LOS tres llegan al portal de Meri.
No han hablado demasiado durante el camino. Ya está todo dicho. Todo contado. Todo visto para sentencia. ¿Todo?
Todo no.
Pero…
—Bueno, chicos, gracias por acompañarme hasta casa.
—¿A qué hora te vas?
—No lo sé. Creo que a las ocho de la mañana.
—Qué temprano. Vas a caer rendida en la cama cuando llegues a Barcelona —comenta Ester, que tiene los ojos hinchados de tanto llorar.
—No suelo dormir muy bien. Me desvelo con mucha facilidad.
—¿Y entonces qué haces por las noches?
—Escribo.
Un blog. Un blog que nadie lee y nadie comenta; nadie sabe de su existencia excepto ella. Es un blog secreto. Acerca del que ella guarda silencio desde hace tanto tiempo.
—Y escribe muy bien —apunta Bruno, al que Meri ha permitido alguna vez leer algo suyo.
—Vaya. Esa faceta tuya no la conocía. Tal vez alguna vez escribas una novela y consigas publicarla.
La noche se ha cerrado muchísimo. Ni siquiera lucen las estrellas, que deben de estar guardadas dentro de algún cajón mágico, reservadas para un momento menos doloroso.
—Quién sabe. Ahora me tocará aprender catalán.
—Seguro que dentro de dos meses ya lo hablas mejor que Piqué.
—Piqué… Ya estamos… Piqué, ese central que es mucho peor que Ramos.
—No te lo crees ni tú.
Y le saca la lengua. La chica pelirroja con gafas de pasta azul los observa con cariño y ya con un poco de melancolía. Los echará de menos. Ellos no saben cuánto.
—Bueno, chicos. Aunque no me veáis más… escribidme de vez en cuando.
—Cien o doscientos WhatsApp al día —le advierte Ester.
—Con saber de vosotros a menudo, me conformo.
Y se abraza a ella. Ester sonríe arrugando la nariz. Pero en seguida brotan las lágrimas. Meri le estampa los labios en la mejilla durante unos segundos y le susurra al oído que la echará muchísimo de menos. Se separan y las dos desvían la mirada hacia algún punto menos doloroso.
—Mi turno —señala el joven, algo más tranquilo que su amiga.
—Cuídamela, ¿eh, pequeño?
—Claro.
—Y cuídate tú también. Voy a echarte mucho de menos.
—Y yo a ti, pelirroja.
Los dos amigos se miran a los ojos. Las sensaciones son muy raras. Han pasado tantos momentos juntos… Meri recuerda, entonces, cuándo dejó de querer platónicamente a Raúl y empezó a gustarle de verdad ese pequeñajo simpático con el que todo el mundo se metía. Todo el mundo menos ella. Ella jamás le faltó al respeto, jamás se enfadó con él. Jamás. Incluso terminó por enamorarse de él. Nunca se lo dijo.
—Te quiero, Bruno Corradini —le dice desde lo más hondo de su alma.
—Y yo a ti, María.
Es la primera vez que la llama así. Apoyándose sobre los talones… María lo besa. Junto a los labios. Y se aleja rápidamente de los dos, conteniéndose una vez más. No quiere llorar. A pesar de todo, no va a llorar más.
—¡Te queremos, pelirroja! —grita su amiga exaltada, loca de tristeza.
Meri se vuelve y los ve. No puede irse así. No, no puede. Mañana no habrá un mañana, pero sí un ayer en el que se arrepentirá de no haberlo hecho. Se da la vuelta y corre hacia ellos. Liberando el único impulso que no ha dominado en su vida, le coloca las manos en los hombros y le da un beso como el que hace mucho tiempo que tenía ganas de darle.
Bruno se queda atónito. Pero más asombrada se queda Ester cuando los labios de su mejor amiga se unen a los suyos.
Su secreto ha quedado al descubierto.
—Lo siento —dice arrugando la nariz, imitándola como muchas veces lo ha hecho frente al espejo.
Y, volviéndose de nuevo, sin mirar atrás, corre hacia su piso, encantada de haber cumplido su sueño. Sin embargo, aquella noche de noviembre le tenía reservada una última sorpresa de despedida.
¿Habrá sido cosa del calor del verano?
No lo cree. Su confusión no tiene que ver ni con el calor ni con el verano. Tiene que ver con sus sensaciones. Sus sentimientos.
Ya no siente lo que sentía por Bruno. Esos tres meses la han alejado de él. Pero ¿por qué quiere ahora otra cosa?
El primer día de instituto siempre es duro. Y más viendo cómo han cambiado sus amigos. ¡Lo que dan de sí unos meses de gimnasio y desarrollo adolescente!
Sin embargo, ella sigue tan plana como siempre.
—Perdona, ¿sabes dónde está secretaría?
Delante de ella aparece la criatura más bonita que haya visto jamás. Tiene unos ojos deslumbrantes y una boca preciosa. Además, ese flequillo recto le sienta fenomenal.
—Sí, claro. ¿Quieres que te acompañe?
—Vale.
Ese ángel vestido de blanco no ha hecho otra cosa que confirmar sus sospechas. Y es que ese verano, en las revistas de su hermana, ha mirado más los biquinis que los bañadores slip. Y no precisamente porque tuviera intención de comprar alguno. Ella en la playa es sólo un molusquillo insignificante al que el sol abrasaría.
—¿Eres nueva?
—Sí. Acabo de llegar a Madrid. Espero no perderme. Esto es muy grande.
—Cuando te acostumbras, es la ciudad más maravillosa del mundo.
—Seguro que sí.
Es muy simpática, además de guapa. Y le hace gracia cómo habla: sin acento, pero dulcificando cada palabra.
—No me has dicho cómo te llamas.
—Soy Ester.
—Yo María. Bueno, puedes llamarme Meri. O pelirroja.
La joven sonríe de una forma muy agradable. Es una nube del cielo más limpio.
Y la última prueba. Porque, si esa chica le gusta, es que definitivamente ha cambiado de acera.