Capítulo 73

—¿GADEA no viene a comer?

—No. Ha dicho que va a comer con Álex.

—¿Y papá?

—No lo sé. Imagino que en el hotel.

—¿Y tampoco viene?

—No me ha dicho nada.

—Estará comiendo por ahí. En alguno de esos restaurantes que tanto le gustan.

—Es un despilfarrador.

Esa palabra le provoca una sonrisa a Meri. Aunque es una sonrisa desganada. La joven desmenuza sin mucho entusiasmo la tortilla que su madre le ha preparado. Corta un trozo, después de haberlo aplastado con el tenedor, y se lo lleva a la boca.

—Mamá, ¿por qué me dejas irme a Barcelona con él?

La pregunta imprevista de su hija coge a Paz descolocada. Sin embargo, mastica el trozo de pan que tiene en la boca y le responde con tranquilidad:

—Porque tu padre también tiene derecho a disfrutar de sus hijas. Y más si se encuentra en una situación como la que atraviesa en estos momentos.

—Está mal, ¿verdad?

—Sí. Pero contigo allí va a recuperarse y estará mucho mejor dentro de pocos días. ¡De horas, me atrevo a decir!

—Espero no ser una carga.

—Tú eres de todo menos una carga, cariño. Ya quisieran muchos padres tener una hija como tú.

Las palabras de su madre le sacan una sonrisa. No se considera una hija ejemplar ni nada por el estilo. Simplemente se comporta como cree que debe hacerlo una muchacha de dieciséis años más o menos responsable.

—¿Tú qué piensas de él? Creía que lo odiabas.

—No, claro que no lo odio. Pero a veces las parejas alcanzan unos extremos a los que ninguno de los dos sabe cómo ha llegado. Nos volvemos locos y perdemos los papeles.

—No estarás enamorándote de papá otra vez…

La mujer mira a su hija muy seria y a continuación suelta una carcajada.

—No. No estoy enamorada de él. Y eso no va a volver a pasar nunca.

—Pues es una lástima. Creo que hacéis una buena pareja.

—Que tu padre nunca te oiga decir eso.

—¿Por qué?

—Porque yo sé que él sí podría volver a enamorarse de mí.

Su madre no diría algo así si no estuviera segura de ello. Por eso María la cree. Supone que en el pasado sucedieron muchas cosas de las que ella no está enterada. Y que aquello limitó el amor que ambos sintieron el uno por el otro en algún momento de sus vidas. Es una lástima que no aguantaran. Le habría gustado disfrutar de una familia feliz durante más años.

—Tranquila, no le diré nada de esto a papá.

—Mejor. No quiero malos entendidos.

—Aunque si sirviera para que volviera a Madrid…

—Ni se te ocurra, ¿eh?

—Que no, que no. No digo nada.

Tú a Boston y yo a California, como la película.

—No sé cuál es. No la he visto.

—Ya te la pondré un día cuando vengas a visitarnos. Y nos sentaremos delante de la tele con un buen cubo de palomitas. ¿Qué me dices?

María sonríe, aunque de nuevo la invade la angustia que ha llevado a cuestas durante todo el día. Pero esta vez no piensa llorar. También su madre está en la lista de las personas a las que echará de menos cuando esté lejos. Quizá la segunda. Porque la primera tiene otro nombre y distintos apellidos. Y esta noche volverá a mirarle a los ojos y a disfrutar de su compañía por última vez.

¿Se atreverá por fin a confesarle lo que siente?

Se ha comido el plato de cocido entero. A ver si eso le sirve para crecer un poco más. Bruno lleva sus cosas a la cocina y las enjuaga. Luego, las mete en el lavavajillas.

—Esta tarde quiero que me ayudes a montar una estantería para el cuarto de tu hermano —le dice su madre mientras le da una palmadita en la espalda.

—Esta tarde no puedo.

—¿Qué? ¿Por qué no puedes?

—He quedado.

—¿Con quién?

—Y a ti qué más te da. No puedo ayudarte con la estantería y ya está. No me agobies tanto.

Sale de la cocina resoplando. Pero su madre no va a darse por vencida. Camina tras él hasta la habitación del chico. Bruno la observa, incrédulo, y abre los brazos en señal de protesta.

—Dile a quien sea con quien has quedado que no puedes ir.

—¿Cómo? ¿Estás de broma?

