LOS dos llevan un rato mandándole mensajes a la BlackBerry, pero Eli no les ha respondido a ninguno. También han intentado llamarla. Nada.
Valeria y Raúl se sienten mal porque su amiga se haya enterado de esa manera de lo que ha surgido entre ellos, pero esperan que algún día pueda perdonarlos. Son responsables de haberle mentido, pero no de haberse enamorado.
Se han pasado un buen rato fregando el suelo de Constanza. Ahora está más limpio que antes de que su amiga rompiera los vasos.
—Menudo día —comenta la chica abrazada a Raúl.
La pareja está sentada encima de varias mesas que han puesto juntas para estar más cómodos. Con una toalla limpia que han encontrado en el almacén se resguardan del frío que empieza a castigar la noche.
—Agridulce, ¿no?
—Es una buena forma de definirlo. Pero me quedo con la parte dulce, que eres tú.
Y le da un cariñoso beso en los labios.
Lo bueno de todo esto es que no tendrán que volver a esconderse de nadie. Irán diciéndolo y su entorno irá enterándose poco a poco. A partir de esa noche, sus besos serán públicos y su relación tendrá luz.
—Si no fuera por lo de Eli y porque Meri se ha marchado, creo que éste sería el mejor día de mi vida.
—¿Sí? ¿Tanto te ha gustado el batido de chocolate?
—Casi tanto como tú.
—Sigo prefiriendo el de fresa.
—A mí, si me lo das de tu boca, me da igual el sabor.
Valeria sonríe. Sabía de ese lado romántico de Raúl. Un tío que el día de mañana quiere ser director de cine tiene que tener una vertiente así a la fuerza. Pero no sospechaba que lo empleara con tanto acierto. Con tanta dulzura.
Con esa frase se ha ganado un buen beso. Luego, vuelve a acomodarse sobre él, encajando perfectamente su cuerpo al suyo.
—Si yo me tuviera que ir a vivir a Barcelona o a otra ciudad, ¿vendrías conmigo?
—No lo sé.
—Veo que sigues siendo sincero.
—No quiero hacer suposiciones. Prefiero vivir lo que tengo ahora y ya veré lo que hago el día que deba tomar una decisión importante.
—Vivir el día a día, ¿no?
—Sí. Es que nunca se sabe lo que va a ocurrir mañana.
—No existe el mañana, sólo el ahora.
—Eso pienso yo.
—Yo también creo que hay que disfrutar del día a día.
—Mira a mi padre… Él se fue de buenas a primeras. Planeó muchas cosas, y no pudo hacer ninguna.
Los ojos de Raúl resisten la emoción de sus palabras.
—Él estaría muy orgulloso de ti —le asegura Valeria mientras le acaricia la nuca—. Eres un gran chico, Raúl.
—Eso mismo me ha dicho hoy mi madre.
—Opino como ella.
—¿Sabes? Hoy hace veintidós años que se conocieron.
—Qué casualidad. Y hoy es la primera vez que me has dicho «te quiero».
—¿Y te ha gustado que te lo haya dicho?
—Creo que ha sido el mejor momento de mi vida.
—¿Te lo digo otra vez?
—Estoy deseando escucharlo.
—Te quiero.
—Repítelo.
—Te quiero.
—Me gusta cómo suena de tu boca. —Sonríe—. Yo también te quiero.
El abrazo que se dan está lleno de sentimientos. A los dos les hacía falta experimentar algo así. Puede que él tuviera prisa por buscar a alguien con quien estar formalmente antes de los dieciocho. Y puede que ella esté ahora desahogándose de un año de silencio acumulado. Pero la verdad es que, cuando se abrazan, se miran o se besan, comprueban que están hechos el uno para el otro. Y que, tal vez, con otras personas no sería lo mismo.
—Espera —le pide el joven justo antes de bajar de un salto de las mesas y echar a caminar sobre el suelo todavía mojado.
—¿Adonde vas?
—A apagar la luz.
—¿Para qué?
—Para que no tengas miedo de que te vea ponerte colorada.
Valeria refunfuña. Ya está con la típica bromita sobre el color de su piel… Sin embargo, no le da tiempo a protestar. Oye música. Comienza una canción. Es ¡Buenos días, princesa!, de Pol 3.14. A la joven de las mechitas rubias no le queda más remedio que sonreír. Las luces se apagan. Sólo los alumbra el brillo de la pantalla del ordenador de Constanza.
Raúl vuelve hasta ella.
—Eres especialista en crear ambientes.
—Voy a dirigir películas. Será una de mis misiones.
—Se te dará estupendamente, señor Benigni.
—Gracias. Es un piropo que me compares con él.
—Tú eres más guapo y más joven.
—Y tengo más pelo.
La chica suelta una carcajada y le pasa la mano por el cabello, de modo que lo despeina un poco. Raúl se rebela y la detiene sujetándola por los hombros. Intenta que se tumbe y se coloque en posición horizontal. Valeria se resiste, pero termina cediendo. Despacio, va cayendo sobre las mesas hasta quedar completamente tumbada. Su pecho sube y baja a causa de la excitación. Él se da cuenta y, tras besarla en los labios, la mira a los ojos mientras le pregunta si quiere que explore bajo su camiseta. La respuesta no llega. Ella misma se deshace de la prenda y se incorpora ligeramente sobre las caderas para quitarle la suya a Raúl.
Es lo que había deseado cada vez que habían vivido un momento como ése. Y ahora tiene la oportunidad de llegar más lejos.
De nuevo, esa sensación ya conocida. Ese calor capaz de arrastrarla hacia la locura más pasional. Ese deseo que la hace desprenderse del sujetador y rozar su cuerpo contra el de él.
—Nunca habría podido imaginarme que fuera a hacerlo por primera vez en tu cafetería —susurra Raúl.
—¿Por primera vez?
—Sí. ¿No te lo había dicho?
—Lo recordaría —responde sonriendo. Y, luego, besándolo cariñosamente—. Entonces estamos empatados en eso.