Capítulo 75

ESTÁN bastante lejos de la zona en la que viven tanto ellos como sus amigos, así que pueden ir cogidos de la mano sin preocuparse de que nadie los vea. Aunque, después de que se hayan besado en plena escalera del instituto, a Valeria ya nádale da miedo.

No dejan de reír, de gastarse bromas y, sobre todo, de darse besos de todo tipo: cortos, largos, improvisados, preparados, con lengua, en los labios, intensos, apasionados… Pero ninguno por compromiso. Ninguno sin sentirlo. Ningún beso porque sí.

Caminan por el barrio de Arguelles como una pareja cualquiera. Acaban de salir de la tienda en la que le han comprado la camiseta a Meri. Han elegido una azul, como el color de la pasta de sus gafas. El encargado les ha dicho que tardarán un rato en estamparla, de modo que se han ido a dar una vuelta.

—¿Tomamos algo? —le pregunta Raúl, que ya no se conforma con sólo cogerla de la mano y le rodea la cintura con el brazo.

—Vale. Me apetece.

Los dos se dirigen, por Guzmán el Bueno, hacia la cafetería HD. Se sientan en la terraza de fuera y esperan a que les atiendan.

El sol está cayendo, recogiéndose en aquel martes de noviembre, aunque todavía no hace nada de frío. Hace la temperatura perfecta para el abrigo de primavera-otoño de Valeria.

Una camarera delgadita y rubia se acerca a ellos y anota el pedido: dos batidos grandes; el de ella de fresa, el de él de chocolate. Al cabo de pocos minutos, regresa con dos copas enormes llenas hasta arriba.

Valeria es la primera que le da un sorbito a la suya.

—Está buenísimo.

—A ver…

Raúl le da un beso en los labios. Tenía razón. Ese batido de fresa está realmente rico. A continuación, invierten los papeles: es Raúl el que bebe de su batido de chocolate y la chica la que lo prueba de su boca.

—Me encanta merendar así.

—Bueno, en tu cafetería también se está muy bien.

—Sí, pero allí no podemos hacerlo de esta manera. Mi madre nos echaría.

—Tendremos que acostumbrarla.

—No creo que se deje.

El joven sonríe. Se pregunta qué pensará la madre de Valeria cuando se entere de lo suyo con su hija. Hasta ahora siempre ha sido una mujer encantadora con él. ¿Cambiará cuando lo sepa?

Los dos chicos arriman un poco más las sillas para estar más juntos. Juegan con los pies por debajo de la mesa y entrelazan los dedos encima de ella. Se sienten cómodos y a gusto el uno con el otro. Y no sólo como amigos. De eso ya no les cabe ninguna duda.

—Voy a enseñarte algo.

—¿El qué?

—Espera. Ahora lo verás.

Raúl alcanza su BlackBerry y busca algo en un canal de YouTube. Cuando lo encuentra, saca unos cascos de uno de los bolsillos de la sudadera y le da un auricular a Valeria, que se lo coloca en la oreja derecha. El chico se pone el otro en el oído izquierdo.

Pulsa el «Play» y comienza el vídeo: <http://www.youtube.com/watch?v=GvfyNDcmlCQ&list=UU9tS9aiKZBdgAet GF8erIYA&index=l3&feature=plcp>.

Se trata de una bonita versión de Set fire to the rain, de Adele, interpretada por una joven rubia y con el pelo largo de voz increíble. Alba Rico emociona a Valeria. A cada segundo del tema que escucha, el nudo que se le ha formado en la garganta va creciendo. Se le enrojecen los ojos cuando mira a Raúl mientras oye la preciosa melodía del piano. Se inclina sobre él y lo besa. Le apetece decirle que lo quiere, pero no sabe si es el momento adecuado para ello. Quizá sea demasiado pronto. Pero lo ama. Lo ama y nunca dejará de amarlo. ¡Nunca!

La coverde Alba termina y la chica sonríe, empapada en lágrimas. Raúl coge un puñado de servilletas y se lo da para que se seque las lágrimas. Entretanto, Valeria inspira y suelta el aire resoplando. Se siente muy afortunada por estar compartiendo con él esa historia tan bonita que acaba de comenzar.

—Gracias. Me ha gustado mucho.

—A mí también me encantó cuando la oí. Y ahora las cosas que me gustan me hacen pensar en ti.

—¿Yo te gusto?

—Mucho. La verdad es que… me gustas mucho.

La chica esperaba oír un «te quiero», pero no va a forzarlo para que se lo diga. Posiblemente sea demasiado pronto para que lo sienta. Con «Me gustas mucho» se conforma.

El chico ha estado a punto de confesarle que no sólo le gusta, sino que la quiere. Sí, a cada minuto está más convencido de que lo que siente por ella es algo que no ha sentido jamás por nadie. ¿Por qué no se lo ha dicho? Era el momento idóneo.

La pareja se observa durante varios segundos sin hablar. La camarera interrumpe la sesión de miradas cuando les lleva la cuenta. Es Raúl el que paga.

—¿Vamos a ver si ya tienen la camiseta? —pregunta Valeria tras levantarse de la silla.

—Han pasado más de tres cuartos de hora desde que la dejamos. ¿Estará lista ya?

Los dos regresan a la tienda caminando lentamente en la noche de Madrid, entre besos y más besos. La camiseta está preparada. Y es preciosa. Azul cielo. Con los nombres de los seis impresos asimétricamente por delante y por detrás, y un gran «El Club de los Incomprendidos» en la parte superior de la espalda.

Seguro que a Meri la entusiasmará. Satisfechos, lo celebran con sus labios.

Eligen regresar a casa en metro. Se les ha hecho tarde, y han quedado con el resto en Constanza a las ocho.