—Por supuesto que no estoy de broma. ¿O es que me ves con ganas de bromear? —pregunta molesta—. Me paso el día trabajando para que tengas de todo, así que no me vengas con tonterías.

—No voy a hacerlo. Olvídame ya, ¡joder!

—¿Has visto cómo me hablas? Cualquier día nos veo en «Hermano Mayor» o en un programa de ésos.

—Mamá, no voy a montar la estantería —insiste Bruno con una sonrisilla tras oír el comentario de su madre.

—Ya veremos.

Ahora es la mujer la que abandona el cuarto de su hijo y cierra la puerta con fuerza. Bruno suspira. ¡Qué harto está de episodios como ése! Pero sabe que tiene todas las de perder si permanece enfrentado a ella. Abre y sale de su dormitorio. La oye en el cuarto de su hermana pequeña y se dirige hacia allí.

—He quedado con Ester —confiesa sin alzar mucho la voz. No quiere que nadie más se entere.

Esperanza lo observa algo sorprendida. ¿Ha quedado otra vez con esa chica? Eso le resulta bastante interesante. Ella es muy mona y educada. Un buen partido para su hijo, sin duda.

—¿Sí? ¿Y adonde vais?

—Voy a verla al entrenamiento de voleibol.

—¿Está en un equipo de voleibol? —pregunta admirada—. Ya me parecía a mí que tenía un cuerpo muy bonito y atlético. Pero ¿no es demasiado alta para ti?

—¡Mamá!

—Perdona, hijo. Pero luego se ven unas parejas por la calle que dices…

—Ester no es mi novia. Sólo es una amiga.

—Bueno, tú llámala como quieras. Pero dile que no se ponga ni tacones ni plataformas muy altas.

El chico agacha la cabeza y la mueve desesperado.

—Entonces ¿me dejas ir con ella?

—Bueno. Pero mañana por la tarde no hagas planes que hay que montar la estantería.

—Está bien. Mañana te prometo que no me moveré de casa.

—Si quieres, invita a la muchacha a que venga a merendar y te eche una mano.

—Sí, mamá, en eso mismo estaba yo pensando…

Y, sonriendo con ironía, regresa a su habitación. Su madre es tremenda. Ha tenido que mencionar a Ester para que lo deje salir. Si es que… Al menos ha logrado lo que quería. Pensándolo bien, aunque no la invite para que lo ayude con el martillo y los tornillos, sí que tienen algo pendiente. Algún día tendrán que desempatar la partida de la Play que dejaron a medias. ¿Por qué no mañana?

—¿Sabes que por la cam no se nota tanto cuando te sonrojas?

—Qué tonto.

—¿Ves? Seguro que ahora mismo te has puesto colorada, y yo ni me he dado cuenta.

—Mira que eres malo conmigo.

La sonrisa de Valeria al otro lado de la pantalla es una de las cosas más bonitas que ha visto en su vida. Cada vez le gusta más. ¿Cómo es posible que su amiga y él no hayan comenzado a salir antes?

—Bueno, Val, te dejo que tengo que ir a peinarme.

—Uff, ¿y te dará tiempo? Hemos quedado dentro de veinte minutos en Sol.

—¿Quién era el malo?

—Tú, por supuesto.

—Nos vemos ahora… —Y, acercándose a la cámara de su ordenador, Raúl le dedica un sonoro beso.

—¡No tardes!

Y desconectan sus cams los dos a la vez.

El joven se levanta sonriente. Cuando la conoció, no imaginaba que aquella chica lo haría tan feliz algún día. Y es que, cada vez que están juntos, siente algo especial en su interior. Y, cuando no lo están, la echa de menos.

Pero… un ruidito que proviene de la puerta de su habitación alerta a Raúl. Despacio, se dirige hacia ella y descubre que no está cerrada del todo. La abre de golpe y encuentra a las gemelas detrás, espiando.

—¡La madre que…! ¿Qué hacéis aquí?

—¿Es Valeria tu nueva novia? —pregunta Daniela, muy seria.

—¿Qué dices, mocosa? ¡Marchaos a vuestra habitación!

—No soy una mocosa. Y si no me respondes es porque es verdad.

—Sí, lo es —asegura Bárbara—. Lo hemos visto y oído todo. ¡Valeria es tu novia!

El grito de la pequeña enfada a Raúl, que se controla para no hacer algo de lo que después tenga que arrepentirse.

