Capítulo 71

HAN pasado unas cuantas semanas desde el comienzo del curso y todos ellos están disfrutando de algo que hasta entonces no habían tenido: un grupo de amigos con quienes compartir sus miedos, sus problemas y sus alegrías.

Todos los días parecen más largos de lo que son. Más intensos. Tanto dentro como fuera de clase. Sin embargo, cuando echan la mirada atrás, hasta mediados de septiembre, tienen la impresión de que fue ayer cuando empezó todo.

—¿Sabéis? Esto que ha nacido entre nosotros es muy especial —comenta Raúl sentado en el suelo mientras mira a los otros cuatro de uno en uno—. En muy poco tiempo, os habéis convertido en algo más que en mis amigos. Somos como una familia. Y creo que esto tan bonito que hay entre los cinco deberíamos hacerlo aún más grande. Algo oficial. Que sea sólo nuestro y para nosotros.

—Explícate —le pide Bruno, que está a su lado.

—¿Hablas de crear algo así como una especie de club?

—Sí, Meri. Algo así. Y de reunimos de vez en cuando en alguna parte, de ayudarnos todo lo que podamos los unos a los otros, de preparar actividades para hacer… Sería divertido, ¿no os parece?

Valeria contempla al joven con admiración. Le gusta cómo habla, aunque cuando se dirige a ella se pone colorada. Pero le pasa con todos los chicos del mundo. Incluso con el bajito que está junto a él.

—¡Me parece una idea genial! —exclama Eli entusiasmada con la ocurrencia—. Un club como el de los poetas muertos. Vi esa peli y me encantó.

—¡Oh, capitán, mi capitán!

—Eso, eso. ¡Qué guay!

A Raúl le apasiona esa película. A él le gustaría ser director de cine algún día y que los diálogos o frases de sus guiones quedaran para la posteridad, como esas palabras de la historia de Peter Weir, de quien también le encantó El show de Traman.

—A mí también me gusta la idea —señala la chica pelirroja mientras se coloca bien las gafas.

—¿Estamos todos de acuerdo, entonces?

Bruno y Valeria asienten con la cabeza cuando Raúl los mira. Para ambos es una novedad que alguien quiera pertenecer al mismo grupo que ellos. La chica habla muy poquito, aunque va soltándose algo más con el paso de los días; él, por su parte, siempre había sido el objeto de las bromas e insultos de los más gamberros del instituto. El resto de los estudiantes se reían de su escasa estatura o lo ignoraban por completo. Sólo Meri le hacía caso y era capaz de tratarlo como a un chico normal. Y viceversa. Porque Bruno, hasta que apareció el resto, también era el único amigo de María.

—¡De acuerdo! —grita Eli al tiempo que gatea por el suelo para acercarse más a Raúl, que es quien está en el centro.

El joven coge una libreta y un bolígrafo que ya traía preparados y apunta en grande en la primera página: «Reunión número 1.»

—Bien, empezad a decirme todo lo que se os ocurra que podríamos hacer, dónde podríamos quedar… Todo lo que se os venga a la cabeza. Cuantas más cosas, mejor. Esto es algo entre los cinco, así que entre los cinco debemos crear nuestro club.

Todos se quedan un instante en silencio, pensando. La idea que ha tenido Raúl los ilusiona muchísimo a todos.

María es la primera en hablar.

—Una vez vi en una serie de dibujos animados que un grupo de amigos colaboraba entre ellos para hacer los deberes, preparar los exámenes… Hacían las cosas de clase entre todos.

—¿Cómo es eso?

—Cada uno de los chicos tenía encomendada una asignatura y se dedicaba a ella en exclusiva. Luego se pasaban los unos a los otros los apuntes, los ejercicios y los resúmenes de cada materia. Y les iba fenomenal, porque el esfuerzo era mucho menor y conseguían mejores resultados.

—¡Menudo morro! —comenta Eli impactada—. ¡Pero es genial!

—Sí que es genial. Lo apunto.

Raúl escribe en la libreta: «Primera medida: una asignatura para cada uno y todas para el grupo». Y lo lee en voz alta.

—Te ha quedado muy de los mosqueteros —comenta Bruno—. Pues yo me pido Matemáticas.

