comentado con alguien? ¿Con quién?
—No la conozco, pero, cuando se enteró de lo nuestro, gritó que Alicia tenía razón.
A Valeria se le cae al suelo el pastel al que estaba a punto de hincarle el diente.
—Repite eso.
—Que cuando me sonsacó que estábamos juntos, dijo que Alicia tenía razón.
—¡Dios! ¿Seguro que dijo Alicia?
—Sí, ¿quién es?
—¡No me lo puedo creer! —exclama la joven muy nerviosa—. Tenemos que llamar rápidamente a su madre.
—¿Qué pasa? ¡Cuéntame! Me estás poniendo nervioso a mí.
—Ahora te lo explico.
La joven busca el número del teléfono fijo de la casa de Eli. Tras varios bips, responde la voz de una mujer.
—¿Sí?
—Hola. ¿Susana?
—Sí, soy yo.
—Hola, ¿qué tal?, soy Valeria. Perdone que la moleste, pero ¿está por ahí Elísabet?
—¿No está contigo?
—No. Conmigo no está.
—Qué extraño. Me ha llamado hace un rato y me ha dicho que iba a quedarse a dormir en tu casa.
Valeria se echa las manos a la cabeza y observa a Raúl con las lágrimas saltadas. Se siente débil y llena de rabia. Quizá ella sea la culpable de todo.
—Susana, no se ponga nerviosa por lo que voy a decirle… Pero Alicia ha vuelto.
—Pasa, Valeria.
La chica obedece. Se sienta donde suele hacerlo habitualmente y mira con detenimiento a Daniel, que toma asiento enfrente de ella. Se repite la rutina de cada miércoles.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien.
—¿Seguro?
—Sí.
—¿Has hecho nuevos amigos en el instituto?
—No.
El hombre se queda en silencio. Espera a que ella diga algo, aunque en el fondo sabe que no lo hará. Tres minutos más tarde le hace una pregunta.
—¿Por qué crees que intentó pegarte Elísabet?
—Porque ella se lo dijo.
—¿Ella? ¿Quién es ella?
—Alicia.
Daniel mira hacia arriba y se mesa el cabello. Se levanta y se coloca junto a la pequeña.
—Tú sabes que tu amiga nunca te haría daño, ¿verdad?
—No lo sé.
—Lo que pasó fue un malentendido.
—Tal vez. Pero le hizo caso a Alicia. Ella quería que me pegara por haberle roto una muñeca de porcelana que le había regalado su madre.
—Eso es un accidente, Valeria.
—Ya.
El hombre regresa a su asiento. Revisa una vez más sus apuntes de la Facultad de Psicología. No recuerda ningún caso como ése. Deberá seguir investigando.
—Valeria, voy a contarte algo.
—¿Algo sobre qué?
—Sobre tu amiga. Pero no podrás decírselo a nadie, porque es un secreto profesional. Sólo lo sabemos los padres de Eli y yo. Y ahora, si te lo cuento a ti, también lo sabrás tú. Pero prométeme que nunca se lo dirás a nadie.
—Vale. Lo prometo.
Si ha iniciado la terapia con las dos a la vez, ya no le queda más remedio que hacerle saber lo que ocurre a esa pequeña de doce años. En su día cometió un error por innovar cuando no debía. Jamás volverá a mezclar dos casos. Por muy claro que lo vea. Pero ahora debe proteger a esa niña.
—Hay una enfermedad que se llama esquizofrenia —empieza a decir—. Pero no se da en los menores.
—¿Y en qué consiste esa enfermedad?
—En que ves cosas que no son. Que no existen en la realidad. Sólo están en la persona que padece la enfermedad. En su cerebro. Pero son tan reales que hasta puedes hablar con personas imaginarias.
—¿Y yo tengo esa enfermedad?
—No, tú no.
—¿La tiene Eli?
El hombre chasquea la lengua. Sólo es una niña, y no va a detallarle todo el expediente médico de su amiga. Además, es extrañísimo que una cría de doce años tenga esquizofrenia. Su teoría es que se trata simplemente de una amiga imaginaria que ha aparecido para luchar contra su soledad. Sin embargo, le preocupa lo que ha sucedido.
—No lo sabemos. Creemos que no.
—¿Entonces?
—Que, como no estamos seguros de lo que pasa, es mejor advertirte de que tengas cuidado y de que si ves algo raro se lo digas a sus padres o a mí.
—¿Y si Alicia vuelve a decirle que me pegue?
—Valeria, Alicia es producto de la imaginación de Eli. Alicia no existe.