—¿Por qué no dejáis de meteros en mi vida?

—¿Y tú por qué no admites que estás enamorado de Valeria?

El chico está a punto de gritarle otra vez a Bárbara, pero lo que dice le hace pensar. ¿Está enamorado de ella? ¿Ha sido capaz de enamorarse a lo largo de esos tres días? No está seguro, pero lo que siente es muy intenso. De lo que no le cabe duda es de que nunca le ha dicho que la quiere. ¿La quiere?

—Admítelo, Raúl. ¡Te lo haces con Valeria! —insiste Daniela.

—Pero, niña, ¡tú qué sabes de eso!

—¡Se lo hemos visto hacer a Ulises con Ainhoa!

Entonces, alarmada por el griterío, la madre de las gemelas y de Raúl aparece por el pasillo.

—Chicas, ¿qué estáis haciendo en la habitación de vuestro hermano?

—Nada.

—Me estaban espiando, mamá.

—Eso no está bien, pequeñas. Espiar está mal.

—Es que si no, no nos enteramos de sus novias. ¿Sabes que está saliendo con Valeria?

Raúl se desespera. Y, con un movimiento brusco, sin que ellas se lo esperen, se inclina sobre sus hermanas y amaga con darles una colleja. Las gemelas, asustadas, salen corriendo despavoridas hacia su cuarto.

—Son imposibles —dice Berta, con una sonrisa, al tiempo que entra en la habitación—. No hay quien pueda con ellas.

—Porque están muy consentidas.

—Lo han pasado muy mal. Déjalas que disfruten un poco.

—Yo también lo he pasado mal.

—Pero tú ya eres mayor. Mira en el chico tan atractivo que te has convertido.

Raúl resopla y observa cómo su madre se sienta en el borde de su cama. Es curioso, pero hoy no tiene tan mal aspecto como de costumbre.

—¿Te has pintado?

—Sí. ¿Se nota mucho?

—Un poco.

—Es que he salido a comprar y me ha dado por pintarme los ojos y darme un poco de colorete en la cara.

—Te sienta bien.

La mujer sonríe débilmente y contempla a su hijo de arriba abajo. Se parece mucho a él. Es una lástima que no esté allí para verlo.

—Hoy hace veintidós años que conocí a tu padre.

—Por eso te has arreglado…

—No me he arreglado. Solamente son unas pinturillas de nada.

—Pues deberías hacerlo más a menudo. Te queda muy bien.

—Tampoco me he tomado ninguna pastilla ni ningún tranquilizante. Ni… nada de nada. No voy a hacerlo más.

Raúl se sobresalta cuando escucha aquello. Ya la había dado por perdida. Nunca imaginó que aquellas palabras pudieran salir de su boca.

Se acerca a ella y se sienta a su lado.

—Me alegro de que hayas tomado esa decisión.

—Debí hacerlo hace tiempo.

—Sí, mamá. Debiste hacerlo.

Sin embargo, no va a reprocharle ni a echarle nada en cara.

—Una vieja amiga me ha presentado por Internet a un amigo suyo que es psicólogo. Parece majo. He quedado con él mañana.

—Eso está muy bien, mamá —afirma el chico con los ojos vidriosos.

—Quería que lo supieras.

Berta se levanta de la cama. Le acaricia el pelo a Raúl, alborotándoselo. El joven nunca deja que nadie lo despeine, pero esa ocasión es especial.

Caminando despacio, la mujer se dirige hacia la puerta de la habitación.

—Mamá.

—Dime, hijo —dice tras volverse.

—Lo siento.

Una nueva sonrisa bajo esos ojos que hoy lucen más brillantes que ningún otro día de los últimos tres años.

—Tu padre estaría muy orgulloso de ti.

Y, tras volverse de nuevo, abandona el cuarto de Raúl.

El chico se queda mirando hacia la puerta. En silencio. Totalmente inmóvil. Disfrutando de ese instante. Y también sufriéndolo. Pero ha quedado con Valeria y debe darse prisa si no quiere llegar tarde.

Entra en el cuarto de baño y se mira en el espejo. Abre el grifo y se empapa las manos; después, se las lleva a los ojos. Se seca con una toalla blanca. En ella guardará todas las lágrimas que ha derramado durante aquellos segundos en los que su madre, por fin, ha regresado.