—Perfecto. Yo me quedo con los idiomas.

—Si a mí me dejáis Lengua, ¡yo feliz!

Nadie se opone, así que para Elísabet la asignatura de Lengua.

—Faltáis vosotras dos, ¿qué queréis? —le pregunta Raúl a las dos chicas que faltan por decidir.

—A mí me da igual —señala Meri—. ¿Sociales?

—Perfecto. Sociales para la pelirroja. ¿Y tú, Valeria? ¿Ciencias de la Naturaleza?

—Vale.

El chico lo escribe en el cuaderno y sonríe a su amiga.

—¿Y el resto de asignaturas?

—Nos las repartimos. Dependiendo de lo cargada que esté la semana en cada materia, el que tenga menos que hacer va preparando lo que se dé en las otras. De todas formas, las que no están designadas son las más fáciles. No habrá problema con ellas.

Raúl examina detenidamente lo que ha apuntado y lo lee en voz alta. Cuando termina, les pregunta a todos si están conformes. Sus cuatro amigos asienten.

—Más cosas.

—¡Yo! ¡Yo! —grita Eli tras ponerse de pie—. Estaría genial que, además de nuestras cuentas de Tuenti, hiciéramos un foro al que sólo nosotros tuviéramos acceso. Allí podríamos poner comentarios, canciones, opiniones de películas…

La chica habla muy de prisa, casi trabándose con las palabras. Pero lo que dice tiene sentido. Y gusta al resto.

—Me parece genial —interviene Bruno—. Aunque la mayoría de las veces tengo que pelearme con mis hermanos para conseguir que me dejen el ordenador.

—Yo ni siquiera tengo ordenador. Pero pronto me regalarán uno —dice Valeria en voz baja.

—Bien. Pues crearemos un foro en la red en el que sólo nosotros cinco podremos entrar.

—¡Fenomenal! ¡Gracias por aceptar mi idea!

La expresiva sonrisa de esa chica tan particular contagia al resto, que también sonríe. A veces se muestra tan eufórica… Aunque también le ocurre justo lo contrario. En ocasiones llora y llora sin parar y sin venir a cuento.

—Además, en ese foro podremos colgar los apuntes de cada asignatura —añade Raúl.

—¡Sí! ¡Y podremos escribir cómo nos sentimos y si vamos a faltar a alguna clase!

—También, también.

—¡Será como un cuartel general cibernético!

La frase de Elísabet provoca una carcajada general en el resto de los chicos. Raúl mueve la cabeza y anota en la libreta: «Segunda medida: cuartel general cibernético».

—Ya está. Ahora…

—¡Esto me encanta! —interrumpe Elísabet, que se lo está pasando en grande—. ¿Qué más, qué más?

—Antes de que sigamos proponiendo cosas, creo que debemos darle un nombre al club —sugiere Raúl mientras muerde la parte de abajo del bolígrafo.

Los cinco vuelven a guardar silencio y piensan en un nombre con el que denominar el grupo.

—El Club de las Mentes Brillantes.

De nuevo, todos sonríen ante lo que dice Eli. Ella misma se da cuenta de que ese nombre no es el adecuado.

—¿Los Cinco? No, eso ya está inventado —insiste la propia Elísabet.

—El Club de los Marginados —propone Bruno.

—No, marginados, no. Pero… ¿incomprendidos?

—El Club de los Incomprendidos —recita Meri sonriente—. Me gusta cómo suena.

—¡Ya mí!

—Me parece un nombre genial.

Los cinco se muestran de acuerdo y dan el visto bueno. No hay nada que los defina mejor. Son chicos incomprendidos a los que nadie entendía, a los que nadie respetaba, a los que nadie quería, hasta que se fueron uniendo unos con otros en el camino.

Todos están muy contentos, pero Raúl es el que se siente más satisfecho. Por fin encuentra buena gente con la que suplir la ausencia de cariño que sufre en su casa. Se acuerda de su padre, que estará mirándolo desde alguna parte. ¡Cuánto lo echa de menos!

El joven deja de morder el bolígrafo, cierra el cuaderno y, en la pasta, con letras mayúsculas, escribe orgulloso:

EL CLUB DE LOS INCOMPRENDIDOS. CUADERNO NÚMERO 1