Entran en la estación de Arguelles. Línea 3 hacia Sol. El tren no tarda en llegar. No hay demasiada gente en el vagón en el que montan, así que incluso encuentran dos asientos libres que deciden ocupar. Cien besos por cada parada. Todo está silencioso hasta que, en Callao, se sube un tipo curioso que viste una camiseta de los Lakers y una gorra vuelta hacia atrás.

Valeria abre los ojos de par en par cuando comprueba que el rapero es César. Se pone muy nerviosa. Pero debe calmarse o Raúl lo notará.

El estudiante de Periodismo empieza con su particular espectáculo:

—Siempre rimando, siempre rimando… Durante dos minutos, me pondré al mando de la nave del rap, mimando los versos que canto al tanto de lo que tú me vas mostrando. ¿Te gusto, encanto? Seguro que espantarte, no te espanto. Ni de cara, ni de cruz, ni de canto. Si vienes conmigo, no te llevaré a un antro, aunque no soy un santo, ni un banco, sólo canto rimando. Sí, rimando, siempre rimando.

Es lo mismo que hizo la otra vez que se lo encontró en el metro: va pasando por delante de cada uno de los pasajeros y hace una rima relacionada con ellos. Es impresionante la velocidad a la que piensa y rapea. Sin embargo, algo le dice a Valeria que en esta ocasión no va a disfrutar demasiado de la actuación.

César prosigue:

—Chicas, ¿queréis una cita? Una bonita, con velitas, con miraditas, ¿con mambo? ¡Despacio! Mejor, una peliculita y una mantita. ¿Entiendes, rubita?

»Sí, tú, la del bolso tan caro. Verte en el metro me parece tan raro… ¿Estás en el paro? Yo sí que no paro. Un buen show quiero daros. Chaval, el de los aros, ¿me escuchas, hermano? No os soltéis de la mano, que es muy sano. Querer es de humanos. Odiar de inhumanos. Eh, señor de pelo cano, ¿comemos en el Sanno?

El joven se acerca a donde está sentada la pareja. Valeria se tapa la cara con una mano, mientras que Raúl escucha atento al talentoso rapero, que lo tiene entusiasmado.

—¿Estás asombrado? Pasmado, alucinado, flipado, con este rap te he conquistado, ¿o no, rapado? Morena, me encantan tus estampados. Y el escote de la de al lado. ¿Natural o pagado? Seguro que deseado. Muy deseado. Tu bigote me ha molado. Y las piernas de la del vestido morado. A rimar soy dado, ¿hundido? No, sólo tocado. Por brujos y hados. Para hacer con mi rap algo sonado. Pequeño, encantado. Y ella, ¿me ha mirado? Sí, me ha mirado. Y descolocado, hasta enamorado. Pero soy malvado y me voy para el otro lado…

Entonces, César ve a Valeria. La chica tiene la cara cubierta, pero el rapero se da cuenta de que lo mira a través de los dedos. Va acompañada de un chico. Ya lo conoce, es Raúl.

El joven sonríe sin dejar de rimar.

—¿Y en este lado? Veo un afortunado. Enhorabuena, tu novia me ha dejado embobado. Atontado. Pero es tuya, no quiero enfados. ¿Nos la jugamos a los dados? No hay tiempo. Señores, Sol. Hemos llegado.

Un par de chicas aplauden mientras la megafonía anuncia que acaban de llegar a la estación de Sol. César saluda, inclinándose, y se quita la gorra. Raúl se levanta, busca en su bolsillo y le echa un euro.

—Enhorabuena, eres un crack.

—Gracias, amigo.

Las puertas del tren se abren. Valeria por fin se atreve a mirarlo a los ojos. A esos preciosos ojos que tanto transmiten. Pero es a lo único que le da tiempo. Invitada por su chico, sale del vagón dando un pequeño saltito. Las puertas del metro se cierran y César desaparece tras ellas.

Entonces, Val observa detenidamente a Raúl. Éste le sonríe. Es guapísimo. Y lo quiere. Lo quiere como no es capaz de querer a otro. E, impulsada por algo que no puede explicar, se lanza sobre él. El joven la agarra con fuerza y ambos comienzan a besarse apasionadamente mientras la chica se sujeta a él con las piernas y los brazos, rodeándole la cintura y el cuello. No toca el suelo. Porque ahora está en el cielo. En el mismísimo cielo.

Raúl, en ese momento, lo entiende todo. Sí. Ya no hay dudas. Sabe lo que tiene que hacer.

Deja a la chica sobre el suelo, al lado del andén, y comprueba cuánto tiempo falta para que llegue el siguiente tren. Cuatro minutos. Demasiado tiempo. Sin embargo, el que va en dirección contraria por la vía de enfrente está a punto de llegar. Tiene un minuto.

La agarra de la mano y le pide que corra.

—Pero ¿a dónde vamos?

—¡No preguntes y corre!

La pareja sube la escalera, atraviesa un pasillo y baja por la del lado opuesto. Valeria no entiende nada. ¿Qué se propone?

Están en el andén contrario al que les ha llevado hasta allí. En el que conduce a Moncloa. ¿Es que se le ha olvidado algo?

Apenas hay gente. Ellos dos y un par de parejas más, alejadas de donde están.

—Raúl, ¿vamos a coger otra vez el metro?

Él no dice nada. Sólo mira hacia el túnel por donde aparece el tren a toda velocidad. Agarra a Valeria de la mano, la mira a los ojos y, con todas sus fuerzas, bajo el sonido de la locomotora y los vagones que pasan fulgurantes por delante de ellos, grita tan alto como puede:

—¡Te quierooooooooooooooooooooooooooooo!